2013-11-01

Grupo Gran-Colombia

Correo del Orinoco

 

Edición de Octubre 30 /2013

 

El Grupo Gran-Colombia (GGC) es una organización sin fines de lucro, absolutamente independiente de todo grupo político, religioso, empresarial o gubernamental, cuyo desafío fundamental es encontrar y usar los medios necesarios para lograr una progresiva evolución hacia una sociedad libre, formada por ciudadanos ilustrados y responsables, que acierten a protegerse, mediante un esfuerzo común, contra el miedo, la necesidad y la opresión, sea interna o externa.

 

En esta edición:

 

1)     Lo saludable de bajar impuestos – José T. Raga

2)     Sobre la patria – Alberto Benegas Lynch

3)     Vuelve el alarmismo climático: ¿el peor invierno en décadas? -

Libertad Digital

4)     La funesta manía de pensar – Carlos Alberto Montaner

5)     ¿Estamos un 95% seguros que el hombre provoca el calentamiento

global? – Daniel Rodríguez Herrera

 

 

 

1.            Lo saludable de bajar impuestos

 

Autor: José T. Raga

 Todavía no he llegado a una conclusión que me convenza del fundamento sobre el que se asientan las numerosas y viscerales críticas a la decisión de bajar los impuestos; una decisión verdaderamente excepcional. ¿Será quizá que la envidia, de ser una enfermedad, se ha convertido en una epidemia entre la población española? También de aquellos que no les gustaría ser identificados por este gentilicio.

Mis dudas se mueven por un itinerario que, partiendo de la envidia, discurre por la incapacidad, pudiendo situarse, también, en la indolencia. Entre los pronunciamientos políticos en contra de la disminución de impuestos, los encontramos que, encubiertos por la descalificación, desvelan que en el fondo late la admirada expresión de “qué más quisiera yo”. En definitiva la envidia del deseo que no puedo alcanzar, y de la acción política que no me atrevo a implantar.

Otra posibilidad es la de la incapacidad política de quien ejerce el gobierno a cualquier nivel para hacer lo que debe de hacer, aunque sea enfrentándose a quien se tenga que enfrentar. Naturalmente que semejante enfrentamiento sólo lo pueden hacer los Gobiernos con una gran fortaleza política, además de con un gran desprendimiento, dispuestos a asumir el arriesgado reto de la matemática electoral, que pueda desplazarles del puesto detentado.

 Si el actual panorama político es el de la debilidad generalizada de líderes y gobernantes, con un ocaso casi total de ideas sólidas y de ideología, parece natural que la incapacidad ante el qué hacer sea la nota política predominante. De aquí el recurso a la crítica, en ocasiones amenazante, porque, para lo que se es incapaz, resulta humillante reconocer la capacidad en aquel al que se critica.

Finalmente, puede tratarse de simple indolencia. Eludir la acción es, para algunos, la menos comprometida de las decisiones políticas; decidir no hacer también es una decisión, y, como tal, implica una opción política, como cualquier otra de las posibles.

Por otro lado, repasando los objetivos de una política pública, concluiremos que el establecimiento de impuestos no es, de suyo, un objetivo. El objetivo es asignar a la población bienes públicos que, debido a sus características, no pueden ser asignados por el mercado. Decididos los bienes que hay que asignar y sus cuantías, su coste, en términos de la mayor eficiencia, tendrá que ser financiado por impuestos, y éstos habrán de ser lo más bajos posible.

No puede olvidarse que el contribuyente, en tanto que generador de rentas, experimenta un sacrificio al pagar los impuestos, por lo cual minimizar su sacrificio sí que debe ser un objetivo público. Además, hay evidencias suficientes para afirmar que el sector público, cuando gasta mucho, gasta mal; las bolsas de ineficiencia se multiplican. Por ello es saludable asistir a una disminución de impuestos, aunque malhumore a muchos que se sienten incapaces de hacerlo. La patología de preferir que el dinero propio esté en manos del Estado, de la comunidad autónoma o del ayuntamiento de turno merece inmediata atención facultativa, diagnóstico y tratamiento; posiblemente, psiquiátrico.

 

 

2. Sobre la patria

 

Autor: Alberto Benegas Lynch

 En esta instancia del proceso de evolución cultural, la idea de nación es solo para evitar los inmensos riesgos de la concentración de poder que significaría un gobierno universal. En sociedades abiertas, el fraccionamiento ayuda a preservar los derechos individuales con cierta competencia entre países y, a su vez, cada uno subdivide internamente las jurisdicciones en provincias y éstas, a su turno, en municipios. Un gobierno universal no cuenta con la dispersión del poder y, por tanto, no permite fraccionarlo y no hay escapatoria posible frente a un aparato estatal único que abarque el planeta.

