2014-04-06

Esta obra llevo tiempo publicándola en un lugar que ha llegado a ser mi segundo hogar, y fue gracias a los comentarios de sus lectores así como los consejos de ciertos compañeros escritores que pude mejorar cada vez más con mi escritura. Con el tiempo que quiero invertir poco a poco en este foro, he decidido ir publicando este fanfic mío aquí para que los usuarios de FA también puedan disfrutar de las aventuras que aguardan los personajes de PNM. Incluso cabe destacar que me habéis pillado en medio de una re-edición de los primeros capítulos, por lo que veréis una buena calidad en cuanto a los escritos comparado con sus inicios.

Dicho esto, aquí les dejo con el fanfiction:



DISCLAIMER: Pokémon y todos sus personajes pertenecen a Satoshi Tajiri, Game Freak y Nintendo, esto sólo es fanmade con la intención de entretener a otros seguidores de la franquicia. Los personajes originales encontrados en este fanfiction NO pueden ser utilizados sin consentimiento de Áurico/Judal.

NOTA: NO TOLERAMOS PERSONAS SIN GOTA DE CREATIVIDAD O POCA DIGNIDAD QUE DISFRUTAN RECIBIR MÉRITO POR EL TRABAJO DE OTROS, ASI QUE SI RIPEAS ESTE FANFICTION ATENTE A LAS CONSECUENCIAS.

Sinopsis:

En un mundo el cual no es tan bonito como lo pintan, dos jóvenes vivirán toda una odisea en busca de un objeto que podría esconder el secreto para salvar a toda una nación o someterla al peor de los infiernos. Guiados por un fuerte sentimiento que intentan ocultar el uno del otro, este dúo inusual se protegerá mútuamente del peligro en su viaje por las regiones del Mundo Pokémon.

Prólogo



I

La noche caía en Ciudad Azulona y el ennegrecido cielo, bastante nublado, vaticinaba tormenta. Apenas había luz en las amplias, vacías calles, donde solo militares rondaban en busca de alguien que hubiera irrumpido el toque de queda. Una ley marcial que gobernaba las callejuelas nocturnas desde hacía ya unos años en aquella parte del este de Asia, ahora conocida como La Región Abandonada.

Y, en aquél tétrico lugar, en un simple callejón sin salida de tantos que ocupaban la enorme y, a su vez, pequeña localidad de Azulona, estaba por comenzar una pelea.

Pero no sería una cualquiera.

Un hilo de sangre escurría entre los finos labios de un joven, y sus ojos, de un ámbar oscuro como la miel, brillaban llenos de ira. Tanto era así, que su mirada parecía la de un lobo bajo la luz de luna. Llevaba una ropa bastante desgastada, compuesta por una camiseta azul marino con alguna que otra rotura, al igual que sus claros pantalones tejanos, los cuales terminaban en unas negras deportivas. Justo detrás de él, una rubia muchacha permanecía temblando medio desnuda en el suelo; lágrimas podían verse caer cual perlas por sus mejillas, mientras temblaba fuertemente tapándose los pechos con la grisácea chaqueta que le había dado su desconocido benefactor. La celeste mirada que poseía era llena de pánico, delatando un estado de shock. No hacía ni un instante cuando, después de cerrar el Centro Pokémon donde trabajaba de enfermera y disponerse a ir a casa, fue arrinconada en un callejón penumbroso por dos soldados que patrullaban la zona. De no ser por la rápida intervención del extraño chico, ahora mismo estaría siendo forzada frenéticamente.

Una voz ronca rompió el afilado silencio.

—¡Cabrón!— Un hombre, en concreto el que le había propiciado un potente puñetazo en la cara al chaval, exclamaba con rabia debido a haber sido frustrado en su malévola diversión —¡Nunca debiste meterte de por medio, crío de mierda!

