2015-06-23

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El aislamiento era lo que más hacía que Erika Morales sintiera desconfianza hacia su trabajo limpiando en la jornada nocturna. Ya empezaba a sentir la soledad como si fuera una trampa.

Sucede que una noche de otoño, después de que todas las demás personas habían regresado a sus casas, ella llegó a hacer la limpieza en una sucursal de Bank of America. En el vinculante silencio del edificio vacío, ella se encontraba fregando los inodoros y pasando la aspiradora por los pasillos. Captaba el distorsionado reflejo de su propio rostro en el cristal de la ventana, aunque sabía que del otro lado no había más que oscuridad.

“Cuando pasaron ciertas cosas y tú gritabas, nadie te oía”, ella dijo. “Y hay ciertos lugares donde no hay cámaras. No hay sonido, no hay nadie.”

Durante su turno, la única persona con quien ella tenía contacto era su supervisor. Era la responsabilidad de este supervisor desplazarse en vehículo por toda la ciudad vigilando a Morales y a otras que trabajaban para una subsidiaria de ABM Industries, Inc., la empresa de limpieza más grande del país. Las mujeres a quienes él supervisaba trabajaban más que todo individualmente, en oficinas y clínicas en edificios de uno o dos pisos por toda la ciudad de Bakersfield, en el Valle Central de California.

Estas fueron las condiciones, dice Morales, que supo aprovechar su supervisor, un hombre de anchos hombros y cabello entrecano, de nombre José Vásquez.

Mientras ella hacía la limpieza, lo percataba por la ventana mirándola desde afuera. Él la sorprendía de repente por detrás y le agarraba los senos, dice ella, y se quedaba mirándola diciéndole cosas como, “Eres tan deliciosa”. Morales solía rogarle que la dejara tranquila, pero él más bien se reía de ella.

Ella había recurrido a otro supervisor. Resultó ser primo de Vásquez. “Él siempre me decía, ‘No sé de qué estás hablando’ ”, dijo Morales.

Con frecuencia, Morales pensaba en renunciar. Constantemente calculaba las cifras en su mente, pero sin recibir un salario con regularidad no veía cómo arreglárselas – tenía 29 años y dos hijos.

“En ese momento el papá de mis hijos no estaba, estaba sola con ellos”, dijo ella. “No tenía otro ingreso para mí y mis dos hijos. Entonces yo tenía la esperanza de que cambiara”.

Aquella cálida noche de septiembre del 2005, Morales estaba pasando la aspiradora en la planta baja del banco cuando Vásquez apareció, como un fantasma, dice ella. Él le pidió que lo ayudara a guardar unas toallas de papel en la despensa.

Morales procuró fortalecerse al entrar. Esta vez, nada le iba a pasar, decía ella entre sí.

Ya adentro, dice ella, Vásquez la acorraló y le desabrochó los pantalones. Ella luchó contra él, lo cual parecía enojarlo. Él empezó a quitarle la blusa y el sostén. Morales dice que lo que siguió fue como un borrón.

“Él sabía que no había cámaras”, dice ella. “Yo gritaba y nadie me iba a oir, nadie me podía ver”.

Él la manoseó y la agarró por el cabello. “No me haga esto”, ella le dijo.

Vásquez se rio y de repente se largó antes de quitarle la blusa por completo. Hasta la fecha, ella no está segura de cómo se defendió. Pero lo que sucedió en la despensa fue el límite de lo que ella podía aguantar.



Erika Morales entregó un queja formal a la U.S. Equal Employment Opportunity Commission, o EEOC por sus siglas en inglés, explicando que su supervisor, José Vásquez, la había hostigado. “Cuando pasaron ciertas cosas y tú gritabas, nadie te oía”, dijo ella.Crédito: FRONTLINE

“Y allí fue donde yo dije, ‘No más, no más. Yo no puedo soportar esto'”, dice Morales. Después de unos días, entregó las llaves y renunció.

Cuando el primo de Vásquez quiso saber por qué ella renunciaba, Morales le dijo que Vásquez estaba “haciendo cosas que no debe y tú lo sabes”.

De hecho, no fue solamente su primo quien había recibido advertencias sobre el comportamiento de Vásquez. Funcionarios de la compañía tenían razón por la cual creer que tenían un abusador en sus manos. Incluso tenían lo más escaso en una demanda por abuso sexual – una testigo de hechos dispuesta y creíble. Ya hacía tres meses que alguien se había presentado para denunciar que Vásquez había agredido a otra trabajadora en una iglesia cercana.

Tuvieron la oportunidad de poner fin al abuso que Morales había sobrevivido. En cambio, los funcionarios de la compañía dejaron que Vásquez volviera al trabajo, donde le tocaba conducir un camión suministrado por ABM para visitar a mujeres mientras hacían limpieza en edificios solas por la noche.

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La agresión sexual puede suceder en cualquier lugar: en el servicio militar y en las universidades, en una iglesia católica y en estudios de yoga de fama mundial.

Pero la manera en que el problema se ha manifestado en el lugar de trabajo en gran parte ha evadido la atención del público. Cada día aproximadamente 50 personas son agredidas sexualmente o violadas durante su jornada laboral, según el Departamento de Justicia de los EEUU. De modo que cualesquiera estadísticas sobre la violencia sexual resultan ser una farsa – sólo una pequeña fracción de las víctimas llegan a presentarse para denunciar el crimen.

Producido en colaboración con Reveal, FRONTLINE, el Programa de Reportajes Investigativos de UC Berkeley y KQED.





Las veces que lo denuncian, las compañías le ocultan las denuncias al público y llegan a resoluciones secretas antes de que se entable una demanda. Los resultados de los casos que logran llegar al tribunal suelen encubrirse mediante acuerdos de confidencialidad.

“Es una caja negra”, dijo Laura Beth Nielsen, profesora de Northwestern University, quien ha investigado demandas por discriminación en el empleo. “Nadie puede hablar sobre eso”.