Entonces, ese es el único sentido de las fronteras que son consecuencia de accidentes geológicos y, sobre todo, de acciones bélicas. No hay en ello nada natural. Los idiomas no separan a los países puesto que hay muchos que contienen diversas lenguas y dialectos, como Canadá, Suiza y España. No son fruto de las llamadas “razas” puesto que tal cosa no existe como, entre muchos otros, explica Spencer Wells (recordemos la noción idiota que desconoce que el judaísmo es una religión, por ello es que en los campos de concentración de los criminales nazis había que rapar y tatuar a los prisioneros para distinguirlos de sus captores) y que los rasgos físicos son circunstanciales y se modifican con la ubicación geográfica y que los grupos sanguíneos son cuatro para toda la humanidad.

Innumerables son los mestizajes entre las personas y los movimientos migratorios son permanentes lo cual, como especialmente apuntan Mario Vargas Llosa, Thomas Sowell y Juan José Sebreli, convierte a la cultura en algo cambiante y evolutivo en cuyo contexto hay un constante intercambio de hábitos, costumbres, vestimentas, comidas, arquitecturas, músicas que a veces se toman como propias sin percibir que son el resultado de largos procesos de entregas y recibimientos que, a su vez, generan nuevos resultados.

Es por ello que las pretensiones de establecer culturas alambradas constituyen una de las manifestaciones más claras y rotundas del espíritu cavernario. De todos modos, consciente o inconscientemente, persiste en ciertos círculos manifestaciones de nacionalismo a través de la expresión “patria” que tomada literalmente significa “tierra de los padres”, lo cual revela un afecto

natural por el terruño, por los lugares donde vivieron nuestros mayores, incluso por los tiernos recuerdos que suscitan los olores, los ruidos e infinitas imágenes de nuestros barrios (lo cual para nada autoriza a descalificar a quienes abandonan sus lugares de nacimiento en busca de otros horizontes tal como lo han hecho la mayor parte de nuestros antepasados).

Pero el uso habitual y más generalizado de patria se extiende a conceptos distintos que abarcan territorios vastos y extendidos que hacen que se hable del amor global a tal o cual país que es similar a sostener que se ama a tal o cual latitud geográfica o isobara o tal o cual hemisferio o que se ama a tal o cual estrella en el firmamento. Este concepto extendido lamentablemente no se

refiere al respeto a los derechos individuales sino que se circunscribe a un instinto territorial y a una equivocada acepción de la soberanía que, como nos dice Bertand de Jouvenel, en lugar de aplicarla a cada individuo se la vincula a manifestaciones diversas de los aparatos estatales.

Más aun, como escribe Juan Bautista Alberdi “El entusiasmo patrio es un sentimiento peculiar de guerra, no de la libertad” o como concluye Esteban Echeverría “la patria no es la tierra sino la libertad, el que se queda sin libertad se queda sin patria”. Desafortunadamente, las ideas contrarias son frecuentemente inculcadas a los niños, puesto que desde la más tierna infancia

se los obliga a cantar himnos guerreros, a marchar, a uniformarse, a no discutir con ninguna autoridad y a estudiar historia en términos de municiones y pertrechos de guerra. Por ese lavado de cerebro que forma autómatas es que hoy cuesta tanto a muchos adultos sacarse de la cabeza la idea de patria en el sentido de limitarse a la reverencia a pedazos de tierra, lo cual se estima debe “protegerse” del extranjero y del intercambio libre de bienes y servicios que “invaden” cual tropas de ocupación.

Se quiera o no, estos dislates nacionalistas, tarde o temprano conducen a la demanda por líderes mesiánicos. Tomemos el caso de Franco a título de ejemplo. Luego del final desafortunado de Manuel Azaña y las muy sospechosas muertes de los generales conservadores Sanjurjo y del Llano, comenzó lo que Segundo V. Linares Quintana denomina “el Estado paternalista español” que “se inspira visiblemente en la línea ideológica del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán”. En este sentido, es de interés prestar atención a lo escrito por Luis del Valle Pascual, profesor de derecho constitucional que adhería al régimen, quien referido al franquismo consignaba que: “en el Estado nuevo, el pueblo político deposita, como hemos dicho, su confianza plena en un jefe y éste es el que desarrollará con actos decisionales y normas coactivas las exigencia más profundas de la comunidad nacional […] su voluntad será la voluntad de la comunidad misma. El jefe es así, no solo el supremo conductor, sino el intérprete y definidor de la voluntad nacional. Y mientras cuente con la voluntad plebiscitaria, como se afirma del führer en Alemania, podrá decirse que tiene siempre razón. El simboliza la realidad más profunda de la dirección nacional. Indiscutiblemente aparece como el órgano supremo del destino de la comunidad”.

