2014-06-02

Correo del Orinoco

 

Edición de Mayo 15 /2014

 El Grupo Gran-Colombia (GGC) es una organización sin fines de lucro, absolutamente independiente de todo grupo político, religioso, empresarial o gubernamental, cuyo desafío fundamental es encontrar y usar los medios necesarios para lograr una progresiva evolución hacia una sociedad libre, formada por ciudadanos ilustrados y responsables, que acierten a protegerse, mediante un esfuerzo común, contra el miedo, la necesidad y la opresión, sea interna o externa.

 

 En esta edición:

1)    Hambre y empresas – Carlos Rodríguez Braun

2)    Los dos errores de Juan Manuel Santos – Carlos Alberto Montaner

3)    El mito de la mala distribución del ingreso en los países “capitalistas” – Nicolás Cachanosky

4)    La pobreza extrema se ha reducido – Fundación Heritage

5)    La derecha colombiana propina una patada a su Rajoy – Pedro Fernández Barbadillo

6)    Suecia y el capitalismo del bienestar – Mauricio Rojas

7)    ¿Para qué imitar a Venezuela cuando se puede emular a Suiza? – Carlos Alberto Montaner

 

 

 

 Hambre y empresas

Autor: Carlos Rodríguez Braun

 

Definida como “activista por la soberanía alimentaria”, dijo doña Esther Vivas al Diario de Teruel:

 

Vivimos en un mundo que genera hambre en un planeta de la abundancia (…) hay comida para alimentar a 12.000 millones de personas –casi el doble de la población mundial–, mientras que uno de cada siete seres humanos en el mundo pasa hambre (…) Es la cara más cruenta, el ejemplo más claro de que este sistema no funciona.

 

Antes de entrar en por qué la señora Vivas cree que el “sistema no funciona”, conviene subrayar algunas evidencias. La primera es que nunca ha habido en toda la historia de la humanidad menos hambre que ahora. La segunda es que el hambre, en efecto, no es en la época moderna un problema de recursos sino de libertad. Si los comunistas mataron a millones de personas de inanición en Rusia, China o Corea del Norte no fue porque faltara comida, sino porque faltó libertad y porque las dictaduras socialistas arrasaron con las instituciones de la libertad: la propiedad privada y los contratos voluntarios. La consecuencia fueron unas terribles hambrunas. No es, por tanto, la escasez de recursos lo que lleva a que el socialismo empobrezca al pueblo. Si no hay medicinas en La Habana ni harina en Caracas no es porque no existan esos bienes sino porque el antiliberalismo de las autoridades impide que sean producidos y lleguen a los consumidores. Habría que coincidir, pues, con doña Esther: claramente, es un “sistema” que no funciona. Sin embargo…

 

Nuestro gozo en un pozo. Resulta que la señora Vivas le echa la culpa del hambre a… las empresas. Veamos su razonamiento:

 

Llegamos a esta situación porque actualmente son unas pocas empresas las que acaban monopolizando la producción, la distribución y el consumo de alimentos (…) anteponen sus intereses de ganar dinero con la comida en lugar de priorizar el acceso de las personas a la misma.

 

Y tras demonizar al comercio y a los transgénicos concluye que Nestlé, Monsanto, Kraft, Mercadona, El Corte Inglés o Alcampo

 

son las que deciden qué comemos y las que monopolizan el sistema (…) para conseguir productos a un precio competitivo.

 

No cabe encontrar en estas palabras algo que sea verdad. Ante todo, la industria alimentaria no está monopolizada en el sentido de que alguien maneje arbitrariamente los precios, encareciéndolos artificialmente con respecto a los que existirían en un mercado libre. Hay grandes empresas, igual que las hay en la industria textil, pero no quiere decir que Inditex pueda hacer con los precios y las calidades de los productos que vende lo que desee.

