2014-11-09

shane g.g.

Traducción:  Julio “el chibolo” Durán con aportes de P.J. Lucas

…Y luego viene un culo de otras huevadas

Hay tantas huevadas con las que podría seguir jodiéndolos que esto podría convertirse en una malacostumbre de ir contando historias sin parar y sin saber cuándo callarme.  Sigo con ganas de empezar este último grupo de historias sobre la escena subterránea punk del Perú remarcando algo así como las diferencias esenciales entre las décadas de los 80, 90 y 2000, estableciendo una especie de división cronológica rigurosa entre un momento histórico y el siguiente, dibujar una línea clara en la arena temporal. ¡Los 80 fueron punk y hardcore y políticos! ¡Con los 90 llegó el grunge y esto llevó a un punk despolitizado! ¡A partir del 2000 hasta el presente surgen bandas indies y de fusión con mercados nicho para cada consumidor imaginable!

¿Pero saben qué?  No es tan simple.  No en Perú.  Probablemente no lo sea en ninguna parte. La temporalidad es un asunto problemático.  Y, de todos modos, las décadas y años y fechas son marcadores arbitrarios para señalar una diferencia histórica.

El noise y el grind y el crust core en Lima, por lo general, se asocian principalmente con los 90.  Era una mancha de chiquillos (Leo Bacteria, Richard Nossar, Oscar Reátegui, José Morón) la que ayudó a formar estas mini-escenas.  Pero lo hicieron solamente después de entrar en el “rock subterráneo” a fines de los 80 cuando ya había degenerado en facciones porosas de hardcore, punk, metal-crossover, y, por supuesto, de cholos, misios y pitucos.  El resultado fueron varios proyectos noise: Atrofia Cerebral, MDA, Insumisión y Dios Hastío.  Este último está aún activo y dejando sorda a la gente en mugrientos locales del centro de Lima.  También hubo otras bandas más nuevas que surgieron con una combinación de influencias hardcore, punk y rock garage.  Aeropajitas, Pateando tu Kara, Héroe Inocente y Manganzoides se impusieron como algunas de las favoritas en Lima en distintos puntos de los años 90. Todos ellos aún participan en tocadas de vez en cuando.

¿Eso significa que todas las bandas de los 80 están muertas?  Pues casi.  Algunas resistieron por un tiempo o hicieron retornos inesperados.  G3 agregó un segundo guitarrista e hizo un giro evidente al grunge en los 90 básicamente hasta que se separaron en 2000, y luego Gabriel y Gonzalo empezaron Inyectores.  Leusemia reapareció en 1995 con un nuevo álbum y ha seguido tocando desde entonces con distintos miembros.  Los únicos miembros originales que han durado son Raúl Montañez y Daniel F., siendo este último uno de los pocos subtes de la generación más antigua que ha podido ganarse la vida tocando rock’n’roll sin tener que tener un trabajo formal (y uno de los resultados es que se ha hecho unos cuantos enemigos).  Voz Propia debe ser una de las bandas activas con mayor continuidad que surgieron de la escena del rock subterráneo a mediados de los 80–acaban de lanzar su décimo larga duración, “The Game is Over” en 2011.

