2013-04-10

Nosotros existimos, nos conozcan o no

Mar 28, 2013
Escrito por  Mitzi Blanquet, Leticia Arredondo y Misael Rojas

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El cambio más visible en territorio zapatista a partir de 1994 se observa en la forma de organización y en administración de sus recursos. Las Juntas de Buen Gobierno reflejan la autonomía que se ha conquistado en materia de salud, tierra, comercio, justicia y educación.

Como una película fotográfica, el primero de enero de 1994 se nos reveló, se rebeló, en una solución de ideas y de sangre de metáforas de madera que nos dispararon  a quemarropa balas de impotencia y de muerte, fuego de inteligencia y de vida. Las imágenes de los indios de Chiapas personificaban algo más que la discriminación y el olvido, eran signos de ceguera y de sordera, no sólo del poder, sino de una sociedad que no admite reconocerse en su historia, en su presente, José Ángel Leyva



El primer día de 1994 a las 5:00 horas en el sureste mexicano, pobladores organizados y sincronizados en estricta disciplina militar, se desplegaron a Ocosingo, Chanal, Altamirano, las Margaritas y San Cristóbal de las Casas.

Durante la entrada a los municipios hubo saqueos a diversos negocios y, a excepción de medicinas y alimentos, todos los objetos fueron calcinados. Las filas armadas buscaban tomar los edificios de gobierno. Después de enfrentamientos menores, la bandera del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ondeaba por primera vez en el palacio de gobierno de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Fotografías y declaraciones ocuparon las páginas en la prensa nacional: Declara la guerra el ejército zapatista / Indígenas armados toman cinco poblaciones en Chiapas / Rechaza sociedad, iglesia y gobierno el uso de la violencia.

El dos de enero, la fuerza armada mexicana se encontraba ya en las comunidades aledañas a los municipios ocupados. A su llegada, comenzaron los enfrentamientos con los insurrectos. Ejército zapatista y ejército mexicano iniciaban la lucha armada que hizo visible el potencial de las comunidades étnicas en materia de movilización social.



Un encuadre del EZLN

Jorge Vargas López es geógrafo por formación, pero fotógrafo por vocación. Gran parte de las imágenes que ha capturado ilustran la vida de las comunidades étnicas, no les llama indígenas porque el término es utilizado para sacar provecho tanto por el gobierno, como por los nativos de dichos grupos. “Yo conozco gente de las comunidades, gente que está en la lucha y es lo que más reclaman, no les gusta que les llamen indígenas”.

El primero de enero de 1994 en el Distrito Federal, los directivos de la revista Mira convocaron a una junta. El asunto: el levantamiento armado en Chiapas. Preguntaron quién quería ir a cubrir el tema. Consciente del peligro que esto representaba, Jorge asumió el riesgo y, junto con un reportero, salió en dirección a tierra chiapaneca.

Una vez en San Cristóbal de las Casas, un grupo de alrededor de cien periodistas se aproximó al retén militar. El paso estaba prohibido y se vieron obligados a retornar. No obstante,  Bruno López, junto con el equipo al que pertenecía Vargas, se las arreglaron para pasar.

La combi roja con letras blancas en el toldo –que decían “TV”–, penetró el cerco militar. Jorge, junto con los reporteros de Univisión y de AP se dirigió a la cima de un cerro: era el campo de batalla, ahí se detonaban bombas por doquier. Una choza estaba en llamas y el humo atrajo al equipo de periodistas. Jorge Vargas se quedó en la parte alta, pensó que era el lugar óptimo para conseguir la mejor toma.

Cuando todos bajaban la barranca se escuchó el ruido de una aeronave. Inmediatamente construyó la imagen perfecta en sus pensamientos: el avión en el horizonte, sus compañeros en dirección a la choza en llamas y el humo. Su telefoto apuntaba al encuadre preciso, el dedo índice ya se encontraba en el botón, todo listo.

En un segundo todo cambió, todo. No se escuchó el sonido del obturador, sino el de una ráfaga de balas que volaban en su dirección. Veía una especie de rayos que depositaban a su izquierda y a su derecha un gran número de casquillos. “No sé si lo hicieron para espantarme, pero pudieron haberme dado”, reclama Jorge.

Corrió a la combi y sus compañeros hicieron lo propio para guarecerse. El ataque no cesó, otro avión comenzó a lanzar bombas y ninguna atinaba al vehículo. No era coincidencia, quizá buscaban ocultar que los proyectiles provenían de los aviones.