 

El segundo error es el antiguo desvarío de que las empresas son malas porque quieren ganar dinero en lugar de regalar sus productos. Pero el beneficio empresarial no es solamente un ingreso legítimo, sino que es imprescindible para que los ciudadanos puedan tener acceso a los bienes. Una larga experiencia demuestra que los inconvenientes de que existan capitalistas empalidecen frente al drama que padecen los pueblos cuando los empresarios no existen. Es el drama que sufren cuando el poder político (porque sólo él puede hacerlo) impide el comercio o pone trabas al progreso técnico, como el que representan los productos transgénicos.

 

Son precisamente los amigos de la coacción del poder político y legislativo los que, para avalar sus incursiones punitivas contra la libertad de la gente, deben sugerir que dicha coacción es necesaria porque la gente es imbécil. Detrás de todo estatista hay un paternalista, alguien que cree que las personas no pueden ser dejadas en libertad, porque no sabrán o no podrán decidir. Es el caso de doña Esther Vivas, que seriamente sostiene que cuando vamos a El Corte Inglés o a Mercadona no somos nosotros los que elegimos qué cosa vamos a comprar, sino que Isidoro Álvarez y Juan Roig, pérfidos y agazapados, nos obligan a comprar lo que ellos quieren.

 

Por fin, anotemos que la señora Vivas no sólo se halla en flagrante contradicción con la realidad, también con ella misma. Empieza diciendo que las malvadas empresas son “monopolistas”, pero termina asegurando que hacen justo lo contrario de lo que hace cualquier monopolista, a saber, “conseguir productos a un precio competitivo”.

 

Los dos errores de Juan Manuel Santos

Autor: Carlos Alberto Montaner

 

El día 15 los colombianos volverán a las urnas para escoger al presidente en segunda vuelta. Estos comicios trascienden las fronteras de Colombia e interesan en toda América Latina.

 

En la vecina Venezuela, por ejemplo, Nicolás Maduro cruza los dedos para que Juan Manuel Santos, aunque no tenga nada de comunista, permanezca en el poder. Al fin y al cabo, fue él, Santos, quien declaró que Chávez, pese a las diferencias, era su “nuevo mejor amigo”, mientras Zuluaga y su mentor Álvaro Uribe no dejan de calificar al chavismo y al socialismo del siglo XXI como un peligroso enemigo de las libertades.

 

Según la encuesta de Cifras y Conceptos, divulgada por Radio Caracol, el presidente Juan Manuel Santos y el opositor Oscar Iván Zuluaga están empatados. Un dato asombroso que demuestra el desgaste de Santos, quien llegara al poder en el 2010 con el 70% de los votos y se convirtiera en el mandatario con mayor respaldo electoral de la historia del país.

 

¿Quién triunfará, en definitiva, en estas elecciones? La primera vuelta la ganó, como se sabe, el economista Óscar Iván Zuluaga, con casi el 30% de los votos y cuatrocientos cincuenta mil sufragios de ventaja. Las encuestas le daban cinco o seis puntos menos. En segundo lugar quedó el actual presidente Juan Manuel Santos, con apenas un 25%. Los sondeos pronosticaban que se acercaría al 30. Curiosamente, se invirtieron los resultados previstos.

 

¿Qué sucedió? A mi juicio, Santos cometió dos errores fatales que están a punto de costarle la presidencia, a menos que logre dar un enérgico vuelco a la campaña.

 

Primer error: enfrentarse a Álvaro Uribe. Santos sabe, y lo reconoció mil veces públicamente, que debía su triunfo electoral al expresidente Uribe y a su inmensa popularidad. Entonces y hoy Uribe es el único líder político capaz de movilizar a una zona notable de la sociedad colombiana.

 

Aunque Zuluaga es el adversario oficial de Santos, para los electores, inconscientemente, la competencia es entre Santos y Uribe. En el 2010 los colombianos votaron masivamente por Santos frente a Antanas Mockus convencidos de que continuaría la obra de gobierno de su predecesor.

 

En realidad, votaban por Uribe contra Mockus, por medio de Santos, puesto que D. Álvaro no podía presentarse a un tercer mandato. Ahora probablemente votarán por Zuluaga contra Santos por considerar que aquél es el representante del uribismo.

