2016-01-27

Todo día tiene sus efemérides. Algunas de las del 27 de enero son  las siguientes:

En 1336 Pedro IV es proclamado rey de Aragón.

En 1801 Santa Cruz de Tenerife es declarada capital de la Provincia de Canarias.

En 1880 Edison patenta la lámpara incandescente.

En 1945 se libera el campo de concentración de Auschwitz.

En 2005 se designa el 27 de enero como Día Internacional de Conmemoración de las víctimas de Holocausto.

En 2010 Steve Jobs presenta el iPad.

Estos aniversarios son más o menos importantes de acuerdo a los sentimientos personales de cada uno o a la sensibilidad especial de cada comunidad de seres humanos. Pero a nosotros, el que más nos afecta es el del 27 de enero de 1993, que es cuando aparecieron los cuerpos sin vida de Miriam, Toñi y Desirée.

Y digo veinticuatro años porque esto no es una simple resta. Es que durante todo este año 2016, los familiares de las niñas van a seguir privados de su compañía. Y la comedia Anglés-Ricart sigue consolidándose en las mentes de muchos.

Pocos días antes del hallazgo, Fernando García había dicho "... Cada mañana, cuando me levanto me juro a mi mismo ... que la encontraré, sea como sea y esté donde esté..." "... Siempre estoy pensando y empleo cualquier idea que me dan. Las analizo y si las veo viable las pongo en práctica. Empleo cualquier recurso. Lo importante es encontrarlas, no estar quieto hasta saber dónde están..." "... He hablado con Rafael Vera, director general de la Seguridad de Estado. Me ha dicho que esto es un problema de Estado. Textualmente me ha dicho que no se puede permitir que desaparezcan tres niñas y no seamos capaces de encontrarlas. Ha anunciado que va a mandar otro equipo de la policía para que haga una investigación paralela a la que hace la Guardia Civil. Y también a un capitán de la Guardia Civil para que coordine las informaciones de Interpol que puedan producirse de las niñas en el extranjero..." "... Estoy seguro que las encontraré, lo sé. Estoy seguro que encontraré a mi hija, es mi ilusión y parte de mi vida. Sé que me va a costar, pero la encontraré. Lo que me da fuerza es ella y saber que no estoy sólo. Mi gratitud está con todos..."

El día 26 de enero, Fernando García y María Luisa, la hermana de Toñi, se entrevistaron con el fiscal jefe, Enrique Beltrán, que les resumió el estado de la investigación (ya le debió costar improvisar sobre el tema durante un buen rato para no decir nada) y les comunicó que los Reyes estaban muy afectados por la desaparición de las niñas.

Fernando y María Luisa partieron después hacia Londres, donde tenían previsto visitar los canales televisivos de la BBC, Sky, ITN y Super Channel, para después entrevistarse con periodistas de la MBC, que transmitían a los países árabes. Tenían muchos planes, porque después vendrían Alemania y el Magreb. Y estaba pendiente la impresión de cinco millones de carteles con las fotos de las tres niñas y otros doscientos mil con el anuncio de 10 millones de recompensa, que había ofrecido el empresario José María Ruiz Mateos.

Todos los sueños quedaron rotos con una sola llamada de teléfono desde el hotel Mount Royal, de Londres. Después de la angustia de setenta y cinco días, pero con la esperanza siempre presente, se había llegado a un callejón sin salida y a la peor de las conclusiones posibles. Habían aparecido sin vida y él se encontraba tan lejos...

Ahora Fernando tenía otros objetivos: cambiar la legislación y averiguar quién había matado a las niñas.

Eventualmente se consiguió frenarlo y no pudo cumplir su misión.

Pero nosotros todavía podemos contribuir. Mientras quede alguien que recuerde lo que pasó, cómo pasó y de qué manera se cerró el caso, hay esperanza de que se haga justicia.

Supongo que no está de más recordar a los encargados de la seguridad del Estado que estas cosas siguen pasando y que suponemos que seguirán siendo un problema de Estado. Su obligación es encontrar a las desaparecidas, castigar a los culpables e impedir que se produzcan nuevos casos. Somos ciudadanos, no súbditos. Aparte del deber de respetar las leyes, votar cada cuatro años y pagar impuestos, también tenemos nuestros derechos. Y el primero de ellos es la vida y la seguridad. Ocúpense de garantizarlas, como es su obligación.

Renovemos cada año el juramento de conseguir que se haga justicia, pensando cada vez que será la última vez que tengamos que hacerlo porque al año siguiente lo habremos conseguido.

