2014-01-28

 

El Grupo Gran-Colombia (GGC) es una organización sin fines de lucro, absolutamente independiente de todo grupo político, religioso, empresarial o gubernamental, cuyo desafío fundamental es encontrar y usar los medios necesarios para lograr una progresiva evolución hacia una sociedad libre, formada por ciudadanos ilustrados y responsables, que acierten a protegerse, mediante un esfuerzo común, contra el miedo, la necesidad y la opresión, sea interna o externa.

 

 

En esta edición:

1)      ¿Por qué el capitalismo es fabuloso? – Chris Berg

2)      Los salarios deberían estar relacionados a la productividad – Mark Calabria

3)      El espejismo de la igualdad – Axel Kaiser

4)      No tiene sentido que las religiones exijan que no se las critique – Salman Rushdie

5)      El ateísmo es un posicionamiento filosófico sobre la realidad – Roberto Augusto

1. ¿Por qué el capitalismo es fabuloso?

Autor: Chris Berg

Cada año la glamorosa revista de negocios FastCompany publica una lista de las que considera son “Las 50 empresas más innovadoras del mundo”. Los nombres en la lista son los que uno esperaría. En 2012 la empresa líder fue Apple, seguida de Facebook, Google y Amazon. ¿Nota algo en común? En el top 10, solamente hay dos empresas que no son primordialmente empresas digitales. Una, Life Technologies, está en el sector de ingeniería genética (la otra —trate de no reírse— es el Movimiento Occupy. FastCompany lo describe como “Transparente. Experto en tecnología y diseño. Local y global. Audaz”). No solo la mayoría de las empresas en la lista son digitales, sino que todas son llamativas y únicas, y casi todas tienen nombres muy conocidos.Todos, desde Forbes hasta BusinessWeek, otorgan premios a las empresas más innovadoras. Todos los premios son un tanto similares y predecibles. Pero estas listas tienen un efecto perverso: sugieren que el gran éxito del capitalismo y de la economía de mercado es inventar tecnología de punta y que si queremos observar el progreso capitalista, deberíamos estar pendientes de un diseño elegante y la moda popular. La innovación, nos dice la prensa, está en inventar curas para el cáncer, paneles solares y redes sociales.

Pero la verdadera genialidad de la economía de mercado no es que genera productos destacados y altamente publicitados que causan colas en las tiendas, ni los grandes avances médicos que salen en las noticias nocturnas. No, la genialidad del capitalismo se encuentra en las cosas pequeñas —las cosas en las que nadie se fija.

Una economía de mercado se caracteriza por una sucesión infinita de cambios y ajustes imperceptibles y repetitivos. Los economistas de libre mercado desde hace mucho han hablado acerca de la naturaleza no planificada, ni coordinada, de la innovación capitalista. Lo que no han enfatizado es lo invisible que es. Una excepción es el gran Adam Smith.

En su obra La riqueza de las naciones, el ejemplo que utilizó para ilustrar la división del trabajo fue una fábrica de alfileres. Describió cuidadosamente el proceso complejo mediante el cual se fabrica un alfiler. La confección de la cabeza de un alfiler “requiere dos o tres operaciones distintas”. Colocar la cabeza en el alambre es “un trabajo especial”. Luego los alfileres deben ser esmaltados. La producción de un alfiler, concluyó Smith, es una tarea de 18 pasos.

Smith estaba argumentando a favor de la especialización, pero igual de importante fue su selección de ejemplo. Sería difícil pensar en algo menos impresionante y de menor consecuencia que un alfiler. Smith quería que sus contemporáneos pensaran acerca de la economía no mediante la observación desde las grandes alturas de un palacio o de un salón de clases, sino observándola desde abajo hacia arriba —para que reconozcan cómo la economía de mercado es el agregado de millones de tareas pequeñas. Esta es una lección que muchos todavía no han aprendido. Deberíamos tratar de reconocer las sutilezas de las cosas aparentemente mundanas.

El capitalismo significa eficiencia

La repisa de libros Billy de Ikea es un mueble de hogar casi desechable que ha sido producido de manera continua desde 1979. Se ve exactamente igual a cómo se veía hace más de tres décadas. Pero es mucho más barata. El modelo estándar —que mide casi dos metros— cuesta $59,99. Sin embargo, desde una perspectiva ingenieril, la repisa de libros Billy es tremendamente distinta a sus ancestros.

Durante estos 30 años la repisa Billy ha cambiado minuciosamente pero de manera importante. La estructura de la pared trasera ha cambiado una y otra vez, conforme la empresa trataba de reducir el peso de esta pared (el peso cuesta dinero) a la vez que aumentaba su resistencia. Incluso los pernos que sostienen las repisas movibles de libros han experimentado cambios dramáticos. Los pernos hasta hace poco eran unos sencillos cilindros de metal. Ahora tienen una forma sofisticada, estrechándose hacia un receptáculo en una de las puntas, sobre el cual se sostiene la repisa. Los corchetes que mantienen unido el marco también son piezas complejas de ingeniería.