 

Segundo error: apostar todo su capital político a los diálogos de paz con las FARC. En el 2014 se cumplió medio siglo de la creación de las FARC. Los colombianos, con razón, suelen decir que la violencia es un modo de vida al que estas narcoguerrillas comunistas se han acostumbrado. Difícilmente podrán abandonarlo para reinsertase en la apacible vida de los colombianos respetuosos de la ley. Uno no se imagina al finado Mono Jojoy vendiendo seguros o administrando una cafetería.

 

Lo que suele ignorarse es la otra cara del mismo fenómeno: para el conjunto de la sociedad colombiana, ese cruel enfrentamiento es un problema crónico, con el que también se han acostumbrado a convivir, pero sin abandonar la idea de derrotar a unos enemigos despiadados que les han hecho cosas espantosas. Las FARC sólo tienen el apoyo del 3% de la población.

 

De ahí surge la enorme popularidad de Uribe. No es por su carisma, rasgo de la personalidad que nadie consigue definir. Viene de que arrinconó a las narcoguerrillas, se enfrentó a Hugo Chávez en el plano internacional, retomó el control de las carreteras, el ejército liquidó a algunos de los cabecillas más notorios y el número de insurgentes pasó de veinte mil a menos de siete mil, con lo que devolvió a la ciudadanía la fe en la victoria militar contra un enemigo al que no quieren perdonar sino derrotar, o, al menos, pactar con él cuando declare unilateralmente el cese el fuego, entregue las armas y se someta a los tribunales.

 

En tiempos de Uribe, por primera vez en muchos años, los colombianos se sintieron orgullosos de un Estado que parecía capaz de lograr la victoria. Santos, que nunca fue más popular que cuando actuaba como ministro de Defensa de Uribe y acabó con la vida del cabecilla Raúl Reyes, ha querido pasar a la historia como el presidente que logró la paz a cualquier costo.

 

No es exactamente eso lo que desea la mayoría de sus compatriotas. Quieren la paz, pero no a cualquier precio.

 

El mito de la mala distribución del ingreso en los países “capitalistas”

 

Autor: Nicolás Cachanosky

Casi de manera unánime se señala que la “mala” distribución del ingreso es un serio problema social. El socialismo moderno, por ejemplo el Socialismo del Siglo XXI, está llamado a corregir este vicio del sistema de mercado capitalista. El capitalismo, sostiene la crítica socialista, puede ser eficiente pero es inmoral, dado que no resulta en una equitativa distribución del ingreso para todos. Los empresarios (a veces de manera inconsciente) explotan a sus trabajadores debido a la “lógica productiva del capitalismo.” El empresario puede ser una buena persona, es la lógica del sistema lo que lo lleva a explotar a sus trabajadores incluso sin ser consciente de lo que hace a nivel social.

 

Esta tesis sufre de dos serios problemas. Por un lado deficiencias teóricas. Por ejemplo, no es lo mismo quien acumula fortuna siendo un empresario exitoso que provee bienes y servicios que mejoran la vida de los consumidores que quienes acumulan fortunas haciendo uso de la fuerza del estado para obtener un mercado cautivo. ¿Podemos criticar la “moralidad” de la fortuna de Fidel Castro o Nicolás Maduro de la misma manera que la fortuna de Jeff Bezos (Amazon) o de los creadores de Google o Facebook? Por otro lado, el socialismo tampoco parece ser aun capaz de distinguir entre libre mercado por un lado y capitalismo de amigos por el otro. Es un serio desliz, sino un acto de deshonestidad intelectual, no distinguir entre “capitalismo de libre mercado” y “capitalismo de amigos (crony capitalism o capitalismo corrupto).” ¿Desde cuándo el liberalismo ha defendido la corrupción y los beneficios del estado a los empresarios ineficientes y amigos del poder?