La llama que se encendió el 27 de enero de 1993 ha de pasar de mano en mano hasta llegar a la meta. No sabemos cuántos relevos serán necesarios, pero tarde o temprano venceremos.

MIRIAM

«Nació un mes antes de lo previsto, y sólo pesó dos kilos y setecientos gramos al nacer. Eso fue el 28 de julio de 1978, y la inscribimos y bautizamos en Alcásser. Quise darle el pecho, pero los médicos no me dejaron porque la niña necesitaba ganar peso rápidamente para evitar ponerla en la incubadora...

»El sarampión que pasó de pequeña le duró pocos días, pero le dio muy fuerte, y también tuvo las enfermedades típicas de la infancia... No era una niña traviesa. Le gustó jugar con muñecas hasta muy mayor, pero no tenía ninguna muñeca ni juguete preferido, porque ella a todo le cogía afecto. La dejabas jugando en un sitio y allí se quedaba... Ahora, cuando abro los cajones de su habitación, aparecen las cosas más variadas: papeles, peluches... Todo tenía un significado para ella y no quería tirar nada.»

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«Con su hermano Fernando se llevaba un año, y para que no se sintiera desplazada, yo no quise que fuera a la guardería hasta los tres años, cuando pudieron ir los dos juntos. Aun así, tuvo los típicos celos infantiles de su hermano, y alguna vez, cuando era muy pequeña, me dijo que hubiera querido ser ella sola, pero todo eso ya lo había superado al final, y cuando se le pasaron los celos, a su hermano Martín lo trató con mucho cariño y él también se acuerda mucho de ella. Recuerda, sobre todo, un día en que se habían quedado solos en casa, y Fernando, el hermano mayor, le estaba pegando al pequeño. Entonces Miriam, que se estaba duchando, salió del baño, cogió a Martín y se lo metió dentro... En el colegio ingresó a los cuatro años, y nunca sintió predilección por ninguna asignatura en concreto. Estudiaba porque tenía que hacerlo, pero no porque le gustara... Ésa es la verdad.»

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«Tampoco era muy deportista. Le gustaba el ballet porque lo hizo desde los cinco años, y en la casa solía poner música en el tocadiscos, pero no estridente ni muy alta... No le gustaba mucho leer, ni la televisión; pero sí escribir, prefería meterse en su habitación a oír música y escribir. Escribía mucho, pero también era voluntariosa para ayudar en la casa, y, aunque más bien tímida, también sabía ser muy cariñosa y muy comunicativa. Conmigo se pasaba muchos ratos hablando y me lo contaba todo. Tenía una gran sensibilidad... No sólo he perdido a una hija, sino también a una amiga.»

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«En una ocasión llegó a casa y me dijo: "No me digas que no, por favor." Y me enseñó tres pollitos que traía envueltos en una camiseta. Los criamos, pero tuvimos que regalarlos cuando se hicieron grandes porque vivimos en un piso. Por eso no la dejábamos tener animales...»

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«La primera comunión la hizo en Alcásser con su hermano. Fuimos a Valencia a comprarle el vestido. Ella quería uno con encajes y puntillas de mucha fantasía, pero yo le dije que sería mejor otro más sobrio, aunque costara más dinero, y ella lo entendió... No es que fuera una niña religiosa, quizá porque no veía mucha religiosidad en casa, pero en el colegio sí daba religión... Un día llegué a casa y me encontré con que habían llamado a la puerta los Testigos de Jehová. Ella les abrió y ellos le ofrecieron un libro para que se lo quedara y les pagara la voluntad. Miriam me consultó qué debía hacer y yo le dije que decidiera por sí misma, y al final se quedó con el libro y estuvo leyéndolo los últimos días de su vida...»

«Miriam se preocupaba mucho por todo. Sufría por lo que les pasaba a otros. Por eso decía que quería ser enfermera, para poder ser útil y ayudar a los demás.

»Cuando empezó a estudiar en el Instituto de Formación Profesional, se sentía un poco aislada y sola porque no conocía a nadie en su clase.

»Entonces, para ayudar a los alumnos a conocerse entre ellos, los profesores del Instituto organizaron una acampada y fui a buscarla de vuelta a la estación de Valencia. Eso sería una semana antes de desaparecer. Yo estaba de espaldas a donde venían ellos, y ella se acercó por detrás y me dijo: "Mamá, que estoy aquí." Y me abrazó y me besó. Estaba muy contenta, se veía que lo había pasado muy bien con sus compañeros. "Mamá, ¿me quieres?", me preguntó. Yo le contesté: "Te quiero mucho, hija mía." Y entonces me dijo: "Pues cómprame una moto." Estaba loca por tener una moto, porque tenía que viajar todos los días al Instituto, y volver, en autobús. A mí me daba mucho miedo la moto, pero si se la hubiésemos comprado a lo mejor se hubiera evitado lo que le pasó...»