En busca de un lugar más seguro salieron de la combi y se refugiaron en los peñascos, escuchando el crujir de las ramas de los árboles, las cuales eran consumidas por el fuego. Tras una larga espera, la respiración se tornó complicada: “El fuego estaba cerca y en ese momento vimos un Volkswagen, eran unos periodistas de Francia. El momento de salir había llegado. Nos subimos atropelladamente a la combi y huimos del lugar”.

Jorge evoca aquel momento: “Todos nos dimos cuenta de que se quería culpar al ejército zapatista. La Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) desplegó un comunicado para decir que no sabían por qué estábamos ahí ya que era una zona peligrosa. Nunca dijeron si lo hicimos o no lo hicimos, sólo dijeron que no sabían por qué estábamos ahí. Para nosotros era claro: querían crear confusión para que los medios extranjeros se pusieran en contra de los zapatistas”.

La noticia se dio a conocer. Mira tomó una postura contundente: “Ni una foto vale la vida, regresa o date por despedido”, sentenció  Miguel Ángel Ganados Chapa, director de la publicación. Jorge permaneció en Chiapas y a su regreso, el periodista rectificó: “Eso sólo lo hacen profesionales”.

En contraparte a la respuesta oficial, la memoria de Vargas guarda recuerdos distintos sobre los zapatistas. “Ellos, los miembros de las etnias, daban facilidades para realizar el trabajo. Sí, había retenes, es un ejército, pero nunca había agresiones, nos daban alimento, nos daban agua, destinaban espacio para la prensa y nos cuidaban”.

A más de 19 años de que el EZLN se dio a conocer, considera que fue necesario el levantamiento armado. La situación era insostenible. “En 1990 o 1991 todavía funcionaban las tiendas de raya, en las haciendas les pagaban con corcholatas a los campesinos, en las loncherías no atendían a la gente de las etnias, las corrían, no los dejaban estar ahí. Fue necesario tomar las armas y ahora se transformó en un movimiento político”.

La revalorización de la comunidad étnica es uno de los grandes logros del EZLN, sin embargo, con el rostro entristecido menciona: “Aún hay personas que ganan 15 pesos diarios por su trabajo”.

Es momento de no decirles indígenas, es momento de no excluirlos. En Oaxaca, Veracruz, Chiapas, Guerrero, Puebla, en todos los lugares son diferentes sus costumbres, sus necesidades, pero no los podemos dejar fuera de México.



¿Por qué en Chiapas?

El EZLN fue el resultado de las condiciones políticas, educativas, sociales y económicas que los grupos étnicos chiapanecos padecían desde tiempo atrás. No sólo el Tratado de Libre Comercio (TLC) y la reforma al artículo 27 de la Constitución y el Código Agrario motivaron el movimiento. “Ese fue un catalizador importante. Las reformas negaban cualquier posibilidad legal de hacerse de tierras, y era la tierra lo que estaba en la base de la autodefensa campesina”.
[1]
Trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, autonomía, democracia y justicia eran demandas no sólo del estado de Chiapas, sino de todo el territorio mexicano.

Necesidades semejantes a las reclamadas por los zapatistas ya se habían escuchado en lugares como Puebla en 1989: Respeto a los usos y costumbres, libre determinación, derecho a la lengua y educación. Reclamos similares, un medio distinto: las armas.

Factores sociales y geográficos permitieron a Chiapas ser el escenario de la rebelión armada. En voz del politólogo Francisco Javier Quevedo Martínez, los tres principales motivos fueron: “la urgencia de reivindicar a la raza indígena, la frontera con Guatemala que permite un fácil trasiego de armas y la influencia de la teología de la liberación. Con Samuel Ruiz, la pastoral social incidió en la creación de las comunidades eclesiales de base y organizaciones indígenas desde la perspectiva de la fe”.

Además, parte de la estructura encargada de dirigir al EZLN, eran insurgentes que venían de otras guerrillas como la Liga Comunista 23 de septiembre y las Fuerzas de la Liberación Nacional entre otros, explica un profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia que pide omitir su nombre.

El armamento del ejército mexicano se encontraba por encima de las posibilidades de ataque y equipamiento militar chiapaneco, éste no contaba con aviones ni helicópteros. En estas condiciones, la guerrilla zapatista fue consciente de que las armas no serían el fin, sino un medio para ser escuchados.

Era la única forma de decir ¡Aquí estamos!, y hacerse presentes en el escenario nacional. La periodista Beatriz Zalce recuerda que la sociedad civil no quería guerra, sino diálogo y una solución pacífica al conflicto.