 

Pero más allá de estas inconsistencias conceptuales, la tesis de que el capitalismo genera más desigualdad no resiste los datos empíricos. Si es cierto que los países más capitalistas, es decir, más libres, generan mayor desigualdad de ingresos, entonces deberíamos ver que a mayor libertad económica más desigualdad y a menor libertad económica menor desigualdad. Esta confusión se basa en una ilusión o efecto estadístico. Al ver si realmente los países más libres son más desiguales en su ingreso que los menos libres hay que observar todos los países, y no sólo seleccionar uno o dos pares de países. De lo contrario, podemos caer inconscientemente presa de sesgar la selección a favor de los resultados que esperamos. Tanto el crítico como el defensor del libre mercado pueden elegir dos países para defender sus respectivas posiciones. Al observar toda la muestra, en cambio, este problema desaparece.

 

No hay una diferencia clara entre los países más libres y los menos libres. No importa si usted nace en un país libre (capitalista) o en un país sin mercado libre (socialista o no capitalista), si se encuentra en el 10% de la población más pobre su grupo recibirá alrededor del 2.5% del ingreso total. El panorama cambia, sin embargo, si vemos cuál es el ingreso efectivo que ese 2.5% representa. Esa es la información del siguiente gráfico, que muestra el ingreso per cápita del sector 10% más pobre en dólares internacionales (dólares comparables entre países).

 

Dada esta información. Si usted sabe que va a pertenecer al sector con 10% de menores ingresos, ¿preferiría vivir en un país libre y ganar USD 10,500 anuales o en un país sin mercado libre y ganar menos de la décima parte, unos USD 930 anuales? Cómo se puede apreciar, la crítica socialista al libre mercado sobre la mala distribución del ingreso no sólo no es cierta, sino que los países con mercados libres poseen mayores ingresos reales y, por lo tanto, menos pobreza. Estos gráficos también nos muestran que distribución del ingreso no es lo mismo que pobreza. Un país pobre puede tener una perfecta distribución del ingreso y todos sus habitantes vivir por debajo de la línea de pobreza (¿Cuba? ¿Corea del Norte? —después de ignorar la fortuna de dudoso origen de sus gobernantes)

 

Veamos dos datos más. Los países más libres crecen más rápido que los menos libres. Y dado que la libertad económica no afecta la distribución del ingreso, ¿no son entonces los países de mercados libres los que más contribuyen a disminuir la pobreza en lugar de los países menos libres? Con respecto a la disminución de la pobreza entre 1970 y el 2000, son los países que crecen, los países libres, lo que contribuyen a la disminución de la pobreza. China y países de Asia adoptando principios de mercado.

 

El socialismo, sin embargo, no cesa con sus críticas. No es raro escuchar sectores de izquierda recomendar “socialismos” como el de Suecia o Noruega, por dar dos ejemplos. ¿Qué tan socialistas son estos países? Pues no mucho cuando los comparamos a nivel mundial. Según el último índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation, estos países se posicionan 20 y 32 respectivamente sobre un total de 178 perteneciendo al grupo de países mayormente libres. Es decir, el socialismo critica al capitalismo y propone, como alternativa, un socialismo muy capitalista. Por más “socialistas” que se quiera presentar a estos países, siguen perteneciendo al mundo occidental, que es el marco institucional al que se refiere el liberalismo clásico (a lo que se refiere con la palabra capitalismo, término de origen marxista).

 

La pobreza extrema se ha reducido

Autor: Fundación Heritage

 

En una nueva encuesta de investigación, Barna Group ha encontrado que el 84% de los estadounidenses no se ha percatado de que la pobreza mundial se ha reducido drásticamente en las últimas décadas.

 

Este muestreo revela que la mayoría de los estadounidenses (67%) cree falsamente que la pobreza mundial ha aumentado. Al contrario que los encuestados de más de 40 años, los miembros de la Generación Y son los más optimistas sobre el fin de la pobreza extrema y los más entusiastas a la hora de actuar.

 

El auge de la libertad económica y el descenso de la pobreza extrema en todo el mundo han sido examinados en profundidad durante más de 20 años por la Fundación Heritage y el Wall Street Journal en el Índice de Libertad Económica. En su última edición hay un texto, titulado “El antídoto contra la pobreza: la libertad económica, no la dependencia del Estado”, en el que se lee:

 

La libertad económica ha hecho más por los pobres de todo el mundo que cualquier programa o cheque de asistencia social financiado por el contribuyente.