Movernos un poco más hacia el presente simplemente significa enfrentar la imposible tarea de resumir lo inresumible.  Camilo “Siete Bandas” Riveros, bajista de Plug Plug (y de otras seis bandas en cualquier momento determinado), me dijo hace poco que estima que en Lima existen unos cincuenta sellos independientes con aproximadamente diez o más bandas cada una.  Saquen su cuenta. Quién sabe cuántas otras bandas son solo grupos de amigos que hacen música sin ambiciones de grabar o tocar en conciertos o buscar un sello. Muchos de los músicos más jóvenes y de los asistentes a conciertos pertenecen a una muestra representativa mucho más diversa de Lima con una perspectiva generacional completamente diferente, e influencias musicales que pueden ser tanto extranjeras como nacionales. La cantidad de géneros es extraordinaria, desde el ska-cumbia pasando por el stoner rock al punk psicodélico.  La aparición de grandes “festivales de rock” en zonas más marginales de Lima es también testimonio del firme crecimiento del interés popular en lo que es aún un género minoritario.  El rock opera dentro de un país y una región cuya sonorización está definida principalmente por zampoñistas que joden a los turistas gringos, fenómenos de la world music como Susana Baca y géneros latinos populares como la cumbia, la salsa y ese género que todo rockero latino ama odiar: el reggaeton.  Y luego está esa fuerza de la naturaleza llamada Hip Hop, que en cierta manera ha dominado globalmente al rock (y se ha fusionado solo rara vez con éste), desplazando parcialmente su capacidad de actuar como el medio expresivo preferido de la rebelión juvenil.  El Perú no es la excepción. Por eso, en lugar de tratar de hacer un resumen que nos aterrice en el presente, tal vez solo responda a la pregunta que todos parecen hacerme de alguna manera.  “¿Cuáles son las bandas contemporáneas que te gustan?” ¡Morbo! ¡Los Mortero! ¡Barrio Calavera! ¡Veronik y los Gatos Eléctricos! ¡La Ira de Dios!  ¡Reino Ermitaño!  ¡Don Juan Matus! ¡Cocaína!

El grado al que las bandas influenciadas por el rock contemporáneo se reconocen como herederos del “rock subterráneo” varía considerablemente. Se podría asegurar cada vez más que el rock subterráneo se considera, de forma retrospectiva, como el fenómeno rockero más interesante que surgió durante los años 80 (a pesar, por ejemplo, de una escena metal bastante activa, que estaba desarrollándose en el mismo momento, y a pesar de algunas bandas de rock mainstream de gringo wannabes que eran, la verdad, bien aburridas).  Creo que esto tiene que ver precisamente con la manera ambivalente en que lo “subterráneo” está posicionado en relación a lo “subversivo” – y luego las diferentes maneras en que la música y el arte inspiradas en el punk se fragmentaron en las diversas contradicciones de clase, raciales, geopolíticas y masculino-centradas del Perú.  El rock subterráneo de Lima hizo más que simplemente generar un espacio estético creativo de música, arte e ideas.  Para mí, fue el espacio más crítico desde el cual un grupo de peruanos urbanos jóvenes (con sus facciones internas y todo) empezó a reflexionar, creativamente, acerca de la naturaleza de la guerra que los rodeaba y acerca de los dos principales agentes de violencia política involucrados en ella (el Estado y Sendero Luminoso).  En ese momento de crisis social– e incluso si nunca realmente llegaron a tener respuestas definitivas–comenzaron a hacer preguntas críticas acerca de lo que significa ser peruano en el contexto de un mundo más amplio. ¿Cuáles son las causas, contradicciones y consecuencias del Perú? ¿Cuáles son las promesas utópicas del Perú y cuáles son sus grotescas realidades cotidianas?¿Vivir y morir en el Perú tiene que ser siempre así? ¿Podría ser diferente?