Ikea es una empresa masiva. Los cambios pequeños —incluso en los pernos de metal— son magnificados cuando esos productos son producidos en masa. Sin duda hay alguien, en algún lugar en la jerarquía del diseño de productos de Ikea, cuyo único enfoque ha sido reducir el peso y aumentar la resistencia de esos pernos. Esa persona se fue a dormir pensando en clavos y metales y en las compensaciones entre la resistencia y el peso. Su trabajo, aparentemente inconsecuente, ayuda a mantener los precios de Ikea bajos y sus ganancias altas. Con cada cambio diminuto a la forma de los pernos de metal de la repisa Billy, esta persona se gana su salario con creces.

Siendo masiva, sin embargo, Ikea tiene una ventaja: es capaz de contratar especialistas cuyo trabajo es obsesionarse exclusivamente acerca de cosas simples como pernos. Ikea es también conocida por sus innovaciones más destacadas —por ejemplo, muebles embalados en paquetes planos, lo que puede reducir a un sexto el costo de envío— y una muy reducida plantilla de empleados en sus tiendas.

Para los grandes minoristas, la innovación tiene que ver con la eficiencia, no con la invención. Las cadenas de suministro extremadamente sólidas puede que no ganen glamorosos premios de innovación pero son la fuente de gran parte de nuestra prosperidad moderna. No obstante, Ikea es grande y famosa. Así que permítame sugerir otro ícono de la innovación y del dinamismo capitalista: la pizza.

El capitalismo sabe mejor a un precio menor

La pizza es una de las comidas más ordinarias y sencillas. A casi nadie se le ocurriría buscar innovación e ingeniería en ella. En su versión más básica, la pizza es un pan delgado con tomates y queso encima —es la comida que los pobres de Nápoles exportaron, que luego ha sido reinterpretada incesantemente por el resto del mundo.

41% de los estadounidenses comen pizza por lo menos una vez a la semana, ya sea comprada, congelada y recalentada en un horno en casa, entregada a domicilio, traída del restaurante, o cocinada desde cero en casa. Todas estas opciones son más complicadas de lo que parecen. Mantener una pizza fresca mucho después de que esta sale del horno para que pueda ser entregada a domicilio, o asegurarse de que llegue a estar crujiente en distintos hornos domésticos luego de ser congelada durante semanas no es cosa fácil.

La humedad es la enemiga. Para las pizzas congeladas, esto significa que los ingredientes deben ser pre-cocidos precisamente para evitar que algunos ingredientes se quemen mientras que otros se están terminando de calentar. La pizza congelada resiste muchos abusos —es parcialmente descongelada cada vez que es transferida del productor al supermercado y al congelador en casa. Así que la masa tiene que estar precisamente regulada para soportar su contenido de agua.

El queso se congela mal, y los consumidores esperan que este se derrita de igual forma a lo largo de la masa, así que los productores se obsesionan con el rango pH del queso, y con su contenido de agua y sal. Además, por supuesto que todas estas decisiones son realizadas teniendo en cuenta el presupuesto del cliente y la rentabilidad del productor. Los consumidores de pizzas congeladas de tamaño familiar suelen ser extremadamente sensibles a cambios en el precio. Las oportunidades para innovar en procesos, equipos, automatización y química son virtualmente innumerables.

Se vuelve todavía más complicado cuando consideramos cambios en los gustos de los consumidores. El cliente de la pizza moderna no solo quiere queso, tomate y pepperoni. Conforme se vuelven más sofisticados los gustos culinarios, los clientes buscan sabores más sofisticados, incluso en las pizzas congeladas. Una cosa es dominar cómo se derrite el queso cheddar y el mozzarella. Lidiar con unos quesos más sabrosos como un brie o un gouda es una cosa totalmente distinta. Como el especialista en pernos de Ikea, hay cientos de personas alrededor del mundo obsesionadas con la manera en que el queso congelado se derrite en un horno casero. Este tipo de complicaciones son replicadas en cada ingrediente de este producto tan simple (¿Cómo adaptar un dispensador automático de pepperoni para que dispense queso feta?).

Los clientes demandan características estéticas también. Los productos congelados tienen que verse auténticos. A los clientes les gusta que la masa de su pizza tenga pequeñas marcas de quemadura, incluso si los hornos domésticos no las producirán naturalmente. Por esta razón los productores experimentan con todo tipo de técnicas de calentamiento para replicar el resultado visual de un horno de leña.

La pizza que se retira en un restaurante parecería ser algo menos complicado pero tiene casi la misma cantidad de complejidades. Algunas cadenas grandes de pizza están integrando lentamente el tipo de aplicadores de salsa e ingredientes que utilizan los productores de alimentos congelados. El queso es costoso y difícil de distribuir de manera uniforme. La cadena de pizzas Domino’s utiliza un equipo patentado, el “auto-queso”, que toma bloques estandarizados de queso y con la presión de un botón los ralla y distribuye uniformemente a lo largo de una masa.