 

Este sistema, basado en la libertad individual, la propiedad privada, el Estado limitado y las regulaciones igualmente limitadas ha mejorado la vida de millones de personas en todo el mundo.

 

Estos descubrimientos del Índice han quedado respaldados por los datos económicos de fuentes reconocidas internacionalmente, incluido el Banco Mundial.

 

A pesar del retroceso efectivo de la pobreza entre millones de personas, las actitudes de muchos estadounidenses siguen siendo escépticos. La encuesta nacional Barna Group muestra que dos tercios de los adultos de Estados Unidos (68%) no creen que sea posible acabar con la pobreza global en los próximos 25 años.

 

¿Hay lugar para la esperanza? Parece que son los estadounidenses más jóvenes –especialmente los que se muestran activos en sus comunidades religiosas locales– los más optimistas respecto a una gran reducción de la pobreza extrema, y además están impacientes por actuar. Esto dice Barna Group:

 

Los cristianos practicantes de menos de 40 años son los más optimistas al respecto, cerca de la mitad (48%) cree que es posible acabar con ella en los próximos 25 años…

Además, más de cuatro de cada diez cristianos practicantes de menos de 40 años (44%) están firmemente de acuerdo con que los cristianos tienen una responsabilidad especial a la hora de ayudar a solucionar la pobreza mundial.

 

La derecha colombiana propina una patada a su Rajoy

Autor: Pedro Fernández Barbadillo

 

Juan Manuel Santos heredó la presidencia de la república de Colombia (el segundo país del mundo con más hispanohablantes) de Álvaro Uribe. En 2010 fue elegido presidente porque Uribe no podía presentarse a un tercer mandato y se comprometió a proseguir la política antiterrorista de su predecesor.

 

Sin embargo, en este cuatrienio Santos ha hecho lo contrario de lo que prometió a Uribe y al pueblo colombiano: en La Habana, bajo supervisión de los hermanos Castro, ha abierto negociaciones con los narcoterroristas de las FARC, a cuyos jefes está dispuesto a conceder inmunidad por sus crímenes; se ha reconciliado con el régimen socialista venezolano, que sigue asilando a las FARC, y se ha enfrentado a quien le dio la presidencia, echándole en cara que no desee la paz.

 

Su trayectoria política es idéntica a la de Mariano Rajoy en España. Incluso ambos han mantenido relaciones cuando Santos ya era presidente y Rajoy esperaba a que la jefatura del Gobierno le cayese como fruta madura. En 2010 se reunieron en el palacio presidencial de Bogotá.

 

Sin embargo, ni la derecha colombiana ni Uribe se han quedado impasibles ante la traición de Santos. Uribe ha fundado un nuevo partido, Centro Democrático, con el que se presentó a las elecciones parlamentarias de este año, en las que ha ganado un acta de senador. El mismo partido ha presentado un candidato a las elecciones presidenciales, Óscar Iván Zuluaga, exministro de Uribe.

 

Después de una campaña sucia, en la que ha habido montajes periodísticos contra el candidato uribista, en la primera vuelta electoral, celebrada este domingo, Zuluaga ha quedado primero, con casi 3.8 millones de votos (29%). Santos es segundo, separado por 500,000 votos.

 

¿Qué puede pasar de aquí a la segunda vuelta electoral? Lo más probable es que la izquierda desplace sus votos a Santos. La cuarta candidata, Clara López Obregón, que ha obtenido 1.9 millones, ya fue aspirante a la vicepresidencia con el exterrorista del M-19 Gustavo Petro en las elecciones de 2010. Y a la izquierda le interesa tener un presidente decidido a ganarse el Nobel de la Paz rindiéndose a las FARC.

 

No sólo la izquierda colombiana desea la permanencia de Santos por otro cuatrienio: también la izquierda venezolana.