Todos los personeros del régimen y “el generalísmo” usaban y abusaban de la idea de patria en el contexto de un poder sustentado en la tenebrosa combinación entre la religión y la espada, basado en el autoritarismo y en la judeofobia tal como lo prueban los textos escolares obligatorios de la época. Por ejemplo, en Historia del imperio español y de la hispanidad de Feliciano Cereda se lee sobre “el carácter judío, su actuación hipócrita y sus tendencias sociales que tantas veces han llevado a España a la ruina” y en Así quiero ser, el niño del nuevo Estado presentado por Hijos de Santiago Rodríguez se dice que “Nosotros, los subordinados, no tenemos más misión que obedecer. Debemos obedecer sin discutir […] Los españoles tenemos la obligación de acostumbrarnos a la santa obediencia”. Paul Preston en su célebre obra Franco, caudillo de España concluye que “Fue un dictador brutal y eficaz que resistió treinta y seis años en el poder y que le indujo a creer en las ideas más banales” del mismo modo escribe Salvador de Madariaga en España. Ensayo sobre historia contemporánea que “en lo único que piensa Franco es en Franco […] a fin de que el navío de su dictadura se mantenga a flote”.

Por todo esto es que podemos suscribir con gran beneplácito lo dicho por Demócrito en cuanto a que “la patria del sabio es el mundo entero” o lo escrito por Borges en el sentido de que “vendrán otros tiempos en los que seremos cosmopolitas como querían los estoicos” o lo dicho por Fernando Savater que “cuanto más insignificante se es en lo personal, más razones se buscan de exaltación en lo patriótico” o finalmente (para no cargar de citas) lo asentado por Lord Acton: “la teoría de la nacionalidad es más absurda y más criminal que la teoría del socialismo”.

En otros términos, los cánticos patrióticos —patrioteros en nuestra línea argumental— no ayudan a fortalecer la noción vital de las autonomías individuales y son hipócritas en cuanto a que declaman eso de “toma mi mano hermano” a menos que se trate de extranjeros los cuales, como queda dicho, son sospechosos de “invadir” territorios con sus personas y con sus bienes y servicios contra los cuales hay que “defenderse”. El espíritu cosmopolita y el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros (de todos) resulta el aspecto medular de la buena educación, lo cual constituye la columna vertebral de la convivencia pacífica y comprender que todos somos distintos con lo que las generalizaciones son del todo inconducentes. En este último sentido, tengamos presente la respuesta de Chesterton cuando le preguntaron qué opinaba de los franceses: “no se porque no los conozco a todos”.

 

 

3.Vuelve el alarmismo climático: ¿el peor invierno en décadas?

 

Autor: Libertad Digital

 Hace unos meses el canal francés Metèo decía que nos íbamos a quedar sin verano, ya que iba a ser el más frío y húmedo desde 1816. Las predicciones no se cumplieron, pero con el cambio de estación, varios medios internacionales ya están vaticinando que este invierno será el peor del último siglo.

Entre estos medios, que se aventuran a publicar titulares como “El peor invierno en décadas”, se encuentran La voz de Rusia o el inglés Express. Según estos periódicos, los habitantes del Viejo Continente deben ir haciendo acopio de abrigos, bufandas y guantes.

Estos diarios se hacen eco de las declaraciones del meteorólogo alemán Dominik Jung, en las que afirma que la temporada de invierno 2013-2014 promete ser inusualmente fría. Concretamente este especialista dijo que “tiembla” con sólo mirar los mapas y modelos desarrollados por el Servicio Meteorológico Nacional de su país. Según Jung, las temperaturas más bajas se registrarán durante los meses de enero y febrero.

Jung no es el único que afirma que tendremos un invierno más frío de lo normal. El meteorólogo Joe Bastardi, del servicio meteorológico AccuWeather, afirma que según sus predicciones, el próximo invierno estará marcado por la llegada de aire polar del ártico que se moverá por Europa. La disminución de la actividad solar durante este período aumentará el descenso de las temperaturas que serán más bajas de lo normal.

