2014-07-22

El destacado novelista chileno, que acaba de lanzar “El vendedor de pájaros”, espera con ansias que se concrete la cinta basada en “La contadora de películas”, y confiesa que siente que le debe una novela a su padre.

Por: Oscar Sepúlveda / Fotos: Bárbara San Martín

El exitoso escritor chileno Hernán Rivera Letelier, cuyos libros se traducen hasta en 21 idiomas, vive y trabaja sus textos en Antofagasta, pero en las últimas semanas le tocó venir a Santiago a promover su última novela, “El vendedor de pájaros”. Pudo vivir así la fiebre mundialera en medio de la urbe, una experiencia para él “casi gloriosa”. Cuenta que el histórico partido en que Chile dejó fuera a España lo gozó a concho y pudo verlo “como un verdadero rock star”.

–¿Cómo es eso?

–Es que lo vi solo, encerrado en la habitación de mi hotel cinco estrellas. Saltaba, me agarraba de las cortinas, me colgaba de la lámpara, gritando ¡goool!

–¿Por qué no lo viste con amigos?

–Acá en Santiago casi no tengo amigos, salvo un par de poetas por ahí, pero apenas me junto con ellos cuando vengo.

–Es curioso. Probablemente muchos quisieran ser amigos tuyos y juntarse a conversar.

–Es lo que pienso a veces. Después que se apagan los flashes y las cámaras, y me quedo solitario en el hotel, digo: “A esta hora quizás cuánta gente se está haciendo compañía con mis libros y yo acá más solo que la campanada de la una”.

–¿Y qué te pasa con eso: te da pena, rabia?

–Claro. Una vez, cuando tenía Facebook, se me ocurrió poner esa reflexión y me llegaron más de cuarenta comentarios de mujeres que me querían acompañar. ¡Fue increíble! (se ríe con una mirada pícara).

–¿Y en Antofagasta también eres solitario?

–Sí, yo más bien soy lobo estepario. Soy un hombre de desierto, muy asocial, pero no anti social. Como tengo pocos amigos, voy todos los días al Café del Centro para conversar más con la gente, porque lo mío es contar historias de gente de pueblo, entonces no me puedo encerrar en una torre de marfil, tengo que hablar con ellos… Aunque soy más un escuchador que un conversador.

–Tal vez por esos mismos rasgos de personalidad fuiste escritor.

–Yo creo que es eso. Soy un convencido de que el escritor ideal tendría que ser mudo… Bueno, yo me quedé a medio camino (dice aludiendo tal vez a su ligera tartamudez).

–El fútbol está presente en tu novela “El fantasista” y en el cuento “Donde mueren los valientes” que da título a una antología de relatos tuyos. ¿Te gusta? ¿Lo practicas?

–Ahora ya no juego ni con pelota de playa, pero cuando joven practiqué mucho el fútbol en el desierto. De niños hacíamos unos partidos gloriosos, de medio día por lado. Empezábamos a jugar en la mañana, parábamos para almorzar y seguíamos con el segundo tiempo en la tarde. Toda la pampa era cancha, y jugábamos a pata pelada y con pelota de trapo. Después participé en competencias, hasta los 19 años, cuando me fui a andar a dedo. Pero esos cuatro o cinco años en que jugué por un equipo fui el goleador máximo. Todos los años era el “pichichi” (se ríe achinando los ojos). Jugaba de centro forward, de número 9, y mi ídolo era Carlitos Caszely.

–¿Y ahora?

–Ahora es Alexis, por supuesto, del norte. Le estaba haciendo falta un jugador con ese carisma a la selección. Desde Caszely que no había un tipo como él, con esa cosa que tienen los grandes, que se divierten jugando. En cambio tú ves un partido europeo y lo que hay son 22 multimillonarios corriendo tras una pelota, pero sin la alegría de jugar. A Sánchez le queda eso todavía.

Según Hernán Rivera, el triunfo sobre España dividió la historia del fútbol chileno en un antes y después de este partido. “Los muchachos demostraron ahí y también con Brasil que tienen tanta pachorra como los campeones mundiales, ya no se achican ante nadie. Tienen pasión, y mientras haya pasión está todo bien. Cuando se empieza a jugar sólo por plata, se pierde la poesía del fútbol. Si el fútbol es poesía. Hacer una cachaña (una finta) es como hacer una metáfora con la pelota. “El fantasista” es la novela que yo le debía al fútbol y que tiene su embrión en “La reina Isabel cantaba rancheras”, donde hay un capítulo en que describo esas pichangas planetarias que hacíamos con 40 viejos por lado.



–¿Qué le pasará hoy a la gente pichanguera de la pampa al ver estos triunfos de Chile?