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«Un día, poco más de dos meses antes de desaparecer, cuando bajaba del ascensor, se apagó la luz y apareció un hombre vestido de negro, con guantes y un pasamontañas, que estaba oculto en el hueco de la escalera. Mi hija se llevó un buen susto, pero reaccionó bien. Le lanzó la bolsa de la basura a la cara, salió corriendo a la calle y nos llamó desde una cabina telefónica para que bajásemos.

»Yo creo que se trataba de un ladrón, porque era en fiestas y, aparte de nosotros, no quedaba nadie en el inmueble. Debió ser alguien que estaba esperando que saliéramos para entrar a robar... Pero lo curioso fue que unos días después, Miriam bajaba del ascensor cuando también se apagó la luz y un perro se le metió entre las piernas. Era el perro de una vecina, que se había escapado; pero Miriam tuvo suficiente serenidad de ánimo como para encender la luz y darse cuenta de que se trataba de ese perro...»

«A pesar de estos detalles, era miedosa. Dormía sola, pero su habitación estaba muy cerca de la nuestra. Lo hicimos por esa causa... Si algún día se tenía que quedar sola por lo que fuera, o bien se bajaba a casa de la vecina, o se encerraba en su habitación y se ponía música... Yo no soy miedosa y ella tenía miedo de todo. A mí sólo me dan miedo los bichos, pero cuando estoy en casa no tengo miedo de nada.»

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«Le gustaba mucho vestirse de fallera... y ponía una cara... cara-palo, que decía yo. Tengo un vídeo en el que le digo: "No pongas cara rara..." Se ponía muy seria y yo a veces me enfadaba: "¿Por qué te pones tan seria, con la ilusión que tienes de ser fallera...?" Quizá fuera un poquito de vergüenza, timidez o algo... Fue fallera cuatro o cinco años, de mayor, y también cuando era muy pequeñita. La falla de Miriam se hacía una semana después de San José, y es una falla de barrio, un poco especial, muy típica del pueblo.

»Cuando desapareció, yo pensé: cuando aparezca será fallera. Eso sí le hacía mucha ilusión, y por eso quise que la enterraran con el vestido de fallera...»

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«El último año que estuvo en el colegio hicieron un par de festivales destinados a recoger dinero para los actos de fin de curso, y se fueron al Pirineo catalán en viaje de estudios. En ese viaje no fue con Desi porque, aunque eran de la misma edad, Desi repetía curso. De Desi tiene una frase escrita en una de las libretas, que no sé si será de algún escritor. Pone: "Ni el tiempo ni el lugar romperán jamás nuestra amistad." Muy bonita ¿no le parece...? En cuanto a Toñi, la conoció en el año noventa pero le caía muy bien...»

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«Ahora estoy muy preocupada por Fernando, mi marido, que se pasa el día recogiendo firmas para que las leyes sean mejores contra los violadores y los asesinos... Yo todavía no me he hecho a la idea de que mi hija se ha muerto... No puedo quitármela de la cabeza. Me imagino que cuando se sufre mucho, uno llega a perder la sensación del dolor, porque si no, el dolor nos mataría...

»Eso es lo que me está pasando. Eso y tener la impresión de estar viviendo un sueño, de que todo es irreal y ella va aparecer en cualquier momento para decirme: "Mamá, ¿me quieres...?"»

TOÑI

«Le pusieron ese nombre por su abuela materna. Se llamaba Antonia Gómez Rodríguez, pero todo el mundo la conocía en Alcásser como Toñi, y sólo le gustaba que la llamaran así. Cuando su hermano quería hacerla rabiar, le decía: "Tú te llamas Antonia." Y ella se ponía histérica...

»Nació el 25 de mayo de 1977 en la Ciudad Sanitaria de La Fe, en Valencia, pero en seguida la bautizamos y la empadronamos aquí. Fue una niña robusta... De pequeña no pasó sarampiones, ni rubéolas ni tosferinas. Tenía mucha salud y nació preciosa, pesaba cuatro kilos y pico, con un color de cara muy bonito, un color de rosa guapa... Era la pequeña de la familia. Primero está su hermano Alfonso, luego María Luisa, después hay otro que se llama Fernando, y ella era la cuarta. Con Luisa se llevaba siete años y medio, y con Fernando cinco y medio... No fue una niña traviesa. A ella le gustaba jugar con cualquier juguete, con cualquier cosa. Podía pasar el día entero jugando ella sola. Yo le compraba muñecas y cositas así para jugar, y ella jugaba mucho. Le encantaban los peluches y no era golosa, pero tenía buen apetito. Se lo comía todo.»