Jorge Vargas trae a la memoria los rostros que desfilaron ante su lente: grupos étnicos con el rostro lleno de coraje y convencidos de luchar ante un ejército que lucía temeroso.

Gobiernos autónomos: la lucha necesaria

El cambio más visible en territorio zapatista a partir de 1994 se observa en la forma de organización y en administración de sus recursos. Las Juntas de Buen Gobierno reflejan la autonomía que se ha conquistado en materia de salud, tierra, comercio, justicia y educación.

Pero, ¿qué representa la autonomía en una comunidad étnica? Para el antropólogo entrevistado, la autonomía no es un fin, sino un medio para resguardar los recursos naturales, el territorio y la vida comunitaria.

“Hoy es necesaria la lucha por la autonomía, ya que hay grandes empresas nacionales y trasnacionales que están avasallando los territorios indígenas, sobre todo con proyectos mineros, hidroeléctricos, carreteras y presas. En muchos territorios está la posibilidad de resistir desde la autonomía”.

Nosotros existimos, nos conozcan o no

El grito zapatista heredó ideales a las comunidades étnicas mexicanas, la lucha rompió el tiempo y el espacio.

Leobardo Avedaño Martínez es originario de la región mixteca de Oaxaca. Su lengua materna es el triqui. La falta de oportunidades para un desarrollo educativo fue su motivo para desplazarse hacia la ciudad de México. Leobardo es un ejemplo del 3% de la población indígena que completa al menos un año de universidad. Él recuerda la semilla que sembró el EZLN en el espíritu oaxaqueño:

“Nos heredó el ideal de valorizarnos como indígenas, debemos entender quiénes somos, que nosotros también tenemos derechos y debemos organizarnos para exigirlos. El movimiento armado fue una medida extrema: cuando hay una presión muy grande no se halla otra forma de hacerte escuchar”.

También tiene presente como en 1996, año en que se firman los Acuerdos de San Andrés, en Oaxaca se respiraba un aire de esperanza al haberse incluido en dichos tratados el tema de los derechos indígenas. “A todos nos decían ‘ya se firmó tal pacto’, va a haber más apoyo. Para nosotros era importantísimo y lo sigue siendo porque hay personas que aún esperan se cumplan”.

A sus 24 años, Leo es estudiante de Derecho en la UNAM, sus orígenes y su formación universitaria le permiten observar que ante una limitada escolaridad, los habitantes de los pueblos no conocen las leyes ni sus derechos, “eso los limita y por lo tanto no exigen al gobierno que los cumpla”.

En 1994 los medios de comunicación jugaron un papel importante al dar a conocer lo ocurrido en la Selva Lacandona. Leobardo era aún muy pequeño, sin embargo la nostalgia de aquellos momentos está presente en su andar cotidiano. Sentencia: “nosotros existimos nos conozcan o no, nosotros somos independientemente de que nos den a conocer en la televisión o no”.

Un eco que traspasó fronteras

El eco de la voz zapatista traspasó fronteras. El profesor de la ENAH comenta el impacto internacional en países latinoamericanos como Bolivia, donde Evo Morales ha aceptado la herencia del movimiento en su lucha. Agrega que la influencia se debe, más que al contenido de sus demandas, a la forma de sus procedimientos: “Mandar obedeciendo, de no vencer sino convencer. En general, de una forma distinta de hacer política”.

Beatriz Zalce de Guerriff, periodista y catedrática de la UNAM, resalta la colaboración internacional de diversos intelectuales hacia el EZLN. Entre ellos está el filósofo e investigador Luis Villoro, quien donó su biblioteca y todo su legado. “Maria O’Higgins, viuda del pintor Pablo O’Higgins, está en ese proceso y continuamente dona obras. ¿Por qué? porque la gente cree en ellos, porque es gente de palabra”.

El ayer y el ahora

El 21 de diciembre de 2012 representa otra fecha emblemática en la historia del EZLN. Alrededor de 50 mil zapatistas marcharon en silencio en distintas ciudades chiapanecas: San Cristóbal de las Casas, Palenque, Las Margaritas, Ocosingo y Altamirano y, a diferencia de hace 19 años, cuando paulatinamente las caras se arroparon con pasamontañas, en esta manifestación se observaron todos los rostros cubiertos.

El antropólogo de la ENAH señala: “los que marcharon son los zapatistas que ya crecieron en la autonomía, son otro tipo de sujetos, no los que intentaron construir la autonomía por encima de todas las cosas”.