¿Significa eso que para poder surgir en el momento post-conflicto el rock independiente del Perú ha tenido que pasar por un proceso de despolitización? Depende de cómo entendamos qué es la política. Los punks más radicalizados de esa época opinan que en los 90 lo que se inició como “rock subterráneo” perdió toda posibilidad de desarrollar una verdadera vanguardia política. Kaos, una banda hardcore de punks relativamente adinerados con vínculos cercanos al grupo politizado de artistas del Taller NN, se desintegró en 1989.  Algunos de los miembros terminaron viviendo en el extranjero por temor a la persecución política (lo cual no era un secreto para nadie).  También es cierto que Eutanasia –la banda con la reputación anarco-punk revolucionaria más evidente a fines de los 80s –tuvo su última tocada en 1990 en un centro de reuniones del Partido Revolucionario de los Trabajadores en el centro de Lima.  Poco después, los cuatro miembros dejaron Perú para irse a Europa y Japón. Algunos de sus antiguos compañeros y colaboradores poetas callejeros (por ejemplo, Richi Lakra, que financió la grabación de su demo “Sentimiento de Agitación”) aún no los han perdonado por “desaparecerse” en el supuesto confort del Primer Mundo.  Sin embargo, tendríamos que preguntarnos qué tan cómodos están realmente en medio de una economía europea en deterioro. Después de Eutanasia, un pequeño grupo de intelectuales anarco-punk trató de continuar las cosas en El Hueco por un par de años más – con lo que quedaba de la semi-pandilla descontrolada de perdedores punks que había surgido a finales de los 80s llamada “Bandera Negra”.  Ese grupo tenía intenciones explícitamente anti-intelectuales.  Se veían a sí mismos, parafraseando a Chovi, uno de sus no-líderes, como hombres de acción y no como pose académica y política de mierda: lo cual se evidenciaba, aparentemente, en su fama de aparecerse en conciertos, emborracharse, robar cosas y sacarle la mierda a los punks más adinerados (o a veces entre ellos mismos, si no había punks adinerados cerca). ¿Quién sabe cuántos punks sufrieron el impacto de la atmósfera de persecución política de los 90 y decidieron quemar o enterrar sus fanzines, casetes, ilustraciones y volantes de conciertos por miedo de terminar en la cárcel?  ¿Quién sabe cuántos nunca estuvieron realmente en ningún peligro serio?

Por tanto, nunca hubo algo que pudiéramos llamar claramente un colectivo anarco-punk “organizado” en la escena punk subterránea de Lima.  Pero si juntamos el discurso de Eutanasia con las experiencias vividas de El Hueco (donde la mayoría de las veces tocaban y otras veces dormían) nos aproximamos a algo parecido.  El Hueco era a veces un espacio de debate político radical– con la visita ocasional de los reclutadores de Sendero Luminoso incluida.  Incluso luego de que se cerró El Hueco (¿alrededor de 1994?) hubo otros actores dispuestos a llevar la antorcha del activismo anarco-punk. A mediados de los 90 bandas como Generación Perdida y Autonomía comenzaron a vincular su música y fanzines no solo a la historia del pensamiento anarquista sino a otras formas de práctica política basadas en corrientes históricas que no tenían nada que ver con el ascenso y la caída del maoísmo militante de Sendero Luminoso.  Se interesaron más en el veganismo, los derechos animales y el ambientalismo. Finalmente, en 1998, se fundó un lugar llamado El Averno en el centro de Lima.  Este centro contracultural – cerrado recientemente, pero en teoría por reabrirse en otro punto de la ciudad –es uno de los espacios que ha funcionado de manera continua por más tiempo y en el cual se puede expresar arte, música e ideas libertarias.  El Averno recibe a cualquiera que pase por ahí –bueno, en realidad, depende un poco de quién te abra la puerta cuando tocas. Recomiendo ir cuando El Chato Víctor esté ahí.

Pero no nos engañemos acerca de qué tan auténticamente punks o políticamente radicales fueron los 80 en Perú.  Siempre hubo bandas, artistas e individuos que no se conferían un discurso punk abiertamente politizado; muchos que no querían saber nada del marxismo militante o el anarquismo radical; varios del tipo lúdico, hedonístico y libertario; algunos convencidos de que el punk significa hacer lo que quieras y nada más; y otros que pensaban que todo era un asunto de auto-expresión artística. Sin embargo, todos aquellos de esa época crecieron durante el periodo de mayor violencia política en la historia del Perú desde la independencia de España.  Decir “no soy político” o “hago lo que quiero” o “solo quiero expresarme” es una opción política con implicaciones políticas.

Asúmanlo. Pregúntense qué significa esto.  Pregúntense con qué está conectado y a dónde los conduce.