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«A los tres años, en el descampado que hay frente a casa, se hizo un corte en el píe con un vidrio y la llevamos al ambulatorio de Picassent, y cuando vio que le iban a coser la herida se puso histérica, muy nerviosa, tanto que no podíamos con ella.

»No señor, no. No pasó por guarderías, y el colegio lo pisó por primera vez a los seis años, la edad obligatoria. A ella tampoco le gustaba estudiar. Sólo le faltaban dos asignaturas en septiembre para terminar la EGB, pero no se presentó. Al principio le gustaban más los libros, se metía dentro de su habitación y estudiaba mucho, pero las matemáticas no podía aprobarlas, imposible. Me decía: "Mamá, no sé lo que me pasa pero no puedo con las matemáticas...." No le gustaba leer, lo que sí le gustaba era hacer footing y poner música, jugaba mucho con los animales, y en cuanto veía a un gato pequeño abandonado en la calle, decía: "Mamá, cógelo." "Anda —le contestaba yo—, que si tuviera que coger a todos los animales que hay en la calle que a ti te gustan, tendría la casa llena." Ahora tengo en casa un gato que no tiene nombre, pero ella jugaba mucho con él y lo tenía siempre en brazos, hasta se sentaba aquí, en el comedor, mirando la tele con el gato encima...

»La apuntamos en el Instituto de Picassent, aunque yo nunca creí que fuese a aprobar nada. Allí estuvo un año, y luego me dijo: "Mamá, ¿tú sabes qué...? Que no me gusta estudiar, y cuando tenga dieciséis años me pongo a trabajar y ya está." Yo entonces la apunté a mecanografía, como a su hermana, y también estuvo un año; pero al final se cansó y dijo que no, que tampoco le gustaba...»

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«Era muy casera. Muchas veces me decía: "Mamá, no tengo ganas de salir." Pero luego venían las amigas, y aunque no tenía ganas, la convencían y se iba. Solían pasear por el parque un ratito y luego se venía a casa... Le encantaba estar en familia y que comiéramos todos juntos, y también le encantaba bailar.

»Lo sé porque muchas veces abría la puerta de su habitación y la veía bailando, pero era muy miedosa, y nerviosa, muy nerviosa. Muchas veces estaba sentada y se levantaba, no podía estar quieta, y nos contaba muchas cosas, a mí y a su hermana, cosas suyas de la discoteca y de lo bien que se lo pasaba bailando...

»Con quien mejor se llevaba era con su hermano Fernando. Era con quien más conectaba. Le animaba para que escribiera a las chicas a las direcciones esas que vienen en las revistas y los periódicos, y le aconsejaba la ropa que tenía que ponerse. Le decía:

—Ponte ese jersey, esos pantalones..." Mi hijo también la comprendía mucho. A veces recibía carta de una chica y quería que Toñi se la leyera: "Toñi, léemela tú..." Y luego: "¿Qué le pongo?" Y ella le decía lo que tenía que poner y todo eso...»

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«Hizo la primera comunión en Alcásser también un 25 de mayo, y estaba muy emocionada. Fuimos a hacerle la foto, y de la emoción que tenía en casa del fotógrafo se me puso blanca, blanca, y quería devolver... Y yo le decía: "Ay, Toñi, no me devuelvas que me echas a perder el traje..." Y el fotógrafo la tranquilizó: "Tranquila, no te pongas nerviosa..." Pero es que sentía mucho las emociones. Le pusimos el vestido de primera comunión encima de la cama, y a los niños de la calle les invitaba a entrar para que lo vieran. Estaba entusiasmada del todo, y nos fuimos a un restaurante a celebrar la fiesta...»

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«Sí, yo soy de Jaén, pero me he criado aquí. Toda la familia, menos una hermana que se marchó, están aquí... Mi marido, Fernando, tiene un hermano en Tarragona, en Altafulla, y allí estuvimos tres días con Toñi antes de que pasara eso, con una prima de su misma edad, hija de mi cuñado. Se iban por la tarde de discoteca, y mi marido las llevaba, y luego por la noche, hacia la una, íbamos a por ellas... El resto de los hermanos de mí marido están en Cádiz...»

