Es cierto, considerando lo que vivimos en el Estadio Nacional, esta es la séptima visita de Iron Maiden a Chile. Pero cada una de sus visitas, más allá de que esta sea la séptima, tiene mucho de primera. Y lo digo no sólo porque efectivamente se trata de una banda que, quizás como ninguna otra en el medio, tiene un proceso de renovación de su público que hace que para muchos este haya sido su “primer Maiden”, sino que porque para quienes ya llevamos varios shows de la Doncella en el cuerpo, la sola expectativa de un nuevo recital produce una tensión, ansiedad y nerviosismo sólo comparables a los de una primera vez.
En ese sentido, ni siquiera la anticipación de seis meses hizo mellar el entusiasmo por ver la séptima presentación del sexteto británico en nuestro país y segunda en el Estadio Nacional. Al contrario, muchos compramos la entrada en Abril y creo que no pocos deben haber pensado “la compré con tanta anticipación que ojalá que el día del show no se me olvide llevarla”. Por suerte ese susto probablemente haya ayudado a recordar ese pequeño detalle. Y todo lo relacionado con un show de Maiden y su expectativa durante el mismo día constituye un rito especial; particularmente me quedo con el momento en que uno deja sus ropas estudiantiles o de trabajo y se calza el verdadero uniforme, la polera de Maiden o metalera con la cual se va a vivir el Heavy Metal en vivo.
La cita, como dijimos, sería en el principal coloso de nuestro país, y como dijimos en la reseña anterior, no sólo es un recinto deportivo importante, sino que es parte central de la historia de Chile. No tengo ninguna duda que su peso específico en cuanto a historia tuvo mucho que ver en que Maiden tomase la decisión de grabar un DVD en la gira pasada, independiente de que el público chileno es absoluta y totalmente entregado con una banda que se lo ganó a pulso, enfrentando las adversidades y las razones ajenas a lo musical que en dos ocasiones impidieron sus visitas a nuestras tierras.
Pero esta vez, en el contexto de su revival del Maiden England, show de la gira del Seventh Son Of A Seventh Son, no vendrían solos. La coyuntura del Festival Rock In Rio ayudó bastante a que varias bandas que participaron en esta fiesta carioca extendieran sus estadías en el fin del mundo, y por lo mismo, se unirían a Maiden nada menos que Slayer, íconos del thrash a nivel mundial, y Ghost, probablemente una de las máximas revelaciones de la escena en los últimos años. Es decir, derechamente tendríamos un Festival de Heavy Metal en el Estadio Nacional, cosa que hace años sólo mentes febriles hubiesen siquiera imaginado.
Es increíble cómo con el sólo hecho de caminar hacia el Estadio Nacional uno se iba encontrando con diversas escenas llamativas en el paisaje urbano. Los muchachos que se juntan a departir unos líquidos espirituosos antes de entrar al recinto, otros padres con sus hijos chicos, los vendedores de bebidas y cervezas, de poleras, tazones, stickers, bandanas, posters y todo ese merchandising extraoficial, la impresionante cantidad de chascones que se pusieron de acuerdo para juntarse en el principal punto de referencia de este país, el “pilucho” del Estadio Nacional que convenientemente fue ataviado de una polera de Maiden. Un día nublado, con algo de viento y un poco de frío poco acorde a la época primaveral terminaban por configurar parte del cuadro al momento del ingreso al Estadio, con un cielo muy similar al del último show de la Bestia en el 2011 y que quedó inmortalizado en su DVD En Vivo!.
Ya en la cancha uno puede palpar el ambiente y saber que es diferente a otros conciertos. No sólo por la ansiedad que uno tiene de que esto empiece pronto, sino que al ver tantas escenas enriquecedoras: a modo de ejemplo, padres tomándose fotos con sus hijos con el escenario de fondo –que a esas alturas tenía el telón de Ghost–; un muchacho con una chupalla de huaso que tenía los esforzadamente diseñados logos de Maiden y Slayer; una bandera de “Iron Maiden – María Elena” colgada del sector Andes; un muchacho CIEGO con una polera de Maiden caminando ayudado por dos amigos en plena cancha, y uno piensa cuál será la historia de esas personas, cómo se habrán preparado, pero que sin dudas este día era tan importantes para ellos como lo es para uno. Se genera una especie de hermandad tácita que no sé si otro tipo de música logra. Quizás sí, pero esta es la nuestra y la disfrutamos a concho. ¿Qué otra música provoca a un muchacho no vidente ir a un recital, a la cancha, con una polera de tu banda favorita? Todo mi respeto a un muchacho anónimo que encarna fielmente la garra y corazón que hay que tener en la vida. Y más.
Pasan los minutos, con un estadio en esos momentos a 2/3 de su capacidad, y tras haber presenciado un par de escaramuzas de muchachos de Galería que intentaban saltar a la cancha –haciendo caso omiso del respetable foso que la rodea–, estaríamos listos para presenciar el primer show de la velada, los suecos de Ghost, que con su llamativa imaginería, sus letras ultra satánicas –lindantes en lo caricaturesco e irónico– y sus melodías pegajosas y bien hechas, debutarían en Chile.
