2016-10-05



En la foto de arriba, los próceres ecumenistas Bernard Henri Lévy y George Soros. El autor de la interesantísima nota que sigue se autodenomina "Oxandabaratz" y publicó la misma en el sitio The Vineyard of the Saker. Alguien que firma "Ana" la tradujo al español para la versión latinoamericana de este portal. Vayan a esa misma nota para los numerosos links a los que remiten muchas de las frases y conceptos allí vertidos. El artículo es largo, chicos, pero sustancioso; acá va (los subrayados son nuestros):

Título: “Ecumenismo” ¿Nueva arma ideológica del imperialismo? (sobre algunas taras del 1968)

Texto: “Ecumenismo” es un término que se entiende por “universalismo”, como un acuerdo en torno a unos valores universalmente aceptados. Esto es, en el término religioso se trata del diálogo interreligioso en torno a las creencias mínimas comunes que unen a todas las religiones; en el término filosófico como un sistema de valores basado en los valores mínimos comunes al humanismo, etcétera. Así pues, como “acuerdo universal” de la humanidad, es considerado como un paso adelante en el progreso.

¿Pero qué es el ecumenismo “real” en el mundo actual, en el terreno político? Hoy en día (quizá con la excepción de la nebulosa ONU) no existe ninguna entidad que pueda vincular sentimentalmente o por identificación a un habitante de Burkina Faso con uno de Finlandia; ni siquiera hay dos o tres entidades importantes transnacionales fuertes que puedan desarrollar un “diálogo político-cultural” entre ellas (Occidente no acepta como “iguales” ni a la OCS de Eurasia ni al ALBA-CELAC de Latinoamérica).

No obstante, eso no significa que no existan “culturas universales” o “con vocación universal”. ¿Y, qué hace que una cultura concreta se convierta, en lenguaje llano, en “cultura global” o “universal”? La fuerza. La fuerza económica, política y militar. Esto es, lo que convierte una cultura concreta en “internacional” o “global” es la hegemonía pasada o presente del tipo imperialista (el colonialismo clásico), o ideológica (en este segundo tipo; tenemos, en la filosofía el griego en los tiempos de la antigüedad o el alemán en épocas más recientes; para el liberalismo primitivo lo fue el francés, en la época del socialismo el ruso…).

Hoy en día, a nivel mundial es Occidente o “Europa” (Incluyendo a los EE.UU. por lo menos en el terreno cultural) la única cultura con la fuerza suficiente para ser cultura “global”, esto es, la única cultura para extender (¿o imponer?) en el mundo su sistema de valores cultural. La que llamamos “cultura occidental” bebe sobre todo del iluminismo individualista de la Ilustración, del liberalismo, de la revolución industrial (1), de la economía de mercado, del colonialismo y de la victoria en la Guerra Fría (no tanto, pese a la extendida opinión, de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, ya que los valores universales establecidos o que se intentaron establecer tras la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo el anticolonialismo, o la autodeterminación de los pueblos, o la universalización de los derechos sociales deben más a la aportación de la URSS que a la aportación de Occidente. Por otra parte, como ha probado el pensador italiano Domenico Losurdo, el nazismo no es algo extraño a los valores occidentales, sino algo concebido en el interior de este marco). Por tanto, de modo aséptico (no definido), cuando se invoca este tipo de “ecumenismo”, debemos de prestar mucha atención si con ello no estamos defendiendo la supremacía total de Occidente. El concepto de “ecumenismo”, sin ninguna cortapisa, fue reivindicado por el ideólogo imperialista Bernard Henri Lévy en esta entrevista con el diario “El País” en 2014 (http://elpais.com/elpais/2014/06/04/icon/1401883817_230646.html).