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«Religiosa no era. Unas veces iba a misa y otras no... Le gustaba estar en Alcásser y, a veces, se iba a Picassent, que es lo más cerquita que hay, y nunca a Catarroja o Benetússer. Pero estaba dispuesta a trabajar en cualquier sitio que fuera, con tal de ganar dinero, porque así podría comprarse mucha ropa. Le encantaba comprarse ropa. Yo me la llevaba los martes al mercado volante que hay aquí, y me decía: "Mamá, mira que pendientes más bonitos, ¿me los compras, vale?" Y se los compraba. Ella lo que quería lo tenía. Como era la más pequeña, su padre estaba que se le caía la baba, la quería muchísimo porque era muy cariñosa para él, y cuando su padre tenía dinero le daba todo lo que le pedía. Mi marido jamás se metió con ella ni le ha pegado nunca, y ahora se acuerda mucho de que los hijos le llamaban antiguo cuando les advertía del peligro que amenaza a la juventud en la calle. Él le repetía que nunca se subiera al coche de un desconocido, y muchas veces la llevó a Picassent... Lo que más le atormenta ahora es pensar en lo que han debido sufrir las chiquillas, en lo que habrán hecho con ellas antes de matarlas. Ya no le gusta trabajar porque, mayormente, el trabajo lo quería para comprarle cosas a ella.»

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«Un día, para la comunión de mi mayor, me hizo una trastada muy gorda. Tenía tres añitos, y después de la comunión, como mi hermana vive en Silla, fuimos en el autobús a verla. Yo llevaba de la mano a la niña, claro, y cuando volvimos —que estaba mi madre aquí, con mi marido y mis hijos— Toñi se metió en su habitación, le entró sueño y se quedó dormida debajo de la cama... Pasamos un buen susto y nos fuimos a buscarla por todo el pueblo, hasta que mi madre dijo: "Mira debajo de la cama, que seguramente está dormida." Y allí estaba: acostada debajo de la cama y dormida.»

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«Íbamos a recogerla a la escuela, y después venía y se quedaba en casa jugando sola. No necesitaba salir a la calle a jugar, pero también le gustaba participar en las fiestas. Para el Cristo de agosto aquí hacen toros, y ella se iba de comida con sus amigas. Hacían una paella y se iban todas juntas a comérsela a la plaza del pueblo, que es donde se reúnen todas las pandillas, cada una con su paella.

»Tenía un genio muy fuerte, no crea usted. Cuando se la contradecía se ponía histérica, pero después se le pasaba pronto. A la medía hora venía y me decía: "Mamá, perdóname." Era una niña muy simpática; aunque, como le he dicho, no le gustaba estar siempre en la calle, le gustaba mucho la casa. Cuando a veces tardaba un poco, me llamaba: "Mamá, estoy en casa de una amiga, no te preocupes." Por eso yo sabía que no, que no se habían marchado por ahí las niñas cuando desaparecieron, porque yo conocía a mi hija y a ella le gustaba vivir en su casa. Jamás en la vida se hubiera ido de casa. Minutos antes de que se marchase ese viernes, estuve hablando con ella. Se lavó la cabeza, se la secó con el secador y me dijo: "¿Verdad que me ha quedado bonito el pelo?... Adiós, mamá, me voy." Y ya lo creo que se fue, pero para no volver.

»El día que puso el disco dedicado a sus amigas en la radio, vino y me dijo: "Mamá, ven y verás qué sorpresa tengo." Y entonces puso el programa con la dedicatoria que ella misma había grabado, y se echó a reír: "Mamá, ¿tú crees que soy yo ésa? Tengo una voz muy fina ahí..."

»Los ojos los tenía marrones, pero cuando les daba el sol se le ponían verdes, y bromeaba conmigo por eso: "Mamá, ven a ver como se me ponen los ojos verdes."»

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«Era gordita de piernas y me decía: "Mamá, estoy muy gorda, quiero adelgazarme." Entonces estuvo un tiempo a régimen y rebajó bastantes kilos y se puso más contenta; pero seguía gustándole comer Nocilla. "¿Quieres estar delgada y comer Nocilla?", le decía yo. Pero ella me contestaba que le daba igual, y había temporadas que volvía a comer de todo... O sea, que lo mismo le daba comer mucho que pasarse sin comer nada.»

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«En la nariz se dio un golpe y se la torció cuando tenía catorce años y estaba de fiesta en los toros. Se cayó y me la trajeron a casa los municipales, con la cara chorreando sangre. Fuimos al médico, que me dio un volante para ir a La Fe, y ella quería que la operaran; pero los médicos le dijeron que esperase, que la operarían cuando tuviese diecisiete o dieciocho años, pero ella quería que se lo hicieran en ese mismo momento. "No te podemos operar ahora —le dijeron los médicos— porque ese hueso de la nariz te volverá a crecer. Hasta que no tengas diecisiete o dieciocho años no se puede." Así es que la nariz le quedó un poco torcida de aquel golpe...»

