Hoy quiero compartir un relato con vosotros que fue uno de los ganadores el pasado 16 de Marzo en un concurso que organizó La Casa del Libro para su división Tagus. El relato tenía que ser inferior a 3.000 caracteres (o alrededor de 600 palabras). Es decir, una página.
Los 35 ganadores del concurso, saldrán publicados en un libro online en Tagus como recopilación de relatos cortos. Sorprendentemente, quedé #13.
Sé que este relato no tiene nada que ver con emprender, marca personal, autoconocimiento y motivación. Bueno, quizá sí. Algún mix de estos aspectos tendrá. Pero entra en la categoría de libros. Ya que formará parte de un libro gratuito. Cuando tenga el enlace lo pongo aquí.
Antes, quiero decir algo:
Es ficción. Por lo que está basado en hechos reales. Quién sabe. Toda ficción tiene un origen real. De quién, ese es el misterio. Espero que lo disfrutéis. Y, si no, que al menos os conmueva.
Sin más dilación, os dejo el relato debajo de estas líneas.
Renunciar al hambre.
Esa mañana volvió a rodear sus piernas con ambas manos. Sintió una inmensa satisfacción al ver que podía poner un pulgar por encima del otro por un lado y los índices. Esa era su unidad de medida.
No quiso pintarse los ojos, por lo que sólo se aplicó el pintalabios rojo carmesí. De este modo se recordaba que a penas debía utilizar la boca. Sonrió al ver el resultado en el espejo. Estaba orgullosa de sus ojos, sus labios y sus pómulos.
Terminó de ponerse los anillos con facilidad y puso su móvil y su monedero en los bolsillos de su chaqueta. Incluso ésta le iba holgada. Al salir de casa cerró la puerta. Mientras bajaba las escaleras olvidó si giró la llave para cerrar bien. Como diría su madre. Volvió a subir los dos pisos que bajó y, efectivamente, cerró bien.
Tenía tanto frío que a penas podía notar el contacto de sus dedos contra sus zapatos. Eran nuevos y le hacían unos pies enormes. Incluso, apretándose los cordones al máximo, le iban sueltos.
Una vez en la calle sintió alivio. Exhaló y repasó mentalmente lo que debía hacer durante el día. Empezaba con Literatura Universal a las 8:30. Universal, ¿de qué? En todo caso, sería Literatura Mundial. ¡Ya me dirás en qué otro planeta escriben literatura! Que sepamos, claro. Se preguntó si las estrellas escribían literatura. Y pensó si faltaban muchos años luz para que llegase.
Seguidamente tenía Literatura Inglesa a las 10:30, tras media hora de pausa. Iría a la biblioteca para seguir escribiendo su libro de poemas. O su recopilatorio de poemas. Quién sabe. Sólo era consciente que quería expresar algo al mundo. Quería exponerse al desnudo. Le gustaba Literatura Inglesa porque el profesor le resultaba atractivo. Y juraba que le echaba miradas más de una vez.
A las 12, tras terminada la clase, iría al baño a purgarse un poco por primera vez en todo el día, antes de asistir a la última clase, Teorías del imaginario literario. Le emocionaba, porque era de un curso superior. Se alegraba de poder adelantar de curso gracias a sus perfectas notas.
Lo tenía todo bajo control. Estaba satisfecha. Bajó del autobús y entró en el edificio. Las dos primeras clases pasaron perfectamente. Excepto cuando vio el profesor de literatura miraba con complicidad a Paula. Las comisuras de sus labios le delataron. Sintió envidia de Paula. Y quiso convertirse en ella.
Con rabia y lágrimas en los ojos se dirigió al baño. Al ver su reflejo, se preguntó si había huesos debajo de su piel. Preguntó si tras todo su envoltorio de carne humana, podía esconderse algo que circulase y que reclamase vida propia. Desesperadamente pasó sus manos por una cara que desconocía.
Sus uñas arrastraron aquella piel. Quería ver si había huesos allí abajo. Quería ver si era humana. Quería comprender qué era ser humano.
Al fin y al cabo, se limitaba a renunciar al hambre, porque una parte de sí misma quería dejar de latir. Una parte de sí reconocía la fragilidad de su futuro.
pd: la máquina de escribir no es mía. Ojalá tuviera una #indirectamuydirecta