Durante la Guerra Fría, la mayor excusa para desestabilizar o debilitar los países socialistas era la “democracia” o la “libertad”; algo lógico, ya que en aquella época el bando Occidental enarbolaba el liberalismo, mientras que su enemigo era anticapitalista y antiliberal. Sin embargo, hoy en día, se usa cualquier cosa que pueda entrar en el concepto de “Derechos Humanos”, cualquier tipo de causa progresista: en Yugoslavia fue la autodeterminación, en otros sitios la “lucha contra la corrupción” o la “lucha contra el autoritarismo”, en otros sitios las “revueltas populares”, etcétera. Hoy en día, las intervenciones imperialistas no se hacen solamente en nombre del “anticomunismo” (concepto con tintes conservadores), sino que se usa toda una gama de conceptos progresistas para justificar dichas intervenciones. ¿Y qué mejor que las potencias occidentales para defender esas causas o esos progresos? En eso se basa la raíz imperialista del “ecumenismo” presente. Como dice Jean Bricmont, vivimos en la época del “imperialismo humanitario”. Según el crítico antiimperialista belga Bricmont, el “imperialismo humanitario” se basa en el criterio de los Estados occidentales de poseer una supuesta “superioridad moral” que los habilitaría para intervenir en cualquier parte del mundo.

Según el belga Jean Bricmont, el “humanitarismo” comenzó a utilizarse con motivos bélicos en el siglo XIX. En aquella época no era el argumento principal, que eran la “civilización” (los pueblos a colonizar se presentaban como “bárbaros”), o según los más cínicos (u honestos) el “comercio”. Ahora bien, ya entre los filósofos ilustrados-liberales de la época empezó aparecer el concepto de “guerra humanitaria”; por ejemplo, uno de los padres filosóficos del liberalismo, John Stuart Mill, lo defiende. Uno de los políticos más importantes del Imperio Británico, Lord Salisbury, definió la guerra contra los boers de “guerra humanitaria”. Pero, sin embargo, fue con la Guerra Fría cuando la “guerra humanitaria” o “Intervencionismo humanitario” alcanzó su punto máximo. Hoy sin embargo hay dos factores distintivos: por un lado, una única ideología global (los países resistentes no forman un bloque ideológico único y coherente) y por otro lado que tras la descolonización no se puede decir que las guerras son “civilizadoras”; por tanto, en vez de “civilizar”, se usan frases como “intervenir en favor de los pueblos” o “ayudar en su camino a la democracia”.

Antes de seguir con este tema, haremos un intervalo para explicar un ejemplo, el de 1999. En 1999, la OTAN comenzó una guerra contra Serbia, bombardeando desde el aire Belgrado y otras ciudades, castigando de ese modo a la población serbia, debido a que Serbia no aceptó que en Kosovo se estableciese la “paz” propuesta por la OTAN (una “paz” que daba vía libre a las tropas de la OTAN; algo que recuerda el ultimátum austriaco de 1914). Tras 70 días, Serbia cedió (el representante de la OTAN Martti Ahtisaari dijo: “como no aceptéis, nivelaremos Belgrado con el mar”); los bombardeos mataron a unos cinco mil serbios (la mayoría civiles). Esa guerra fue muy justificada desde Occidente, como “una guerra por los principios”. Por ejemplo, el líder espiritual del anticomunismo y antiguo presidente de Checoslovaquia Václav Havel, dijo lo siguiente en el mismo 1999: “En esta guerra la OTAN no actúa por intereses materiales. Esta guerra se ha hecho por preocupaciones humanitarias. Mediante esta guerra hemos priorizado los principios sobre la soberanía estatal. Eso hace que, personas por encima de los Estados” (2). Este aspecto fue muy bien captado por el prestigioso periodista serbio Miroslav Lazanski es el artículo “De Gernika a París”: “En nombre de la supranacionalidad (…) Europa ha bombardeado una vieja ciudad europea (Belgrado). En nombre de la Europa supranacional, destruyó las fronteras estatales y la soberanía de los Estados (…) La Europa supranacional es una idiotez asesina” (3).