Era alto, moreno, de complexión fuerte. Debía no tener más de treinta años. Mostrando su corpulento torso al aire, podía observarse recientes arañazos en los costados y pectorales. Fueron, seguramente, provocados por la chica, que había mostrado gran resistencia frente a su agresión. Los pantalones, desabrochados, delataban su oficio de militar, y terminaban en unas negras y altas botas de cordones oscuros. En una de ellas había escondida una navaja, la cual retiró con una mano. Aquello puso en alerta al dúo de jóvenes. Las intenciones del uniformado ahora eran tan claras y peligrosas como en un inicio.

Pero esta vez estaba solo.

Su compañero permanecía en el suelo, ensangrentado y sin dar señales de vida. Por un momento, pareciera como si comenzara a mezclarse con la mugre del asfalto. Era costumbre que las autoridades, conocidas bien por todos como Vigilantes, patrullaran la zona en pareja. Aunque más hábito era el abusar de su gran autoridad, con la que hacían cosas tan rastreras y crueles como los criminales que afirmaban detener. Delincuentes que más adelante, dependiendo de las mismas autoridades, terminaban siendo nuevos reclutas para impartir la ley. Antaño habría sido fácil detener a esta clase de gente mediante un combate pokémon, debido al potencial que los animales de la naturaleza poseen. Un potencial del que los humanos jamás fueron bendecidos, quizá porque nunca hicieron nada por formar parte de la misma. Con todo esto, ahora no solo eran incapaces de alcanzar tal poder, sino que además ya no podían disponer de la magia de dichos seres. Y esto era debido a que desde hacía mucho tiempo nadie tenía el suficiente dinero como para poder permitirse una licencia. Un certificado creado por el actual gobierno que tenía control sobre la región, y uno bastante complejo de manejar para el pueblo debido a su alto rango de fascismo. Todo esto, sumado a la brutal crisis que asolaba Kanto, había privado al hombre de lo que antaño le fue un derecho.

De ahí que, lo que haría el extraño intruso, fuera desconcertante.

—¡¿Cómo se atreven a tratar así a una dama?!— la desgarradora y potente voz de aquél muchacho pareció reventar los tímpanos del soldado, era bastante impresionante que no aparecieran al momento patrullas de toda clase tras aquél grito. Pues, muy posiblemente, había resonado por toda la ciudad entera cual trueno cayendo en la fría arena —Imperdonable.— su garganta pareció calmarse, pero simplemente fue la tensión de su nerviosismo lo que hizo menguar su aullido. Sí, aquél joven era como un lobo, y su protesta fue como un aullido en el viento estancado justo antes de la tormenta.

—Imperdonable es que te metieras en mi camino.— dijo el Vigilante, luchando por no vacilar ante la imponente figura que demostraba su contrincante. No tenía ninguna intención de dejarse intimidar —Te mataré…

Pero fue decir esto y darse cuenta de que, por alguna razón, iba a perder. No fue una revelación clara, sino más bien un susurro en lo más profundo de su ser, de su corazón marchito por el vicio y el egoísmo. La mirada de aquél desconocido, pese a su aspecto juvenil, era imposible que fuese de un niño. Había algo raro.

—Inténtalo— sonó a una suave, casi sensual invitación—, desgraciado.

No se movió, en ningún momento el chaval se movió de donde estaba. Permanecía como un muro que protegía, o más bien escondía detrás suyo, a la pobre enfermera que todavía permanecía en un estado mental de consternación. Y, aunque no pudiera ser consciente por sí misma de ello, ella lo notaba y lo sabía. Únicamente podía observar tras la galaxia de su mirada perdida la silueta de su defensor. Una figura que tenía ese algo que le hacía distinto de cualquier otra persona.

Con todo esto, el Vigilante dio su primer paso.

