Cuando nos plantamos delante de nuestros estudiantes, en el aula de ELE, nos encontramos con varios desafíos. El primero de ellos es que nuestros alumnos, al igual que los pacientes de un médico especialista ("no hay enfermedades, hay enfermos") presentan, cada uno, características y necesidades diferentes que nosotros, los enseñantes, nos vemos en la obligación de unificar y armonizar.
He de reconocer que yo tengo una suerte enorme ya que trabajamos con grupos de un máximo de ocho estudiantes, lo que permite una fluidez muy grande en las intervenciones y en la participación en el aula, pero estoy pensando en quienes tienen que enseñar a grupos de veinte o treinta alumnos y lo que ello supone.
El aprendizaje cooperativo o colaborativo ofrece unas posibilidades fantásticas para, primero, organizar el aula en grupos de trabajo con el objetivo de una tarea determinada y, segundo, permite que el profesor pueda hacer recaer la responsabilidad de una parte del trabajo sobre uno u otro de los componentes del grupo, en función de qué destreza queramos trabajar.
Lo ideal es formar grupos de cuatro estudiantes, en los que combinaremos alguno de los que tienen una mayor destreza gramatical con otros que estén más flojos en gramática pero no tengan miedo de tirarse a la piscina y hablar, aunque cometan faltas. También será conveniente incluir en el grupo a ese tipo de alumno perfeccionista que no arranca a expresarse en castellano hasta que no tiene la frase perfecta, lo que produce unos silencios que pueden romper el ritmo de una conversación "natural" y producir, sin quererlo, el hastío del interlocutor por las largas esperas.
Dentro de los grupos de trabajo podemos subdividir las responsabilidades por parejas e incluso pedir trabajos individuales que, al sumarse, produzcan el trabajo del grupo. Es importante lograr que el alumno bueno en gramática sea capaz de explicar algunas cuestiones simples a sus compañeros. Con ello estaremos matando dos pájaros de un tiro: la necesidad de verbalizar algo que conocemos ancla y reafirma el conocimiento, y el hecho de que las explicaciones vengan de un compañero -en un nivel horizontal de comunicación- las hace mucho más aceptables, aunque sea a nivel inconsciente, que las provenientes de un profesor, que siempre tienen un carácter vertical.
A la hora de, tras varias clases en las que la tarea final ha ido tomando forma, exponer los resultados finales en plenaria, no estaría de más que la responsabilidad de la exposición recayera sobre el alumno que habla menos, con el soporte del grupo evidentemente, y con un guión que habrán elaborado entre los miembros del mismo. Esto reforzará el ego lingüístico del alumno en cuestión.
Naturalmente, y como comentario final, el profesor deberá exponer ante los grupos las características del trabajo colaborativo-cooperativo, y tendrá un control de la evolución del trabajo en los grupos manteniendo siempre un perfil bajo, de no protagonista sino de mero testigo de la evolución de la tarea a lo largo de los días que la misma requiera.