Debemos tener en cuenta que antes de la campaña de bombardeos de la OTAN no hubo ninguna limpieza étnica contra los albaneses en Kosovo, algo que ya desestimó la OSCE. Según la OSCE (recordemos que la OSCE también es apoyada por las potencias occidentales) en Kosovo se daban “graves violaciones de los Derechos Humanos”, pero no genocidio; y los culpables de tales violaciones eran los dos bandos, no sólo uno. En 1998, según el Gobierno del Reino Unido los grupos armados albaneses mataron más personas en Kosovo que las fuerzas de orden público de Yugoslavia y Serbia, y eso mismo confirmó el 24 de marzo de 1999 el Ministro de Defensa del Reino Unido George Robertson. Una vez que los bombardeos de la OTAN consiguieron forzar la salida de las tropas serbias de Kosovo comenzó la verdadera limpieza étnica, contra los serbios: según denunció el periódico británico “The Independent” en 1999, de los 40.000 serbios que vivían en Priština, la capital de Kosovo, sólo quedaban 400. Para justificar la intervención en Kosovo, se utilizó reiteradamente la presunta “masacre” realizada por los serbios el 15 de enero de 1999 en el pueblo de Raçak (según las tropas serbias y según dos equipos forenses –yugoslavo y bielorruso- allí no hubo ninguna masacre, sino un tiroteo entre militantes armados albaneses y tropas serbias, resultando la muerte de varias personas. El informe sobre Raçak que encargó la UE, realizado por un equipo finlandés, no fue publicado y se guardó bajo secreto). Pero hagamos una pregunta: ¿puede tomarse Raçak como un ejemplo de “limpieza étnica planificada”? La respuesta es negativa. Aun admitiendo que hubo una “masacre”, no hubo otra parecida a esa “masacre” de Raçak. Así pues, desde enero a marzo de 1999 los enfrentamientos continuaron como en la fase pre-Raçak. El mismo Ministerio de Exteriores de Alemania dijo que “no hay en Kosovo una persecución masiva contra los albaneses por el mero hecho de ser albanés”. Según Nicholas Wheeler, el año anterior a los bombardeos, de las 2000 muertes acaecidas en Kosovo “los serbios no causaron más que 500”. Por otra parte, según el especialista en los Balcanes Robert Hayden “los bombardeos han causado en tres semanas más muertos entre los civiles serbios que los tres meses anteriores de enfrentamientos entre los civiles de ambas etnias, pero nadie dice que esto es una catástrofe humanitaria”. Todos estos datos “han visto la luz tarde”, o han sido condenados al olvido; ya que el “imperialismo humanitario” o el ecumenismo consiguieron mediante la propaganda lo que se proponía: que “todo el mundo sepa que los serbios estaban realizando la peor limpieza étnica tras la II Guerra Mundial”. Este mensaje, repetido una y otra vez, a lo Goebbels, consigue el objetivo: que el “Imperialismo humanitario” sea aceptado y que “el mismo pueblo exija” que las potencias occidentales “establezcan allí los Derechos Humanos”, o que “ayuden a los de allí”, etcétera. El de Kosovo no fue un caso único: Blair afirmó que en las “fosas comunes de Sadam Hussein” se encontraron 400.000 cadáveres de iraquíes. También se dijo que Gaddafi “bombardeó a su propio pueblo”. Y también que Assad “realizó ataques químicos” o “reprimió manifestaciones pacíficas con tanques”. Esto es falso, claro está, pero en su momento tuvo su lógica: repitiendo tales mentiras, se establecía que la situación era insostenible desde el punto de vista de los Derechos Humanos, por lo tanto, por un lado, se legitimaba el discurso que afirmaba que la intervención era “moralmente necesaria”, y por otro, se extendía la creencia que las fuerza de ocupación “pese a los errores cometidos, son más humanitarias que la situación anterior”. Estas dos impresiones o creencias son necesarias para la ideología del ecumenismo. En los siguientes apartados describiremos los actores principales y el pensamiento de esta ideología.