Los problemas de humedad son incluso más endémicos en las pizzas que se retiran de un restaurante. La pizza horneada tiene que sobrevivir, caliente y crujiente y sin daño alguno, por algún tiempo antes de ser consumida. Si la caja está cerrada, el vapor de la pizza caliente atraviesa el pan, haciéndolo suave y desagradable. Pero una caja abierta perderá calor demasiado rápido. Los ingenieros han encontrado un balance. Las ventilaciones en la caja y los trípodes plásticos en el centro de la pizza alientan el flujo de aire. Los que entregan las pizzas a domicilio las llevan en estuches grandes y protegidos para mantener el calor dentro pero reducir el riesgo de daño por causa del vapor.

Fácilmente podríamos replicar este análisis para casi cualquier alimento procesado o manufacturado que encontramos en un supermercado tradicional. Luego podríamos reflexionar acerca de la complejidad de servir comida, no en una cocina de casa, sino en un avión que vuela a más de 600 millas por hora y a 37.000 pies en el aire, y que es cocinada en un pequeño pasillo para cientos de personas simultáneamente.

Algunos de los logros logísticos más extraordinarios del mundo moderno pasan totalmente desapercibidos. Algunos —como la comida en un avión— los despreciamos enérgicamente, sin reconocer el verdadero esfuerzo detrás de ellos.

El capitalismo se trata tanto acerca de la innovación como de la invención

Uno de los grandes ensayos en la tradición de libre mercado es “Yo, Lápiz” de Leonard Read. Read fue el fundador de un importante centro de estudios estadounidense llamado Foundation for Economic Education. En su ensayo, él adopta la perspectiva de un lápiz ordinario de mina y pretende escribir su genealogía. Empezó como un árbol de cedro en Carolina del Norte u Oregón, fue cosechado, talado y enviado en un tren a un molino en San Leandro, California, donde fue cortado en “pequeñas láminas de menos de un cuarto de pulgada de grosor cada una”.

El argumento de Read: “Ni una sola persona sobre la tierra” sabe cómo hacer un lápiz por sí sola. La construcción de un lápiz está enteramente distribuida entre “millones de seres humanos”, desde los italianos que extraen piedra pómez para los borradores hasta los productores de café que proveen las bebidas para los leñadores en Oregón.

Read estaba ilustrando de manera vívida un argumento importante de Friedrich Hayek —estas personas distintas logran, sin nada más que el sistema de precios, hacer algo extraordinariamente complejo. Ninguno de los mineros de piedra pómez pretenden hacer un lápiz. Ellos simplemente quieren intercambiar su trabajo por un salario. La mano invisible de Adam Smith se encarga del resto. Read publicó su ensayo en 1958. La fórmula química para el borrador del lápiz, conocido como el “plug”, ha cambiado repetidas veces a lo largo del último medio siglo. La producción es altamente automatizada, y las líneas de suministro son más sólidas.

Se agregan químicos para evitar que el borrador se parta. La producción de caucho sintético en 2012 es muy distinta a la de 1958. Estos plugs diminutos se ven en gran medida iguales a sus antecesores pero han evolucionado de varias formas distintas. “Yo, el lápiz” captura de manera estupenda la complejidad de los mercados, pero no logra capturar su dinamismo. Los millones de individuos involucrados en la producción de un lápiz no están simplemente desempeñando las funciones asignadas por el mercado sino que están tratando de hacer su pequeño segmento, más fácil, más barato y más rentable. El mercado de lápices —lo más distinto a una empresa de tecnología de punta como Facebook— todavía está lleno de emprendedores que tratan de deshacer modelos establecidos de negocios para reducir costos y racionalizar las cadenas de suministro. En 1991, 144 lápices de madera hechos en China se vendían al por mayor en $6,91. En 2004 ese precio había caído a $4,48.

Además está la variedad de lápices disponible a los consumidores —no solamente los de madera de distintas formas, tamaños, colores y densidades, sino lápices mecánicos, jumbo para niños, rectangulares para carpinteros (los lápices rectangulares no se ruedan) y así sucesivamente. Para gran desventaja del capitalismo, no hay nada inherentemente emocionante acerca de los lápices. A los humanos les gusta lo novedoso. Nos gusta la invención. Nos gustan los avances en la alta tecnología que cambiarán al mundo.

Yo, el cerdo

El libro más profundo acerca del capitalismo publicado en la última década no es un tratado de economía o filosofía sino un proyecto de arte. En Pig 05049, la artista holandesa Christien Meindertsma muestra sin ambages fotografías de 185 productos distintos que son hechos a partir de un solo cerdo.

Cada parte de un cerdo sacrificado es vendida y preparada para otro propósito. Obviamente, sabemos del cerdo y del jamón pero, ¿cuánta gente sabe que los huesos de cerdo son convertidos en una goma que sirve para pegar papel de lija? ¿O que la grasa del cerdo es un componente de la pintura, que ayuda a que esta se esparza y tenga brillo? Partes del cerdo se encuentran en el yogurt, en los frenos de trenes, en el papel de fotografía, en los fósforos —incluso en las balas.

