2013-09-18

No pasa nada/ 15 Jahre zurück in der Zeit - Bang Saphan Noi, Thailand

Bang Saphan Noi, Thailand

El boleto del tren nocturno desde Bangkok hacia el sur incluía una manta y un vaso con agua y
hielo, lo que nos puso contentos. Abordábamos el tren a las 10:30 pm y la hora
establecida de llegada era a las 4:25 am. Nada complicado para el primer viaje
en tren. El hombre que checó nuestros boletos, al ver nuestro destino, nos
comunicó algo en perfecto tailandés, a lo que me limité a sonreír y con mi
mejor cara de interrogación intenté aclarar lo que dijo, pero solo sonrió y
pasó de largo. Mi lógica me dio una traducción muy clara: tu estación es antes
del final, si te pasas estarás jodido. La mayoría, o más bien, todos los
gringos en el tren iban a Chumpon, el punto de conexión para el ferri a las
islas del golfo, pero nosotros habíamos decidido parar antes en Bang Saphan
Yai, un pueblo pequeño de pescadores, lo habíamos leído en algún lado y pintaba
como Tailandia hace 15 años, antes de la explosión de resorts. Al final fue todo un acierto.

El vagón antiguo y los asientos amplios ayudaron a sobrellevar la noche con ese arrullo de las ruedas sobre las vías. Fue necesario poner alarma para no pasarnos de la estación ya que mi tranquilidad se
trastornó cuando en las primeras paradas me percaté que los nombres de las
estaciones estaban solo en tailandés. Con el pensamiento le hice un ridículo
reclamo al gobierno por no tener el tren lo suficientemente turístico con traducciones
en inglés y al mismo tiempo agradecí no tener todo bajo control, y de saberme
lejos de casa. Así que a las 4 am nos sacudimos los sueños intermitentes y nos
dispusimos a averiguar dónde estábamos, pero no encontrábamos a alguien a quien
preguntarle y el vagón entero dormía, en la parte del frente solo estaba el
maquinista y sentimos que era un atrevimiento distraerlo. En un acto de
ansiedad por la incertidumbre nos movimos hacia la puerta de atrás a esperar.
Diez minutos después el tren disminuía la velocidad y yo trataba de entender
algo de la linda caligrafía del lenguaje por la puerta. Claramente un intento
inútil. Y fue que apareció la misma mujer que nos había dado la manta, con cara
amodorrada abrió la puerta del vagón anterior, le enseñamos el boleto y nos
urgió a bajarnos. En estaciones pequeñas el tren para literalmente veinte
segundos, nos apeamos y el tren partió. Eran las 4:20 am, más que puntual. En
la estación estaba solo el encargado, dos perros dormitando y algunos gatos que
nos miraban con casi una sonrisa: pinches turistas.

Pasaron 10 minutos y nuestro plan era esperar a que amaneciera y buscar transporte a la
playa, pero apareció un viejo amable con el sol marcado en las arrugas de toda
una vida en la costa, con una moto y medio adormilado, que nos ofreció
llevarnos a la playa que estaba a unos 6 km
por 100 Bath (3.50 usd) cada uno, pero con señas le indicamos que no
cabríamos. Sonrió y se fue, tres minutos después regresó con un amigo (al que
seguro había despertado) que hablaba un poco más inglés y que bostezaba
enseñando una dentadura a la que le faltaban un par de dientes. No había otra
opción. Nos montamos cada quien en su moto
y con la mochila a cuestas cruzamos el pueblo que aún dormía y atravesamos un
bosque de palmeras en una noche sin luna pero con las estrellas guiando las
motocicletas.

Nos dejaron en un lugar donde había cabañas y una señora molía coco. Me pareció que el amigo de la moto le había llamado para avisarle de la llegada de dos clientes. No
hablaba una sola palabra de inglés y se limitó a llevarnos a una cabaña, nos
abrió la puerta e hizo la clásica inclinación de la cabeza. Le contestamos de
igual forma; teníamos una cama. Cuarenta minutos después, empezó a clarear y un
multicolor amanecer nos mostró dónde estábamos. Una larga bahía de unos 7 km,
un mar que apenas se movía con olas diminutas levantadas como con un soplido y
algunas islas justo enfrente. Se sentía que en realidad no pasaba nada. Parece
que los fines de semana turistas locales son los que arriban, llegamos un
martes así que el sitio era prácticamente para nosotros, un buen respiro de
Bangkok, de extenuantes partidos de ping pong y de lo que nos esperaba en las
islas más al sur.

El resto del día transcurrió en una caminata de la bahía casi entera y una cena con curry.
Nos remojamos solo un poco en el golfo de Tailandia ya que descubrimos que
algunas partes estaban infestadas de medusas. Al caer la noche, el horizonte se
tornó fluorescente debido a las luces de los pescadores, dándole un tono
verdoso al cielo. Conté más de cuarenta botes en la faena en jornadas de casi
diez horas, según nos dijo un pescador retirado.