Los sacerdotes del imperialismo humanitario

Como ya hemos dicho, la principal expresión de este ecumenismo hegemonista en el terreno del pensamiento es el filósofo francés Bernard Henri Levy, alguien que es capaz de coger todo lo criticado por Bricmont y darle un sentido positivo (el término “ecumenismo” lo he tomado prestado de él). Bernard Henri Lévy se ha hecho conocido los últimos años como promotor de los golpes de Occidente contra las soberanías de Libia, Siria y Ucrania. Aún así, la carrera golpista de Bernard Henri Lévy es bastante extensa. Por ejemplo, en 1985 llamó a la intervención en Nicaragua contra los sandinistas, argumentando que “Los sandinistas son un partido totalitario que pretende establecer una entidad marxista-leninista única en América Latina”. Son conocidos también sus esfuerzos en la década de los 90 para dividir Yugoslavia y para presentar a los nacionalistas musulmanes de Bosnia como “no-nacionalistas multiétnicos” (es conocida la entrevista que hizo en 1992 en Sarajevo “bajo las bombas”, algo que se reveló como un montaje (4)). Henri Levy explica a la perfección su idea imperialista en esta entrevista, ya mencionada, de 2014: claramente dice que considera “Europa como única civilización ecuménica”, y que, por tanto, está obligada a “intervenir en la política mundial” si quiere mantener viva “la idea de Europa” (5). Esto es, según Henri Lévy, Europa tiene, en nombre del “ecumenismo”, el derecho e incluso la obligación de intervenir en cualquier Estado; ya que para el sionista Bernard Henri Lévy, cualquier sistema que esté fuera de la “ideología ecuménica europea” es de por sí totalitaria.

Otra de las falacias de la ideología del “ecumenismo” se ve más claramente si fijamos nuestra atención en esta contradicción: los valores son universales y “universalizables”, pero los “universalizadores” no lo son; a esta categoría sólo pertenecen los que tienen fuerza para ello (lo que Marx describió “los dominantes de la sociedad”, en este terreno es “la comunidad internacional”, esto es, en este caso las potencias occidentales). Está en las manos de estas potencias el poder ideológico para definir cuáles son estos valores universales (ya que tras la Guerra Fría “no hay otro sistema posible” y en boca de Bernard Henri Lévy “la nuestra es la única civilización ecuménica”), y además de ello, disponen la fuerza militar. Esto es, la visión que tiene Cuba de los Derechos Humanos (sanidad y educación gratuitas, economía socialista…) no es la visión predominante actualmente en la “comunidad internacional”. Y de la misma manera, Brasil o Chad no pueden definir cuáles son “los valores universales”, y aún pudiendo definirlos, tampoco pueden imponerlos, porque no tienen fuerza para ello. Por tanto, el “ecumenismo”; el imponer los valores universales según como la alaban BHL o lo denuncian Bricmont y Lazanski, es la extensión del monopolio de la violencia del Estado (de la clase dominante) más allá de sus fronteras estatales; es la consecuencia lógica que viene tras derruir lo que puede ser la última barrera contra esa violencia dominante internacional: la soberanía nacional.

Si el Maquiavelo (o el Stuart Mill) del “ecumenismo” imperialista es BHL, entonces su Medici (o Lord Salisbury) es el magnate estadounidense de origen húngaro George Soros (6). Soros, tras hacer carrera como especulador financiero (entre otras hazañas hundió la economía tailandesa tras especular contra el bhat), ahora se presenta como filántropo, esponsorizando todo tipo de “buenas causas” por el mundo. Aunque Soros sobre todo dirige el Instituto Open Society y el foro de discusión OpenDemocracy (la lista de los patrocinadores de OpenDemocracy se puede ver aquí (https://www.opendemocracy.net/about/supporters): la Fundación Rockefeller, la Fundación Ford, algunos Estados europeos…) extiende su sombra por cientos de ONGs, centros de pensamiento, “grupos de acción cívica” y etcétera a través de todo el mundo.