La mujer que limpia por la jornada nocturna es un blanco fácil para el abuso. Ella entra a fichar después de que el último trabajador haya apagado las luces y cerrado las puertas con llave. Es trabajo duro que se realiza a cambio de poco pago bajo el anonimato de la noche, por entre los vacíos laberintos de cubículos y salones de conferencia. Incluso, la trabajadora está menos dispuesta a quejarse si el caso es que ella teme ser deportada o despedida de su trabajo.

Por todo el país, mujeres que limpian en compañías grandes y pequeñas dicen que sus empleadores han empeorado el problema dando la vista gorda a las denuncias y atacando su credibilidad las veces que denuncian abusos en manos de sus supervisores o compañeros de trabajo.

En el mundo de la conserjería, ABM es la empresa más grande. Es la que más emplea a personal de limpieza en el país y tiene un historial de enfrentar cargos por no haber prevenido la violencia sexual. Se encuentra dentro de un reducido grupo de 15 corporaciones estadounidenses que han sido perseguidas múltiples veces por el gobierno federal por acoso sexual.

Desde el año 2000, la U.S. Equal Employment Opportunity Commission, o EEOC por sus siglas en inglés, ha demandado a ABM tres veces por el mal manejo de denuncias por acoso sexual, o aun peor. Dos de esos casos tenían que ver con alegaciones de violación, lo cual resalta, en vista de lo raro que es que personas hagan estos tipos de alegaciones públicamente. En los tres casos la compañía llegó a una resolución y acordó en hacer correcciones.

Antes de los años 80, la mayoría de las empresas tenían su propio equipo de limpieza. Después, dueños de edificios y tiendas empezaron a contratar externamente para esos servicios para ahorrar dinero. Crédito: FRONTLINE

Anna Park, una abogada federal que finalmente se dio cargo de la denuncia iniciada por Erika Morales, dijo que la respuesta de ABM en ese caso fue una de las peores que ella había visto. La violencia alarmante no fue investigada. No fueron entrevistados ni las víctimas ni los testigos.

“Pienso que eso fue lo que más nos conmovió. Pese a lo grande que son, la falta de acción, la falta de atención, la falta de un sentido de responsabilidad”, dijo Park.

Encontramos 42 demandas de las últimas dos décadas en que trabajadores de ABM dijeron que habían sido acosadas o agredidas sexualmente, o violadas en el trabajo. Un número desconocido de casos han sido ocultados a la vista pública mediante resoluciones confidenciales. A pesar de planes de reforma impuestos por el gobierno, siguen surgiendo acusaciones parecidas. En Los Ángeles, dos demandas iniciadas el año pasado dicen que no se les hizo caso a mujeres que se habían quejado de comentarios explícitos o agresiones sexuales.

Después de más de un año de correspondencia, funcionarios de ABM se negaron a ser entrevistados. En cambio, la compañía proporcionó una declaración mediante su abogada, Miranda Tolar. Decía que la manera en que ABM maneja el asunto es la “norma de oro” de la industria.

¿Tiene preguntas sobre este artículo? Participa en una conversación con los periodistas a las 11 a.m. PT/2 p.m. ET, este miércoles, 25 de junio. Puede enviar sus preguntas antes de la charla incluyendo #TheNightShift en Twitter o Facebook.

“En algunos casos, se nos ha informado acerca de malos comportamientos y hemos tomado acción. En otros casos, se ha comprobado que las alegaciones de ofensas eran falsas y hasta maliciosas, frecuentemente iniciadas por personas que previamente habían estado en relaciones consensuadas que habían finalizado”, dijo ella. “A veces existen otras motivaciones”.

ABM realiza la limpieza de altos edificios, aeropuertos, universidades y edificios de gobierno por todo el país. Tiene normas y entrenamiento acerca del acoso. Aproximadamente la mitad de sus casi 65,000 empleados tienen su sindicato.

En cambio, la mayoría de las compañías de conserjería son negocios de familia que no vale la pena demandar. O son negocios informales que pueden desaparecer de la noche a la mañana incluso antes de que se pueda hacer alguna denuncia.

De modo que ABM es una de las pocas compañías de conserjería visibles jurídicamente. Es lo suficientemente profesional como para responder a demandas. Sus ingresos son lo suficiente para que trabajadoras agraviadas puedan iniciar una demanda con la esperanza de conseguir una indemnización al final.

Y entre los negocios con licencia de mayor tamaño, ABM ni siquiera es la única en ser acusada del mal manejo de reclamos por agresión sexual.

En Massachusetts, siete mujeres que hacían limpieza en universidades y edificios de oficina para una compañía denominada UGL Unicco demandaron a su empleador después de decir que su supervisor las había manoseado y acosado. El caso fue resuelto en el año 2002 por $1 millón; la compañía no admitió mala acción. Trabajadores han demandado a la compañía cinco veces en cortes federales desde  entonces.

En Minnesota, una trabajadora inició en el 2009 una demanda que alegaba que su jefe la había violado repetidas veces durante el horario de trabajo en un centro comercial. Al enterarse de su denuncia, la empresa de limpieza Service Management Systems le pidió al gerente acusado que reuniera evidencia para el caso. La compañía llegó a un resolución del caso y luego dijo que esto iba contra el protocolo. La mujer ahora trabaja para ABM sin novedad alguna.

Operaciones como éstas realizan el trabajo poco agradecido de mantener limpios y listos para la jornada los espacios de las oficinas de todos. El mero hecho de que se supone que sus trabajadoras han de permanecer invisibles en una industria que contrata a quien sea implica que en el caso de violencia sexual en el trabajo, casi todo lo malo que podría suceder de hecho sucede.

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Crédito: Matt Rota

Antes de que Erika Morales se pronunciara, ya se le había advertido a ABM acerca de José Vásquez.

Por pura casualidad, Scott Stevenson se  había quedado tarde una noche de junio de 2005 para limpiar la cocina de una iglesia denominada Valley Bible Fellowship en Bakersfield. Casi todas las noches, grandes secciones de la mega-iglesia se encontraban oscuras y vacantes.