GHOST: RITUAL EN EL ESTADIO NACIONAL
Exactamente a eso de las 18:27 los suecos de Ghost se tomaron el escenario. Los primeros en aparecer fueron los cinco Nameless Ghouls, quienes comenzaron descargando de inmediato Infestissumam, la intro con que abren el trabajo del mismo nombre, su segunda placa a la fecha. Bien sabemos que esta banda tiene tantos adeptos como detractores y a juzgar por lo visto, otro gran grupo derechamente los vino a conocer recién ese día. Pero bueno, con en la gran mayoría de las cosas, todo se traduce en un tema de gustos. Podrán decir que son aburridos, que tienen más pop que metal, que son “pura pinta”, pero da lo mismo, a muchos les gusta –me incluyo- y a pesar que se sabía que su set iba a ser más bien corto, esta era una oportunidad única para poder verlos en vivo… hasta ahora al menos.
Una vez concluida aquella magnífica introducción, llegó el turno de una de las piezas más metálicas de su última placa, Per Aspera Ad Inferi y aquel incesante, incansable e hipnótico coro que provoca aprendérselo con tan solo un par de oídas y llevarlo contigo durante un buen tiempo. Los duros riffs con que comienza lograron que algunos de los que miraban con cara de “y estos de donde salieron”, comenzaran a “mover la patita” y la cabeza al son de sus monocordes guitarras y aquel teclado Hammond que los acerca tanto al rock setentero que tantos saben apreciar cómo se debe.
Y es precisamente en este corte donde hace su aparición la figura más notoria de los suecos: Papa Emeritus II, con su habitual vestimenta que incluye por supuesto la mitra y el báculo, ambos con el símbolo de la banda, la túnica y la casulla que vendría a ser como el sobretodo. Demás está decir que el personaje se roba de inmediato la película. Quiéranlo o no sus detractores, les guste o no, la banda ha sabido jugar muy bien con toda la parafernalia con la que se ha rodeado y la han utilizado a su favor como hacía tiempo que no lo veía en una banda ligada al rock y cada paso que dan ha sido estudiado con cuidado.
Continuaron con otro duro tema, esta vez de su opera prima Opus Eponymous. El bajo con que comienza Con Clavi Con Dio encendió a todos quienes vemos en dicha placa, una de las más frescas e interesantes del último tiempo, es un tema sencillo, pero muy potente, y sus caricaturescas letras, de intencionadamente fácil aprendizaje, fueron coreadas por la gran masa de gente que también estaba ahí por Ghost… los demás, miraron con respeto, al menos donde yo me encontraba.
Debo confesar que días antes del show llegué a pensar que el recibimiento para Ghost sería mucho más frío, o que incluso incluiría pifias, sin embargo, y muy por el contrario, recibieron muchos aplausos, fuero oídos con total respeto, de hecho habían varios que estaban ahí por ellos, muchos corearon los temas y cabecearon durante las partes más duras de su set, el que justamente incluyó sus canciones más “rifferas”, aunque también dejaron de lado algunas de su primer álbum que, al menos en mi caso, esperaba con ansias y que no fueron tocadas… pero bueno, al menos algún productor habrá puesto el ojo en que la agrupación tiene un buen nicho de seguidores como para hacer una fecha en un recinto pequeño, donde se rodeen solo con sus fans, para así ejecutar un set más largo.
Continuaron con Stand By Him y Prime Mover, tremendos cortes de Opus Eponymous, sin duda de los mejores de aquel exitoso debut. Luego vino Year Zero, canción que lanzaron como single y que en mi caso particular, aun no termino de digerir, debido a sus aires bailables que me generan cierta incomodidad, aunque dentro de todo se trata de un corte pegajoso, de muy fácil escucha y que en vivo funciona muy bien.
Las caras pintadas como Papa Emeritus II de algunos jóvenes que decidieron manifestar su fanatismo de esa forma, sonreían al escuchar los primeros acordes de Ritual, imagen que resultó algo extraña ya que, por razones obvias, nunca hemos visto sonreír al vocalista de los suecos. Ritual debe ser una de las canciones más reconocidas de Ghost, por cuanto es una pista recurrente dentro de la parrilla programática de una popular estación de radio nacional, y la verdad es que se notó, ya que fue una de las más coreadas por los presentes.
Cerraron con Monstrance Clock, canción que posee un coro que hipnotiza, pero que en el marco de un concierto con 60.000 almas, no calza del todo. Elizabeth hubiera sido un cierre extraordinario, aunque me sorprendió un tanto que entre sus seguidores sea un tema con mucho éxito, a juzgar por todos quienes entonaron sus estrofas sin ningún problema.
Finalmente quedé con la sensación que fue un muy buen primer acercamiento entre la agrupación sueca y el público nacional. Quizás no era el escenario preciso para su debut en nuestro país, hubiera sido ideal una fecha en otro recinto, pero no se dio así. Sea como sea, tuvimos la oportunidad de verlos en un extraordinario momento, teniendo a su haber dos muy buenas placas, con grandes canciones y con toda la parafernalia que los rodea, antes que el tiempo y la baja en popularidad terminen por vencer su enigmático entorno y decidan quitarse el maquillaje y los disfraces para tratar de salvar su carrera, algo que quienes los seguimos igual agradecemos.
