En un artículo reciente del New York Times, el autor trata un tema importante en el proyecto patrimonial y hereditario de muchos emprendedores y sus familias. Resulta que se crean fortunas, tanto de negocios operando como de inversiones y otros objetos de valor. En ese universo quedan también muchas pequeñas cosas que, aun sin un valor real en pesos, sí tienen un alto significado emocional porque representan recuerdos, fechas memorables, pláticas íntimas entre miembros de la familia. Como bien decimos en el país “la gente se pelea por cosas y no por casas”. Me consta que en múltiples ocasiones, al hacer repartos post mortem, los parientes unidos y con una buena comunicación se van separando y entran en juego envidias, chismes y recuerdos un tanto distorsionados por el tiempo y las vivencias de cada uno. Recuerdo que unos hermanos que llevaban una estrecha relación tuvieron una gran pelea por una joya cuyo valor no rebasaba unos cientos de pesos, pero representaba el cariño del padre con su esposa. Al regalarla a una tercera persona no directamente relacionada, fue tal el enojo que hasta la fecha esas familias no se hablan entre sí. Cuando se reparten grandes fortunas, se puede incurrir en grandes errores y más si no hay un testamento con instrucciones muy precisas. Sin embargo, es común que haya profesionistas y albaceas que manejen este proceso eficientemente. Lo difícil y muy riesgoso es minimizar la situación de los objetos personales y regalarlos a cualquier persona (incluso a organizaciones de caridad) y enfrentar muchos herederos(as) sentidos o peleas inútiles. Un consejo que usamos frecuentemente es el de que el padre (madre) o familiar querido haga una repartición abierta (si es posible) de esas pequeñas cosas, estando todos enterados del destino de cada objeto. Obviamente, no tienen por qué dar explicaciones de a quién escogen ya que son sus pertenencias, pero hay ocasiones donde el sentido común nos dice que es mejor una serie de cartas a entregar al posible albacea (o pariente escogido) y así dar por cerrada la posible contingencia. Nadie puede quedar completamente satisfecho por diversas razones, pero al menos hay claridad. En otro caso, la parte afectiva hacia el familiar fallecido era tal que, un par de años después de su muerte, los hermanos no terminaban de vaciar la casa y me pidieron que actuara como facilitador y así evitar problemas. No los hubo, pero los seres humanos somos así. En resumen, lo más conveniente es el hacer un plan integral del futuro del patrimonio personal, cuidando la permanencia de la empresa en las mejores manos, pero poniendo atención a los múltiples detalles que se presentaran en la vida del patriarca, en sus logros y deseos tanto materiales como empresariales y, claro está, en la trascendencia de su obra espiritual a través de las generaciones. Siento que detrás de los enormes capitales que se han generado a partir del siglo XX hay escondido un “demonio”, que es el de la ambición desmedida por parte de algunos miembros de esos grupos o sus descendientes directos y otros, para usufructuar lo obtenido sin dejar nada a la comunidad. Entonces, tanto los legados patrimoniales como las cosas pequeñas forman parte de una vida y hay que saber valorarlas y repartirlas a los descendientes que las aprecien, sin menospreciar lo emocional. Salo Grabinsky