Mientras él estaba pasando un trapo por las encimeras de la cocina les pidió a dos de sus asistentes, de 12 años de edad, que llevaran una caja llena de basura a un recipiente que se encontraba dentro de un cercado. Después de unos minutos, los muchachos regresaron aún con la basura en sus manos. Uno de los muchachos dijo que se le estaba haciendo daño a alguien.

Stevenson salió apresurado a donde estaban los recipientes de basura, rodeados de muros de ladrillo y un alambrado. La escena que se llevaba a cabo lo dejó atónito.

Bajo el resplandor del alumbrado del estacionamiento, Stevenson dijo que había visto a un supervisor de ABM, a quien reconoció como Vásquez, prendiendo a una trabajadora contra un muro de ladrillo tras los recipientes de basura. Vásquez buscaba agarrar a la mujer por los senos y por la entrepierna mientras que ella trataba soltarse.

Scott Stevenson dice que vio a José Vásquez, supervisor de ABM, asaltar a una empleada en junio del 2005 en el Valley Bible Fellowship en Bakersfield, Calif.Crédito: FRONTLINE

Ayudar a los demás es como una obsesión para Stevenson. Él ha sido tutor de decenas de chicos y mantiene un ministerio religioso para conductores de camiones que pasan por los trechos más aislados de Nevada. Pero en ese momento Stevenson no hallaba qué hacer. Lanzó al recipiente la caja llena de basura, precipitando un profundo estallido.

Vásquez dio la vuelta para mirar al voluntario de la iglesia, luciéndose despreocupado mientras le tintineaba la hebilla de su cinturón suelto. “Actuando casi como si esto sucediera a cada rato”, dijo Stevenson.

Él llamó a la policía. Cuando la policía llegó la conserje se mostraba indecisa. Su situación se parecía a la de Morales. Ella tenía hijos que sustentar y no quería perder el empleo que tenía. Vásquez era su supervisor. Finalmente les dijo a los detectives que Vásquez la había asustado atrapándola por unos dos minutos cerca del recipiente de basura, donde trató de tocarle el pecho. (No nombramos a la mujer porque no pudimos localizarla para conseguir su permiso.)

A los pocos días llamaron a Vásquez desde el departamento de policía para que diera su versión de la historia. Se presentó con la mujer que Stevenson había visto cuando Vásquez la manoseaba. Ella se retractó y la policía cerró el caso.

Pero la iglesia no abandonó el asunto. El día después del incidente junto al recipiente, Stevenson redactó una carta dirigida al liderazgo de la iglesia explicando lo que había visto. Antes de que la iglesia anulara su contrato con ABM, uno de sus pastores denunció el incidente ante la compañía.

Tom Cazale, quien era el jefe regional de recursos humanos de ABM, fue a quien le tocó descifrar lo que había pasado. Cazale ya no trabaja para ABM y se negó a hacer comentarios para este artículo. Pero luego le dijo a abogados federales que si las alegaciones contra Vásquez fueran verdad, él debería sentirse “extremadamente avergonzado”.

Es norma establecida que una compañía envíe a un investigador entrenado para que indague a fondo cualquier reclamo por acoso sexual grave. Ese investigador debe realizar todas las entrevistas en persona y sopesar la credibilidad, tomar buenos apuntes y hablar con todos los testigos potenciales.

En la investigación que realizó Cazale sobre el incidente en la iglesia, prácticamente no se hizo caso a estas normas de la industria. En el ajetreo para responder con rapidez, él pidió que un asistente administrativo sin entrenamiento entrevistara a la víctima. Fue por teléfono que el asistente habló con la conserje.

Luego, otro empleado de ABM entrevistó a Vásquez. Él dijo que habían estado “jugueteando”.

Basándose en las entrevistas con Vásquez y la trabajadora, Cazale dijo que no podía confirmar una agresión. Cazale sólo le dio a Vásquez una advertencia por escrito debido a que él había admitido haberle tocado el brazo.

Es fácil perderse en las sutilezas de los reclamos por agresión sexual. Cada uno es un giro repentino entre lo que dijo ella y luego lo que dijo él, entre lo que se puede recordar y lo que se puede comprobar.

Pero éste no fue uno de esos casos.

Los testigos de hechos en una agresión sexual, tales como Stevenson, son escasos hasta tal punto de ser excepcionales. Pero Cazale no llegó a hablar con él. Hasta la fecha, dijo Stevenson, nadie de ABM lo ha contactado.

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Crédito: Matt Rota

A fines de agosto del 2005, dos meses después de que ABM se enterara del informe de Scott Stevenson, la compañía obtuvo otro indicio de que tenía en sus manos un problema. Una carta anónima escrita en español llegó a la oficina de ABM en San Francisco.

La carta decía que José Vásquez había acosado a alguien en Valley Bible Fellowship. También decía que Javier Vásquez, otro supervisor en Bakersfield y pariente de José Vásquez, estaba abusando de su autoridad al contratar a parientes y obligar a empleados de ABM a trabajar para su negocio particular durante los horarios de ABM.

“Por favor hagan caso de esto”, decía la carta. “Se los pide unos empleados con necesidad de trabajar y que les pongan un alto a esta gente sin respeto para los empleados.”

Pasó una semana y llegó otra nota, esta vez en inglés. “Primeramente, esperemos que ustedes tomen esta carta en serio”, comenzó diciendo. La última denuncia había sido remitida a Javier Vásquez. La carta relata: “Él sólo se rió y me dijo, ‘Ya usted ve, no se hizo nada’ ”.

Cuidadosamente redactada, la carta reiteraba las ofensas de José Vásquez en la iglesia de Bakersfield. También describía a una nueva víctima. En la Clínica Sierra Vista, “él agarró a otra trabajadora de ABM por los senos y le preguntó ‘¿Son de verdad?’ Ella se llama Erica. Se puso tan nerviosa que se fue”.