Y por cierto, los agradecimientos también van para la banda principal, por permitirles participar de su gira mundial, la que en esta ocasión sentí como una especie de revancha con todos quienes contribuyeron a que Iron Maiden no se presentara en Chile el año 1992. Imagínense el horror de aquellos personajes al tener en el emblemático Estadio Nacional, no solo a los británicos, sino también a Slayer y Ghost, con toda la “imaginería satánica” que rodea a ambas bandas. De hecho, me extrañó que los suecos no generaran ruido en los medios tradicionales, lo que en cierta medida me alegra, ya que quiere decir que definitivamente aquellos seres medievales e inquisidores de antaño, se han ido extinguiendo.
Pero con Ghost la noche recién comenzaba, y para llegar al metal de la doncella, aún faltaba el azote de los norteamericanos de Slayer.
Setlist de Ghost:
01. Infestissumam
02. Per Aspera Ad Inferi
03. Con Clavi Con Dio
04. Stand By Him
05. Prime Mover
06. Year Zero
07. Ritual
08. Monstrance Clock
SLAYER: STILL REIGNING
Lo exponíamos aquí mismo, hace un par de días, en nuestra editorial: la presentación de Slayer en Chile sería una oportunidad para demostrarle afecto y gratitud a la banda, algo muy necesario considerando el momento que viven los muchachos en lo puramente humano. Y digamos que fue una oportunidad bien aprovechada, pues tras la presentación de Ghost, quedaban aún muchas ganas de más, esas ganas incontenibles de rajarse la garganta cantando, y qué mejor que hacerlo con unos tipos que son casi de la casa, o a los que al menos uno los siente algo más cercanos que otras bandas de la escena mundial. Y es que no vamos a descubrir aquí y ahora que Slayer tiene una connotación especial para el público chileno, dada principalmente por el origen de su icónico líder. Pero más allá de todo esto, lo cierto es que la solidez de Slayer por sí sola es capaz de sustentar sus presentaciones.
Los últimos rayos de sol que lograban resquebrajar las persistentes nubes iluminaban el Nacional cuando Slayer salió a escena, siendo las 19:37 horas. Comienza a sonar de súbito la intro de World Painted Blood y todos quienes figuraban en los sectores más alejados del escenario comienzan a agolparse rápidamente lo más cerca posible de éste, entendiendo que la potencia de Slayer es mejor sentirla desde cerca. Pronto el tema agarra fuerza y la locura se desata de forma definitiva. Los usuales puños elevados al cielo, los saltitos rítmicos y los alaridos que uno ensaya a modo de canto no se hicieron esperar. Hay que decir que no todos cantaron de principio a fin, pero sobre el estribillo sí se escuchó a buena parte de la asistencia apañando. Siguió en seguida, así, sin tiempo ni para sorprenderse, la tremenda Disciple, del ya lejano God Hates Us All (¡2001!). Transcurrió con su brutalidad consabida, con un Tom Araya exigiéndose mucho, pero sacando la tarea adelante y con un público gritando el “God hates us all, god hates us all” con todo. Sobre el final, tras esa pausa con que cuenta la canción, volvieron con una descarga de inusitada ferocidad para el remate.
Tras algunas palabras en español y un ya casi tradicional “Viva Chile, ¡mierdaaa!”, comienzan a ejecutar War Ensemble, extraordinaria canción que sin duda se posiciona como una de las más emblemáticas de la banda, y que por cierto abre ese portentoso disco llamado Seasons In The Abyss (1990). Soberbio nivel de vociferación durante toda la canción, pero lo hecho por el respetable durante el estribillo fue monstruoso. Cosa muy similar sucedió con otro gran clásico como es Mandatory Suicide, del fundamental South Of Heaven, de 1988 (y sobre el cual volverían más tarde). Se quedaron por allí, finales de los 80’s, comienzo de los 90’s, para volver a recurrir al “Seasons” y regalarnos Hallowed Point. ¡Qué temazos! ¡Uno tras otro! Sin pausa. De hecho, eso fue algo que ya en ese punto comenzó a llamar la atención: la escasa interacción con el público y la celeridad con la que se sucedían los temas.
Aquí sí hubo una pequeña pausa, con la suficiente extensión para que Tom agradeciera y recitara algunos versos, que ciertamente dieron la señal inequívoca de que se trataba de Dead Skin Mask. ¡Temón! Acá me di el tiempo de ver el trabajo del retornado Paul Bostaph en batería y no hice más que corroborar que es un monstruo, y que no por nada pasó varios años con la banda. El sucesor natural del desafectado Dave Lombardo. Misma cosa con Gary Holt, conocido principalmente por su labor en Exodus, aunque viene trabajando con Slayer, en distintas giras, desde 2011. En esta pieza en particular no lució tanto, pero en otros momentos del concierto, cuando todo su despliegue técnico fue requerido, no defraudó para nada. Muy por el contrario: se lució. Continuaron con Hate Worldwide, vendaval de brutalidad que hizo surgir las primeras bengalas de la noche allí, en el sector de cancha, así como los mosh, objeto de la atención de las cámaras, que proyectaban todo en las pantallas gigantes.