La AEMET, en contra

Como ocurrió con las predicciones sobre el verano, la Agencia Estatal de Meteorología español ha

matizado estos pronósticos. Según ha explicado a LD, sus datos desmienten estas informaciones ya que, según sus previsiones para el trimestre de noviembre, diciembre y enero, el tiempo va a ir en la misma dirección que en los últimos años. Según las declaraciones de su portavoz, Fermín Elizaga, “las temperaturas no plantearán variaciones importantes en los valores que se vienen dando desde 1971″.

Las fuentes a las que se refiere la AEMET “son utilizadas por los centros de meteorología más prestigiosos del mundo, y estos indicadores muestran como el invierno, que dará la bienvenida al 2014, tendrá unas temperaturas en los valores medios habituales”, ha comentado Elizaga.

Como ha explicado a esRadio “las predicciones se basan en más de quince modelos de previsión”. Elizaga ha aclarado que ellos pueden dar una previsión fiable para un par de días, “podemos decir si mañana lloverá a una determinada o no”, pero “lo que no podemos es predecir con exactitud lo que va a pasar en los próximos meses”. Ante la pregunta de si esperamos nevadas abundantes para este invierno, Elizaga ha comentado que “aún es muy pronto para saberlo”.

Según el portavoz de la AEMET, con esta noticia, “puede pasar lo mismo que con la que afirmó que no iba a haber verano”, por lo tanto “no hay que hacer mucho caso”. Así que tendremos que esperar para poder ver qué previsiones se cumplen este invierno.

 

 

4. La funesta manía de pensar

 

Autor: Carlos Alberto Montaner

 Si mañana un cataclismo, o un virus racista, destruyera todas las universidades de América Latina y España, la cultura planetaria apenas sufriría un imperceptible arañazo, especialmente en el terreno de la ciencia y la técnica, pero también en el de las humanidades y los estudias sociales.

El asunto es muy triste. Las universidades latinoamericanas e iberoamericanas no están entre las 150 mejores del planeta. Aunque son varios millares, son muy escasas las que figuran entre las 500 mejores del mundo. Las menos malas son algunas brasileras, chilenas, colombianas, argentinas, mexicanas y españolas. Las caribeñas y centroamericanas apenas comparecen en la lista, con la excepción de la costarricense en alguna facultad privilegiada.

¿Cómo lo sabemos? Porque anualmente se compilan varios índices de calidad universitaria en distintas latitudes y todos concuerdan en las conclusiones. Los más conocidos son los que confecciona el diario The Times de Londres, la Universidad Jiao Tong de Shanghái, la revista U.S. News and World Report de EE.UU. y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid.

 Para medir la excelencia de las instituciones tienen en cuenta las publicaciones en revistas acreditadas, la presencia en internet, las veces que los artículos, libros o autores son citados, el número de profesores con premios Nobel o medallas Fields (matemáticas), el desempeño de los graduados y las opiniones de expertos. No se trata de ensalzar a algunos países y denigrar a otros. Intentan establecer cierta jerarquía. Sólo eso.

Es una pena, porque la primera universidad que se fundó en el Nuevo Mundo fue la de Santo Domingo en 1538, prácticamente un siglo antes de Harvard. Poco después se crearon las de México y Lima, en 1551. La de La Habana tiene casi 300 años y antecede en 20 a la de Princeton. Esa tradición ha servido de muy poco. Tal vez, incluso, ha sido una rémora.

Cuando comenzaron nuestras universidades en Hispanoamérica, todas legitimadas por la Corona española y operadas por frailes, el método de enseñanza y la filosofía que lo animaba se basaban en la escolástica. Todas las verdades ya habían sido descubiertas por las autoridades religiosas. La labor del docente y del alumno (literalmente, “el nutrido”) era llegar a ese conocimiento mediante ejercicios memorísticos o juegos retóricos.

La universidad era para repetir, no para innovar. Recuérdese que uno de los delitos perseguidos por la Inquisición era la innovación. Todavía a menudo se cita la increíble frase del rector de la Universidad de Cervera, en Cataluña, al rey Fernando VII:

    Lejos de nosotros, majestad, la funesta manía de pensar.