La carta informaba que José Vásquez había cumplido una sentencia penal por “acoso sexual”. La carta cierra con una postdata: “Esto no es chisme, todo es verdad. Por favor  ayúdennos”.

La compañía inició otra investigación, otra vez poniendo a Tom Cazale a cargo de ella. Él le pidió a un supervisor regional que buscara a Erica mediante una revisión de los registros de los salarios para ese mes. El supervisor pasó como 15 minutos mirando una hoja de datos pero no pudo encontrar a nadie con ese nombre.

Cazale envió una nota en inglés y en español en papel con membrete de la compañía a la dirección del remitente de la carta anónima. En ella decía que ABM sabía de la alegación de acoso sexual en la iglesia y que había respondido de acuerdo con las normas de la compañía. Cazale cerró la carta diciendo que a menos que alguien le proporcionara más información él no podía proseguir con una investigación detallada.

Luego Cazale no cumplió con hacer lo obvio. No hizo que un investigador hablara con alguien en la clínica para averiguar si ellos conocían a alguien que había trabajado allí que se llamara Erica. Ni tampoco revisó para ver si la dirección del remitente de la carta se correspondía con la de algún empleado de ABM.

Pasaron días y semanas. Cazale no oyó más.

Pasaría un año más antes de que ABM descubriera que José Vásquez era un violador con sentencia penal.

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Crédito: Matt Rota

Como ocho meses después de que ABM recibiera las cartas anónimas en su oficina de San Francisco, la compañía encontró a la elusiva “Erica”, aunque no la encontró por su propia cuenta.

Había llegado una denuncia a la U.S. Equal Employment Opportunity Commission, la agencia federal encargada de actuar contra la discriminación y el acoso en lugares de trabajo.

Una trabajadora de limpieza de nombre Erika Morales dijo que su supervisor, José Vásquez la había acosado.

Ya recibida la denuncia de Morales, la comisión envió a un equipo para que investigara. Sus abogados encontraron a 11 empleadas más que estaban dispuestas a compartir públicamente sus historias de cómo fueron acosadas o agredidas por Vásquez. Esto incluía a María Magaña, quien dijo que había sido violada por Vásquez mientras realizaba la limpieza una noche en una sucursal de Rabobank.

María Magaña dice que fue violada por su supervisor José Vásquez mientras limpiaba una sucursal una noche en Bakersfield, Calif. Crédito: FRONTLINE

Pequeñita y fuerte, Magaña ya se había defendido unas pocas veces pegándole con un plumero o empujándolo con una escoba. La noche en que ella dice que fue violada, él le había ordenado presentarse en una sala de conferencia – donde no habían cámaras de seguridad – diciéndole que el cliente se había quejado de su trabajo allí. Al entrar, él la empujó contra el piso. Ella dice que recuerda que antes de golpearse la cabeza ella pensó que no había nada allí con qué defenderse.

“Yo me hubiera defendido si hubiera estado prevenida”, ella dijo recientemente. “Ese día yo no estaba prevenida”.

Magaña vive con su hijo y su madre, ya mayor edad, en Bakersfield, en un vecindario que queda entre campos cultivados y casas modestas. A ella no le molesta tener que trabajar durante el turno nocturno, pero aunque sea de día o de noche, ella hace todo lo posible por evitar pasar por enfrente del banco donde ella dice que Vásquez la violó.

“Cada vez que paso por aquí yo recuerdo ese pasado”, dice ella. “Trato de dar la vuelta”.

Antes de que la comisión se le acercara, Magaña no había denunciado el problema ni a la compañía ni a la policía.

“Yo callé por vergüenza, de no hablar y porque él se reía y decía que al cabo no me iba a hacer caso”, ella dijo.

Los investigadores federales encontraron a compañeros de trabajo que habían sido testigos del comportamiento de Vásquez. Uno dijo que había visto personalmente a Vásquez agredir o acosar a trabajadoras más o menos seis veces.

José Vásquez, declarando en este vídeo investigativo de la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo, dimitió su trabajo en ABM luego de que la compañía se enteró de su condena en 1987 por violación.Crédito: Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo

La comisión también hizo lo que la compañía no había hecho: revisó los antecedentes de Vásquez y pronto descubrió que él había sido condenado por violación en 1987 y sentenciado a servir 8 años de prisión.

La comisión notificó a ABM sobre el prontuario delictivo de Vásquez en diciembre del 2006, más de dos años después de que él comenzara a trabajar para la compañía. Por la primera vez, alguien de la compañía realizó una averiguación introduciendo el nombre de Vásquez en el registro en línea del estado de California para delincuentes sexuales. Si los funcionarios de la compañía hubiesen consultado los registros delictivos, se habrían enterado de que cuando Vásquez trabajaba en una pequeña sala de cine en Bakersfield, él había violado a la hija, de 18 años, de su jefe en su casa después de estar bebiendo alcohol una noche.

En su solicitud de empleo, Vásquez no había respondido a la pregunta de que si alguna vez él había sido condenado por algún delito. Si tal fuera el caso, él tendría que haber incluido más que la violación. Poco tiempo antes de llenar la hoja de solicitud, él había salido de una prisión tras servir una sentencia de seis años por tener drogas en su posesión con la intención de venderlas.

Al enterarse de la condena por violación, ABM tuvo la intención de poner a Vásquez en suspensión sin pago hasta que la compañía completara su propia investigación. No obstante, él renunció en el acto. Su primo Javier no perdió su puesto ni tampoco fue sometido a disciplina. Se hizo imposible contactarlo para que brindara comentarios.

José Vásquez ahora vive en una casa de un solo piso en Lamont, en las afueras de Bakersfield. Hay vehículos compartiendo la entrada con una exposición de electrodomésticos obsoletos y basura derramada.

Cuando le tocamos la puerta una tarde, él salió sin camisa poniéndose unos pantalones de color verde oscuro. A los 60 años, sus hombros siguen siendo anchos, aunque caídos. Un brazo luce un tatuaje de una diabla rodeada por las palabras “JV Hot Stuff” — JV Gran Cosota.

