Tue, 3 Nov 2015 07:16:05 -0500

El concepto tradicional de turismo acumula connotaciones negativas en las últimas décadas, cuando el auge de las clases medias en los países emergentes añaden nuevos clientes a un modelo ya masificado.

El interés por un turismo ajeno a la hipercompetitividad entre ofertas y la masificación de los grandes circuitos se diversifica; entre la oferta, destaca un nuevo tipo de alojamiento en lugares remotos y en plena naturaleza, anunciado sin estridencias y visitado con discreción.

Son los alojamientos que aportan algo más que ocio o descanso enlatados.

Cuando ir de Sevilla a Granada era una aventura solitaria y exótica

Es fácil olvidar que el turismo de masas es un fenómeno relativamente moderno. Hace algo más de un siglo, viajar por buena parte de España o Italia era una actividad solitaria propia de intelectuales románticos.

La Andalucía de Washington Irving o la Italia de Stendhal eran lugares más remotos para el turismo de mediados del siglo XIX de lo que lo son hoy los lugares más apartados, pues ni siquiera la Antártida o el Everest son lugares tan ajenos a la cultura popular y misteriosos como lo era, por ejemplo, el interior de África cuando Joseph Conrad escribió El corazón de las tinieblas.

La Revolución Industrial acabó con la exclusividad de viajar y, coincidiendo con los nuevos medios de transporte y comunicaciones, se generalizaron los trasiegos temporales ajenos a las instituciones y organizaciones que hasta entonces los habían monopolizado.

Del “otium” clásico a las peregrinaciones medievales

La combinación de deporte y espiritualidad del ocio durante la Grecia Clásica inspiró la red de aguas termales y destinos de descanso de la Roma patricia, donde el “otium ruris”, u ocio rural dedicado a las labores del campo descritas por Virgilio en las Geórgicas, se combinaba con otras actividades de descanso constructivo (descrito por Cicerón como “otium cum dignitate”).

Las rutas comerciales de los imperios de ultramar y las peregrinaciones de la Edad Media dieron paso a los viajes de iniciación y aprendizaje con que los jóvenes europeos acomodados eran premiados al acabar los estudios.

El ferrocarril abarató y popularizó el llamado Grand Tour, o viaje iniciático por Europa del que disfrutaban muchos jóvenes al acabar su formación. Viajar de París a Constantinopla a bordo del Expreso de Oriente se convirtió en un signo de distinción y cosmopolitismo.

Antes del Grand Tour: primeros viajeros románticos

El viaje de los europeos -y de sus descendientes acomodados de las colonias- por Italia, Iberia, Austria-Hungría o el Imperio Otomano originó el turismo tal y como lo conocemos.

Benjamin Franklin y Thomas Jefferson (pese a que en el Viejo Continente, sobre todo en Francia, hicieron más que turismo, ya que la diplomacia seria nunca es ocio a secas), los mencionados Stendhal y Washington Irving, así como Samuel Johnson y su biógrafo James Boswell, Giuseppe Baretti, Mary y Percy Shelley, viajaron por rincones europeos que conservaban su idiosincrasia y permanecían a menudo ajenos a los avances técnicos, sociales y culturales de la Ilustración.

Las grandes novelas rusas del XIX muestran cómo el fenómeno del primer turismo ilustrado, dado a usar el francés como lingua franca, se extendió también entre las clases acomodadas del Imperio ruso.

De las exploraciones ilustradas al ocio cosmopolita

Durante el siglo XIX, los grandes aventureros compartieron a menudo intereses con gobiernos de potencias coloniales para explorar los lugares de la tierra todavía ajenos al transporte de viajeros y al turismo; ya en el siglo XX, con la colonización de los polos y el Everest, apenas un puñado de grupos humanos permanecen aislados de la sociedad global y son ajenos al trajín del turismo.

El turismo a las profundidades marinas (si se puede considerar “turismo” el descenso del cineasta James Cameron a la fosa de las Marianas es la última frontera plausible antes de que compañías como Virgin Galactic o SpaceX hagan realidad o desistan en el sueño de proporcionar viajes espaciales para las masas. Lo del “viaje al centro de la tierra” deberá permanecer en la literatura de Julio Verne.

Dos milenios después de que las comunicaciones y estabilidad del Imperio romano popularizaran el acceso a lugares de juego, balnearios, lugares de aguas termales y destinaciones costeras, los europeos ilustrados partieron en busca de los vestigios de épocas pretéritas.

Fin del síndrome de Stendhal: después de la mercantilización de las experiencias

El turismo actual tiene poco que ver con la actividad solitaria de los viajeros románticos, a menudo mejores conocedores del pasado de los lugares que visitaban que sus propios habitantes.

Ahora, visitar la Alhambra como lo hizo Irving es imposible, ni Stendhal se habría emocionado como lo hizo al entrar en la Basílica florentina de la Santa Croce (donde están enterrados Galileo Galilei, Nicolás Maquiavelo y Miguel Ángel) y observar los frescos de Giotto.