Se acercaba el cierre y para esta parte del show los muchachos tenían una selección particularmente grandiosa, cargada de clásicos y de los temas más emblemáticos de la carrera del grupo. Comenzaron nada más y nada menos que con Seasons In The Abyss, enorme composición que puso a todos a cantar (o a gritar, ustedes entienden). Al terminar aquello la banda se retira por un instante, durante el cual se despliega un enorme telón de fondo que decía “Hanneman: Angel Of Death – Still Reigning”, además de las fechas de su nacimiento y de su triste fallecimiento, todo utilizando el logo de una conocida marca de cervezas (la misma que Bruce Dickinson “se paseó” durante la presentación de Iron Maiden en Brasil, volveremos sobre esto). Todo eso liberó en el público una enorme ovación para la memoria de Jeff, marcando así el momento emotivo de la jornada. Prosiguieron entonces con la monumental (y en lo personal, una de mis favoritas) South of Heaven, cuyo coro no dejó a nadie sin cantar. Y todo mientras en las pantallas se exhibían videos y fotografías de Jeffrey John “Jeff” Hanneman. Tremendo, muy lindo en verdad.
Y para finalizar, a modo de broche de platino, era que no, un combo compuesto por las que son seguramente las dos más grandes canciones que crearon. La primera: ¡Raining Blood! Llegó inmediatamente después de South Of Heaven, produciendo un efecto de complemento genial. Y apenas comienzan a tronar (porque sonaban como truenos) los toms de Paul, la gente adivina de qué tema se trata y el estadio entero estalla en éxtasis. Mismo éxtasis catárquico con que resonaron las partes más cruciales del tema, como el legendario “Raining BLOOOOOOD, ¡from a lacerated sky!” ¡Precioso! Y sin duda que todo eso se mantiene para la entrega final, que podía ser otra que la mítica Angel Of Death, señor don pedazo de canción. La interpretación no fue perfecta, pero al carajo. ¡Cuánta potencia! Cuánta bestialidad musicalizada. Extraordinarios Kerry King y Holt en sus respectivos solos, y el profesor Araya se mostró motivadísimo, cantando con todo por momentos. Y ciertamente que las bengalas no estuvieron ausentes, pues más de una se dejó ver a lo largo de estas últimas dos canciones. Un cierre en verdad hermoso.
Nada que objetar al cometido de la banda. Simplemente extraordinarios. Vinieron, hicieron sus once canciones y dejaron al público más que feliz. Eso sí, no vi tan patente esa complicidad entre la banda y la audiencia que sí pude advertir en otras ocasiones. De hecho, la despedida de Tom fue algo apagada. Casi “Chao, gracias, nos vemos”. Me parece que el público se entregó por completo, demostró afecto, respeto y sin duda que se la pasó bien (a esto me refería cuando decía al comienzo que “la oportunidad fue aprovechada”), pero la banda no pareció muy tocada por todo esto. ¿Las razones? No estamos aquí para aventurar hipótesis, ni siquiera podemos asegurar que esto sea así y no una mera impresión, que bien podría estar equivocada. Lo que sí podemos y debemos hacer es esperar que no haya ni un asomo de agotamiento en la banda, porque es claro, muy claro que aún les queda mucho por brindar. ¡Grande Slayer!
Setlist de Slayer:
01. World Painted Blood
02. Disciple
03. War Ensemble
04. Mandatory Suicide
05. Hallowed Point
06. Dead Skin Mask
07. Hate Worldwide
08. Seasons In The Abyss
09. South of Heaven
10. Raining Blood
11. Angel of Death
LA DONCELLA, SIEMPRE UNA PRIMERA VEZ
Tras el show de Slayer sólo quedaba esperar, y desear que dicha espera no se hiciera más larga que un día sin pan. Ayudó que en la música envasada hubiese connotadas bandas como Judas Priest y presenciar algún inconveniente entre el público de la galería nor-oriente que intentaba pasarse a la cancha –hasta que llegaron fuerzas policiales–. Ello hasta que, finalmente, a las 21.10 horas se atenúan las luces y comienza a sonar la intro de la intro de la intro, los primeros sones del que ya es un clásico de Maiden sin ser de Maiden, la extraordinaria Doctor Doctor de UFO. No conozco otra intro que deje tal nivel de tendalada en el público asistente, es increíble cómo la ansiedad se canaliza saltando y coreando el “doctor doctor please”. Se acerca al final y cuando acaba, terminan de apagarse las luces, comienza a sonar otra intro, y las tres pantallas gigantes –una a cada costado del escenario y otra en mitad de la cancha– al mismo tiempo exhiben imágenes de glaciares y hielos eternos con paisajes que para la gran mayoría del mundo les suenan lejanos pero que para nosotros en Chile son un poco más cercanos. Ello por cierto para dar contexto de que esta gira está centrada en el período del Seventh Son que, como sabemos, juega con el concepto del frío, nieve, hielo, y donde incluso podemos ver a varios Eddies congelados como Jack Torrance en El Resplandor.