Le preguntamos acerca de las denuncias que se habían presentado en su contra cuando trabajaba para ABM. Las mujeres estaban “hambrientas por el dinero”, dijo él mientras sus niñitos entraban y salían corriendo por el pasillo de la entrada. “Lo hacían todo por el dinero. Yo ni siquiera les conocía el nombre a ciertas mujeres”.

A él nunca le han presentado cargos por delitos basados en las denuncias provenientes de la demanda iniciada ante la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo. Morales nunca se acercó a la policía.

Las alegaciones por parte de ABM le cayeron duro, dijo él. Después de que él se fue de la compañía, nadie quería contratarlo. Él terminó por montar su propio negocio denominado R&B Cleaning Company junto con su novia, una mujer que conoció en la ABM. Juntos tienen cuatro niñitos más uno que está por llegar.

Antes de que José Vásquez sufriera una caída mientras trabajaba y comenzara a recibir pagos de indemnización por discapacidad, la pareja había comprado una camioneta y había comenzado a limpiar casas que habían sido embargadas por los bancos. La compañía no aparece en los registros del estado.

A pesar de que Vásquez decidiera emprender un negocio por su cuenta, su salida no le resolvió los problemas a ABM.

Anna Park fue abogada para el gobierno cuando la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo demandó a ABM en 2007 por faltar de prevenir acoso sexual.Crédito: FRONTLINE

El gobierno federal demandó a la compañía en el 2007 por no prevenir el acoso sexual. Anna Park, abogada federal, notó deterioros sistemáticos en ABM, y a ella le toca hacer que los empleadores – y no los infractores individuales – rindieran cuentas. El expediente que ella iniciara alcanzó mucho más allá de Vásquez, incrementándose hasta incluir a 21 mujeres que decían que habían sido acosadas sexualmente por 14 hombres por todo el Valle Central de California.

La compañía respondió a la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo mediante expedientes que decían que pocas denuncias por parte de las mujeres cumplían con la definición jurídica de lo que es el acoso sexual, lo cual necesita ser algo continuo y grave. ABM también dijo que las mujeres habían recibido copias de las normas de la compañía sobre el acoso sexual, pero que nadie había denunciado lo que pasaba.

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Crédito: Matt Rota

Antes de la década del 1980, la mayoría de los negocios tenían su propio equipo de limpieza. Luego los dueños de los edificios y los grandes almacenes comenzaron a subcontratar el trabajo para reducir los costos. Esto creó una explosión en el número de compañías de limpieza por contrato.

En el trabajo de limpieza, existe una barrera muy baja para ingresar – se necesita poco más que un lampazo y un cubo para que entre en marcha un negocio – de modo que muchas compañías son pequeñas empresas. Alrededor del 93 por ciento de las 780,000 compañías de limpieza en los Estados Unidos están registradas como negocios de una sola persona, según la Oficina del Censo.

Gran parte de la industria funciona dentro de un enrevesado sistema de subcontratación. Algunas compañías consiguen contratos de limpieza con los grandes almacenes de descuento o altos edificios de categoría, pero la limpieza en sí es subcontratada a una compañía distinta. Incluso algunos subcontratistas a su vez subcontratan el trabajo a otros negocios. Esto crea estratos dentro de los cuales prospera la explotación de personas.

Para mantenerse competitivas, las compañías de limpieza de todas las magnitudes necesitan mantener bajos precios. Según lo que se le informa al gobierno federal, los trabajadores ganan alrededor de $25,000 al año. El costo principal es la mano de obra, de modo que los salarios representan el primer lugar por donde se realizan recortes.

“La manera en que se gana dinero en esta industria es mediante la contratación engañosa porque el margen de ganancia es tan delgado”, dice Stephen Lerner, quien lideró el primer esfuerzo nacional para organizar a los que hacen la limpieza en nombre del sindicato Service Employees International Union durante la década del 1980.

Los trabajadores han mantenido que se les ha obligado a fichar el comienzo de su jornada laboral usando dos nombres distintos para evitar la acumulación de sobretiempo, dijo Lerner. Dicen que contratistas inescrupulosos los identifican como contratistas independientes para no tener que apegarse a las leyes laborales. Grandes segmentos de la fuerza laboral no cuentan con autorización para trabajar en los EEUU, un escenario que hace que los trabajadores se encuentren vulnerables a los abusos y hace que las compañías corren el riesgo de incurrir en problemas legales.

Lilia García-Brower es la directora ejecutiva de Maintenance Cooperation Trust Fund, parcialmente financiado por ABM para buscar violaciones laborales en compañías donde no hay sindicato.Crédito: FRONTLINE

Otra parte de la industria funciona completamente dentro del mercado negro. Son negocios que no se registran ante el gobierno para evitar el pago de impuestos o seguros. Estas compañías informales pueden cobrar menos que sus competidores, dijo Lilia García-Brower del fondo Maintenance Cooperation Trust Fund, el cual recibe financiamiento parcial proveniente de ABM para traer a la luz infracciones laborales por parte de compañías sin contratos colectivos con sindicatos.

Un reciente estudio sobre 826 empleados con salarios bajos trabajando ilegalmente en el Condado de San Diego encontró que el 64 por ciento de los que limpian dentro del estudio habían sufrido hurto salarial o alguna otra infracción laboral. Alrededor de la tercera parte dijeron que se les había obligado a trabajar contra su voluntad, y el 17 por ciento de ese grupo dijo que habían sufrido algún tipo de amenaza física, incluyendo la violencia sexual, según el estudio realizado por profesores de Cornell University y San Diego State University.

En uno de los ejemplos más espantosos de cómo las cosas pueden salir mal, una pandilla de hermanos provenientes de Ucrania traficaron a 70 personas desde su país natal hasta Filadelfia y las obligaron a trabajar haciendo limpieza tras conseguir subcontratos con compañías tales como Target y Wal-Mart desde el 2000 hasta el 2007. Dos mujeres les dijeron a los fiscales que habían sido violadas por uno de los traficantes.