No habría síndrome de Stendhal, sino “enfado de Stendhal” al tener que compartir la experiencia con una legión de turistas con apenas conocimiento del significado del edificio.

“Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”, escribió Stendhal.

La apagada estela del viejo Orient Express

El turismo de salud y de montaña que impulsaron, entre otros fenómenos, la estancia en sanatorios de Centroeuropa como el descrito por Thomas Mann en La montaña mágica, impulsaron industrias como la del vino (financiada en Francia desde el Reino Unido) o las estancias de placer en la Costa Azul. El modelo se extendería hasta el resto de Europa.

Los réditos históricos y la tradición iniciada con los Grand Tour de finales del XVIII y el XIX hacen que la Europa venerada por los viajeros románticos mantenga su popularidad: Francia continúa siendo el primer destino turístico mundial, mientras España (3) e Italia (5) aparecen entre los puestos de cabeza.

Pero, a diferencia de la época de los Shelley, ahora llegan a Francia 83,6 millones de visitantes, a España más de 60 millones y a Italia cerca de 50 millones. Europa concentra el 51% de los movimientos turísticos mundiales.

Banalización del acto de viajar

La masificación de los destinos turísticos más populares otorga una oportunidad al turismo apartado de las grandes rutas y zonas de interés.

El conflicto entre las externalidades del turismo masivo (banalización, impacto ambiental, sobrecarga -y, en casos extremos, colapso temporal- de servicios básicos) y sus beneficios (sobre todo, económicos) aparece como prioridad de gobiernos regionales y estatales en período electoral, y las políticas dedicadas a promover y mantener y la idiosincrasia de cada destino se quedan a menudo en una declaración de buenas intenciones.

Coincidiendo con la crítica a un turismo que homogeneiza la oferta de servicios en los principales destinos, emergen los destinos minoritarios y de aventura, donde el visitante está en contacto con la naturaleza y conoce el contexto en profundidad.

Viajar, en la época de los aventureros románticos, se asemejaba más a las doctrinas de aprendizaje peripatético que en una manera de desplazarse de un lugar a otro para encontrar los mismos productos, servicios y -falsa- comodidad.

Hoteles que vuelven al modelo turístico de las experiencias

Una nueva generación de hoteles decide atraer a visitantes más interesados en la exclusividad de la experiencia que en la oferta de un paquete turístico determinado. Son alojamientos en plena naturaleza, cuyos alojamientos tienen cierta significación local:

uso de técnicas y materiales de construcción de la zona, o reinterpretación contemporánea de estos aspectos;

restauración y recuperación de edificios rurales o remotos;

participación activa del visitante en la actividad del alojamiento, su historia o la idiosincrasia del entorno.

Muchos de estos hoteles tratan de fundir el interior del alojamiento con su entorno, ya se trate de un paraje natural o de una zona de interés por su actividad agropecuaria.

Viajeros de la vida sencilla

Este turismo ajeno a los grandes circuitos trata de recuperar la esencia de los viajes románticos del XIX, a menudo cambiando los destinos urbanos por parajes naturales donde se promueve la vida sencilla que atrajo a los viajeros peripatéticos estadounidenses, desde Walt Whitman a Mark Twain:

contemplación de la naturaleza, que se convierte en actividad introspectiva (como el panteísmo promovido por el trascendentalista Ralph Waldo Emerson);

experiencia respetuosa con el lugar de visita (el viajero se acerca al lugar, y no el lugar al viajero);

disfrute de la localización con sencillez y sin intermediarios propios de la cultura facilitadora y de conveniencia preponderante.

En la misma época, el francés Alexis de Tocqueville profundizó en la fascinación europea por Norteamérica al observar la prosperidad material y la belleza natural de Estados Unidos, un lugar donde, observó, cualquier familia viviendo en una cabaña de madera contaba con una biblioteca que se usaba a diario.

Viajar -físicamente- en la era de Internet

Gracias a Internet y al abaratamiento del transporte global, millones de personas tienen acceso a actividades antes sujetas a la proximidad geográfica y un conocimiento atomizado y monopolizado por una minoría.

Basta conectarse para encontrar, por ejemplo, el itinerario seguido por el naturalista John Muir desde San Francisco a Yosemite.

El trayecto, realizado a menudo por senderos intransitables, le llevó a conocer los glaciares de Sierra Nevada e inspiró su campaña para proteger el valle de Yosemite; su trabajo es el germen de los primeros parques naturales con protección gubernamental.