La característica de Soros es financiar cualquier tipo de “buena causa” si esa causa es también “buena para el imperialismo” o contribuye a minar o sembrar discordia entre el antiimperialismo (por ejemplo, en Siria, Soros financia los “Cascos Blancos”, una organización que en teoría “rescata cadáveres”, pero que realmente es una organización civil del Frente Al Nusra…. pero como de cara al público hacen un trabajo benéfico como “rescatar cadáveres y heridos”). EL trabajo de Soros prácticamente es idéntico a la NED (Apoyo Nacional para la Democracia) que puso en marcha el Departamento de Estado de EE.UU. “para hacer al descubierto el trabajo que la CIA hacía a cubierto”; pero Soros hace ese trabajo “independientemente”; sin ligazones aparentes con el Estado, o “filantrópicamente” (así lo considera él mismo, pero aun así, los vínculos entre Soros y CIA no se limitan a lo ideológico, y además se remontan a antaño, cuando Soros ayudó a la subversión contra los Estados Socialistas a fines de los 80). Los cachorros de Soros son bastante especiales: uno de sus cachorros es la “International Crisis Group”, donde se reúnen “expertos de alto nivel”, políticos, periodistas y economistas (todos partidarios de Europa-EE.UU. ver aquí, aquí y aquí); pero por otro lado financia diversos grupos “disidentes” o “progresistas”, casi todos mediante la Fundación Open Society (por ejemplo financia numerosos movimientos en torno a la llamada Primavera Árabe, algunos grupos supuestamente “críticos con Israel” (que prácticamente pretenden reducir el problema de Palestina a un problema de fronteras de 1967, olvidando la ocupación y la limpieza étnica de 1948), grupos ecologistas, grupos pro-Derechos Humanos, etcétera). Lo cierto es que Soros dirige una verdadera Internacional; esto es, una red coordinada internacionalmente en favor de una doctrina (pero en este caso, en lugar de reunir partidos reúne “movimientos sociales”, y en lugar de defender el socialismo, defiende el anti-socialismo y la destrucción de las soberanías de los Estados que no comulgan con el Nuevo Orden Mundial).

La columna vertebral de la Internacional de Soros son los diferentes centros para la “acción no violenta”. Es sabido que todos estos activistas pro-“acción no violenta” fueron la vanguardia de las “revoluciones de colores”. La relación entre estas “revoluciones democráticas” y Soros es extensa y palmaria. Soros financia desde hace mucho el Instituto Albert Einstein del teórico de la “acción no violenta” Gene Sharp (este teórico es el autor de dos manuales para las “revoluciones de colores”, que han sido traducidas a varios idiomas). ¡Todos estos grupos “no violentos” para la subversión occidentalista se inspiran en la organización Otpor! de Serbia (que fue financiada desde el principio tanto por Soros como por el Instituto Albert Einstein). Soros ha financiado también todas las demás revoluciones de colores posteriores a la revolución de Otpor! de 2000; tanto en Georgia en 2003, con en Ucrania en 2004, como recientemente el Euromaidan (sobre el Euromaidan, más aquí). ¡Tras esas revoluciones, Soros sigue relacionado con la organización anteriormente conocida como Otpor!, ahora llamado “CANVAS” (Centro de Aplicación de Acciones y Estrategias No Violentas). CANVAS es dirigida por Srdja Popović y Slobodan Djinović, ex-líderes de Otpor!, que ahora se dedican a “entrenar” activistas que desean hacer “revoluciones de colores” en sus países, por ejemplo en Venezuela (7), Bielorrusia o Vietnam. CANVAS ha trabajado con “activistas” de más de 50 países; entre otros en Egipto (en 2011) o en Líbano (en 2008). Los miembros de CANVAS han aparecido también en el movimiento de protesta Occupy Wall Street (8).