–Ellos lo gozan como el carajo. Lo gritan, lo saltan, salen a la calle. Es la alegría del pueblo. Yo estoy en contra de los intelectuales que dicen que el fútbol es para idiotas. Quien no ha jugado fútbol se está perdiendo el placer inmenso que es hacer una finta o meter un gol. ¡Es un placer orgásmico! Hay que vivirlo.

–Otra novela tuya, “La contadora de películas”, va a llegar al cine, ¿no?

–Ojalá que llegue, porque esta cuestión del cine me está saliendo medio kafkiana. Ha habido tres proyectos y ahí están. Uno ya se filmó, “Fatamorgana de amor con banda de música”, con el director belga Hubert Toint, y se supone que está en la fase de montaje. Y se va a hacer “La contadora de películas”, dirigida por el brasileño Walter Salles, pero está atrasadísimo también. Tenía que haberla hecho el año pasado. Con el teatro he tenido mejor suerte. Se han hecho como diez obras con mis novelas, y muy buenas.

–Pero son temas atemporales. Nada obliga a los cineastas a que sea un año equis.

–No, sí hay algo que los obliga: si no lo hacen hasta tal año, tienen que volver a pagar los derechos, y los pagan.

–Entonces te conviene que se demoren.

–Sí. De alguna manera, conviene (se ríe). Pero uno espera la película… Le tengo mucha confianza a “La contadora de películas”. Creo que esa incluso puede ganar un Oscar.

–Esa historia, ¿tiene algo de realidad?

–Por supuesto, como en todas mis novelas. Yo era hijo de padres evangélicos, entonces no podía ir al cine. Los niños que sí iban nos contaban las películas. Al quedar huérfano, ya pude ir y me di cuenta de que eran mucho mejores las películas contadas. También un amigo, hablando un día sobre la infancia, en el Café del Centro, me contó que su familia era bien pobre y que cuando llegaba un primo que tenía gracia para contar las películas, le compraban un boleto y a la vuelta le tenía que contar la película a toda la familia. Ahí partí con la novela, pero la ambienté en la pampa, para poder contar las cosas mágicas que yo viví en los cines de las salitreras. Ahí se me ocurrió que el niño era niña. Es que yo escribo por intuición. No vendo pájaros, vendo trinos.

–Un fantasista, una contadora de películas, un vendedor de pájaros… Tu cantera de temas no se agota tan fácilmente.

–Sí. En vez de una marraqueta, yo nací con un desierto bajo el brazo. Y lo tengo todo para mí solo. No hay ningún otro escritor haciendo lo mismo. Y son millones las historias que hay ahí para contar. Eran mil kilómetros de pampa y en ellos hubo más de 300 campamentos mineros, más de cien mil almas que vivieron, sufrieron, gozaron, amaron y murieron ahí. Yo ya llevo 14 novelas contando esas historias. Me voy a morir y van a seguir las historias.

–¿Estás preparando a algún sucesor?

–No he encontrado a ninguno todavía.

–Y entre los niños de Antofagasta, ¿hay futuros escritores?

–Hay muchos. Yo doy charlas en colegios, universidades o institutos, y siempre aparece una niña o niño mostrándome sus poemas o sus cuentos. Hay jóvenes que están escribiendo mucho y muy bien. Si yo hubiese escrito como ellos cuando tenía esa edad, ya sería Nobel.

–¿Podrías mencionar a alguno?

–Hay varios. Y hay uno que ya está en Santiago, que lo conocí cuando estaba en enseñanza media y me llevaba sus cuentos. Se recibió de periodista, se vino a la capital y lo empezó a publicar Alfaguara.

–¿Será Jara?

–Sí, Patricio Jara.

–Ah, muy bueno. ¿Discípulo tuyo?

–No diría discípulo, pero es un gran escritor y es de Antofagasta.

“Soy un privilegiado”

La nueva novela de Rivera Letelier, “El vendedor de pájaros”, tiene un origen muy singular. Un par de años antes de morir, Alfonso Calderón le comentó un día a Rivera que, revisando diarios antiguos, supo de un tipo que decía ser amigo y socio de Luis Emilio Recabarren en la venta de pájaros. Se lo contó como anécdota y a él le quedó dando vueltas en la cabeza. Primero lo introdujo como personaje secundario en “Mi nombre es Malarrosa”, pero claramente daba para más. Después olvidó el tema hasta en los días que estaba escribiendo “Historia de amor con hombre bailando”, una amiga le comentó que acababa de leer “Mi nombre es Malarrosa” y consideraba que el vendedor de pájaros se merecía una novela. En ese mismo instante se decidió. Llegó a su casa y empezó a tomar unos apuntes. “Terminé ‘el bailarín feo’ y me senté a hacer ‘El vendedor de pájaros’. Partí con la llegada del vendedor a la estación abandonada, pero sin saber qué podía pasar. Cuando se me aparecen estas cinco mujeres jóvenes, yo dije: ‘Oh, cinco mujeres y un vendedor de pájaros’. Esta va a ser una novela erótica. Pero después resultó que las mujeres eran revolucionarias y se armó esta novela que me gustó mucho, porque reivindica a las valientes sacrificadas mujeres de la pampa”, dice.