Se dirigió rápidamente hacia el chico con el cuchillo en mano y, acto seguido, el joven esquivó la trayectoria del arma reculando su propio estómago. Antes de hacer esto había avanzado un par de pasos, quedando a cierta distancia de la muchacha. Por un instante, como producto de la inercia, la chica dio un aviso a su benefactor para advertirle de un corte inesperado —un grito de "a tu derecha" que pareció salirle del alma—. Obedeciendo, el muchacho hizo una voltereta hacia atrás, aprovechando la pirueta para propinarle una patada al hombre en un brazo, concretamente el derecho, y así tirar su arma a unos metros de distancia. Cuando el soldado se dispuso a recoger la navaja, fue detenido por una segunda patada.

Reincorporándose, el Vigilante quedó sorprendido.

El chaval había sacado de su bolsillo una pokebola, y dejándola caer al suelo salió de su interior un Minun. No habría sido muy extraño de ver sino fuera porque, dentro de la región, era imposible de avistar alguno.

El pequeño, amarillento y azulado conejo eléctrico soltó una fuerte descarga estática en el cuerpo de su amo. El muchacho, soltando un quejido de dolor, resistía el impacto recibido mientras terminaba de ajustarse unos guantes negros en las manos. Eran un tanto extraños, de un material parecido al cuero pero distinto en ciertos aspectos y con una especie de pequeño marcador en el dorso. El Vigilante, observando a su contrincante siendo electrocutado por su propio pokémon, quedó perplejo durante un instante por lo absurdo de la situación. Luego su mirada se cruzó con el cuchillo que tenía a unos metros y, aprovechando el momento, fue a toda prisa para recogerlo del suelo.

Pero para cuando se dio la vuelta tras lograr su objetivo, ya tenía al chico delante de sus narices. No hacía un segundo estaba retorciéndose a metros de distancia.

El cuerpo del joven podía observarse algo luminoso, como si la electricidad antes recibida todavía permaneciese alrededor de su cuerpo, y su cabello, medio largo, permanecía alborotado debido a la corriente estática. El militar, un tanto asustado por aquél cambio surrealista, se dispuso a clavarle el arma con todas sus fuerzas. El muchacho paró en seco la mano del militar, agarrándole de la muñeca y rompiéndosela con una fuerza abrumadora, haciendo que soltara el arma ipso facto. El guante negro, como hierro de ganado, quedó marcado en su piel.

—¿Q-Qué cojones… eres tú?

La otra mano del chico comenzó a brillar, liberando chispas procedentes de aquella prenda de tono azabache que formaba su guante. Cerrando el puño, asestó un golpe tan veloz que apenas pudo verse. Como si del movimiento Puño Trueno se tratase, un flash precedió el impacto e iluminó el callejón casi en su totalidad. Después de aquello, únicamente pudo verse al militar caer al suelo completamente fuera de juego. El joven, perdiendo poco a poco aquella forma luminosa que había mostrado en su cuerpo, quedó contemplándole durante unos instantes y, acto seguido, dirigió su mirada en torno a la muchacha.

La chica estaba completamente atónita.

Una vez llegó a ella intentó levantarla del suelo, pero tan pronto la rozó ésta retiró bruscamente su mano, como si de un acto reflejo se tratase. Todavía estaba en shock tras lo que había vivido con aquellos hombres, y el muchacho se dio cuenta enseguida. Cogiéndola con fuerza de la cintura, le dio un abrazo mientras le susurraba cálidamente al oído:

—Ahora estás a salvo, vámonos de aquí.

Sus palabras eran envueltas en un tono cálido y, a pesar de ser algo rechazadas al principio, terminaron apaciguándola.

Podrían haber ido a una comisaría para denunciar el delito, pero en aquellos tiempos lo único que habrían logrado es el calabozo debido a oponerse a la autoridad y más abusos por parte de la misma. Al final no había más que corrupción en aquél ámbito.

La rubia muchacha quería ir a casa, así que sin pensárselo dos veces el chico decidió escoltarla hasta su apartamento. Tras lo sucedido era impensable dejarla marchar sola, pues más Vigilantes andarían patrullando las calles de la ciudad. Mientras caminaban, sorprendentemente la joven habló.