Así que, déjenme señalar el asunto político de una manera ligeramente distinta, cambiando los lentes a través de los cuales tomamos esta foto de la realidad peruana. Con el ascenso del Führer Fujimori y la captura en 1992 del líder de Sendero Luminoso,Abimael Guzmán, la política peruana se convirtió en una cacería de brujas, encarcelamientos masivos, escuadrones de la muerte y la desaparición de los sueños puritanos de Sendero Luminoso de crear un estado maoísta.  Hasta que el candidato presidencial Alejandro Toledo logró tomar las calles en 2000 para protestar contra la fraudulenta “reelección” de Fujimori para un tercer periodo, prácticamente cualquier forma de descontento expresado públicamente se volvió sinónimo de “terrorismo” ante los ojos del estado.  De hecho, Sendero Luminoso ya había llevado a cabo purgas violentas de izquierdistas moderados a través de su discurso de revisionistas “hijos de perra”y su principio de que solo la polarización de la violencia podía revolucionar la sociedad peruana. El gobierno de Toledo también dio lugar a la época de la Verdad y la Reconciliación, lo cual necesariamente implicaba que la guerra finalmente había terminado. Lo que quedaba entonces era ver a quién señalar como responsable. El abrumador consenso a nivel oficial, a menudo compartido por intelectuales progresistas, aunque con un poco más de análisis crítico, fue que las fuerzas del estado pueden haber cometido muchos agravios (particularmente bajo la época de Fujimori), pero que básicamente toda la sangre simbólica estaba en manos de los terroristas fanáticos asociados con Sendero Luminoso.  En verdad, la gran mayoría de sangre real era de los cuerpos de personas pobres y provincianas que hablaban quechua y de los que vivían en la miseria racializada y urbanizada de Lima.

Estoy exagerando un poco, pero no mucho.  Después de todo, ¿no era el objetivo encerrar al gran cuco malo y sus malvados duendes maoístas para luego permitir que el estado se reconstituyera mágicamente?  Es decir, construir un nuevo teatro político en donde el mismo viejo drama continúe–esa conocida historia acerca de la autoridad incuestionable del estado y acerca de la inevitabilidad histórica de los pilares gemelos del neoliberalismo – el libre mercado y la democracia electoral.  Esa historia acerca de la hermosa fantasía de un lugar llamado Perú. Bueno, carajo, dicen algunos, por lo menos ya no hay más perros muertos colgados de los postes de Lima (la firma de Sendero Luminoso en advertencia a los revisionistas comunistas) o indios muertos retorciéndose en fosas comunes en Ayacucho. ¡Ahora hay Starbucks e imitaciones de guitarras Fender baratas hechas en China! Y una brecha salarial implacable; y crimen todos los días; y corrupción incestuosa; y un racismo persistente, y algunas de las peores cagadas machistas homofóbicas que América Latina tiene para regalarle al mundo.

Así que, ¿no es un punto distinto? No es que la política haya desaparecido.  Solo se ha reconfigurado.  Ese descontento, esa expresión militante del resentimiento histórico de toda la vida –esa bestia que salió por un momento a la luz del día y consumió los cuerpos de decenas de miles –finalmente fue enterrado.  Quedó tan aplastado que podemos pensar en él en términos ligeramente freudianos: el monstruo que yace bajo la tierra en medio del inconsciente primario del Perú. Mientras tanto, los peruanos de verdad pueden ir fingiendo que están sanando sus muy reales traumas políticos: sin explicarse nunca por qué algunas cosas siempre se olvidan y otras se recuerdan tan frecuentemente.  El Perú puede entrar al futuro pretendiendo ser una democracia electoral de ciudadanos iguales otra vez; una república pacífica; un lugar seguro para la inversión extranjera; una de las economías prósperas de América del Sur.  Puede descansar, incómodamente, en su falsa promesa perpetua de una prosperidad final para todos. Pitucos. Mestizos. Cholos. Indios sucios y estúpidos. Hasta subtes.

Y luego hubo algunos conciertos de reunión y un poco de nostalgia para la mediana edad (y los intelectuales insoportables).

