2012-09-28

Bohuslav Martinů (Polička, Bohemia, 8 de diciembre de 1890 – Liestal, 28 de agosto de 1959) fue un compositor checo.
Biografía
Estudió brevemente en el Conservatorio de Praga y continuó sus estudios por su cuenta. Se fue de Checoslovaquia a París en 1923, donde se convirtió en pupilo de Albert Roussel. Cuando el ejército alemán tomó París en la Segunda Guerra Mundial huyó al sur de Francia y después, en 1941, a Estados Unidos, donde se asentó en Nueva York con su esposa francesa. En los años siguientes vivió en Suiza muriendo en ese país en la ciudad de Liestal el 28 de agosto de 1959. Fue un compositor prolífico, escribiendo más de 400 obras. Fue menos conocido que su compatriota, Leoš Janáček, pero muchos de sus trabajos son habitualmente interpretados, como su trabajo coral, La Epopeya de Gilgamesh; su ciclo de seis sinfonías; sus conciertos, incluyendo uno de violonchelo, violín, oboe y cinco de piano; y su música de cámara, que incluye siete cuartetos de cuerda y una sonata para flauta, entre otros muchos trabajos. El catálogo completo de las obras de Martinů ha sido realizado por el musicólogo Harry Halbreich que utiliza como sistema de numeración la letra H seguida del número de obra.