—Gracias por… ayudarme…

Había dejado de llorar, a pesar de todavía estar asustada. Sus celestes ojos, hinchados de previo llanto, observaban al joven como si de un héroe se tratase; aunque tampoco era de extrañar, pues para ella él ahora era una especie de salvador. Igualmente aquello le dio cierta tristeza al muchacho, a pesar de saber bien que no podía culparla en lo absoluto por tener tal mirada sobre la suya. La comprendía, en cierto modo.

—Era lo menos que podía hacer— respondió el chico, notándose modestia por su parte —, no podía quedarme sin hacer nada…

La muchacha quedó dubitativa por unos instantes, y con un cierto titubeo volvió a dirigirle la palabra a su acompañante.

—Yo…— dijo ella, bastante apagada —…siento haberte causado problemas…

—¡No digas eso!— contestó él, como si el hecho de que pidiera perdón fuera una cosa impensable y aflictiva —Tú no tienes nada por lo que disculparte.

—Supongo… que tienes razón.— murmuró ella.

Caminaron hasta llegar a un portal de hierro negro, cuyo interior tras el cristal que poseía era observado por la joven como quien ve un pasadizo oscuro tras una película de terror. El amanecer se alzaba junto a un cielo nublado, y justo entonces comenzó a llover. Ella se giró hacia su acompañante, con una mirada que pedía claramente evitar una despedida y, dudando de lo que tenía pensado hacer, comenzó a mover sus labios temblorosamente.

—Po… ¿Podrías quedarte? No… no quiero estar sola…

—¿Estás segura? — dijo él —No es por meterte más miedo, pero no me conoces…

—He visto suficiente para saber que contigo estaré bien…— respondió ella —Tengo un sofá-cama donde estarás cómodo… además no pareces de por aquí…

Viendo aquella insistencia, dentro de lo que la muchacha lograba mostrar, el chico aceptó el hacerle compañía. Entraron al apartamento, donde lo primero que la muchacha hizo fue encerrarse en su habitación. Era comprensible. Lo que había sufrido unido al cansancio la privaron de fuerzas para continuar con ningún tipo de conversación, aunque antes de aquello no se le olvidó despedirse del muchacho, que terminó acomodándose en el sofá que se le había mencionado antes.

Tumbarse ahí no parecía molestarle, pues había descansado en lugares peores durante sus largos viajes; creía poder dormir tranquilo por una vez sabiendo que, tras mucho tiempo, pudo ayudar a alguien. Aquello no hizo más que reabrirle viejas heridas, ocultas en lo más profundo de su corazón.

—Si tan solo te hubiera salvado a ti también… si tan solo estuvieras aquí…

Fue murmurarlo y callar de golpe. Después de aquello no volvió a pronunciar una palabra en lo poco que quedaba de noche, donde al percatarse de que la chica dormía tras la cerrada puerta de su cuarto, terminó cerrando los ojos. Aún así pesadillas seguían atormentándole, unas donde extendía su mano a la mujer que caía de un alto precipicio, y que jamás lograba alcanzar. Lágrimas caían mientras permanecía dormido, gotas amargas que Minun secaba con sus pequeñas patas mientras le observaba con tristeza.

II

—Davis ¿En qué piensas?

Una joven de cabellos dorados y ojos de tono celeste observaba a su acompañante, que tenía su mirada color miel perdida entre la multitud. Cuando éste se dio cuenta de que su amiga le llamaba la atención, se pasó la mano por su pelo castaño, medio largo, y le dirigió la palabra titubeando un poco.

—Ah, lo siento Alicia… recordé algo y me despisté.

—Pues no te despistes tanto— espetó ella—, que ya van a comenzar y nos lo vamos a perder a este paso. ¡Venga, vamos!