–A ti te conmueven los oficios simples. La gente común que hace cosas como bailar twist, vender pájaros, contar películas, escribir epitafios…

–Es que es mi mundo. Yo no podría escribir una novela de magnates, de empresarios, de gente de barrio alto, porque no conozco eso. Podría imaginarlo a lo mejor, pero a mí lo que me encanta es escribir mezclando la realidad con la ficción.

–¿Hay algo de ti, por ejemplo, en “Historia de amor con hombre bailando”? ¿Te gusta bailar?

–Yo fui campeón de twist, de rock and roll y de cumbia. Gané varios concursos.

–¡O sea que eres tú el bailarín!

–En parte. Incluso una de las historias de amor es mía también. Pero no te voy a decir cuál (se ríe).

–¿Tienes algo de “El escritor de epitafios” también?

–Por supuesto. En “El escritor de epitafios” hice una especie de juego. Tiene mucho de mí, pero quise hacer pensar al lector que era yo, porque es un escritor que se va todos los días a un café, que tiene una chaqueta de cuero negra…

–Y que miraba a las lolitas…

–Claro, que miraba a las chiquillas. Todo el mundo piensa que soy yo, pero el personaje estuvo exiliado y yo nunca lo estuve.

–Por esa novela te acusaron de pedófilo.

–Sí. Yo no concibo que un crítico o crítica de literatura no sepa que una novela, aunque se escriba en primera persona, nunca es cierta. Ahora de que me tiré a la mina gótica, me la tiré… (dice riendo, sin saber uno si es cierto o sólo un chiste para alimentar el mito sobre su afición por las mujeres).

–¿Has tenido muchos problemas con la gente que confunde ficción con realidad?

–Claro. Me han pasado cosas lindas con gente que se encuentra en mis novelas o que se identifica con tal personaje y me da las gracias, pero también hay personas que se me enojan porque piensan que han sido aludidas o porque no las pongo.

Cuenta Hernán Rivera que cuando quiere rendir un homenaje a alguien en un libro, pone el nombre verdadero, y cuando el personaje no es muy simpático, le cambia el nombre. “Todos los jugadores que aparecen en ‘El fantasista’ son amigos y están con el apodo real o con su apellido, porque era un homenaje, entonces estaban contentos. Los que estaban enojados eran los que no aparecían. Ahora, en ‘La Reina Isabel…’, que es una novela de prostitutas, no podía hacerle un homenaje a alguien poniéndola de prostituta… Mínimo criterio” (se ríe).

–Los libros te han servido para hacer “justicia”, pero también para ganar dinero.

–Bueno, hace veinte años que vivo de esto. Soy un privilegiado. Soy uno de los pocos que puede hacerlo. Claro que no me doy grandes lujos tampoco.

–Dado tu éxito, podrías vivir como rico, pero no has cambiado tus costumbres, parece.

–No, porque no me sentiría cómodo. Ni siquiera he comprado auto. La gente no lo puede creer. Pero para qué voy a comprar, si no me gustan los autos. Ni siquiera sé manejar.

–Tu mujer, tus hijos, ¿qué te dicen? ¿Te admiran como escritor?

–Siempre he tratado de que en mi casa no me mitifiquen. Si hasta me mandan a comprar el pan, y yo voy. Me leen en cinco continentes, pero en mi casa no. Claro, porque a medida que voy escribiendo la historia, la voy contando en la mesa. Cuando termino, ya se la saben de memoria.

–¿Y tu señora aparece en alguna novela?

–Por ahí está, pero no te puedo contar dónde.

–¿Algún otro personaje que tengas en vista para una próxima novela?

–Estoy debiendo una novela que sea grossa, pero no sé si la podré escribir. Cuando yo escribía poemas, quería hacerle uno a mi viejo, pero nunca fui capaz. Al final hice una cosa de dos versos: “Epitafio a mi padre muerto el 73: No levantéis de ese modo las cejas / el viejo murió de silicosis”. Ese fue todo el homenaje que le pude hacer… Le estoy debiendo una novela a mi viejo. //@revistacosas

La entrada Hernán Rivera Letelier: Un vendedor de trinos aparece primero en Revista Cosas.com.

Show more