Y cuando acaba la intro, suena de fondo el “Seven deadly sins, seven ways to win”, donde ya derechamente comenzaría el acabóse. Qué decir cuando la banda irrumpe en el escenario y Bruce Dickinson –con chaqueta, por el frío reinante– nos brama el “I am he, the bornless one, the fallen angel watching you”. Moonchild sería el número de apertura, al igual por cierto que en el Maiden England, aunque desde ya quiero hacer una salvedad: mucho mejor cantado. Soy un acérrimo y atemporal fan de Bruce Dickinson, pero me parece que con el paso de los años va cantando aun mejor en vivo y eso contribuye a un juicio de valor que me permito hacer a estas alturas: el Maiden 2013 en vivo, me parece muchísimo mejor que el Maiden de los ’80 en vivo, todo un mérito considerando que la de hace un par de décadas es la época dorada de la banda. Pues bien, eso se ratificó desde ya con Moonchild, con un coro atronador, emocionante, espectacular, y además por tratarse de un tema muy emblemático, pues sus letras –entre otras– en definitiva fueron causantes de que no pudiesen venir a Chile precisamente hace dos décadas, por culpa de autoridades timoratas y de influencias arcaicas e ignorantes. Una entrada perfecta de la doncella a escena.
Sin pausa, y con cambio de telón, vendría el single del Seventh Son, Can I Play With Madness?, sin duda uno de los temas más radiales y “orejas” de la discografía de la banda, de esa raza de temas que cuando uno lo escucha en estudio te agrada, mueves la patita, pero que cuando llega el momento de escucharlo en vivo crece notoriamente, es parte de las múltiples gracias de Maiden, con ese potente bajo del gran Stephen Percy Harris, a quien tanto le debemos. Palabras aparte para el gran Nicko McBrain, uno estaba acostumbrado a verlo con una sudadera azul, pero ahora por el frío vestía una polera de Maiden y un gorro de lana. Un crack.
Tras este contunnte inicio, vendría uno de los temas más esperados por quienes hemos tenido la fortuna de ver varias veces a la Doncella. Se proyectó en las pantallas gigantes una selección de imágenes de la serie británica de fines de los ’60 que da nombre a este tema (como dato freak, existe un remake del año 2009 donde actúan James Caviezel de “La Pasión de Cristo”, y nada menos que Ian McKellen, Gandalf de “El Señor de los Anillos”). Así, se dio un plus al “we want information, information, information!” de ese glorioso tema que es The Prisoner, que debutaba en Chile y lo hizo de la mejor forma, con cuerdas vocales al borde de la destrucción con el “not a prisoner, I’m a free man”, con un Bruce Dickinson insisto, cantando muchísimo mejor que en el propio Maiden England. Además, Bruce nos regala el primero de los “scream for me Santiago”, su marca registrada para terminar de poner a sus pies a un público entregado.
Sin pausas hasta ese momento vendría ese fantástico y sencillo riff de Adrian Smith para dar inicio al conteo del reloj del Apocalipsis de los científicos atómicos, 2 Minutes To Midnight, con un telón de fondo realmente extraordinario, que mostraba al Eddie de la carátula del single (el Eddie soldado y sentado con un fusil), pero en “versión congelada”. Sencillo y formidable a la vez. Es un clásico de clásicos, uno de los temas más conocidos de la banda por parte de quienes no están muy interiorizados de su más que prolífica discografía, y que claro, Maiden toca siempre, creo que precisamente por esta circunstancia, porque a lo mejor hay fans no tan acérrimos de la banda y que no conocen todos los temas, pero ellos también contribuyen a que la asistencia a sus shows sea tan extraordinariamente masiva.
Tras una batería de cuatro clásicos incuestionables, Bruce Dickinson se dirige a nosotros, diciéndonos “buenas noches” en un español bastante correcto, y se manifiesta impresionado por la cantidad de gente, calificando de “increíble” que hubiese 60.000 personas en el Estadio Nacional. ¡60.000 personas, viendo un Festival de Heavy Metal en el Estadio Nacional! Realmente un hito inolvidable, y que fue agradecido por todos nosotros con el primero de los enfervorizados “olé, olé olé olé, Maiden, Maiden” de la jornada. Nos prometió que íbamos a estar un rato largo aquí, que iban a tocar mucho del Seventh Son Of A Seventh Son pero que ahora venía un tema de un período diferente, que es un tema que calificó como “controversial” y que abarca desde una perspectiva crítica la solución bélica a los conflictos. Afraid To Shoot Strangers, tema que jamás pensé escuchar en vivo, es de los más destacados cortes del Fear Of The Dark y sólo había sido tocada en Chile en el debut de la Doncella, con Blaze Bayley, en 1996. Particularmente también era de mis momentos más esperados, con un coro muy cantado y con una ejecución instrumental irreprochable, más allá de que el sonido no fue todo lo prístino y potente que uno hubiese deseado, cuestión que sucedió en varias otras ocasiones durante la velada, sin que eso por cierto mellara el entusiasmo y la entrega del público y de una banda con un show seguro y sólido.