 

Por ello, no sería de sorprender un gesto de los narcoterroristas de las FARC, como un desarme de pega similar al realizado por ETA. Pese a que las FARC siguen cometiendo asesinatos horribles: en el último de ellos han recurrido al uso de niños-bomba contra uniformados. No ha sido condenado por las ONG que suelen disculpar a los terroristas y acusar a los militares.

 

De esta manera, la soberbia y el egoísmo de Santos conseguirían dar a la izquierda una influencia que nunca ha tenido en Colombia por vías democráticas.

 

Zuluaga puede contar con los casi dos millones de votos de la candidata del Partido Conservador, Marta Lucía Ramírez, que fue ministra de Defensa a las órdenes de Uribe, pero bien pueden no ser suficientes. Queda un quinto candidato, Enrique Peñalosa, ecologista profesional y, como bien sabemos en Europa, aliado objetivo siempre de la izquierda, que reunió un millón de papeletas.

 

La única manera que tiene Zuluaga de ganar es la movilización del electorado que se abstuvo el domingo 25. En las semanas anteriores a la primera vuelta el Centro Democrático consiguió reventar los pronósticos, hasta el punto de que su candidato ha quedado por delante de un presidente en ejercicio que dispone de los mecanismos del Estado. Para Zuluaga y Uribe, la victoria es posible.

 

Suecia y el capitalismo del bienestar

Autor: Mauricio Rojas

Suecia viene de vuelta del Gran Estado. Hace una veintena de años su famoso sistema de bienestar se desplomó. Una impresionante crisis a comienzos de los 90 fue el precio que pagó por la soberbia de un Estado que se creyó todopoderoso. Así, hubo de reinventar el Estado del Bienestar para salvarlo de sus propios excesos y monopolios. Hoy, después de dos décadas de profundas reformas, Suecia ha vuelto a ser un referente internacional, del cual países como Colombia tendrían mucho que aprender. Tanto es así que hace no mucho The Economist dijo que Suecia y otros países nórdicos eran “el supermodelo del futuro”.

 

El Estado del Bienestar puede ser construido de diversas maneras. La forma tradicional ha sido la de un Estado benefactor o Estado patrón que a través de monopolios de gestión pública ofrece a los ciudadanos ciertas soluciones predeterminadas a sus necesidades básicas. En este caso, el Estado es el sujeto activo y los ciudadanos, los objetos pasivos de sus intervenciones. Ese fue el camino seguido por Suecia hasta la crisis de los 90. De allí en adelante ha probado un camino totalmente diferente, reduciendo el tamaño del Estado, rompiendo sus monopolios de gestión y, sobre todo, cambiando la relación entre el Estado y los ciudadanos.

 

Este nuevo Estado del Bienestar puede ser llamado Estado Solidario, dado que su objetivo es empoderar a los individuos y no ponerse por encima de ellos. Para lograrlo se le ha dado directamente al ciudadano el poder de usar el financiamiento público que le garantiza el acceso a una serie de servicios básicos. Con ese fin se han diseñado distintos sistemas de subsidio a la demanda, como los bonos o vouchers del bienestar. Junto a ello, se han abierto los servicios públicos a la competencia y a una amplia colaboración público-privada que no excluye a los actores con fines de lucro.

 

En la actualidad, este sistema rige para casi todos los servicios de responsabilidad pública: educación, salud, cuidado de niños, atención a la vejez, apoyo a los discapacitados, etc. Ello ha llevado al desarrollo de un amplio sector privado, mayoritariamente con fines de lucro, que colabora con el Estado a fin de brindar esos servicios a los ciudadanos. Así, para dar sólo algunos ejemplos, casi la mitad de los centros de salud públicos del país son gestionados privadamente, igual que la mayoría de las casas de reposo de la capital, Estocolmo, y más de la mitad de los jóvenes de esta ciudad asiste a escuelas secundarias públicas con sostenedores privados. Hoy existen unas 15,000 empresas que dan empleo a más de 200,000 personas en lo que es una extensa red de colaboración público-privada. Estas empresas forman la base de un pujante capitalismo del bienestar, que es un componente esencial del nuevo Estado del Bienestar sueco (y de otros países nórdicos).