Corrían por las calles de Ciudad Porcelana. El ambiente era expectante, lleno de gente por todas partes. En cada esquina podía observarse parejas besándose, gente vendiendo palitos fluorescentes y algún que otro grupo de personas bebiendo alcohol. La plaza principal era llena por una multitud que hacía cola desde el mismísimo puerto. Allí estaba a punto de comenzar el concierto de uno de los grupos más esperados en la región: Pockets N’ Monsters.

Y una vez comenzaron a tocar, el sonido retumbó por toda la ciudad.

La explosión de la batería golpeaba en los corazones de todos, junto al estridente grito indiscutible que salía por las cuerdas de la guitarra eléctrica; ésta era guiada por un bajo majestuoso que no siempre pasaba desapercibido entre la potente voz del cantante, el cual se agachaba al público en los estribillos más conocidos. Las chicas gritaban expectantes mientras los muchachos buscaban alguna copa en las paradas donde vendían bebidas. Y entre toda aquella muchedumbre un pequeño conejo de tonos amarillo pálido junto a un rojo suave iba trepando entre callejones y muros en busca de su dueña. Tras un largo recorrido, llegó hasta los brazos de su compañera humana guiándose de su fino olfato.

—¡Ah! Creía que te habías perdido… ¿Qué te he dicho de salir de la pokebola?

Alicia estaba radiante, vestida con unos shorts de color azulado y una especie de blusa que no hacía mucho había estrenado, de color grisáceo con la frase "What are you looking at?" como estampado, en un color azul marino. Riñendo a su Plusle, era observada por Davis. Podía notarse una cierta diferencia de altura entre los dos jóvenes, pero no era excesivamente notable. El muchacho se ajustó un botón de su camisa blanca y puso sus manos en los bolsillos del negro pantalón que llevaba puesto, del mismo color que sus zapatillas.

—Vamos, tampoco es para tanto— dijo él en tono amable—, al menos está bien y ha vuelto a nuestro lado. Por cierto ¿Qué es eso que lleva en la boca?

El conejo llevaba un llavero de color plateado, que más bien parecía un talismán, con extraños grabados en su interior.

—¡No puede ser!— exclamó Alicia sorprendida —¡¿Lo había perdido?!

El Plusle asintió con la cabeza, mientras su dueña recogía el objeto recuperado. Al parecer había ido a buscarlo cuando se percató de que había caído al suelo entre la multitud.

—¿Ves?— comentó Davis —Al final ha sido hasta para bien, pues llegamos a perder eso y nos matan. Por cierto— en aquél momento el chico se puso un poco nervioso —, ¿porqué no lo dejas en la pokebola y bailamos un rato? Se que te gusta hacer eso en los conciertos.

—¿Eh?— quedó un poco sorprendida de que se lo pidiera, pero al momento mostró una dulce sonrisa —Bueno, está bien.

Estuvieron toda la noche bailando, rodeados por miles de luces de colores que iluminaban el escenario donde el famoso grupo tenía su espectáculo así como sus alrededores. La música hacía ya unas horas que había quedado grabada en la mente de todo el público y gran parte del vecindario, el cual no parecía tener problemas respecto al ruido. Además, cualquier persona ajena al espectáculo podía sentirse tranquila vagando por las calles. Esto era debido a la alta seguridad que propiciaba la autoridad presente, la cual era famosa por su gran eficiencia.

Igualmente, nadie podía escapar del clima veraniego.

El calor podía notarse bastante presente en el ambiente, pues eran mediados de julio. Aunque no era más fuerte que la euforia de la localidad, así como del resto de la región. Pues el hecho de que el Equipo Plasma fuera derrocado había hecho que las gentes de Unova recobraran el ánimo. Y a pesar de que era cierto el hecho de que el maligno líder de dicha organización, Ghechis Armonía, no había sido capturado debido a su fuga con el Trío Sombrío—su escolta personal—, era muy dudable el regreso de la organización tras casi cuatro años de paz. Aun así, era una lástima que no pudiera decirse lo mismo de otras regiones; donde por ejemplo Kanto había caído bajo el imperio del Team Rocket, cuando se suponía que dicha mafia había terminado desmantelada hacía más de seis años.