Se apagan las luces, cambia el telón por el inconfundible Eddie soldado llevando con orgullo y desafiantemente los retazos sobrevivientes de una despedazada Union Jack, en el contexto de la imprudente maniobra británica conocida como “Carga de la Brigada Ligera” en plena Batalla de Balaclava de la Guerra de Crimea –de hecho en el videoclip aparecen escenas de la película “The Charge Of The Light Brigade” de 1936, dirigida por Michael Curtiz (director de “Casablanca”)– suceso histórico que uno puede comparar en cierto sentido –sin ser un experto– al Combate Naval de Iquique en nuestra propia historia, en cuanto a que comparten esa especie de heroísmo en medio de una derrota resonante, objetiva y estrepitosa. Es cierto, en Iquique los chilenos no tenían nada más para enviar y la Carga de la Brigada Ligera fue una maniobra apresurada por parte de un ejército mucho mejor preparado como el británico, pero a lo que voy es a la “idea-fuerza” que une la mitología de ambos sucesos, que el heroísmo no sólo se ve en las victorias sino que fundamentalmente en las derrotas. Perdón por la extensión pero me parece que es necesaria para fundamentar uno de los aspectos por los cuales Iron Maiden siempre toca y debe tocar ese inspiradísimo tema que es The Trooper. Ver a Bruce Dickinson con toda su fantástica teatralidad y estado físico arreando su Union Jack ataviado como los soldados de aquellos entonces siempre es una gran experiencia, y no fue esta la excepción. No pocos coreamos el tema desde el “you’ll take my life, but I’ll take yours too” hasta el “without a tear I draw my parting groan”. Es un insustituible.
Uno de los mejores telones de la noche es el que vendría a continuación, con otro clásico de clásicos, The Number Of The Beast. Es tan simple como un close up a los ojos del popular Eduardo, pero que contribuye notoriamente a generar el ambiente que exige y demanda este tema, desde el “woe to you O Earth and Sea” hasta el coro, que debe ser lo más conocido de la Bestia por parte de la gente que no los conoce mucho. Recién en este tema Bruce agarró el suficiente calor corporal como para sacarse la chaqueta que lo abrigaba del gélido aire santiaguino. Fuego y un “pat’e cabra” al costado derecho del escenario –desde nuestra perspectiva de público– adornaron la performance de un tema incombustible y que envejece muy bien.
Tras un nuevo “olé, olé olé olé, Maiden, Maiden”. Bruce nuevamente nos dirige algunas palabras, asombrado por el impresionante marco de público. Nos hizo gritar al preguntarnos cómo sonaban 60.000 personas, y nos anuncia lo siguiente, la colosal Phantom Of The Opera, con el Eddie del órgano de tubos en versión congelada. Un tema maravilloso, esencial en la formación del estilo que forjó la banda desde sus inicios, con guitarras gemelas profundas y emotivas y no por ello menos contundentes. Valga también una mención a una de las imágenes más llamativas de la jornada y sin dudas la más chistosa de todas: alguien le lanzó a Dickinson una chupalla de huaso, y el buen Bruce no sólo la tomó sino que se la puso y la utilizó durante gran parte del tema. ¡Quién se habría imaginado a Bruce Dickinson usando una chupalla de huaso cantando Phantom Of The Opera! Realmente notable, y ayudado por los aguerridos “u-o-o-o-o” del público, el uso de fuego en el escenario y los “scream for me” de Bruce, fue uno de los momentos más potentes e inolvidables de la jornada.
Sin pausas, otro clásico, nada menos que Run To The Hills, soberbio corte del The Number Of The Beast que también es un “caballito de batalla” en directo, un tema extraordinariamente “prendido”, desde su inconfundible inicio con la batería de Nicko (y en estudio con el gran Clive Burr, reciente y lamentablemente fallecido), hasta su fabuloso e inmortal coro, todo lo cual funcionó a las mil maravillas. Además, pudimos presenciar la salida a escena del primero de los Eddies, un grandote vestido a la usanza de un conquistador inglés de los indígenas norteamericanos y que, como siempre, se puso a “pelear” con su espada con Janick Gers –que se defendía con su guitarra–, el más estridente escénicamente de los tres guitarristas de Maiden, en una fórmula que tiene resultados garantizados. Muy buen momento.
Quizás el punto sonoramente menos lucido de la jornada fue con la gran Wasted Years, que tuvo un inicio sonoramente débil y algo confuso. Sin embargo con el paso de los segundos el tema se afirmó y finalmente terminamos gozando una de las canciones más populares y emocionantes de la Bestia. Pero lo que vendría a continuación sería probablemente el momento más esperado por los fans más acérrimos de la banda, a tal punto que quizás haya sido el hito más pre-referido por sus fans como un “check” en la lista de cosas para hacer en la vida.