 

Ahora bien, la premisa fundamental de todos estos cambios ha sido la accesibilidad universal e igualitaria a los servicios públicamente financiados, con independencia de quién los gestione. Por ello, en caso de existir copago, los ciudadanos pagan lo mismo por los servicios recibidos, sean estos producidos por el sector privado o por el público. Al respecto, no se permite ningún cobro extra ni tampoco excluir a ningún tipo de usuario; el Estado cubre los costos no cubiertos por el copago de acuerdo a normas iguales para todos los proveedores. En el caso de la escuela, la gratuidad es absoluta, no existe copago de ningún tipo. Todo el costo de la educación debe ser cubierto por el voucher o bono escolar, que es igual para sostenedores públicos y privados. De esta manera, todas las escuelas se han abierto a todos los jóvenes, lo que ha evitado el incremento de la segregación socioeconómica.

 

Un tema muy discutido ha sido el del lucro, que en Suecia se acepta sin restricciones. Al respecto, es de interés preguntarse sobre el origen del lucro, ya que, como se ha visto, las empresas no pueden realizar ningún cobro que supere el copago que reciben los gestores públicos o, en el caso de la escuela, sólo deben financiarse con el bono recibido. Pues bien, el margen de ganancia está simplemente dado por la ineficiencia comparativa del sector público. Todo el lucro proviene de la capacidad de producir servicios más atractivos a costos inferiores que los ofrecidos por el sector de gestión pública, que es el que, a través de sus costos, determina el nivel de los bonos o vouchers del bienestar.

 

Por ello, eliminar el lucro y al empresariado del sector del bienestar no le reportaría ahorro alguno al fisco ni a los contribuyentes. Lo único que se lograría sería cerrar las puertas a miles de emprendedores que han sido de gran provecho para quienes han elegido sus servicios y también para el sector público, que, bajo la presión de la competencia, ha debido hacerse más atractivo para ciudadanos, que ya no son sus súbditos o clientes cautivos, sino consumidores libres o, dicho de otra manera, ciudadanos empoderados.

 

Muy interesante es hacer notar que durante estas dos décadas de intensa desmonopolización y privatización sucesiva de la gestión pública no se ha registrado una sola huelga que haya tenido como objetivo detener u obstaculizar el proceso. Esto sorprenderá muchísimo al lector, acostumbrado a ver los desplantes de la casta funcionarial que se ha adueñado de los servicios públicos. Bueno, lo que pasa es que en Suecia esa casta no existe. Los empleados públicos son, salvo contadas excepciones muy justificadas, trabajadores como todos los demás, y por ello no se han lanzado a una lucha por defender un estatus privilegiado que nunca han tenido.

 

Tenemos un gran trabajo por delante para transformar el viejo Estado, secuestrado por su casta funcionarial, de lastre a motor del progreso. De ello dependerá gran parte de nuestro futuro. Es imperioso abandonar la senda del Estado patrón y emprender, como Suecia lo muestra, la construcción de un Estado solidario, que sepa unir la libertad ciudadana y la solidaridad social con la fuerza creativa de la competencia, la diversidad y el capitalismo.

 

¿Para qué imitar a Venezuela cuando se puede emular a Suiza?

Autor: Carlos Alberto Montaner

 

La presidente chilena, Michelle Bachelet, quiere reducir la desigualdad. Me sospecho que se refiere a la desigualdad de resultados, que es la que mide el coeficiente Gini. Pero es posible que en su afán nivelador acabe desplumando a la gallina de los huevos de oro.

 

Corrado Gini fue un brillante estadístico italiano de principios del siglo XX, fascista en su juventud, quien, fiel a sus orígenes ideológicos, propenso a estabular a las personas en estamentos, dividió a la sociedad en quintiles y midió los niveles de ingresos que percibía cada 20%.

 

En su fórmula matemática, 0 correspondía a una sociedad en la que todos recibían la misma renta, y 100 a aquella en la que una persona acaparaba la totalidad de los ingresos. De su índice se colegía que las sociedades más justas eran las que se acercaban a 0, y las más injustas las que se aproximaban a 100.