Para que no ocurriera lo mismo en Unova se instauró una extrema pero eficaz seguridad en las calles, aunque desde hacía un año habían aflojado los métodos en cierta medida debido al largo período de paz del lugar.

Y allí estaban aquellos dos, Davis y Alicia, celebrando el no tan reciente triunfo de la prosperidad en Unova mientras disfrutaban de su último día en aquella pacífica región, donde al amanecer deberían volver a casa o, mejor dicho, a su tierra natal.

La música había terminado, y la juerga con ella. Había sido una noche intensa, y el concierto espectacular. Satisfechos del casi eterno baile, tanto Davis como Alicia entraban en el apartamento que compartían juntos, siendo ésta última la que llevaba las llaves del piso. Cuando la chica logró abrir la puerta casi cae al suelo debido a pisar mal con el tacón, y al ver aquello su acompañante rápidamente la sujetó de la cintura. Al hacer eso ella se giró de cara a él y, por un instante, sus miradas se cruzaron y se sonrojaron. La joven apartó la mirada hacia otro lado intentando mirar para otro lado, mientras que el chico hacía lo mismo algo más nervioso.

—Davis— dijo Alicia titubeando —, ya puedes soltarme…

—Ah… claro…— respondió él soltándola, muy tenso.

Cada uno fue a su respectiva habitación del piso de alquiler. Habían bebido un poco de más y estaban exhaustos de tanto bailar durante toda la noche, ya sin mencionar que pretendían evitar la situación surgida de aquél momento en la puerta de la entrada. No era la primera vez que sucedía algo así, pues anteriormente había ocurrido una situación parecida mientras bailaban en el concierto. Ahora, yaciendo acostados cada uno en su habitación, no podían evitar pensar en aquella tensión que cada vez era más presente entre ellos. Un sentimiento de inquietud los dominaba cuanto más cerca estaban el uno del otro. Aquello para Alicia empezaba a ser insoportable, y para Davis algo desconcertante. El chico, tras darle mil vueltas a la cabeza, salió de su cuarto y se dirigió al de ella; no obstante se detuvo a medio camino, en el centro del no tan largo pasillo que separaba las dos habitaciones—que permanecían una enfrente de la otra—. Justo cuando se dio la vuelta para regresar a su cuarto, escuchó un ruido detrás suyo y, al girarse, pudo contemplar a su compañera saliendo tras la puerta. La chica al verle se puso roja e intentó regresar a su cuarto, pero entonces Davis la abrazó quedando ella de espaldas a él.

—¡¿Qué haces?!— exclamó muy nerviosa.

—Lo… siento… no pude evitarlo.— respondió él —Solo quería abrazarte. ¿Acaso eso es malo?

—N… no, creo…— dijo ella, con voz temblorosa —Pero deberíamos ir a dormir, estamos algo ebrios…

—Sí— afirmó Davis, con un tono de voz apagado—, supongo que tienes razón…

Aún habiendo dicho esto, estuvieron un rato así hasta que al fin decidieron separarse. Luego cada uno se fue a su habitación, donde terminaron durmiéndose debido al agotamiento. Alicia se durmió más tarde que Davis, yendo a su cuarto momentos después para ver si seguía despierto. El chico se había quedado frito al momento. Ella sonrió al verle de aquél modo y se despidió de él dándole un beso en la frente. Acto seguido volvió a su cuarto a dormir, y mientras caía rendida no pudo contener su cara de felicidad la cual ni ella misma sabía porque la expresaba… o quizá, en el fondo, sí lo sabía.

Es posible que vean el prólogo un tanto largo y autoconclusivo, pues ya me lo dijeron una vez. Pero como autor no tengo más remdedio que dejarlo así, pues no podría escribirlo de otra forma. Con todo esto, espero que les haya gustado.

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