«Mi hermano, Pedro Rodríguez, fue quien estuvo en el Anatómico-Forense identificando los objetos de Toñi. Le mostraron el reloj parado a las once y diez, que identificó sin dudarlo, un anillo de plata, del que no estaba seguro, y un lápiz de labios, aparte de algunas monedas. Cuando desaparecieron, en un rincón de la mente, una voz me decía que estaban muertas; pero me negaba a escucharla. Ahora hay que coger a los asesinos para que no puedan matar a otras criaturas como éstas, porque —¿sabe usted?— han matado a tres ángeles. Los han matado poquito a poquito...»

DESIREE

«No quiero enseñar el cuentito de la patinadora que escribió mi hija, porque ella nunca nos dejó leer lo que escribía mientras vivió, ni siquiera a su hermana Rosana, que a veces la provocaba diciéndole que había leído alguna cosa suya, y ella le respondía que no podía ser, que lo tenía bajo llave y la llave estaba escondida. Decía que eran sus cosas. Además, quiero recordarla como era en vida, y no como murió.

»Ahora leo y releo esas cosas que dejó escritas, y eso me conforta porque formaban parte de sus sueños, de sus ilusiones, y me siento un poco más cerca de ella... Era una niña muy abierta, muy comunicativa, muy infantil incluso para los catorce años que tenía. Nunca se le ocurría pensar que la maldad estaba cerca de ella, no la veía. Cuando le advertía que tuviera cuidado con el tema de las drogas, no fueran a engañarla, la niña me contestaba: "Mamá, no seas tan mal pensada. Yo no soy tonta y me daría cuenta si quisieran engañarme..." Ya ve usted si era inocente. Si ella no hubiera sido tan ingenua y hubiese tenido más malicia, seguramente habría desconfiado y no hubiera subido a ese coche...

»Se llamaba María Deseada Hernández Folch y nació el 7 de febrero de 1978 en una clínica de pago de Valencia. La bautizaron el 19 de marzo en la iglesia parroquial de Alcásser y aquí la empadronamos.

»De pequeña, a los cuatro o cinco años, tuvo el sarampión, que en valenciano se dice la pallóla. No le terminaba de brotar y estuvo muy mala, con mucha fiebre, y tuve que llevarla al pediatra de Catarroja. Estuvo muchos días con fiebre hasta que se recuperó. Luego también hubo que operarla de amígdalas, y últimamente descubrimos que tenía una cadera más alta que otra. Yo no me había dado cuenta. Resulta que de pequeñita era muy delgada, muy delgada, y andaba con los hombros un poco echados adelante, y la llevé a un médico de huesos de pago, para que le mirase la espalda, porque me dije, esta niña va a tener chepa. El médico la reconoció y me dijo: "No tiene nada en la espalda, lo que tiene es una cadera un poquitín desviada." Y entonces la puse en tratamiento y la iban controlando cada cuatro o cinco meses con radiografías, y me dijeron que lo mejor para ella era la natación, que le sentó maravillosamente. El defecto que tenía no le iba a más porque hacía mucha natación...

»De pequeña le gustaba mucho jugar con las muñecas. Hasta muy mayor jugó a muñecas con las niñas de por aquí. Le tenía mucho cariño a unos muñecos que le hizo mi madre cuando era muy chiquitita, de esos con el pelo rubio, la cara de goma y lo demás de trapo. Los guardaba en su habitación y yo —como estaban viejos— un día los tiré. Aquello le sentó fatal. Me dijo que no tenía derecho a tirarlos, que ella los quería mucho...

»Así era ella. Lo guardaba todo desde cuando era pequeña. Todavía conservaba el chupete, los muñecos y un rosario que mi madre tenía siempre en la cabecera de la cama cuando vivía con nosotras. Mi madre no es que fuera muy católica, pero se lo regalaron... Era un rosario de esos que de noche relumbran y parece que tienen lucecitas; y cuando mi madre murió, Desi lo colocó en la cabecera de su cama y yo mandé que se lo pusieran en la tumba. Y no es que nosotros, mi marido Vicente y yo, seamos muy católicos; pero como la niña tenía el recuerdo de su abuela en ese rosario, quise que lo mantuviera.»