Una reacción al libro de Meindertsma es verlo simplemente como una re-interpretación moderna del ensayo de Leonard Read acerca del lápiz. Pero es más que eso. Pig 05049 revela lo que una economía de mercado intenta ocultar: las profundas complejidades de los productos individuales.

Ese cerdo fue dividido y enviado a fábricas y mercados alrededor del mundo. Sus partes acabaron en fósforos, cobre, crayones y cera para pisos. Estos productos son los más comunes que uno se pueda imaginar —¿qué consumidor considera por más de un instante qué crayones comprar, y mucho menos cómo se producen? Pero como Meindertsma indica, el olor distintivo de muchos crayones proviene de ácidos grasosos, que a su vez vienen de la grasa ósea de los cerdos, utilizada como un elemento para endurecer los crayones.

Pig 05049 fue publicado en 2007. La industria oleoquímica —esto es, la industria que deriva químicos de aceites y grasas naturales— es una de las más innovadoras del mundo. Como cualquier industria que experimenta rápidos cambios tecnológicos y científicos, también se está reestructurando, mudando su producción de Europa Occidental y EE.UU. a China, Malasia e Indonesia.

Seis años es un largo tiempo en un mercado competitivo. Así de simples como parecen ser, esos crayones están cambiando: los costos de producción se han reducido, las materias primas están siendo utilizadas de manera más eficiente y las líneas de suministro están siendo optimizadas. Amazon ahora enumera 2.259 productos distintos en la categoría de crayones para niños.

El gobierno no comprende la innovación

Si FastCompany tiene una visión distorsionada acerca de la naturaleza de la innovación en una economía de mercado, no está sola. Los gobiernos también la tienen. El gobierno federal de Australia tiene su propio Ministro de Innovación, y su Departamento de Industria, Innovación, Ciencia, Investigación y Educación Terciaria entrega subvenciones para invenciones y empresas nuevas. Su programa Comercialización Australia auspicia inventores que “han transformado una idea innovadora en una realidad”.

El programa Innovación Australia financia a quienes buscan fondos para convertir “sus ideas innovadoras en productos comerciales”. Este es el fetiche con la invención —la idea de que el progreso tecnológico ocurre cuando los soñadores tienen grandes ideas. Todo lo que la sociedad necesita hacer es subsidiar los sueños hasta que estos se conviertan en realidad.

Pero las ideas son la parte fácil. Hacer algo es difícil. Establecer una empresa, reducir los costos, adquirir y retener una porción del mercado: allí es donde las empresas ganan o pierden en una economía de mercado. La genialidad de la economía de mercado se encuentra en pequeñas innovaciones que se hacen para pulir y mejorar los productos y servicios existentes. La invención es algo maravilloso. Pero no deberíamos pretender que es la invención lo que nos ha hecho ricos.

Tenemos una calidad de vida superior a la de nuestros ancestros gracias a las cosas pequeñas. Deberíamos estar más conscientes de la continua, lenta e imperceptible destrucción creativa de la economía de mercado, de los refinadores que siempre están mejorando —aunque sea de manera imperceptible— nuestras pizzas congeladas, nuestras repisas para libros, nuestros lápices, y nuestros crayones.

2. Los salarios deberían estar relacionados a la productividad

Autor: Mark Calabria

Han pasado casi 30 años desde que tuve mi primer trabajo preparando hamburguesas en Burger King. Empecé ganando el salario mínimo y estaba feliz de tener esa oportunidad. A pesar de trabajar de manera intermitente en Burger King durante casi tres años, lo que si tenía claro es que no pretendía hacer de eso una carrera.Uno de los argumentos más extraños para elevar el salario mínimo es que las personas pueden y deberían hacer una carrera de este tipo de empleos. Alentar a grandes segmentos de nuestra fuerza laboral a pasar sus vidas como trabajadores en cadenas de comida rápida es un flaco favor tanto para ellos como para nuestra economía. En lugar de hacer eso, quienes hacen las políticas deberían estar concentrados en aumentar la productividad de nuestros trabajadores, que es lo que últimamente determina los incrementos en los salarios.

Primero, aclaremos algunos mitos acerca de quién realmente trabaja por un salario mínimo. Según los últimos números del Buró de Estadísticas Laborales, más de la mitad de los trabajadores que ganan un salario mínimo son menores de 25 años. De hecho, solo 3 por ciento de los trabajadores mayores de 25 años ganan el salario mínimo o menos. Dos tercios de los trabajadores que ganan el salario mínimo solo trabajan a tiempo parcial. El indicador más importante de quién trabaja por un salario mínimo es la educación, dado que solo 8 por ciento de los trabajadores que ganan un salario mínimo tienen un título universitario; alrededor de un tercio no se graduaron de secundaria.

La razón por la cual estos trabajadores ganan solamente el salario mínimo es sencilla: no son muy productivos. Si nos gustaría que ganen más, la solución es hacerlos más productivos.

La gran mayoría de los trabajadores que ganan el salario mínimo están concentrados en los sectores de entretenimiento y hospitalidad, particularmente en la industria de restaurantes. Incluso dentro del sector comercial, casi todos los trabajadores de salario mínimo se encuentran en el área de ventas al por menor y no en el área de ventas al por mayor. La razón detrás de estas diferencias es, nuevamente, la productividad.