Escuchar en vivo algún día Seventh Son Of A Seventh Son era un anhelo más que un deseo factible. Y poder llegar al momento donde este anhelo se hacía real, es de esas cosas que, de verdad, hacen que valga la pena vivir. Porque muchas veces uno se encuentra con cosas desagradables, tristes, fomes, indeseables, es una tendencia creciente en el mundo de hoy, y por lo mismo, cada vez que uno vive momentos felices o mágicos, hay que atesorarlos con el alma y vivirlos a concho. Esto es lo que pasa con Seventh Son, un tema mágico, formidable, y que además cuenta con distintos momentos: partiendo de su introducción, derechamente mayestática, pasando por la teatralidad de un Dickinson vestido como un personaje oscuro, casi vampiresco, con un abrigo y con un peinado extraño pero adecuado al momento, llegando a momentos de Metal clásico con un coro “oreja” y cantable al máximo, hasta llegar a un instante que uno no ve demasiado en conciertos tan intensos y masivos, la generación de un ambiente contemplativo, absorto, hechizado, admirando lo que pasaba en escena más que participando, congelando el tiempo y el espacio en virtud de la magia de la música, para finalmente retomar el ritmo más rockero, con uno de los mejores y más inspirador trabajos de guitarras de la carrera de la banda, y finalizar de manera magistral. Un momento irrepetible de la historia de los conciertos en Chile, además con un Eddie especial de fondo con un ojo iluminado y una bola de cristal, fabuloso e indescriptible
Tras el magistral momento anterior, el retumbar del bajo de Steve Harris nos conducía inconfundiblemente a The Clairvoyant, otro de los momentos donde la banda recordaría al Seventh Son, con otro de sus temas más emblemáticos y nuevamente con un coro particularmente cantado por el público. Palabras aparte para el pelo de Bruce Dickinson tras desarmarse el peinado vampiresco del momento anterior, quedó con una chasca algo impresentable, pero bueno, da lo mismo, es Bruce y se puede hacer el peinado que quiera.
Ya acercándonos al final de la primera parte del show, vendría otro de los más mágicos momentos de la noche, con Fear Of The Dark, que es de esa raza de temas que funciona mucho mejor en vivo que en estudio, como los futbolistas que andan mejor en sus selecciones que en sus equipos. Un tema que posee todos los condimentos e ingredientes para ser lo que es, un imperdible, un corte que Maiden nunca debe dejar de tocar, a tal punto que no lo hizo ni siquiera cuando ha hecho giras que recuerdan períodos anteriores a 1992, fecha de nacimiento de este tema. Ello fundamentalmente porque genera mucha mística, fraternidad, saltos, abrazos y movimiento de un mar de gente en torno a sus coros y melodías de guitarra fácilmente seguibles con un “u-o-o-o-o”. Fenomenal instante, personalmente lo viví saltando y abrazado de la gente querida que además comparte la pasión de uno por este tipo de música y estilo de vida.
Y culminando la primera parte del show, otro tema que Maiden no puede dejar de tocar nunca. Iron Maiden probablemente no es la joya musical más destacada de la Doncella pero es un símbolo, una referencia, y sobre todo es el momento donde tenemos garantizada la presencia de un nuevo Eddie, en este caso del formidable Eduardo del Seventh Son, que en su mano izquierda sostiene a un feto con movimiento autónomo, realmente extraordinario. Y así, Bruce, nuevamente usando la chupalla que le habían lanzado minutos antes al escenario, se despide de nosotros, dándonos las gracias “from Iron Maiden, from Eddie, from the boys”, y los músicos se retiran a descansar un par de minutos tras una hora y treinta y cinco minutos de notable show.
Tras las consabidas pifias y los “no nos vamos ni cagando” por parte del público, vimos que en el fondo se cambiaba el telón, a esa fantástica evocación eddística a un soldado británico a bordo de un Spitfire de la Royal Air Force británica en el contexto de la Segunda Guerra Mundial batallando contra los Messerschmitt BF 109 de la Lutfwaffe alemana. Y acto seguido, se encienden las pantallas gigantes y muestran el video del mítico “We Shall Fight On The Beaches”, aguerrido discurso del Premier británico Winston Churchill a la Cámara de los Comunes ante la amenaza de Hitler de invadir Gran Bretaña, en la llamada “Unternehmen Seelöwe” (“Operación Lobo Marino”), que finalmente nunca se llevaría a cabo. En este punto, me parece que Maiden siempre ha tratado muy bien e inteligentemente el orgullo británico en sus temáticas históricas, sin caer en patrioterismos ni chovinismos exacerbados ni ridículos. Y cuando Churchill dice que nunca se van a rendir, comienzan los sones de uno de los más espectaculares temas de la Doncella, Aces High, un himno cargado de furia, velocidad, intensidad, bolas, garra y belicosidad, con un Bruce un poquito más “medido” en los altos que en otras ocasiones pero no por ello dejando de ser intenso y convincente, usando un gorro de aviador a la usanza del Eddie de la portada del single (una de mis favoritas de toda la carrera de la Bestia). En su género, Aces High es de lo más notable que ha producido Maiden a lo largo de su fantástica carrera y es conmovedor que sigan defendiéndola en vivo con tal nivel de distinción.