A pesar de la cantidad de indígenas en el movimiento, el zapatismo se enfrenta a un proceso de erosión por el desgaste natural de todo movimiento social. Aunado a esto, el apoyo externo con que un día contó la guerrilla, hoy es mucho menor. Intelectuales, académicos, organizaciones campesinas, incluso algunos indígenas han marcado una distancia, afirma el especialista.

El EZLN debe capitalizar bien sus alianzas. No es conveniente caer en el sectarismo. A últimas fechas se dio un debate entre Guillermo Almeyra, Armando Bartra y Marcos. Los dos primeros cuestionan al subcomandante la frase emitida por los zapatistas: “Este es nuestro mundo renaciendo y el de ustedes derrumbándose”. Aante estas palabras, los intelectuales se preguntaban: “¿Quiénes son los otros?, ¿los que también estamos en Resistencia pero que no somos zapatistas?, ¿también nuestro mundo se está derrumbando?”.

“Ese es un factor que puede jugar en contra del zapatismo. El riesgo es el sectarismo” reflexiona el catedrático.

Las demandas siguen vigentes. Zalce de Guerriff señala que “el movimiento ha crecido, niños que en el 94 tenía 5 o 6 años, ahorita son jóvenes de 25 que ya tienen hijos y éstos son zapatistas como sus padres. Se le había olvidado a la gente la existencia del EZLN, se podían seguir muriendo de enfermedades curables y nadie los volteaba a ver. Pero a finales del año pasado estrujaron los corazones de los mexicanos. Han mejorado, crecido y madurado”

Hermanos de la tierra

La convicción de no tener televisor en casa fue el motivo para que Beatriz Zalce y René Villanueva se enteraran de la aparición del ejercito zapatista hasta el 2 de enero. En la voz de la periodista se asoma un dejo de nostalgia al hablar de aquel amanecer de 1994. “Cuando se da a conocer públicamente el EZLN dijimos: por fin está pasando algo en este país”.

En el transitar del 94, Villanueva fue invitado a integrarse a los trabajos de la Convención Nacional Democrática, la cual buscaba la instauración de un gobierno de transición. Mientras tanto Beatriz permaneció en Chiapas realizando actividades hemerográficas y trabajos con grupos de artistas.

El paisaje se volvió inédito ante sus ojos: “Todo eso era para mí una experiencia muy nueva, yo sentía mucha nostalgia por el 68 y René me decía: no te engañes, en el 68 se hizo mucho pero no fue la revolución, esto sí es una revolución”.

Las reflexiones a distancia pocas veces respondían las preguntas, era urgente sentir la voz étnica, esa que muchos mexicanos sólo conocen por televisión. La necesidad de respuestas era cada vez más latente. Hoy, 19 años después, Zalce no recuerda, no traslada el pasado al presente: el amor por los pueblos chiapanecos vive en ella. Basta observar la admiración y respeto que se refleja en esos ojos del color del mar.

A Chiapas no se va a enseñar, se va a aprender la grandeza de nuestras raíces. No es sólo ir a alfabetizar ni a compartir pozos de sabiduría. La sorpresa es todo que se recibe. “Me falta mucho por aprender y les debo todo, han permeado todos los aspectos de mi vida”.

Para Beatriz cada manifestación es un diálogo entre miradas de esperanza que estremecen el planeta, pero también de reproche, “sus miradas son de clamor, de ¡muévete, no te quedes sentada, no te quedes en la comodidad! sus miradas son de échate a andar, se necesita hacer amanecer este país, se necesita refundarlo. Cada quien desde su trinchera”.

“A René y a mí los zapatistas nos dieron vida. Ellos, los más pobres entre los pobres, cuando supieron de la enfermedad de René hicieron un donativo muy generoso para poder pagar sus tratamientos de quimioterapia. Cuando estaba desfalleciendo le mandaron una carta que lo levantó, como siempre lo levantaban. Nunca nos dejaron caer.

“Yo estoy con ellos porque en nigún lugar me he sentido tan bien en la tierra y tan acompañada, tan rodeada, tan hermanada, como en Chiapas”.

[1]
Collier, George, A., ¡Basta! Tierra y Rebelión zapatista en Chiapas, UACH, México, 1998, p. 108.

LEER NOTA COMPLETA EN:

http://www.revistahashtag.com/reportajes/item/80-nosotros-existimos-nos-conozcan-o-no

@ENMA5CARADO        https://twitter.com/ENMA5CARADO

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