Entre 1987 y 2012, la productividad (producción por hora) aumentó a una tasa anual de 3 por ciento en el sector comercial de ventas al por mayor. Los trabajadores se beneficiaron de gran parte de este incremento en la forma de compensaciones al empleado. De hecho, los salarios de los trabajadores aumentaron a una tasa más rápida que aquella de la productividad, 4.2 por ciento al año.

En cambio, si uno observa la productividad en las líneas de ventas al por menor, donde hay una alta proporción de trabajadores de salario mínimo, casi no hubo incrementos en la productividad. Por ejemplo, entre las tiendas de alimentos y bebidas, el crecimiento anual de la productividad entre 1987 y 2012 fue solo de 0.3 por ciento. A pesar del débil crecimiento de la productividad, la compensación a los trabajadores igual aumentó en casi 3 por ciento al año.

Las recientes protestas se han enfocado en la industria de comidas rápidas. Contrario a la percepción popular, la compensación de los trabajadores en la industria de alimentos de hecho ha crecido más rápido que en otras. Entre 1987 y 2012, la compensación de los empleados aumentó a una tasa anual de 5.1 por ciento. Esto es especialmente impresionante dado que el crecimiento anual de la productividad fue de solo 0.6 por ciento durante el mismo período.

La teoría detrás de la idea de que la productividad determina los salarios tiene sentido común: los mercados competitivos alientan a los empleadores a elevar la compensación para equiparar la contribución de un empleado, y la competencia entre empleados evitará que los salarios se eleven muy por encima de la compensación.

Los datos a largo plazo respaldan esta teoría básica. Desde la Segunda Guerra Mundial, el cambio trimestral en la productividad y en la compensación de los trabajadores en el sector empresarial no-agrícola ha mostrado una correlación de 0.97 por ciento. Esto es una relación de casi uno a uno. Si, podemos ver retardos o fluctuaciones a corto plazo, pero los datos son muy claros: los cambios en la productividad están estrechamente asociados con cambios en la compensación.

Que el gobierno simplemente decrete aumentos en los salarios desafía la razón cuando hay aumentos difícilmente discernibles en la productividad.

De manera que, ¿cómo podría aumentarse la productividad de los trabajadores y por lo tanto, los salarios? Primero, el enfoque de nuestras políticas de inversión debería estar fijado en cosas que en realidad hacen que los trabajadores sean más productivos como el capital humano (las habilidades y la educación), o equipos que hacen que los trabajadores sean más productivos. Hacerlo no es solo un beneficio para los trabajadores sino también para sus empleadores, la economía y la sociedad en general. Crear un ambiente de mayor certidumbre para las inversiones es probablemente lo mejor que podemos hacer para fomentar las inversiones en las fábricas y en equipos.

Cuando se trata del capital humano, fallas estructurales en nuestro sistema educativo deben ser abordadas. Como indiqué anteriormente, los niveles de educación son determinantes poderosos de quién trabaja y para obtener qué nivel de salario. Para reducir la desigualdad, no hay nada más importante que incrementar la rendición de cuentas en la educación. El mecanismo finalmente más efectivo sería incrementar la libertad para elegir en la educación. También hay demasiados hombres jóvenes atravesando nuestro sistema de justicia criminal. Aumentar el salario mínimo no hará más probable que un hombre que pasó por la cárcel y que no tiene un título de bachiller obtenga un empleo.

Aquellos que claman por un incremento en el salario mínimo están, en el mejor de los casos, intentando agitar una varita mágica y pretender que los profundos problemas estructurales simplemente desaparecerán. Sería mucho más productivo enfocarse en la enfermedad, en lugar de obsesionarse acerca de sus síntomas.

3. El espejismo de la igualdad

Autor: Axel Kaiser

Una sociedad que persigue la igualdad por sobre la libertad, afirmó Milton Friedman, no termina ni con la una ni con la otra. Y es que la igualdad es un difuso espejismo imposible de alcanzar por la simple razón de que todos los seres humanos somos por naturaleza desiguales. Ergo, todo lo que resulte de nuestra interacción será desigual. El socialismo, la ideología igualitarista por excelencia, pretendió negar esta realidad conduciendo al asesinato de más de cien millones de personas y a la creación de las sociedades más desiguales y explotadoras que haya visto la historia moderna. Si hay algo que enseña la historia de esa terca doctrina, es que la búsqueda de la igualdad través del Estado es un imposible que irremediablemente socava la libertad y el bienestar general.Eso no significa, por cierto, que no haya sociedades más iguales que otras. Suecia es un ejemplo que a nuestros estatistas les encanta citar. Según ellos, el país nórdico sería la prueba de que el Estado de bienestar funciona creando riqueza e igualdad. La evidencia, sin embargo, dice otra cosa. De partida el Estado de bienestar sueco comienza a crearse a fines de la década de los 50, cuando Suecia era ya el cuarto país con el mayor ingreso per cápita en el mundo y destacaba por sus niveles de igualdad. En esa época, el Estado sueco tomaba un moderado 21% del PIB en impuestos, menos que el Estado chileno actual. El enriquecimiento de Suecia desde la década de 1870 hasta mediados del siglo 20, se debió fundamentalmente a una combinación de instituciones proclives al libre mercado, a mejoras en el capital humano y a una arraigada ética del trabajo combinada con altos niveles de confianza interpersonal.