Muchísimos conciertos reunión, y viejos casetes punks ahora lanzados como vinilos de culto, y extrañas dinámicas inter-generacionales entre viejos dinosaurios punks y jóvenes promesas casi adolescentes. Demasiado que contar.  Narcosis revive periódicamente su leyenda “somos una banda bacán que solo duró ocho meses”.  Tocan los mismos temas crudos e increíbles del demo de 1985, “Primera Dosis”: generalmente con un guitarrista sustituto pero dejando que Fernando “Cachorro” Vial dé saltos en el escenario con una guitarra apagada o un micrófono muteado.  Su carrera como alcohólico profesional, y vaya uno a saber qué demonios disfuncionales lo llevaron a eso, lo ha transformado en algo parecido al idiota del pueblo.  Pero todas las personas aman y buscan al idiota del pueblo precisamente porque reconocen en él tanto una negación y la posibilidad real de su propia imbecilidad.

G3 ha regresado un par de veces desde 2008 con una furia sónica total, una presencia escénica impresionante, fans incondicionales y una precisión hardcore absoluta. De lejos, la reunión más bacán que pude ver fue la de Guerrilla Urbana/Ataque Frontal en agosto de 2010.  Fue bacán porque solo duró unos 25 minutos –¡con menos de veinte canciones de aproximadamente un minuto por pieza el show no iba a durar mucho! Y porque todos estaban locos por ver a Silvio “Espatula” Ferroggiario volver a un escenario de Lima luego de tantos años de vivir en Miami. En retrospectiva, se volvió un recuerdo emocional para los presentes porque fue además el último show del guitarrista José Eduardo Matute (también colaborador de Maximum Rock-n-Roll, ¡ver #27 de 1985!) quien murió inesperadamente poco después. Incluso Las Bestias, ese colectivo de artistas medio hippies, medio punkies que una vez operó en tándem con las primeras bandas subterráneas, recientemente hizo una retrospectiva artística con concierto incluido. Ah, y Leo Escoria del trío original Leusemia ha vuelto de Italia aparentemente para quedarse –y para hacerle la vida insoportable a Daniel F. Bueno, la lista sigue y sigue.

Existe también una verdadera industria artesanal de textos punk peruanos que han aparecido en los últimos años–y no crean que me estoy refiriendo a mí mismo como el gringo punk medio peruanizado.  No todos toman la misma forma.  Daniel F. tiene un par de testimonios en primera persona.  Respetos para Julio Durán y Martín Roldán por convertir el punk peruano en material literario.  Ambos ambientan sus novelas – y las completan con títulos provocativos como Incendiar la Ciudad y Generación Cochebomba–en el contexto del punk de los años 80 en el Perú y en el contexto político. Si prefieren un registro más visual, y uno más centrado en los años 90 hasta el presente, tenemos Un Lugar de Raúl “Avión” García: una oscura mirada fotográfica a los conciertos de rock en medio de las deprimentes noches de Lima.  Finalmente, tenemos el recién editado libro de Carlos “Bucco” Torres Rotondo, Se Acabó el Show, enfocado en las bandas que surgieron en 1984 y 1985; escrito en un estilo de historia oral y explícitamente inspirado en Please Kill Me de Legs McNeil y Gillian McCain: Rotondo cuenta la historia del rock subterráneo dejando a los viejos punks contar sus propias historias.

Y la gente sigue diciéndome que tengo que apurarme de una puta vez con el asunto del libro…

Todo lo que es sólido… comienza lentamente y luego se convierte en algo diferente pero parecido.

¡Lloviznita poco original! ¡Perdedores, seguidores y recién llegados que reciclan las sobras! ¡Imitadores, vendidos, viejos punks procreando hijitos punk, y poseros ad vomitum! No habrá más pussy riots bacanes en el futuro cercano.  Avancen que aquí ya no hay nada que ver.  Aguanta, aquí viene otra revolución, una ruptura, un nuevo movimiento, una nueva banda, una nueva idea, un nuevo skateboard.  Seguramente, esta vez es algo bueno.  En serio, ¿por qué los punks declaran muertas unas cosas solo para que otros punks puedan declararlas no muertas?  La lógica resultante en esto es aquello de los poseros y vendidos, que siempre resulta útil como pantalla para que los “verdaderos” punks proyecten sus frustraciones por no poder alcanzar el eterno horizonte de autenticidad orgásmica.