Además de ellos, entre las últimas campañas realizadas por Soros está una desestabilización contra el Gobierno de Siria. Antes hemos hablado de los “derechos Humanos” como excusa para las intervenciones imperialistas, y Soros nos da un ejemplo excelente: justo antes de comenzar la guerra de Siria, en 2010, dio 100 millones de dólares a la organización Human Rights Watch (de los 128 millones de euros que HRW recibió en 2008, 100 los donó la Fundación Soros). Y no sólo eso, sino que la “Internacional Soros” también apoya la organización Amnesty International. Estas dos organizaciones han jugado un papel muy importante en la provocación contra Siria, intentado provocar la intervención militar contra el Gobierno de Bashar al Assad. Por ejemplo, Amnesty International en 2012 comenzó una recogida de firmas “para acabar con la represión en Siria” (se refieren a la represión del Gobierno, de los salafistas que cortan cabezas no dicen nada), y además de ello comenzaron campañas en favor de los periodistas “muertos en las cárceles” (y después aparecidos vivos; como el caso Zeinab al-Hosni). Decían que en los hospitales “golpeaban a los heridos en la manifestaciones contra Assad”, o inflaron los muertos en la protestas iniciales por parte de las fuerzas de seguridad, o pedían a Rusia que tomase posición contra Assad (información sobre ello aquí). Human Rights Watch va por el mismo camino; por ejemplo afirmó que el ataque químico de Houta fue realizado por el Ejército del Gobierno de Siria (otra fuente aquí); o dieron información falsa sobre los bombardeos de Siria. La ultima organización “pro-Derechos Humanos” que ha salido, los Cascos Blancos (o Syrian Civil Defense, sobre estos ya hemos escrito aquí), también es patrocinada por Soros, claro está que esta organización es otro excelente instrumento de propaganda, como las otras dos. Los Cascos Blancos, además de ser el brazo civil de Frente Al Nusra, han manipulado fotografías y han escrito informes falsos sobre el bombardeo de Homs (y si fuese poco, hacen llamamientos para la intervención extranjera).

Siria no es el único estado que está en el punto de mira de Soros hoy en día. Tampoco son las organizaciones de Derechos Humanos el único Caballo de Troya de Soros. Este magnate usa todo tipo de grupos de presión, siempre a favor del “ecumenismo” y contra la resistencia (sea ésta en forma de Estados o movimientos). Antes ya hemos mencionado la implicación que tuvo en el Euromaidán, pero su carrera en Ucrania no ha acabado ahí. El 29 de octubre de 2014, cuando las Repúblicas Populares se encontraban bajo amenaza, Soros hizo un llamamiento para “unificar Europa” y “hacer frente a Rusia”… para apoyar económicamente y políticamente a la Junta de Poroshenko. Pero la inquina de Soros contra Rusia no se limita al conflicto ucraniano, sino que en la misma Rusia ha hecho numerosos intentos para cambiar el Gobierno. En Rusia ha apoyado a políticos de oposición tanto liberales (por ejemplo, el oligarca Jodorkovski), así como nacionalistas (Alexei Navalni), e incluso grupos de acción anarco-feministas (Pussy Riot). Rusia ha tenido que prohibir las sociedades de la Fundación Soros. El mismo Soros es un experto en cooptar grupos “de izquierda”, “progresistas” o “favorables a los derechos”; por ejemplo, en Bolivia o en Ecuador ha apoyado supuestos grupos indigenistas o ecologistas contra los planes de desarrollo de los Gobiernos soberanistas latinoamericanos (“defensa de los indígenas”… para privar a los indígenas del desarrollo tecnológico; esto es “imperialismo verde”); en la Ucrania post-Euromaidan publicita algunos pseudo-anarquistas (Denys Gorbach) o sindicalistas; para intentar probar que en la Ucrania del Maidan “también hay izquierdistas” (y así consigue desideologizar el conflicto, reduciendo las causas a un presunto “expansionismo ruso”). En estos trabajos de cooptación, es paradigmático lo hecho con las organizaciones “pro-Palestina” BDS y Electronic Intifada: este sionista utiliza y promueve grupos supuestamente pro-Palestina para desviar los auténticos objetivos de la resistencia Palestina y para limitar la lucha de Palestina al asunto del “apartheid” (en lugar de disputar la legitimidad de la ocupación de 1948), para difuminar la reivindicación de los refugiados de 1948, y para promover la “solución de los dos Estados”. Esa imagen de “izquierda” o “favorable a los derechos” es imprescindible para la “evangelización ecuménica”, porque así se afirma que “los valores progresistas” vendrán de la mano del imperialismo. “¡Progresistas del mundo, venid a Occidente, nosotros os protegeremos, que vosotros solos no podéis!”.