Por el otro extremo del espectro se encuentra ABM, la cual cuenta con una larga y envidiable historia de éxito y expansión. American Building Maintenance Company, tal como se llamaba al principio, fue fundada en 1909 por Morris Rosenberg, quien se presentó de voluntario para limpiar los cristales de las ventanas de ferreterías y farmacias en San Francisco. Págueme lo que usted piensa que valga el trabajo, les decía a los dueños. Pronto él trabajaba para los grandes almacenes y teatros principales.

Uno de sus primeros grandes contratos fue con el banco de un amigo suyo de la infancia, un inmigrante italiano de nombre Amadeo Giannini, fundador del banco que hoy lleva el nombre de Bank of America.

Hoy ABM es una compañía con acciones cotizadas en la bolsa de valores con su sede en Nueva York y con $5 mil millones en ingresos anuales. Sus trabajadores limpian 2 mil millones de pies cuadrados cada día. Ha expandido sus ofertas a servicios de vigilancia, estacionamientos de vehículos y mantenimiento de instalaciones de todo tipo. Maneja proyectos de energía sostenible para edificios altos, rinde apoyo a operaciones en bases militares y brinda servicios para mantener impecables los campos de golf.

A pesar de su crecimiento en otras áreas, el bruto de las ganancias de ABM aún se deriva de su negocio de limpieza, y los trabajadores de limpieza constituyen el 57 por ciento de su fuerza laboral. Su porción del mercado es cinco veces mayor que la suma de sus competidores.

Al igual que otras empresas de mayor magnitud y bajo contratos laborales colectivos, ABM cuenta con departamentos de recursos humanos que distribuyen información sobre las normas para salarios, los minutos disponibles para el descanso y las normas de conducta en el lugar de trabajo. La normas de ABM dicen que no se tolera el acoso sexual. Estas normas escritas les informan a los trabajadores que es responsabilidad suya denunciar cualquier problema ante el departamento de recursos humanos. Los trabajadores también pueden llamar a una línea de asistencia para presentar denuncias, la cual es disponible las 24 horas del día en 100 idiomas.

Desde allí en adelante la compañía promete realizar una investigación rápida y efectiva. Un documento que se les entrega a los investigadores, denominado “carta azul”, les da dos misiones: atender a las preocupaciones de los trabajadores y ayudar a defender a la compañía en posibles acciones jurídicas.

Y mientras que las normas escritas son cruciales para las compañías, son sólo un punto de partida, dice Louise Fitzgerald, una conocida investigadora en el asunto del acoso sexual, de la Universidad de Illinois in Urbana-Champaign. Desde allí en adelante una compañía responsable debe difundir las normas a sus trabajadores y hacer que se les haga más fácil presentar denuncias. Y si la compañía piensa que algo ha pasado, necesita tomar acción.

“Esa es una de las cosas que bien sabemos: si un compañía emite un fuerte mensaje que dice que no tolerará este comportamiento, entonces habrá menos acoso sexual”, dice ella.

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Para ser competitivos, compañías de todos los tamaños tienen que mantener sus precios bajos. El salario anual de término medio para conserjes es alrededor de los $25,500. Crédito: FRONTLINE

Durante el transcurso de más de un año nos acercamos a más de una dozena de directivos, ex empleados y accionistas de ABM para preguntarles sobre los reclamos por agresión sexual presentados por trabajadoras como Erika Morales y María Magaña. La mayoría no quiso hablar con nosotros – y algunos nos colgaron el teléfono – pero otros nos relataron de manera anónima acerca de los retos inherentes que se presentan al abordar el tema del acoso sexual en la industria y cómo ABM cuenta con las mejores normas en la industria. Pero no estaban dispuestos a expresarse abiertamente.

Para captar de veras el punto de vista de alguien que se encuentra adentro, viajamos más de 2,000 millas desde la sede de la compañía en Nueva York hasta el este del estado de Washington para hablar con Mary Schultz, una abogada que le sirvió de consulta a la compañía por tres años.

Mary Schultz, una abogada quien consultó para ABM de 2006 a 2009, dijo que la compañía estaba intentando reprimir hostigamiento sexual, pero el tema se les había escapado en algunas sucursales. “Es un compromiso enorme, y lo seguirá siendo”, dijo.Crédito: FRONTLINE

ABM había contratado a Schultz después de que ella demandara a la compañía por discriminación de género en nombre de una ex gerente de ABM. Como parte de su labor de consulta para la compañía, Schultz viajó por todo el país hablando con empleados de todos los escalafones.

Durante su tiempo con ABM Schultz se enteró de que la compañía estaba tratando de abordar el problema del acoso sexual, pero que existían puntos problemáticos en diferentes sucursales por todo el país donde habían perdido control sobre el asunto.

“Cuando comencé mis consultas para la compañía, entendí y pensé que había cierta y definitivamente la intención de abordar estos asuntos”, dijo ella. “Pero es una enorme tarea y lo seguirá siendo”.

Ella dijo que es un punto de orgullo para la compañía el que ABM sirva de palanca para facilitar acceso al sueño americano. En los lugares de trabajo de ABM se presentan personas provenientes de China, México y el Caribe. Traen consigo diferentes costumbres, expectativas e idiomas.

“Existe una base de empleados muy diversa por todo el país”, dijo Schultz. “Hay personas muy buenas y hay personas muy malas. Y el dilema para la compañía es tratar de identificarlas y controlar el problema”.

En el 2009, al finalizar su contrato de tres años, ella se fue creyendo que tanto las compañías como los trabajadores tienen la responsabilidad de evitar el acoso. Los jefes necesitan establecer normas, mostrar vigilancia y clarificar que existen consecuencias. Y que las trabajadoras y trabajadores necesitan denunciar el problema.

