Gracias al auge del emprendimiento, la opción de negocios solidarios también va en alza. Su ascenso ya superó la barrera de la pequeña beneficencia para transformarse en una solución viable – y profitable – para diversos sectores económicos.
Autor: Gwendolyn Ledger
Roberto Ibarra tiene 34 años. Como ingeniero Industrial y de Sistemas con una Maestría en Dirección de Empresas sabe lo que es hablar ante el público y promover sus ideas de negocios. Así es como tiene el entusiasmo necesario para presentar durante todo el día su App ante agentes de gobierno, estudiantes y emprendedores.
El mexicano está en Chile para promover AidApp, una aplicación de donativos que permite apoyar a ONGs y fundaciones con cargo directo al celular, sin necesidad de una tarjeta de crédito. Su iniciativa fue finalista del premio al Desafío Intel 2013 en México y cuenta con apoyo de StartupChile y el programa SEED de Brasil, países donde está operando con miras a internacionalizarse en todo el continente.
El negocio para las organizaciones es que les permite recibir donativos sin invertir en campañas o nueva infraestructura, mientras Ibarra retiene un pequeño porcentaje de la recaudación, convirtiendo una actividad caritativa en un negocio sustentable, o empresa B, donde todas las partes involucradas ganan.
Ibarra es un emprendedor social, como muchos otros que están junto a él en un evento organizado por NESst para celebrar a las empresas sociales y a empresas B (de benefit), un concepto que no tiene más de una década y que se distingue por los beneficios sociales que persiguen con su negocio. Este se hizo a partir del 17 de diciembre comoDía de la Empresa Social, para el que NESst tuvo el apoyo de Aconcagua Summit, Startup Chile y Fomin, del BID.
Con casi veinte años de experiencia en el apoyo tanto financiero como en gestión de esta empresas, la fundación NESst ha visto el creciente interés que se ha puesto en este tipo de emprendimientos.
“Cuando partimos, el concepto de desarrollo sustentable y las soluciones a problemas sociales se consideraban algo exclusivamente propio de los gobiernos, porque se pensaba que algo social no podía ser rentable o sustentable. Hoy el panorama es bastante diferente, la empresa social ha prendido como concepto, está en la agenda de un amplio rango de actores, hay fondos de inversión especiales y hasta los gobiernos y corporaciones discuten sobre la posibilidad de incorporar el modelo en sus programas”, dice Nicole Etchart, fundadora de la institución.
Aunque este tipo de empresas consideran una muy variada gama de productos, servicios y enfoques – algunas son pequeños emprendimientos de carácter social y otras son empresas B o B corporations, con una lógica más corporativa de funcionamiento – en términos globales su impacto económico presente no es menor: tan sólo en el Reino Unido, país que dicta la pauta para este tipo de organizaciones, como alguna vez lo hizo con el movimiento cooperativista de mediados del siglo XIX, bordean las 70 mil y generan 55 mil millones de libras esterlinas (unos 880 mil millones de dólares) al año, lo que representa el 10% del PIB.
“Las empresas sociales producen desde chocolates hasta ropa interior, pasando por servicios de salud, empleo, capacitación, bienes de lujo, compañías de transporte y casi todo lo imaginable. Donde hay un negocio, ahí hay una empresa social también”, dicePeter Holbrook, director de Social Enterprise UK, la asociación que agrupa a este tipo de emprendimientos.
El sector que Holbrook representa hoy vive un verdadero auge. Este año entró en vigor laSocial Value Act, una ley que establece que cualquier compra pública, lo que incluye al gobierno y las universidades, debe tomar en cuenta aspectos como la mano de obra empleada, impactos ambientales ylaborales, entre otros. “Si puedes llevar al gobierno a comprar con sentido social, puedes cambiar al mercado. Si cambias al mercado cambias el negocio, se vuelve más ético”, indica Holbrook.