A la mañana siguiente nos dispusimos a ir al puerto principal para hacer snorkel en alguna
de las islas, pero lo que encontramos fue la cara más amigable del país.
Iniciamos caminando los 2 km a la carretera principal, se me ocurrió alzar el
dedo a la primera camioneta que pasaba y se detuvo como se hubiera detenido un
pesero. Saltamos detrás y nos dejó en la carretera principal. Repetimos el dedo
arriba, y el primero se detuvo de nuevo. Nos llevó hasta el entronque hacia el
puerto, el hombre con una sonrisa se bajó y nos preguntó a dónde íbamos, al
decirle, nos quería llevar los dos kilómetros extra, pero nos rehusamos en
medio de un poco de confusión por el lenguaje. Le llamó a su esposa con el
celular y me la pasó, la mujer hablaba más inglés y me explicó que su marido
quería llevarnos al puerto, pero denegamos la propuesta amablemente, no
queríamos desviarlo y aún teníamos resaca de las múltiples trampas en Bangkok. Pero
esto era Bang Saphan Yai. Caminamos al
puerto –entre las risas de los que nos veían pasar- que más bien estaba
desierto y resultaba muy caro fletar un bote ya que los tours salían temprano
así que tuvimos que aplicar la reglamentaria chela helada con unos locales.

Conocimos a Ó, que después de leernos la mano y asegurarme que a los 47 años iba a tener mucho dinero, nos ofreció un aventón a Bang Saphan Noi, una villa más pequeña a 3
kilómetros, cuando preguntamos el precio se carcajeó y dio un par de manotazos
a su bolsillo derecho argumentando que tenía dinero y nos dio a entender que
nadie camina en Tailandia, lo que explicaba las risas de todos los que nos
veían pasar, de hecho se dice que en la calle donde hay un seven eleven, siempre ponen otro justo enfrente para no tener que
cruzar la calle. Lo hemos comprobado un par de veces.

Ó era un hombre bonachón, con anteojos pequeños que le daban ese aire necesario de sabiduría. No hablaba inglés, solo algunas palabras, nos subimos a su camioneta y se detuvo en una gasolinera antes de llegar al pueblo. Era el dueño y en la parte de
atrás vendía tours de snorkel a tailandeses los fines de semana. Pasamos la
tarde en la gasolinera donde conocimos a su único hijo, un adolescente que se
encargaba del negocio del snorkel. Bebimos café soluble extra endulzado, comimos
plátanos dominicos y nos reímos toda la tarde. Su hijo lo definía como un
hombre de negocios, con mucho dinero pero muy simple y estudioso de las
religiones. Ó me regaló una penca entera de plátanos dominicos me dio un buen
abrazo y me recordó que a los 47 años todo estaría mejor. Prácticamente no nos
dejaron caminar al pueblo, el hijo nos llevó y así evitamos las risas de la
gente. ¿Estos gringos en que piensan caminando bajo el sol? Se preguntarán.

Después de caminar por el pueblo, el riguroso aventón de regreso a la playa no se demoró
ni una calle, de hecho caminábamos hacia la carretera principal y un hombre que
sacaba dinero de un cajero nos miró con extrañeza y nos pregunto a dónde íbamos,
nos invitó a subirnos a la parte de atrás de la camioneta y regresamos a la
playa sin haber pagado un peso en transporte. Ese día los tailandeses nos
dieron la más inesperada bienvenida en un Pueblo en el que no pasa nada, salvo
dos gringos trastornados que caminan bajo el sol. Los brazos del país estaban
más abiertos que nunca.

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15 Jahre zurück in
der Zeit…

(sorry Yvonne für das "ss", die spanische Tastatur gibt es immer noch nicht her ;)

Mit dieser Überschrift lockte der Lonely Planet uns an einen
Strand, abseits der Touristenströme. Viel wussten wir nicht über den Ort, und
jedem dem wir unsere erste Destination mitteilten schaute uns verwundert an, da
er von diesem Ort noch nie gehört hatte. Ein gutes Zeichen?

Wir verliessen Bangkok gegen zehn Uhr nachts und machten es
uns im Zug so bequem wie möglich. Von der Stewardess wurden wir mit einem Getränk
und einem radioaktiv aussehendem Brötchen sowie einer Decke versorgt,- mit
diesem Service hatten wir nicht gerechnet.