No me gusta esa forma de pensar.  Para ponerlo en términos ledzepellianos: la canción no sigue siendo la misma.  Pero tampoco es totalmente diferente.  Es que en el esquema global de las cosas, a pesar de que en retrospectiva aparecen como momentos de quiebre, la canción cambia sutilmente mientras la escuchas. Lo hace poco a poco mientras regenera subjetividades dialógicas.  Lo hace en relación a todas las canciones que existieron antes, a las contemporáneas y las que se inventarán después– incluidas las que nunca fueron escuchadas. Estas tres temporalidades – el antes, el durante, el después –no son entidades separadas. Simplemente son puntos de referencia que cambian de posición.

En otras palabras, a la mierda Benjamin y su Ángel de la Historia que mira hacia el pasado.  Caminamos en el presente mirando hacia adelante.  Quizás lo hacemos preocupándonos por el monstruo del pasado que pueda acercarse sigilosamente por detrás listo para comernos. Pero seguimos caminando, a veces tropezando, otras veces tambaleándonos, siempre avanzando.  O como dijeron los de Eutanasia “tratas de buscar algo.”

Algunos de mis mejores amigos son historiadores.  Pero no comparto sus periodizaciones lineales y su obsesión por detalles precisos.  Incluso me convencen menos sus edades y etapas, rupturas e hitos, marcados por grandes rebeliones y revoluciones transformadoras.  La mayoría de veces, no soy fan de los títulos de sus libros, que suelen ser algo así como “Historia de Esta Cosa: Año XXXX al Año YYYY.”¿Cómo saben exactamente cuando algo comenzó y cuando terminó?  ¿O qué exactamente separa a un fenómeno del siguiente? Las cosas solo se vuelven Historia cuando alguien (con la autoridad histórica necesaria) las confiere el título. Y eso parece implicar que dicha cosa está concluida. Muerta. Los historiadores son un poco como los punks en ese aspecto.  Declaran la muerte de las cosas. Pero por lo menos los punks mantienen los oídos abiertos, y sus tristes esperanzas vivas, esperando cierto tipo de resurrección, de un renacimiento, un revivir pagano. ¡Incluso quizás algo tan bacán como un apocalipsis zombie total!

Si escribo esto como conclusión de estos relatos cortos acerca del punk subterráneo en Perú, lo hago por un par de razones. Desde el punto de vista de la realidad peruana, lo escribo como una reacción a las incontables veces que he escuchado a punks peruanos (y ahora a punkologistas peruanos) debatir si el “rock subterráneo” está muerto o no.  O si murió, cuándo fue que eso sucedió.  Y si de alguna manera ya ha resucitado o no –o si podría hacerlo algún día.

También estoy cansado de tratar de explicarme dónde se supone que debo empezar y parar; qué cosas se supone que debo marcar como trascendentes y qué cosas no merecen mi tiempo; quién debe ser incluido y quién excluido.  ¡Estoy cansado de tratar de complacer a todos, carajo! Como la mayoría de misfits que conozco, yo tampoco soy muy bueno para complacer al prójimo.  Al contrario, simplemente sigo tratando de adaptarme a tallas de ropa estandarizada que no están bien hechas para mí.

Sea como sea, vamos a ver qué pasa después.

Ah, una última cosa.  Esta idea de escribir en un fanzine y ser todo punk y bacán y tanta huevada no fue realmente idea mía.  Fue más idea de Sandro.  Yo solo soy un gringo con un trabajo formal bien pagado, que se apareció aproximadamente en el momento correcto, con todas las ganas de hacer por lo menos un poco de justicia para algunos punks peruanos que conozco.

¡Salud, pues, choches! ¡Ke sigan tocando, y dibujando, y fotografiando, y jodiendo un poco! ¡De la puta madre!

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