Con la introducción gradual del Estado de bienestar a partir de los 60, Suecia se empobreció en relación al mundo cayendo desde el cuarto al decimocuarto lugar en términos de PIB per cápita en 1993. Una clara indicación de que los suecos estarían mejor sin el Estado benefactor es el hecho de que hacia 2009 los inmigrantes de ese país en EE.UU. mostraban un ingreso promedio 53% superior al de sus compatriotas en Suecia.

Pero ni el ejemplar empeño, creatividad y honestidad sueca pudieron sostener el estado benefactor. En los 90 este enfrentó una severa crisis que si bien no lo terminó, si dio pie a una serie de profundas reformas liberales gracias a las que el país nuevamente ha salido a flote. Un país que no ha hecho esas reformas, persistiendo en el camino estatista redistribuidor, es Francia. A partir del próximo año, Francia tendrá el gasto público más grande del mundo, alcanzando un 57% del PIB. Hoy la nación gala se encuentra sumida en una profunda crisis económica, con un 11% de desempleo, una deuda pública de más de un 90% del PIB, con nulo o negativo crecimiento económico, un agudo proceso de desindustrialización y un presidente con la popularidad más baja registrada en la historia de la V República.

El mismo presidente socialista que, en su lucha por mayor igualdad, introdujo 84 nuevos impuestos en los últimos dos años causando verdaderas rebeliones populares y la fuga de numerosos millonarios del país, partiendo por el actor Gerard Depardieu, quien renunció a la ciudadanía francesa en protesta por los excesivos impuestos. Para agravar las cosas, hace unas semanas, Standard & Poor’s volvió a rebajar la calificación de riesgo del llamado “enfermo de Europa”. Más interesante aún son encuestas recientes del diario de izquierda Le Monde. En ellas, el 70% de los franceses declaró que los impuestos son excesivos y el 54% sostuvo que aumentan las desigualdades.

Francia nos da así una valiosa lección sobre los resultados de perseguir la igualdad haciendo crecer el Estado. Pues si efectivamente fuera el caso que un Estado benefactor generoso mejorara la calidad de vida de la población e incrementara la igualdad, entonces el país de Napoleón con su gasto público récord en el mundo, lejos de estar sumido en una crisis económica, política y social, debiera encontrarse en su apogeo.

4. No tiene sentido que las religiones exijan que no se las critique

Autor: Salman Rushdie

El 14 de febrero de 1989 Salman Rushdie recibió una llamada de una periodista de la BBC que le anunció que había sido ‘condenado a muerte’ por el ayatolá Jomeini. ¿Su delito? Haber escrito una novela titulada ‘Los versos satánicos’. Doce años después, el autor rememora en el libro ‘Joseph Anton’ (Mondadori), cómo vivió en clandestinidad, y cómo afectó a su vida personal esta persecución.“No tiene sentido que las religiones exijan que no se las critique. Estos días cuando oigo a la gente decir que hay que respetar las religiones, lo que quieren decir es que tenemos miedo a la violencia, porque ese respeto, lo que realmente esconde es el miedo a la violencia”, explica Rushdie en una entrevista con Europa Press.

“Estoy cansado de que las religiones exijan un trato especial. No hay ninguna razón por las que se les deba dar un trato especial. Tenemos que poder hablar de las cosas en serio, pero también con sátira”, alega en referencia a las caricaturas publicadas en las que se ridiculiza al profeta Mahoma y a otras persecuciones contra escritores.

A este respecto, señala que las acusaciones de blasfemias y herejía que recayeron sobre él parecían más pertenecer a la “inquisición española” que al siglo XX, y subraya que este comportamiento era solo el inicio de un tipo de “política extremista” por parte del mundo musulmán y subraya cómo esa violencia se ha ido propagando por el mundo y cita el caso del periodista asesinado en Turquía o de otros escritores perseguidos.

“Las acusaciones son las mismas que yo recibí. Estos ataques se han ido expandiendo y propagando, porque los atentados del 11 de septiembre fueron sólo el eslabón de una cadena. Y las manifestaciones de estos días forman parte de ese mismo espíritu intransigente e intolerante”, ha explicado Salman Rushdie durante su presentación del libro en Madrid.

En esta misma línea afirma que el vídeo colgado en Youtube sobre Mahoma es “malísimo” y “no hace falta hacer quemas”. “En Youtube hay tantas cosas, que cualquiera de nosotros puede sentirse ofendido. Pero el vídeo es ridículo y me parece erróneo responder así ante un vídeo como ese, pero esta reacción forma parte de una paranoia mucho más grande. En el mundo musulmán se extiende la creencia de que hay una conspiración para destruir el Islam, y que los líderes occidentales están detrás”. “Es evidente que esa conspiración no existe y vemos cómo la paranoia desemboca en la violencia”, alega.