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«La primera comunión la hizo en Alcásser a los nueve años. La niña estaba emocionada, y hay una anécdota de la que siempre me acuerdo... Aquí la gente se luce mucho en esa fecha, aunque sea como un paseíllo. Van los niños con la música en parejitas y las madres detrás. Yo me hice un traje de dos piezas y encima llevaba un blusón de tela de lino, muy suave, y había ido a la peluquería, y cuando Desi me vio así de compuesta, me dijo: "¿Sabes a quién te pareces, mamá? Te pareces a Mayra", la del programa ese de Un, dos, tres, que entonces echaban en televisión...

»Ella estaba muy mona, muy delgadita, llevaba un traje muy bonito de seda natural y lo pasó muy bien. Mi madre vivía aún y estuvimos todos los de casa comiendo juntos. Y también vino Miriam, porque hicieron la comunión el mismo año, pero no en el mismo turno... Como hay tantos niños y hay sólo una iglesia, los van seleccionando por apellidos, y Miriam la hizo otro día, de pareja con su hermano, y Desi hizo pareja con una chiquita vecina que se llama Verónica...»

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«Ella era muy abierta, muy cariñosa, siempre hablando, contándotelo todo. Tenía seguridad en sí misma y me lo contaba todo. Un día me dijo —y me acuerdo mucho— que cuando se muriera la incinerara. Y yo le dije: "Pero ¿cómo me dices eso? ¿Por qué piensas esas cosas siendo tan cría?" "Sí, porque es mejor", me contestó. Y me he acordado mucho de eso que me dijo.

»Era una chiquilla con mucha claridad de ideas, que hablaba sinceramente con la gente. Muy diferente a mi otra hija, que es más retraída y no tiene las cosas tan claras...

»De pequeñita la llevé a una guardería un par de años, y le gustaba mucho ir, le encantaba. Cuando la saqué a los cuatro años para que fuese a la escuela, me decía: "¿Por qué no puedo ir un año más a la guardería...?" Y en la misma guardería ya estaba Miriam, y juntas empezaron a ir a la clase de párvulos a los cuatro años.

»No era buena estudiante. Lo único que le gustaba de la escuela era el deporte, la única asignatura que sacaba bien. Cuando era pequeña aún sacaba buenas notas, pero luego ya no le gustó estudiar. Ese era el único problema que tenía, que no le gustaba nada estudiar... Hace dos años perdió curso y se quedó atrasada. Tuvo que empezar con un maestro que no conocía y con unos niños con los que no había estado nunca, aunque fuesen del pueblo. Entonces, ella se vio muy desplazada y ya no le gustó el ambiente de la escuela. Era un ambiente distinto al que estaba acostumbrada, y a medida que iba peor aún le gustaba menos. Y es que el maestro es un buen maestro, pero resulta que apoya mucho a la gente que va muy bien, pero a los que van mal los hunde, y eso no es... ¿No cree usted?... Yo pienso que hay que ayudar más a los que van mal. “Es que no estudia, es que no hace nada”, me decía el maestro. Pero portarse se portaba bien, porque no tenía mal comportamiento en la escuela, pero no estudiaba, seguramente, porque no la motivaban para estudiar... Estaba repitiendo octavo, y ella me decía que si no lo terminaba iría a unas clases que dan en el pueblo para los que no acaban el octavo, porque en el colegio cuando repiten más de un año no los pueden tener más...

»Y ella me decía: “Si no puedo acabar curso quiero ir a trabajar”. Porque para eso, para el trabajo, valía mucho. Tenía mucha imaginación y era muy hábil en las faenas de la casa, y en la cocina ni se quemaba ni se le caía nada...

»Hace tres años me llamó el profesor de natación, que era un monitor de Valencia, y me preguntó si quería llevarla a la capital, que la niña valía, respondía muy bien a lo que le enseñaba y podía hacer otras cosas. Pero eso suponía que yo, que ya estaba trabajando, tenía que llevarla todos los días a Valencia. Entonces le dije: “¿Cómo va a ir esta niña, con sólo once años, todos los días sola en el coche de línea a Valencia? ¡Es imposible..! Y por eso perdió la oportunidad, pero ella valía mucho para el deporte. Tenía fuerza y ese nervio que se necesita...

»En la escuela daba religión. Entre ética y religión, mejor es que cojas religión, le decía yo, porque siempre parece que te enseñan algo. Algunas veces iba a misa con una amiga que tiene una abuela muy católica, pero no todos los domingos...

»Le encantaba la música moderna. Antes de que la mataran siempre estaba cantando Tengo un tractor amarillo, y tanto la cantó que me la hizo aprender de memoria... También le gustaba mucho bailar. Venía de COOLOR y me decía: “Mamá, estoy deshecha de tanto que he bailado.” Y sin ninguna vergüenza empezaba a bailar delante de mí... En cambio mi otra hija es diferente. Nunca la he visto bailar. “¿Tú sabes bailar?-le digo-. Yo creo que no has bailado nunca...” Mi Desirée era muy diferente.