Destinos -de momento- todavía minoritarios

La búsqueda de alojamientos en emplazamientos naturales ajenos al turismo de masas ha logrado lo impensable hace unos años: que emplazamientos como la isla de Sajalin, territorio ruso al norte de la isla japonesa más septentrional, Hokkaido, atraiga visitantes, como también lo hacen otros emplazamientos igualmente “remotos” (si se puede considerar tal algún confín terrestre en el siglo XXI):

visitas a la Antártida desde Ushuaia, Argentina;

llegada al país menos visitado del mundo, la isla micronesia de Nauru, en medio del Pacífico;

Ittoqqortoormiit, Groenlandia, localidad a la que cualquiera que se lo proponga puede averiguar cómo llegar: encontrando un vuelo hasta Reykjavik y, desde la capital de Islandia, comprar un billete para el viaje semanal en vuelo charter hasta el aeropuerto Nerlerit Inaat); desde allí se puede tomar un helicóptero hasta Ittoqqortoormiit;

o uno puede olvidarse de guardar cola  (y, de paso, dejar de escuchar el quejido turístico en busca de los alimentos y amenidades de conveniencia que se encuentran en cualquier lugar) visitando el parque nacional de Masoala, en Madagascar; eso sí, primero hay que volar hasta Antananarivo, capital del país, y tomar un buque de carga hasta el destino.

Turismo hasta en los lugares más recónditos

Sea como fuere, ni siquiera los lugares más remotos son ajenos al turismo. El Daily Mail, por ejemplo, recomienda a sus lectores lugares como:

la estancia en Skiary, una casa rural sin electricidad en uno de los lugares más inaccesibles de las ya de por sí inaccesibles Highlands escocesas;

la visita a Three Camel Lodge, una aldea de yurtas en pleno desierto del Gobi;

el descanso en un hotel exclusivo cuyos edificios se camuflan entre los cañones de tonos ocre de Canyon Point, un lugar remoto del Suroeste de Estados Unidos entre Utah, Colorado, Nuevo México y Arizona;

la contemplación de los inabarcables bosques boreales de Alaska desde alguna de las cabañas de madera del alojamiento Winterlake Lodge;

la contemplación de los paisajes de clima extremo de Terranova desde Fogo Island Inn sin que hayan cambiado desde que los vikingos establecieran cerca de allí el primer asentamiento europeo en Norteamérica alrededor del año 1000;

la pernoctación en Petit Saint Vincent, una isla privada del Caribe rodeada de playas de arena blanca que contiene un hotel con 22 alojamientos;

o el descanso en las remotas aguas termales Dunton Hot Springs, en las montañas de San Juan, Colorado (Estados Unidos).

Alojamientos donde contemplar la naturaleza sin masificaciones

Hay alojamientos que no se quedan con el aspecto espectacular y remoto de la localización y, a menudo más próximos a los círculos turísticos convencionales, mantienen su carácter selecto y poco concurrido.

En los últimos años han proliferado estas localizaciones y ahora pendulan entre lo popular y lo minoritario, a sabiendas de que, si de algo puede morir un alojamiento de este tipo, es del “éxito” que hace intransitables tantas calles y lugares de interés, desde el puesto de observación del Perito Moreno a las callejas de Machu Picchu, pasando por el mirador del Empire State o el centro histórico de las ciudades europeas más visitadas.

He aquí un listado de alojamientos apartados que combinan contemplación de la naturaleza y acceso a la cultura y actividad locales:

1. Endémico Resguardo Silvestre: hotel de cabañas modernas asomado al valle de Guadalupe obra de los arquitectos Gracia Estudio (Baja California, México)



2. Manshausen Island Resort: cabañas modernas en el Ártico con mirador sobre el mar en la pequeña isla noruega de Manshausen (22 hectáreas), por el arquitecto Snorre Stinessen (norte de Noruega)



3. Hotel Vivood: cabañas modernas prefabricadas colgadas sobre el valle alicantino de Guadalest por el arquitecto Daniel Mayo



4. Ecork Hotel: alojamiento rural en el Alentejo portugués dedicado al corcho -y con fachada recubierta de este material- en una zona de alcornocales por José Carlos Cruz (Évora, Portugal)

5. Treehotel: hotel de cabañas modernas en el círculo polar ártico sueco, la mayoría suspendidas en árboles -entre ellas, una cabaña en forma de cubo con fachada de espejo, una en forma ovni vintage, una cabaña-nido u otra con diseño moderno- (Harads, Suecia)

6. El Cósmico: hotel con alojamientos para viajeros nómadas, desde tipis a yurtas, tiendas de lona o caravanas y otros vehículos vintage en la remota West Texas (Marfa, Texas, Estados Unidos)

7. Out’n’About Treehouse Treesort: hotel de casas árbol fundado y erigido por el pionero en tecnología para edificios sobre árboles Michael Garnier (Takilma, Oregón, Estados Unidos)

https://www.youtube.com/watch?v=K7aVLMZvNEQ

8. Treebones Resort: alojamiento rural con Yurtas y nidos en árboles (para practicar “ramatectura”) asomadas a los acantilados del Pacífico californiano (Big Sur, California, Estados Unidos)

9. Skylodge: cápsulas futuristas translúcidas suspendidas de un precipicio sobre el Valle Sagrado de los Incas en los Andes para escalar hasta la cama (Cuzco, Perú)

10. Tree Snake Houses: alojamientos de madera sobre el bosque de portugués de Pedras Salgadas para contemplar la naturaleza sin filtros por Luís y Tiago Rebelo de Andrade (Bornes de Aguiar, Portugal)

by nicolas.boullosa

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