 

Como suelen decir los brasileros, Gini tenía razón, pero poca, y la poca que tenía no servía de nada. Chile, de acuerdo con el Banco Mundial, tiene 52.1 de desigualdad (mejor que Brasil, Colombia y Panamá, por cierto), mientras Etiopía, la India y Mali andan por el 33. Es difícil creer que estos tres países son más justos que Chile.

 

Es verdad que los países escandinavos, los mejor organizados y ricos del planeta, se mueven en una franja entre 20 y 30, pero Kenia exhibe un honroso 29 que sólo demuestra que la poca riqueza que produce está menos mal repartida que la que muestra Sudáfrica con 63.1, uno de los peores guarismos del mundo.

 

Es una lástima que, pese a su experiencia como jefe de Gobierno, la señora Bachelet no haya advertido que su país logró ponerse a la cabeza de América Latina, y consiguió reducir la pobreza de un 45 a un 13%, no repartiendo sino creando riqueza.

 

Cuando la señora Bachelet examina a las sociedades escandinavas observa que hay en ellas un alto nivel de riqueza e igualdad junto a una tasa impositiva cercana al 50% del PIB y supone, equivocadamente, que los tres datos se encadenan. Incurre en un non sequitur.

 

Sencillamente, no es cierto. La riqueza escandinava, como la de cualquier sociedad, se debe a la laboriosidad y la creatividad de todos los trabajadores dentro de las empresas, desde el presidente hasta el señor de la limpieza, pasando por los ejecutivos.

 

Supongo que ella entiende que sólo se crea riqueza en actividades que generan beneficio, ahorran, innovan e invierten. Es decir, en las empresas, de cualquier tamaño que sean.

 

¿Y por qué está mejor repartida la riqueza en Escandinavia que en Chile?

 

Los socialistas suelen pensar que es el resultado de la alta tasa impositiva, pero no es verdad. La falacia lógica parte de creer que la consecuencia se deriva de la premisa, cuando no es así. Sucede a la inversa: el alto gasto público es posible (aunque no sea conveniente) porque la sociedad segrega una gran cantidad de excedente.

 

Lo que genera la equidad en las sociedades prósperas y abiertas es la calidad de su aparato productivo. Si una sociedad fabrica maquinarias apreciadas, objetos con alto contenido tecnológico, medicinas valiosas y originales, o suministra servicios sofisticados por medio de su tejido empresarial, será recompensada por el mercado y podrá y tendrá que pagar a los trabajadores un salario sustancial, de acuerdo con sus calificaciones, para poder reclutarlos y competir.

 

Si Bachelet desea reducir la pobreza chilena y construir una sociedad más equitativa, no debe generar una atmósfera de lucha de clases y obstaculizar la labor de las empresas, sino todo lo contrario: debe facilitarla.

 

¿Cómo? Propiciando las inversiones nacionales y extranjeras con un clima económico y legal hospitalario; agilizando y simplificando los trámites burocráticos, incluida la solución de los inevitables conflictos; facilitando la entrada al mercado de los emprendedores; estimulando la investigación; creando infraestructuras (puertos marítimos y aéreos, carreteras, telefonía, electrificación, internet) que aceleren las transacciones; multiplicando el capital humano y cultivando la estabilidad institucional, la transparencia y la honradez administrativa.

 

Es verdad que ese tipo de gobierno no gana titulares de periódicos ni el aplauso de la devastadora izquierda revolucionaria, pero logra multiplicar la riqueza, disminuye la pobreza y aumenta el porcentaje de la renta que recibe la clase trabajadora.

 

Lo dicho: ¿para qué imitar a Venezuela cuando se puede emular a Suiza? Casi nadie sabe quién es el presidente de Suiza, pero hacia ese país se abalanza el dinero cada vez que hay una crisis. Por algo será.

 

 

El GGC puede ser encontrado en YahooGroups y en FaceBook

 

 

 

Show more