»De la televisión, lo que más le gustaba era el programa Sensación de vivir. Y tenía grabada una película de patinaje que de tantas veces como la había visto se la sabía de memoria. Es una película americana que transcurre en California. Ella es de una familia bien, y él es un chico que enseña a patinar, y ganan una medalla patinando y se enamoran... Una película muy bonita. Desi la veía y la repetía, la repetía, se sabía hasta los diálogos de memoria.»

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«No era una niña miedosa. Al contrario. Mi padre murió cuando yo tenía diez años y desde entonces siempre he ido mucho al cementerio. Cuando murió mi madre, hará siete años, Desi me decía: "Mamá, voy contigo." Y yo le contestaba: "Chica, no vengas, que voy sola." Y ella insistía: "No, no. Voy contigo." Y quería poner las flores y subirse a la escalera para limpiar la lápida a mi madre y a mi padre. Y no tenía miedo. Eso, mi otra hija no lo hubiera hecho, ni pensarlo... Eran muy diferentes... Desi tenía un espíritu muy fuerte y pienso en cómo se defendería cuando le pasó lo que le pasó, cuantas cosas haría para defenderse, porque era muy valiente, muy decidida.»

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«Tenemos gatos. Uno que está con ella en la foto, que se llama Lucky y lo quería mucho; y otro que tengo, más pequeño, desde el año pasado, cuando lo trajo a casa el novio de mi otra hija. Y como era más pequeñito lo queríamos más; y el otro, el grande, se iba por ahí, y cuando Desi llegaba nos decía: "¿Es que ahora queréis más al pequeño? ¿Ya no queréis al otro...?" Y es que el pequeño, como no salía de casa y estaba tan limpito, nos hacía mucha gracia, y el grande se había hecho callejero y me daba no se qué cogerle. "Eso no tenéis que hacerlo —decía ella—, tenéis que querer a los dos igual..."»

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«Ella con su hermana mayor, que tiene tres años más, se llevaba bien, se complementaban... Pero la mayor venía muchas veces y me decía: "Mira, Desirée estaba anoche en el polideportivo, en una fiesta de ésas donde se mojan todos y se llenan de espuma..." Y es que mi Desirée llevaba el traje de baño debajo del vestido y se tiraba a nadar. Pero mi hija mayor, como es más retraída y lo piensa y mira todo mucho, pues venía a decirme que Desirée no tenía vergüenza, que se había tirado a nadar, que si no sé qué y no sé cuántos. Y yo le respondía: "Pero bueno, iba con su bañador, ¿no...?" ¡Eran tan diferentes...!»

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«No era golosa ni le gustaba mucho la Coca-Cola... En verano yo compraba Fanta y Coca-Cola, por si venía alguien, y ahí se quedaban, en la nevera. A ella le gustaba el agua, agua... Cuando iba a algún sitio con las amigas, siempre pedía agua, y mi otra hija, igual... De pequeñita no era comedora, me costaba mucho darle de comer, aunque últimamente Desi había cambiado mucho, comía ya buenos platos de todo; pero su porte era delgado y tenía unas piernas muy bonitas, muy largas y muy rectas. Yo siempre le decía: "Qué piernas más bonitas tienes..." Porque Desi no era guapa —mi hija mayor tiene una carica más bonita—, pero tenía unas piernas... y un color de piel muy bonito, muy rosado.

»Me decía siempre: "Me gustaría tener los ojos azules." Y yo le decía: "Pero si los tienes verdes, que son más bonitos." También me decía que quería tener el pelo rubio, muy rubio, en vez de castaño claro... Se compraba champú de camomila para tener el pelo más claro, y el pelo se le ponía rubio en verano porque tomaba mucho el sol.»

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«Yo soy del signo Tauro, de carácter fuerte y valiente, dicen, y yo creo que es verdad, por soportar lo que estoy soportando. Ni siquiera sé cómo puedo, porque mi marido está muy mal, y yo voy a trabajar a la fábrica y pienso que no voy a poder; pero puedo. Es mejor trabajar, porque cuando estoy sola veo todos sus recuerdos, las fotos, y pienso que aún puedo sentirla subir por la escalera y llamar en cualquier momento a la puerta. Esa es la forma en que ella está conmigo, y no puedo rechazar ese sentimiento de que la tengo al lado y me acompaña, aunque es muy doloroso, muy doloroso...</di

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