Acercándonos inexorablemente hacia el final del show, Bruce nos narra un verso de “La Tragedia de Julio César” de William Shakespeare, que es de donde la banda toma el nombre del penúltimo tema de la jornada: “The evil that men do lives after them… the good is oft interred with their bones” (“El mal que hacen los hombres les sobrevive… El bien queda frecuentemente sepultado con sus huesos”). Y de esta forma, la última referencia al Seventh Son (cinco de ocho, faltó Infinite Dreams, pero más de la mitad me parece bien) de la velada con la energética The Evil That Men Do, en medio de un carnaval y de un coro, era que no, gritadísimo.
Y tun-tánta-tun-tá de Running Free, un tema perfecto para estos efectos, comenzaría a cerrar una jornada nuevamente memorable. Un himno rockero de altísima sencillez y no por ello menos sólido, que permite darse algunas licencias, como hablarle al público mientras suena la base rítmica. Así, mientras el último Eddie nos apunta con sus ojos encendidos, Bruce Dickinson nos dice que ha sido una noche increíble, y que esperan volver… y que cuando lo hagan, no lo será con este “fucking cold” que reinaba en la noche santiaguina, causando las risas del respetable. The Air Raid Siren presenta al jefe y capitán del equipo, Steve Harris, ante una agradecida ovación, sale un segundo del escenario y vuelve con una cerveza “Trooper” en su mano, tal como lo hizo en Rock In Rio, oportunidad en que su placement causó controversia toda vez que dijo que la cerveza allí era tan “mierda” que tuvo que traer la suya propia, causando las risas de casi todos, menos de don John Heineken, auspiciador del Rock In Rio, que al parecer no encontró muy chistosa la salida del profesor Bruce. Pues bien, en Chile Dickinson, con una sutil ironía, nos dijo que nosotros teníamos buena cerveza, y que si nos gustaba, cuando volvieran podíamos compartir una. ¡Lo que debe ser tomarse una cerveza con Bruce! Bueno, luego de presentar a los grandes Adrian Smith, Dave Murray y Janick Gers, nos dice que este es el show de Maiden con más público en Chile –tengo mis reparos estadísticos, no sé si en el Club Hípico anduvimos parecidos–, pero que para la próxima quería 80.000 personas, para lo cual derechamente habría que ir a tocar al Valle de la Luna o a La Pampilla de Coquimbo. Finalmente Bruce en su alocución nos presenta al más viejo, hermoso, capaz de enamorar a mujeres jóvenes, viejas y hasta a las palomas, el gran y entrañable Nicko McBrain, que con su carisma ha sido capaz de convertirse en uno de los miembros más queridos de la banda. Y así, coreando en muchas oportunidades “I’m running free, yeah, I’m running free”, y al cabo de una hora y cincuenta y cinco minutos, la banda se despide del escenario, para ojalá volver en un tiempo no muy lejano. Y nos retiramos del Estadio, cómo no, convertidos en un rebaño agotado y feliz escuchando “Always Look On The Bright Side Of Life” de Monty Python.
En cuanto a sonido, como dijimos, quizás no haya sido el show en que mejor hayamos escuchado a la Bestia. Tampoco es que haya sido un desastre ni mucho menos, para nada, pero comparándolos con los mismos Maiden ha habido otras ocasiones en que han sonado mejor –a excepción del discretísimo “perillaje” que hubo el 2001–. Pero a la larga es una situación secundaria, porque en eventos así uno va a vivir más que a escuchar e incluso que ver, vas a conformar parte de la pasión grupal para llevarte un inmortal y perpetuo recuerdo individual. Y esa es parte de la gracia de la mística que da el ser fan de Iron Maiden, una banda a la que uno le da las gracias por nunca haberle fallado, por haber estado con uno en situaciones difíciles y necesarias, y que a la larga forma parte central de la discografía de nuestras vidas. Gracias Maiden, esperamos que como público hayamos estado a la altura de sus expectativas, de su importancia y de su legado, siendo parte central de la formación de muchos de nosotros incluso a nivel personal. Iron Maiden, la única Bestia que puede ser Doncella.
Up The Irons!!
Setlist de Iron Maiden:
01. Doctor Doctor (UFO)
02. Intro / Moonchild
03. Can I Play with Madness
04. The Prisoner
05. 2 Minutes to Midnight
06. Afraid to Shoot Strangers
07. The Trooper
08. The Number of the Beast
09. Phantom of the Opera
10. Run to the Hills
11. Wasted Years
12. Seventh Son of a Seventh Son
13. The Clairvoyant
14. Fear of the Dark
15. Iron Maiden
Encore:
16. Churchill’s Speech – Aces High
17. The Evil That Men Do
18. Running Free
DARÍO SANHUEZA DE LA CRUZ
Slayer: ANDY ZEPEDA V.
Ghost: WATCHTOWER
Fotos: ROLANDO MORALES (latercera.com)