Wir hatten uns einen Wecker gestellt, um unseren unpopulären
Stop nicht zu verpassen. Als wir aufwachten und versuchten uns zu orientieren
mussten wir feststellen, dass es niemanden
in Sichtweite gab, der uns Auskunft über unseren "Standort" geben konnte.
An der nächsten Haltestelle zeigte sich zudem, dass die Beschriftungen nur noch
in Thai sind. Wir hatten keine Ahnung wie weit wir von unserer Station entfernt
waren. Die Tatsache, dass der Zug an den kleineren Haltestellen nur wenige
Sekunden hält und man geradezu raushüpfen muss, liess uns nicht gerade
entspannter werden. Glücklicherweise tauchte unsere Stewardess jedoch wieder
auf und sie konnte uns in perfektem Thai mitteilen, dass wir an der nächsten
Haltestellte raus müssten. So erreichten wir, etwas verfrüht, Bangsaphan Yai
gegen 4:30 Uhr.

Wir hatten uns bereits auf eine längere Wartezeit an der
Bahnstation eingestellt. Jedoch erschien kurz nach unserer Ankunft ein älterer
Mann mit seinem Moped, der uns für 100 Baht an den Strand fahren wollte. Da die
Verständigung nur mit Händen und Füssen erfolgte, wusste wir nicht genau was
Sache war, als er uns wieder verlass und mit seinem Moped in die Nacht
davonfuhr. Ein paar Minuten später hörten wir wieder das Mopedgeräusch und
unser Chauffeur kam mit einem zweiten Fahrer inkl. Moped zurück. Unsere Verhandlungsversuche
bzgl. des Preises kamen nicht so gut an und so liessen wir uns von den zwein
zum angebotenen Preis durch die dunkle Nacht zum Strand fahren. Die Strecke zog
sich ein Stück und ich war froh, als wir an einem Strandstück abgelassen
wurden, an dem wir eine ältere Frau und Bungalows antrafen. Obwohl die Fahrt
unter dem Sternenhimmel auch tolle Eindrücke hinterlassen hat und ein Erlebnis
für sich war.

Die schüchterne Frau, die extra für sich aufgestanden
schien, führte uns zu einem Bungalow und überliess uns dieses mit Schlüssel und
Handtüchern. Da alle Kommunikationsversuche mehr oder we***** scheiterten,
musste alles weitere warten und wir machten es erstmal bequem in unserem neuen
Heim auf Zeit. Da wir aber nicht wirklich müde waren liessen wir uns am Strand
von der Sonne begrüssen und genossen die Stille nach dem hektischen Bangkok.

In Bangsaphan Yai ist wirklich nicht viel los und so hatten
wir den Strand meistens für uns alleine und waren gezwungen die Ruhe, den
Strand und das leckere Thaiessen zu geniessen.

Bei dem Versuch einen Schnorchelausflug zu finden, mussten wir
feststellen, dass auch dafür zu wenig Touristen vor Ort sind. Das Angebot eines
Fischers, uns mit einem Privatboot rauszufahren, mussten wir aus preislichen
Gründen ablehnen. Statt dessen versuchten wir uns, trotz mangelnder gemeinsamer
Sprache, mit den Leuten vor Ort zu unterhalten. Am Ende verbrachten wir den
ganzen Vormittag mit einem der Männer, der uns aus der Hand las, mit zu seinem
Arbeitsplatz nahm (seine eigene Tankstelle), uns seiner Familie vorstellte und
uns mit Kaffee und einer Bananenstaude versorgte. Sein Sohn, der mit uns sein
Englisch trainierte, fuhr uns später noch zum Markt um uns einen echten, kalten
Thaitee zu kaufen.

Ein unerwartet interesanter Vormittag mit einem Einblick in
das Leben der Einheimischen.

Den Weg zurück zu unserem Strand bestritten wir wie den
Hinweg per Anhalter. Ein sehr bequemes Transportmittel, zumindest für uns
Touristen, da jedes Auto anhielt und man uns bereitswillig, mitnahm. Teilweise
mussten wir darum kämpfen, dass man nicht
noch einen extra Umweg fuhr, um uns direkt an dem Zielort rauszulassen.
Tatsächlich erhielten wir oft lautes Gelächter der Einheimischen wenn diese uns
zu Fuss laufen sahen. Zu Fuss….das gibt es in Thailand nicht. Dafür unzaehlige
Mopeds, Pick-ups und wenn man Glück hat auch Fahrräder (auf einigen Inseln).
Man erzählt sich, dass sie Lauffaulheit der Thais so weit geht, dass die
Supermarktkette 7-Eleven ihre Filialen immer gegenüber, auf beiden Seiten der
Strasse hat, da man sogar zu träge sei, bei Bedarf die Strasse zu überqueren.

Nach 4 Tagen (aber nur 2 Nächten) verliessen wir unsere
ruhige Oase und machten uns auf den Weg zu den berühmten Inseln Thailands. Aber
das ist eine andere Geschichte….

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