 Naturalmente, se trata de un problema cultural. En nuestro mundillo iberoamericano no abunda, como en otras latitudes, la voluntad de cambiar, de innovar, de progresar, de encontrar nuevas y mejores formas de hacer las cosas. Vivimos en una cultura reiterativa, no transformativa.

 Para nosotros una persona culta no es la que es capaz de modificar nuestro presente, sino la que retiene una asombrosa cantidad de información sobre el pasado. Vivimos dándole vueltas a lo que ocurrió hace mucho tiempo, lo que, por cierto, no nos ha salvado de cometer los mismos o parecidos errores una y otra vez, desmintiendo la inútil advertencia de Jorge Santayana (“Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”). Los latinoamericanos lo recordamos y lo repetimos.

No quiero decir, por supuesto, que las universidades latinoamericanas son inservibles. Eso sería una estupidez. Muchas de ellas son excelentes graduando personas competentes. De algunas egresan magníficos médicos, abogados, dentistas, periodistas, economistas, ingenieros, expertos en cuestiones empresariales, y así hasta el medio centenar de profesionales valiosos, absolutamente indispensables para el buen funcionamiento de las sociedades.

 Ese no es el problema. La nefasta consecuencia del fenómeno de las culturas reiterativas es que viven parasitariamente a remolque de centros creativos radicados fuera de su perímetro. En gran medida, la extensión de nuestra vida y cómo la vamos a vivir, se dicta en esos sitios intelectualmente densos y generadores de ideas. De una forma perversa, sin darnos cuenta, continuamos calificando de “funesta manía” la actividad de pensar con nuestra propia cabeza. Y así nos va.

 

5.¿Estamos un 95% seguros que el hombre provoca el calentamiento global?

 

Autor: Daniel Rodríguez Herrera

 Uno de los principales focos de atención tras la publicación del reciente informe del IPCC estuvo en el hecho de que la certeza en que el hombre provoca el calentamiento global había crecido del 90 al 95%. La cifra ha ido creciendo y se ha convertido en símbolo de la seguridad de la ciencia oficial de que los escépticos están equivocados. En los dos anteriores informes, de 2001 y 1995, estaba en el 66% y un poco por encima del 50%, respectiva.

Sin embargo, no es verdad que la certeza haya crecido en el último informe. Tras el fracaso en predecir la actual pausa en el calentamiento y el abandono de un valor más probable para evaluar la sensibilidad del clima al dióxido de carbono, resulta difícil decir que ahora sabíamos más que en 2007. De modo que el IPCC no lo hace. En ambos informes se tiene la misma certeza (el 90%) en que el calentamiento ha sido causado por la emisión de gases de efecto invernadero. Se llega al 95% sumando los efectos de todas las “actividades humanas”, lo cual incluye otras causas como, por ejemplo, los cambios en el uso de los terrenos, que cambian su albedo y, por tanto, el porcentaje de calor que reflejan.

¿De dónde viene esa cifra?

Pero el problema es mucho más profundo. Cuando en disciplinas científicas serias se da un porcentaje de confianza en un resultado concreto, este porcentaje se ha calculado previamente. No es ése el estilo del IPCC. En el anterior informe de 2007, una nota al pie de página advertía que el cálculo provenía del “juicio de expertos”, es decir, que se lo habían sacado de la manga los científicos implicados en la elaboración del informe.

La climatóloga Judith Curry recuerda que el 95% es “una cifra negociada entre los autores” y que “ignora cómo la justifican”. De hecho, la explicación que ofrecen en este informe es como poco rocambolesca:

En general, dado que el aumento de gases de efecto invernadero de origen antropogénico ha causado probablemente un calentamiento entre 0.5 y 1.3 °C entre 1951 y 2010, con otros forzamientos antropogénicos probablemente contribuyendo a un enfriamiento que lo contrarresta, que los efectos de los forzamientos naturales y la variabilidad natural interna se estiman pequeños, y que estimaciones robustas del calentamiento neto antropogénico son sustancialmente mayores que la mitad del calentamiento observado, concluimos que es extremadamente probable que las actividades humanas provocaron más de la mitad del aumento observado en la media global de temperaturas entre 1951 y 2010.

“Extremadamente probable” significa un 95%, según las definiciones del IPCC. Pero como puede leerse, en la justificación hay literatura, pero al igual que en 2007 ningún cálculo. Lo único que dice el IPCC es que los autores del informe se sienten un “95% seguros” de que lo que dicen es cierto. Y nada más.

 

 

El GGC

puede ser encontrado en YahooGroups y en FaceBook

 

 

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