El pasado 28 de agosto se cumplió medio siglo de la desaparición de Bohuslav Martinu, considerado por muchos el último gran compositor checo y sucesor de Smetana, Dvorak y Janacek (si bien los puntos con la obra de éste son menos convergentes). Menos conocido, sin embargo, que estos, Martinu elaboró un impresionante catálogo de 400 composiciones, que todavía atesora muchas obras maestras desconocidas para el público.
Su formación fue curiosa, puesto que comenzó tocando el violín a los diez años, gracias a las lecciones de un aficionado. Aunque ingresó después en el Conservatorio de Praga, sería expulsado por falta de aplicación y tuvo que buscarse la vida en la Escuela de Órgano de Praga para poder subsistir. Por entonces consiguió que le diese clases Josef Suk, el yerno de Dvorak, aunque ciertamente su aprendizaje transcurrió en buena parte de forma autodidacta. A pesar de ello la impronta dvorakiana se deja sentir con fuerza en su producción en la década de los 10 a través de diversos poemas sinfónicos en los que también se revela un apasionado seguidor del impresionismo francés. Martinu compaginó la escritura de estas obras con el puesto de violinista en la Orquesta Filarmónica Checa, pero su deseo de compositor pudo más y en 1923 logró obtener una beca para estudiar durante tres meses en París con Albert Roussel. Este trimestre de estancia en la ciudad de la luz se acabaría prolongando nada menos que 17 años, hasta la invasión de Francia por parte de los nazis.
En la capital gala Martinu comenzó a dar rienda suelta a su fecunda imaginación creativa con un estilo que, por influencia de Roussel, evolucionó de su pasión por el impresionismo hasta aglutinar influencias del jazz, por entonces en boga, del neoclasicismo del Grupo de los Seis y también de los juegos tímbricos y las sonoridades de Bartok. Aunque puede decirse que Stravinski fue una de sus mayores referencias, algo que se podrá apreciar hasta sus últimas obras (y que se observa en algunas de sus sinfonías).
Adscrito al neoclasicismo, al igual que Prokofiev, Shostakovich o el propio Stravinski, Martinu cultivó todos los géneros. Curiosamente, se introdujo en el terreno sinfónico de forma tardía, a los 51 años, algo que no debe chocar demasiado si tenemos en cuenta que Brahms llegaría a finalizar su primera sinfonía todavía más tarde.
El ciclo sinfónico de Martinu está lleno de luces y sombras, acorde a la etapa de su vida en que fue compuesto. La invasión de Checoslovaquia por parte de los nazis en 1939 conllevó la prohibición de su música en el Protectorado de Bohemia y Moravia. Con el estallido de la guerra, tras la invasión de Polonia, Martinu quiso alistarse en el ejército francés pero fue rechazado por su edad. Su contribución a la causa fue entonces su Misa de campo, dedicada a la banda musical del Ejército Libre Checoslovaco. Ante el avance de los tanques alemanes sobre París, Martinu y su mujer buscaron refugio en Aix-en-Provence. Allí compondría una sinfonietta para piano y pequeña orquesta. En 1941, tras la ominosa derrota de Francia, el músico decidió viajar de Marsella a Lisboa, donde embarcó hacia Estados Unidos, destino común de cientos de artistas exiliados durante la guerra.
Al igual que muchos de ellos, Martinu no encontró en aquel Estados Unidos a punto de entrar en guerra ninguna tierra prometida. Su dominio del inglés era deficiente, el hecho de que su música hubiese sido prohibida en Europa había cortado de raíz los ingresos de sus derechos de autor y apenas era conocido en América. Todo esto, sumado a las terribles noticias que le llegaban de su patria, lo sumió en un estado de depresión. Por fortuna, acudiría en su ayuda el gran director Sergei Kussevitzki, muy sensibilizado con los artistas exiliados, y que acababa de realizar un encargo a Bela Bartok, que se encontraba también en EE.UU., al borde de la indigencia. En tales peculiares circunstancias se inauguraría un ciclo sinfónico en el que Martinu plasmaría las sensaciones de su periodo más oscuro.
Sinfonía Nº 1
El compositor checo apenas llevaba un año en Estados Unidos, cuando en 1942 recibió la propuesta de Kussevitzki, titular de la Sinfónica de Boston. Con motivo del fallecimiento de su esposa, Natalie, quería honrarla encargando una serie de obras a los músicos más relevantes del momento. A raiz de esta petición, Bartok escribiría su Concierto para orquesta y Stravinski su Oda. Martinu se retiró en mayo a Jamaica, en busca de tranquilidad (la entrada en guerra de Estados Unidos también le impedía concentrarse en su trabajo), y allí emprendió la composición de la obra, que le llevaría quince semanas.
Se ha subrayado cierto carácter romántico en esta partitura, aunque eso pueda responder más a la división tradicional de la obra en cuatro movimientos y a su extensión (es la más larga de las sinfonías que escribiría Martinu). Dominada por sonoridades acuáticas (especialmente por el empleo que realiza del arpa), sobre todo en su movimiento inicial, la sinfonía deriva hacia un colorido tonal teñido de dramatismo, sin duda debido al gran conflicto bélico que está sacudiendo a varios continentes en ese momento y que Martinu, a quien ha obligado al exilio, no puede, por mucho que lo intente, apartar de su mente. El artista aplica aquí y en el resto de las sinfonías, a partir de la Tercera el principio de tonalidad evolutiva (es decir que la obra empieza en una tonalidad y termina con otra, acorde a la propia evolución psicológica de la partitura). La partitura comienza con un ‘moderato’ en 6/8 que parte nada menos que del Dies Irae, para derivar en un coral popular checo que invoca la protección de San Wenceslao (coral que será utilizado nuevamente en la Sinfonía Nº 6). Tras este movimiento en el que el compositor apela a sus orígenes, el amplio ‘scherzo’ que constituye el segundo movimiento, parece introducir el caos de la mecanizada sociedad de consumo estadounidense que Martinu había encontrado a su llegada del nuevo mundo. Son dos los temas presentados en el scherzo, uno introducido con contundencia por el piano y otro, por el oboe. El trío constituye un momento de tregua, y en él no participa la cuerda.
En el tercer movimiento, de carácter fúnebre, la cuerda ejecuta una suerte de extenso himno puede ser una dolorosa elegía por la aniquilación absoluta del pueblo checoslovaco de Lidice en represalia por la muerte del sanguinario Reinhard Heydrich, Protector de Bohemia y Moravia, asesinado por patriotas checoslovacos. Sólo en el movimiento final, ‘allegro non troppo’, se atisba cierta esperanza, que de alguna manera prefigura lo que será el espíritu de la Sinfonía Nº 4. La magistral orquestación de esta sinfonía provocó que el director Ernest Ansermet exclamase: “Martinu puede llegar a ser el gran sinfonista de esta generación”.
Sinfonía Nº 2
Esta obra no sólo es opuesta en muchos sentidos a la sinfonía precedente, sino al resto del ciclo. Aquí se mantiene la unidad tonal (si bien comienza en re menor y finaliza en mayor) y es su obra de carácter más abiertamente checo. Esto no debe extrañar si se tiene en cuenta que fue encargada por la comunidad checa residente en Cleveland (formada sobre todo por refugiados como él) para celebrar el 25 aniversario de la independencia checoslovaca, el 28 de octubre de 1943. Martinu se puso manos a la obra y la compuso entre mayo y julio de ese año en Darien (Connecticut). Sería estrenada por la Orquesta de Cleveland, a las órdenes de Erich Leinsdorf, junto a Memorial a Lidice, precisamente en recuerdo del pueblo antes mencionado, literalmente borrado del mapa por los nazis.
La obra entera está dominada por un carácter pastoral, de una grata evanescencia, que recuerda al Dvorak de la Serenata para cuerdas y la Sinfonía Nº 8, y es la más checa del ciclo, además de la más breve. A pesar de que comienza con un sosegado allegro moderato aparentemente articulado en forma de sonata, Martinu prescinde tanto del tema B como de un desarrollo del A. Tampoco en el scherzo, tercer movimiento, encontramos el habitual trío central, pero sí una curiosa conclusión en la que las trompetas citan textualmente el Aux armes, citoyens! de La Marsellesa, lo que debe interpretarse como un grito de lucha no sólo de la Francia ocupada, sino de Europa entera. El ‘allegro’ final, un rondó de ritmos sincopados, parece aludir a la música americana, permitiendo el lucimiento de los metales.
Sinfonía Nº 3
A diferencia de las dos anteriores, la Tercera no fue fruto de un encargo. Un Martinu que atravesaba por un periodo de depresión quiso homenajear a la Sinfónica de Boston, que cumplía por entonces veinte años, y a su director Kussevitzki. Estructurada en tres movimientos, parece buscar parelismos con la Heroica de Beethoven, aunque partiendo de la imagen de los Aliados …

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