“No tenemos que doblegarnos ante el miedo”, proclama el autor, quien ha tardado más de diez en ponerse a escribir esta novela “autobiográfica” porque quería alcanzar un estado de “tranquilidad mental” y estar libre de emociones negativas.

En esta misma línea reconoce que tras escribir ‘Josep Anton’ no siente ningún tipo de amargura o rencor hacia quienes le condenaron y obligaron a pasar diez años de su vida escondido. “Rendirme ante la amargura sería una derrota. Esperé tanto porque quería tener el control de mis emociones y no escribirlo con amargura, era necesario que la rabia pasara” confiesa.

En las páginas de este libro, de casi 700 páginas, Rushdie no sólo habla de las realidades, a veces incluso cómicas que tuvo que vivir, siempre rodeado de policías armados o protectores, sino también rememora su vida personal desde los años difíciles en la Universidad hasta sus fracasos matrimoniales.

“Para escribir una autobiografía hay que contar la verdad; hay que ser más autocrítico. El lector quiere comprender sus puntos flacos y sus puntos fuertes, sus virtudes y sus defectos. Hay que hablar de lo que uno lamenta haber hecho o lo que uno hubiera querido hacer mejor”, señala.

El título del libro hace referencia al alias que eligió para que la policía pudiera llamarlo. Pensó en sus escritores preferidos y las posibles combinaciones de nombres de estos; y de pronto se le ocurrió: Conrad y Chéjov, ‘Joseph Anton’.

Y para ser más crítico consigo mismo en esta autobiografía, Rushdie se sirve de la tercera persona y así consigue ver al personaje central de la novela (él mismo) de forma más “crítica y objetiva”. “Un libro de estas características tiene que ser duro y crítico con uno mismo. Sé que se critican a algunas personas en el libro, pero a quien más se critica es al autor”, confiesa.

Preguntado por el momento en que más miedo pasó, el autor de ‘Los versos satánicos’ señala que fue cuando pensó que habían asaltado a su hijo y a su madre. “Fue una serie de errores de comunicación y luego todo el mundo estaba bien, pero por varias horas creía que mi hijo y mi madre habían sido asesinados o secuestrados y ese día siempre lo consideraré el peor de mi vida, fue el único momento en todo ese periodo en el que realmente me hundí”.

Respecto a sus proyectos de futuro, Rushdie ha anunciado que está trabajando en una serie de televisión de ciencia ficción en Estados Unidos, “pero esto está en un estado muy incipiente, lo que sí me gustaría es sentarme tranquilamente y escribir una novela de ficción”, concluye.

5. El ateísmo es un posicionamiento filosófico sobre la realidad

Autor: Roberto Augusto

Después de tocar un tema casi tabú como es el del nacionalismo y colocarlo al nivel del creacionismo, los ovnis, la homeopatía o el psicoanálisis, se enfrenta usted con las religiones. ¿Tiene idea de la cantidad de adversarios que se van a levantar a su paso?

Es cierto que dos de las cosas que más enfrentan a la gente son las religiones y la política. Por eso me interesa hablar de estos temas. La humanidad sufre en gran parte porque está dividida por culpa del nacionalismo y de la religión, que son dos de los principales males que padecemos. Denunciar la falsedad de estas doctrinas es una necesidad vital para lograr mejorar la convivencia entre todos los seres humanos. Estos dos libros están conectados porque buscan lo mismo: denunciar la irracionalidad que separa a las personas en naciones o religiones que son solo una creación perversa de nuestra mente. No me preocupan los adversarios que puedan surgir. Lo importante es la verdad de lo que se dice. De todas formas tanto los teístas como los nacionalistas viven encerrados en sus dogmas e ignoran todas las críticas contra sus ideas.

¿Es el ateísmo una creencia más?

El ateísmo no es una creencia o una religión equiparable a cualquier otra. Es un posicionamiento filosófico sobre la realidad, algo muy distinto. Surge de la constatación de un hecho evidente: los teístas no han aportado ninguna prueba objetiva de sus creencias. La conclusión lógica que debemos sacar con nuestro conocimiento actual del mundo es pensar que no existe Dios ni ningún tipo de entidad sobrenatural. Al decir esto no estoy expresando una creencia, sino una evidencia racional. El ateísmo, por lo tanto, se basa en la razón, en la libertad para cuestionarnos todo. Nada tiene que ver con el dogmatismo, que es la aceptación de ideas sin ninguna explicación científica. En mi libro analizo muchas de las supuestas “pruebas” de la existencia de Dios y muestro su falsedad.

Las religiones tienen vocación de universalidad y normalmente andan a la greña entre ellas, pero todas hacen piña cuando aparece alguien que manifiesta no creer en la divinidad ¿cree que con semejante número de enemigos el movimiento ateo tiene alguna esperanza?