Quizás la señal más visible de esto es que el propio Holbrook destaca la reciente creación de MBAs en empresas sociales que se imparten en Oxford, Cambridge, Manchester, Liverpool, Northampton y Plynouth.“Esto es muy relevante, porque significa que toda una generación se a va a educar en emprendimiento social, una generación que puede cambiar al mundo”, agrega.
Pero además el sistema bancario también está adaptándose a estas realidades. Algunas entidades británicas están interesadas en crear cuentas de ahorro e inversión en las que se pueda elegir en qué se invierten sus fondos. “En vez de que su dinero se use en negocios de armas, tabaco o pornografía, el inversor puede solicitar que sus fondos vayan en apoyo de proyectos sociales”, adelanta Holbrook.
En tanto que en España, donde se emprendimiento social se ha visto como una tabla de escape a la crisis económica de los últimos años, cada vez son más las empresas que apuestan por agregar valor a través de productos que son más sostenibles, basados en comercio justo y que prefieren lo local.
La Confederación Empresarial Española de la Economía Social (Cepes), aúna a las empresas, “que defienden y dan visibilidad a un modelo que basa su actividad en la primacía de las personas sobre el capital, bajo unas premisas de transparencia y democracia en las decisiones empresariales, y donde los trabajadores son piezas clave de las decisiones encaminadas a buscar el bien común y social “. Esto abarca a las cooperativas, las sociedades laborales, las mutualidades, las empresas de inserción, los centros especiales de empleo, las cofradías de pescadores, las asociaciones del sector de la discapacidad y las fundaciones.
Tal como afirma el presidente de Cepes, Juan Antonio Pedreño, “las compañías de la economía social constituyen el 12,5% del empleo y cuentan con una facturación en torno al 10% del PIB”.
La fórmula es más que rentable, tanto para el emprendedor como para la sociedad. De hecho, entidades financieras como BBVA, a través de Momentum, o la Caixa, con su Programa de Emprendimiento Social, han abierto las posibilidades de financiamiento a negocios solidarios que pretenden alcanzar una transformación o impacto social mediante una actividad empresarial y económica viable y segura.
Según un estudio de BBVA sobre el impacto de estos proyectos, se prevé que, durante el periodo 2014-2016, el número de emprendimientos sociales se incremente en torno al 145%. Además se estima que, en un periodo de cinco años, el número de empleos que se generan por esta vía se multiplique por cuatro.
Los desafíos en América del Sur
En América Latina las cifras no son tan claras debido a que falta legislación y fornalización de estas entidades. “Si bien hay mucho emprendimiento social, casi siempre es autofinanciamiento para las ONGs, pero es del orden del 10%”, complementa Nicole Etchart.
Coautora del libro No free Ride: social enterprise in emerging market countries, junto a Loïc Comolli, Nicole Etchart precisa que todavía hay mucho que avanzar en regiones como América del Sur. “No están todos los actores en el mismo nivel de conocimiento del tema. Existe un amplio debate, por ejemplo, sobre si certificar o no como empresa B podría impedir modelos innovadores que aún estén desarrollándose; no todas necesitan inversionistas externos, algunas pueden crecer con sus propias ganancias reinvirtiéndolas”, explica.
En el texto, Etchart identifica diversos desafíos: la creación de un marco regulatorio que simplifique y reduzca la naturaleza burocrática de los emprendimientos. Tampoco es productivo gastar demasiado tiempo en tratar de definir los emprendimientos sociales, en vez de ello se debe poner mayor énfasis en incentivar políticas que creen oportunidades para hacer crecer a las empresas sociales para que documenten, aprendan y repliquen sus mejores prácticas.
Un tercer elemento es fortalecer las estructuras de apoyo para el desarrollo de estas empresas, que permita economías de escala y las eficiencias que derivan del trabajo con intermediarios. Es ahí donde el rol de los filántropos o donantes se hace crítico, pensando en un apoyo que dure hasta que la iniciativa sea autosustentable.