Este fue el punto crucial de un caso que Schultz ayudó a ABM a litigar en Minnesota, donde ocho mujeres presentaron reclamos en el 2006 alegando que habían sido acosadas o agredidas por sus superiores.

Miriam Pacheco se encontraba entre ellas. Vestida de suéter rojo y pantalones de terciopelo para ahuyentar el frío del invierno, Pacheco nos contó hace poco que ella había sido violada repetidas veces por su compañero de trabajo en una sala de conferencia y oficina privada donde ella realizaba la limpieza. Él la había aterrorizado al arrancar todos los cables telefónicos para que ella no pudiera llamar para pedir auxilio, y luego le echó la culpa de haber roto los cables, ella dijo.

En el 2007 Schultz tomó la declaración jurada de Pacheco en el momento en que la ex empleada estaba viviendo con sus dos niños en un refugio para personas sin vivienda. Pacheco había recibido poca formación escolástica antes de venir a los Estados Unidos desde México y se encontraba en el país sin papeles de inmigración.

Durante la toma de declaración jurada, Schultz cuestionó el hecho de que Pacheco había firmado documentos reconociendo haber recibido por escrito las normas de ABM sobre el acoso y el lugar de trabajo pero que no las había aprovechado para presentar su denuncia. Pacheco dijo que no las entendía y que ella se había llevado los papeles a casa y que los había echado en la basura.

En aquel momento Schultz actuaba de manera implacable, pero ahora ella reconoce que trabajadoras como Pacheco se encuentran en una situación difícil.

“Todo el mundo regresa a casa a dormir. Esta gente se queda fuera trabajando”, dijo ella. “¿Qué sucede cuando ese medio ambiente resulta ser confuso, y si pasa algo, adónde pueden acudir? Para la compañía el asunto llega a ser: ‘¿Qué hacemos para abordar estos incidentes? ¿Qué hacemos para proteger?’ Y es que existen maneras limitadas de hacerlo. Quiero decir que no se puede estar poniendo un alguacil federal en la puerta”.

Después de cuatro años de litigio, el caso de Minnesota fue declarado sin mérito en el 2010. El juez dijo que en algunos casos las mujeres no denunciaron el problema debidamente, y que en otros la compañía había abordado el problema adecuadamente. El juez también dijo que algunos de los reclamos por parte de las mujeres no cumplían con la definición jurídica de lo que es el acoso sexual.

Mirando ese caso en retrospectiva, Schultz reconoce que los casos de acoso sexual en el lugar de trabajo muchas veces dependen de lo que el ciudadano común considera ser una tecnicismo jurídico.

“La ley es la ley”, dijo Schultz, y “parte de eso tiene poco que ver con lo que de veras ha sucedido”.

“La compañía no está diciendo, ni nunca lo ha dicho, que estas cosas no suceden”, añadió ella.

Schultz dijo que las demandas civiles son una manera necesaria, pero imperfecta, de exigir responsabilidad, obligar a las compañías a asumir una postura donde necesitan luchar contra estas cosas.

“¿Es cuestión de que las compañías empiecen a sacar la chequera, pagando dinero a personas cuyas circunstancias se consideran creíbles?” dijo ella. “Pienso que eso sería terriblemente arriesgado para cualquier compañía. Terminarías recibiendo reclamos desde todos los ángulos. Terminarías con variadas motivaciones por justificar los reclamos. Estaríamos agobiados tratando de separar lo bueno de lo malo”.

Un año después de que Schulz se fue de la compañía, ABM acordó en resolver el caso suscitado por el reclamo de Erika Morales. Pagó $5.8 millones pero sin admitir ninguna mala acción.

ABM se comprometió a mejorar el entrenamiento sobre el acoso sexual, garantizar que sus normas escritas se distribuyeran tanto en inglés como en español y realizar auditorías sobre el acoso sexual en sitios individuales. También se comprometió a entrenar a sus investigadores, contratar personal bilingüe en recursos humanos y crear una base de datos centralizada para reclamos por parte de trabajadores. Parte de las estipulaciones eran nacionales; otras eran específicamente para el Valle Central de California. Finalmente, ABM acordó en dejar que el testigo experto del gobierno supervisara su progreso hasta el 2013.

Los abogados de ABM dijeron que la compañía ha actualizado sus normas escritas y su entrenamiento desde que se finalizó la demanda del gobierno.

“De hecho cumplieron con los términos que estipulamos, lo cual, pensamos, abordó parte de ello. ¿Responde eso a la práctica a nivel nacional?” dijo Anna Park, abogada federal. “No sé decir. Esperemos que sí”.

Hoy, ABM sigue respondiendo a casos de acoso sexual en las cortes. Desde principios de 2010 la compañía ha sido demandada siete veces en cortes federales y por lo menos nueve veces en las cortes de California.

En la mayoría de los casos, la compañía llega a una resolución sin admitir culpabilidad. A veces la compañía prevalece.

Su próximo reto vendrá este otoño. La compañía tiene un juicio programado en el caso en que tres mujeres del sur de California alegan que fueron acosadas, agredidas o violadas por el mismo trabajador de ABM, quien encierra los pisos. Las mujeres presentan un conocido reclamo: dicen que sus denuncias presentadas a ABM fueron ignoradas.

Dicen ellas que el abuso fue escalándose durante meses. Una mujer dice que fue violada en otoño del 2009 y varios meses después otra mujer dijo que había sido agredida por el mismo hombre. Ella dice que cuando denunció el hecho inmediatamente a un gerente le dijeron que regresara a su tarea. El gerente le dijo que no debía contactar a la vigilancia de la compañía y que él llamaría a la policía.

Eventualmente, la mujer se cansó de esperar una respuesta, dice ella, y acudió a las autoridades por su cuenta. El hombre que enceraba pisos terminó por declararse culpable de agresión sexual. Cumplió una sentencia de un año en la cárcel y salió con cinco años bajo libertad condicional.