Casi todas las religiones llevan miles de años prometiendo la paz y la concordia universal. Pero la realidad nos muestra que han sido culpables de millones de muertos y de innumerables conflictos. Cuando algunos se creen en posesión de una verdad revelada directamente por Dios las personas se convierten en algo secundario al lado de esas ideas. Entonces es fácil matar y morir en nombre de una fe. A pesar de esto, la mayoría de la gente en el mundo cree en alguna religión porque esas creencias satisfacen necesidades primarias del ser humano, como el miedo a la muerte. El ateísmo es una postura minoritaria, pero en auge, sobre todo en los países más desarrollados. Parece que hay una conexión clara entre progreso material y ateísmo. Eso me hace ser optimista respecto al futuro del movimiento ateo. Si la humanidad consigue eliminar la pobreza y la ignorancia en la que viven millones de personas las religiones irán perdiendo parte de su poder. Esto no será fácil ni rápido, ya que el teísmo está respaldado por una enorme inercia histórica. Probablemente la religión nunca desaparezca, pero quizás en un futuro lejano tenga un papel marginal. Ese es un objetivo por el que hay que trabajar.

Hace unas semanas el Obispo de San Sebastián hablaba de “alerta educativa” al conocer que un cincuenta por ciento de los jóvenes de una determinada región manifestaba que no creía en Dios ni en la Iglesia ¿eso es falta de educación de la juventud o ausencia de autocrítica por parte del príncipe eclesiástico?

La Iglesia española está acostumbrada a tener una posición hegemónica en el mundo educativo y en todos los ámbitos de la sociedad. Por eso sus jerarcas ven con preocupación esa pérdida de protagonismo. Sin duda las causas del declive religioso no pueden ser achacadas solo a la falta de educación de la juventud, sino que son más profundas. Una de ellas es el desprestigio de la Iglesia por culpa de comportamientos éticos que contradicen sus propias doctrinas. Es insostenible que alguien predique la pobreza y el desprecio de los bienes materiales cuando vive en un palacio suntuoso.

En el panorama político internacional comprobamos cómo bajo el concepto de “primavera árabe” se han aupado al poder en países con poca tradición fanática como Túnez o Egipto movimientos religiosos radicales, intolerantes y bestiales ¿corremos el riesgo de volver a una situación propia del medievo, con la religión imponiendo sus reglas en todas partes?

El problema que hay en la gran mayoría de países musulmanes es que no tienen cultura democrática. La única alternativa suele ser entre una dictadura o una teocracia. Ningún cambio político puede triunfar si no va acompañado de una transformación en la mentalidad de la gente. Si la mayoría de los ciudadanos de Túnez o Egipto tienen ideas religiosas radicales la democracia no será posible ya que votarán por líderes que acabarán con ella. Las sociedades árabes deben avanzar mucho más en la separación entre la religión y el Estado. No creo que podamos volver a la situación de la Edad Media. La globalización, los avances técnicos y el ejemplo de las sociedades más avanzadas, impiden ese riesgo. Pero queda todavía un largo camino por recorrer para lograr que la religión se quede en la esfera de lo privado y no aspire a controlar también el Estado.

En un país como España donde hasta hace pocas generaciones existía una religión oficial asistimos al lento pero inexorable deterioro del monolito de la fe ¿se detecta un cambio hacia posiciones ateas o simplemente unas creencias se cambian por otras?

Lo que está pasando en España es un proceso que afecta a toda Europa Occidental. El viejo continente está experimentando un fuerte proceso de secularización. Cada vez la religión tiene menos poder en las sociedades europeas y eso me parece muy positivo. Cuanta menos religión, más libertad y progreso. Este abandono del cristianismo no lleva a su sustitución por otras creencias. Tampoco hacia posiciones ateas conscientes. La mayoría de los jóvenes simplemente ignora la religión. No les interesa y tampoco la conocen. Cuando un obispo habla sobre sexualidad o cualquier otro tema social expresa una moral que nada tiene que ver con la forma de vida de la mayoría, incluso entre los que dicen ser creyentes. Muchos ni siquiera se declaran ateos, sencillamente ignoran la religión.

¿Llegaremos a ver al Estado como un Estado laico?

Es evidente que no, al menos en un corto o medio plazo de tiempo. A pesar de su decadencia la religión conserva una importante influencia en España. La Iglesia católica tiene un enorme poder económico y político, especialmente dentro del PP y también en CIU y el PNV. Cuando ha gobernado el PSOE tampoco ha querido avanzar en un modelo laicista por miedo a molestar a sus votantes católicos. Me parece lamentable que en un Estado aconfesional se estudie religión en la escuela pública y que eso sea pagado con nuestros impuestos, lo que supone una forma de subvencionar a la Iglesia y a su entorno. Recordemos, por ejemplo, que cuando los miembros del Gobierno juran o prometen su cargo lo hacen delante de un crucifijo y de una Biblia, algo que atenta sin duda contra el principio de aconfesionalidad reconocido por la Constitución. En mi opinión todos los Estados deberían ser laicos para ser plenamente democráticos.

El GGC puede ser encontrado en YahooGroups y en FaceBook

 

Show more