La certificación a la que alude Etchart, en tanto, es el sistema B, una certificación como FSC o la ISO 14000, que realiza la compañía estadounidense B-Lab.
“En Chile hay 50 empresas ceriticadas bajo este sello” dice Juan Pablo Larenas, deSistema B, organización que tiene la representación de B-Lab en Chile, aunque no realiza directamente la certificación.
“Básicamente lo que esta certificación busca es que funcionen bajo estandares de transparencia, gobernanza, modelo de negocios, buenas prácticas ambientales y laborales, relaciones con proveedores y comunicadores. Y sobre todo, que el principal objetivo de la empresa sea dar solución a un problema ambiental y social”, precisa Larenas, quien añade que el tema ha prendido bastante a nivel de gobierno, con quienes ha habido cierto diálogo sobre la posibilidad de aceptar regulatoriamente esta certificación.
La alternativa chilena
Desde hace tres años la Universidad de Santiago de Chile, a traves del Centro Internacional de Economía Social y Cooperativa, dependiente de la Facultad de Administración y Economía imparte un diplomado en emprendimiento social. Su objetivo general es desarrollar capacidades en gestores, líderes y profesionales, en las conceptualizaciones técnicas y herramientas de gestión de empresas orientadas a las organizaciones no lucrativas y emprendimientos sociales.
La iniciativa no sólo instruye sobre la Economía Social en la realidad nacional e internacional, además abarca innovación, marco normativo, gestión y planificación estratégica, “pero en esta ocasión con la perspectiva propia de la economía social, además se les enseña Balance Scorecard y también el Modelo Canvas, dando una gran importancia a las ‘habilidades blandas’ en las que tratamos la comunicación efectiva, el liderazgo y el trabajo en equipo”, explica Roberto Orellana, coordinador del programa.
Aunque en un comienzo el programa contaba con muy pocos alumnos, “poco a poco se ha registrado un aumento significativo tanto de consultas como de inscritos, en su mayoría jóvenes profesionales que un tanto cansados con una forma de trabajar en donde se olvida a la persona humana como centro de la actividad desean tomar nuevos rumbos con una perspectiva humana y coherente, con un desarrollo sistémico, tanto económico como humano”.
No todo es color de rosa
Aún faltan los mecanismos para que ciertos emprendimientos funcionen, como lo detalla Roberto Ibarra, creador de la App para donaciones mediante smartphones.
“A diferencia de países desarrollados, en América Latina los operadores telefónicos no están diseñados para recaudar donaciones, están diseñados para vender ring tones, juegos y demás contenido digital. En este contexto, la comisión que cobra el operador por permitir cobrarle a sus clientes es muy alta para un donativo, del 60% al 80% de comisión. Parecería que el donativo es más bien para el operador”, se lamenta.
Pero si ese problema le parece mínimo, otro caso alarmante fue la falta de financiamiento para el emprendimiento del chileno Alfredo Zolezzi, quién ideó el Plasma Water Sanitation System, un mecanismo que sanitiza agua a un costo increíblemente barato.
Tras años de no poder desarrollar su proyecto, ahora tanto el gobierno chileno, mediante Corfo, como inversores internacionales, entre los que se cuenta el emprendedor y académico Vivek Wadhwa, están apostando para que su invento impacte positivamente en la vida de millones de personas que globalmente no tienen acceso a agua potable o saneamiento.
“Más que hacer caridad o filantropía creo que el emprendimiento social es más relevante. Se puede hacer el bien y obtener una ganancia con eso, es perfectamente compatible. El modelo de Zolezzi para el agua es un ejemplo perfecto: con la venta de sus unidades depuradoras a personas de mayores recursos, podrá entregarlas al costo a personas más necesitadas, y así mientras más vende, más puede producir. Si sólo las regalara, dependería de las donaciones, pero de esta manera serán accesibles para cualquiera, tal como es hoy tener un teléfono celular. Es suma, será democrático”, puntualiza Wadwha.
Fuente: América Economía