Dos hombres en unos lugares para el rezo caraítas en Bajchisaray, en Crimea, el 2 de abril de 2014
Ya no son totalmente judíos ni verdaderamente turcófonos, pero son claramente prorrusos: los 800 caraítas de Crimea cuentan con Moscú para preservar su milenaria cultura.
Unas 7.000 tumbas de piedra calcárea gris en un bosque de robles testimonian una historia antigua, la mayoría lleva inscripciones en hebreo y las que no están cubiertas por el musgo y el liquen asoman bajo la capa de tierra que se les fue acumulando encima a lo largo de los siglos.
Este impresionante y desordenado cementerio es el tesoro de los caraítas de Crimea. “Es un lugar sagrado, de peregrinación”, explica Anna Polkanova, especialista de este misterioso pueblo. Antes de entrar en el camposanto, que según Polkanova tiene dos mil años, la mujer se cubre con una toquilla de lana gris. Y en el recorrido cuenta la historia de los caraítas, descendientes de los jázaros, un pueblo de origen turco que se había instalado en Crimea en el siglo VII.
Tres siglos más tarde, una parte de los jázaros se habría convertido al caraísmo, una rama del judaísmo que solo acepta la Ley escrita tal como consta en las Escrituras hebreas (conocidas en el mundo cristiano como Antiguo Testamento) y rechaza el Talmud y otras referencias de la tradición oral rabínica. “No nos definimos como judíos”, precisa Anna Polkanova, que pretende así distinguirse de otros 30.000 caraítas en otras partes del mundo, en nombre de las diferencias de origen y de cultura.
Loa caraítas de Crimea se disociaron voluntariamente del judaísmo en el siglo XIX para ponerse a salvo de las leyes antisemitas del imperio zarista ruso, lo cual les permitió en el siglo XX evitar las deportaciones nazis.
- Culto sabático -
Svetlana Sherguin, una abuela de 74 años, es una de las pocas asistentes al culto caraíta del sábado por la mañana. Y asegura, en su salón de paredes con lentejuelas rosas repleto de fotos de familia y adornos de loza, que cumple con el precepto de dos rezos diarios. En sus gruesas manos, esta pequeña mujer tiene un libro de tapas verdes: “Plegarias sabáticas de los caraítas de Crimea”.
En sus ratos libres, fabrica sombreros caraítas y cocina kibins, unos panecillos rellenos con carne, plato plato tradicional de los caraítas. Svetlana Sherguin lamenta que los fieles de Simferopol (la capital de Crimea), en su mayoría de edad avanzada, se vean obligados a celebrar el culto en una escuela, a falta de ‘kanasas’, como se denominan las ‘sinagogas’ de los caraítas de Crimea.
La ceremonia se lleva a cabo en un edificio de dos plantas, una para los hombres, otra para las mujeres, y todos ingresan después de lavarse las manos y el rostro y de haberse descalzado.
Solo subsisten dos ‘sinagogas’ en toda Crimea, en Evpatoria (costa oeste) y Chufut-Kalé (‘fortaleza judía’, en turco), una antigua fortaleza troglodítica erigida en el siglo X cerca del cementerio judío. Las otras fueron nacionalizadas en la era soviética.
- Lengua en vías de desaparición -
La kenasa de Simferopol, un gran edificio de fines del siglo XIX, fue en el siglo XX la sede de la televisión soviética, que dejó en su fachada la estrella roja de cinco puntas en lugar de la estrella de David. “¡Miren esto! Nunca ha sido renovada”, se indigna Vladimir Ormeli, un caraíta crimeo, señalando las fisuras en los muros.
Ormeli -un hombre de pequeña estatura, con bigotes y una calvicie que oculta bajo una boina de cuero- reclama al Estado ucraniano la restitución a la comunidad de la propiedad de los templos, del cementerio y de Chufut-Kalé. “No hemos recibido nada, solamente promesas”, agrega.
Una situación que los caraítas de Crimea -que totalizarían unos 2.000 si se cuentan las diásporas de Lituania y Polonia- esperan que cambie con la reciente anexión de Crimea por parte de Rusia. “La mayoría está muy esperanzada”, dado que se sienten “más cerca de la cultura rusa que de la ucraniana”, explica.
Sin embargo, por la política soviética el caraíta -una lengua turca emparentada con la de los tártaros (musulmanes de Crimea deportados por Stalin en los años 40)- se ha convertido en una lengua casi muerta. El propio Ornelli ya no la habla. “Mi abuela no hablaba ruso, pero permanecía en silencio y solo susurraba con las personas de su generación. Tenía miedo de que la confundieran con una tártara y la deportaran”, recuerda. Y actualmente los hablantes del caraíta crimeo no serían más que una decena.
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