ABM mantiene en su documentación jurídica que había tomado acción inmediata al recibir las denuncias, despidiendo al hombre que enceraba pisos, y que se debe impedir que estas mujeres inicien la demanda jurídica porque ya habían resuelto reclamos contra la compañía mediante el seguro de compensación a trabajadores basándose en estas mismas alegaciones.

A fin de cuentas, pocas personas ganan contra ABM en los juicios. María Bojórquez es una de ellas.

Ella acusó a un supervisor de haberla violado mientras ella limpiaba la oficina de un bufete de abogados en el emblemático Ferry Building de San Francisco en el 2004. Ella dice que fue despedida después de haber presentado su denuncia. El investigador de ABM había decidido que los reclamos de Bojórquez no eran concluyentes, pero cuando el caso llegó a juicio en el 2012, los jurados dictaminaron que ABM no había cumplido con prevenir el acoso y que la habían despedido por haber presentado los reclamos. A Bojórquez se le otorgaron más de $800,000 por daños y perjuicios. La compañía apeló.

Durante una reciente audiencia para la apelación de ese caso, el abogado de ABM sostuvo que los casos de violencia en los lugares de trabajo implicando a otras empleadas no han debido de ser contemplados durante el juicio. Compareciendo ante un panel de jueces, él señaló que la compañía tiene “decenas de miles de empleados instalados por todos los Estados Unidos e internacionalmente, muchos de los cuales trabajan en sitios remotos de noche bajo supervisión mínima”.

“A veces suceden cosas malas”, dijo él.

***

Durante los últimos seis años, las masas han llegado a conocer a Erika Morales como DJ Bunny de Ligera FM, una estación de radio ubicada dentro de un bullicioso mercado de Bakersfield.

Después de abandonar su trabajo en ABM, Morales fue gerente de un restaurante y sitio nocturno. Finalmente su jefe la contrató para animar los eventos de una estación de radio local. Ella descubrió que a pesar de que ella no es de un tipo necesariamente llamativo, su voz se vuelve irresistiblemente de oro una vez que se encuentra ante el micrófono.

Mirar su transición de Erika a DJ Bunny es como ver una brasa estallar en llamas. En la estación, ella se pone los audífonos y lee los horóscopos sin mayor esfuerzo o promueve conciertos rock en español. Durante los intervalos entre fragmentos de noticias su rotunda voz expresa agradecimiento a personas que le han escrito por Facebook desde California, Argentina o Perú.

En el panorama sin límites de la radio por Internet, Morales es muy querida debido a que ha estado dispuesta a hablar francamente sobre temas difíciles. Expresándose entre lágrimas sus radioescuchas han solicitado sus consejos sobre la manera de presentar una denuncia por agresión sexual ante la policía o qué hacer para separarse de una relación abusiva.

Hasta un día de fines de febrero, ella nunca había revelado que ella hablaba sobre estos temas con autoridad en virtud de su propia trágica experiencia. Pero ella se encontraba al borde de un momento crucial. Tenía programado a uno de sus invitados de costumbre, un policía de la California Highway Patrol, y ella le había prometido a sus radioescuchas un programa sobre los problemas en los lugares de trabajo.

Erika Morales es conocida popularmente por su apodo DJ Bunny en Ligera FM, una estación de radio en el mercado de Bakersfield. Sus seguidores aprecian su disposición para hablar cándidamente sobre temas duros. Crédito: FRONTLINE

Cuando cesó la música, ella se inclinó hacia el micrófono y soltó las palabras: “Algo delicado y este … y en lo personal a mi me toca, yo nunca he dicho esta parte de mi vida al aire. Muchas pocas personas conocen de este periodo pero yo quiero que esto sirva para que…”

A Morales se le puso la voz temblorosa de manera no característica. “Y perdón si, a lo mejor me pongo un poco emocional pero aún es una cuestión que no me, que estoy tratando de superarla”, dijo ella.

Morales les dijo a sus radioescuchas que ella había sido acosada sexualmente en el trabajo y que ella sabe que es difícil dar a conocer su caso. Ella nunca logró acudir a la policía. En aquel momento no podía hallar el valor. Ella les dijo a sus radioescuchas que en su caso, ella y las demás habían tratado de decírselo a sus jefes, pero no se hizo nada.

“Y el problema es cuando no te creen”, dijo Morales.

No obstante, ella les exhortó a sus radioescuchas a denunciar el problema. Les hizo recordar que eso estaba mal y que la culpa nunca era de ellas.

“Yo creo que eso no es justo”, dijo ella. “Porque uno va y hace su trabajo limpio, y vas a ganarte, vas a ganarte el dinero sin buscar algo malo.”

Por casi media hora, Morales y el funcionario de la California Highway Patrol intercambiaron palabras sobre cómo manejar el problema del acoso sexual. Entonces ya les tocaba pasar a la hora de música rock. Se despidió del funcionario, puso una canción con ritmo de fondo y apagó su micrófono antes de exhalar profundamente.

Su teléfono se iluminaba de mensajes. “Estamos contigo”, decía uno. Otro expresaba: “Seguir luchando”. Le sorprendió la respuesta. Ella esperaba más bien que la criticaran.

De nuevo ante el micrófono, le dio las gracias a todo el mundo por su apoyo mientras se  preparaba para poner “Sweet Child O’ Mine” de Guns N’ Roses. Ya empezaba a recuperar su ritmo tan animado y su manera de expresarse.

Ya ha pasado una década desde que Morales dejó su trabajo en ABM. Ella dijo que había dejado de lado sus temores para presentar su denuncia porque estaba pensando en su hija, su madre y las demás mujeres que todavía no estaban listas para pronunciarse”.

Cuando Morales había entregado sus llaves y tratado de decirle a un supervisor por última vez lo que estaba pasando y él le despidió, pero ella recuerda haber espetado: “Y cuando me fui le dije, ‘Va haber alguien, alguien que va abrir la boca’”.

Morales aún se queda asombrada por la manera en que su voz se difunde. “Y yo nunca me imaginé que iba ser yo la que iba abrir la boca”, dijo ella.

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