En las campañas promovidas por Soros es obligatorio que las campañas o los “activistas” presenten una imagen “progresista” y que esos movimientos no sean contrarios a los objetivos geopolíticos de Occidente (las campañas subversivas sólo se dirigen contra Estados como Bolivia, Venezuela o Rusia). Por otra parte, hemos visto que Soros intenta cooptar las “causas justas”, para desviarlas a la “reforma” y restarles su potencialidad. Y así, financiando tanto las cumbres de los poderosos y los dirigentes mundiales, como las plataformas y campañas de diversos activistas “progresistas”, en la práctica consigue dos cosas: por una parte un consenso en torno al occidentalismo (extender la democracia occidental a todo el mundo, o que los activistas de países del tercer mundo tengan a Occidente como ejemplo), y por otra parte anular la lucha de clases, ya que tanto las clases dominantes (la élite financiera y la gran burguesía, el mismo Soros es parte del Foro Económico de Davos) como los revolucionarios potenciales (los “activistas” de la calle, como los que protestan) se unirían en el mismo objetivo; esto es, en el “ecumenismo de los valores” (donde no hay sitio para la lucha de clases).

Avaaz, fase superior del “ecumenismo imperialista”

El último intento que este “ecumenismo” lleva a la perfección, y por tanto al punto superior de la perversión, es la Organización No Gubernamental Avaaz. Esta organización (Avaaz en persa significa “Voz”) pretende, como dice en su web, “movilizar a los ciudadanos de todo el mundo para disminuir la distancia entre los dirigentes y los ciudadanos (…) mediante la puesta en común vía Internet de muchos esfuerzos pequeños”. La idea de estas campañas es presionar a los diferentes dirigentes del mundo para que tomen una decisión o defiendan una “causa”. Aun así, el mismo Avaaz admite que “hay un grupo profesional único que impulsa todas las campañas”. Esto es, aunque los “miembros” tienen la ilusión de “comenzar” campañas cibernéticas o de tener “voz” (o tecla) en ellas, un grupo profesional controla, selecciona y filtra estas campañas “participativas” (luego nos extenderemos en el significado de dicha “participación”). Y es que, como Avaaz se define “grupo global (…) gracias a Internet”, puede participar “en cualquier país del mundo” (¿otra vez el ecumenismo y la destrucción de la soberanía nacional?) Por otra parte, aunque Avaaz dice que “su dinero únicamente proviene de sus miembros” y que “los donantes que den dinero a Avaaz no pueden tener mayor influencia en ella”, o incluso que “no recibe dinero de corporaciones”; esto es una trampa. Las finanzas de Avaaz crecen ininterrumpidamente (por lo tanto, alguien los ve como un instrumento eficaz para sus planes): en 2010 recibieron 6,7 millones de dólares y en 2013 14,5 millones de dólares; y es imposible que tamaña cantidad venga únicamente de una campaña de crowdfunding, “pese a ser una comunidad” tan grande (Avaaz no desglosa sus datos). Los financiadores de Avaaz son “ONGs” y “sociedades de apoyo al activismo”; esto es, anexos de Estados y grandes empresas. Esto es, es un grupo poyado por la Fundación Open Society de Soros –y organizaciones parecidas, aunque ésta oficialmente no sea una “empresa” (Soros ya financiaba los “grupos de acción” MoveOn.org y Res Publica, antes que estos fundasen Avaaz). Por ejemplo, la empresa de publicistas Purpose Inc (fundada por los fundadores de Avaaz Ricken Patel y David Madden), que junto a la Fundación Open Society de Soros organizaron The Syrian Campaign (donde cobran especial protagonismo los Cascos Blancos/Syrian Civil Defense –de cuyas falsedades ya hemos hablado-), está estrechamente relacionada con Avaaz (9). El dirigente de Avaaz Ricken Patel admitió claramente en 2008: “El compañero de viaje que hemos encontrado para la campaña de Birmania… es la Fundación Open Society”.

Avaaz es una organización basada en el “clicktivismo”. Así pues, parece que una persona, esté donde esté, puede hacer oír su voz con tan sólo un “click”. Así, cualquiera que esté en la web de Avaaz puede unirse a una petición que ya está online, o puede comenzar una nueva petición (parar una persecución concreta, abogar por los derechos de una minoría concreta, defender una libertad concreta, proteger un bosque, condenar la contaminación…). Pero eso no significa que todas las peticiones reciban igual importancia. A pesar de que el dirigente de Avaaz Ricken Patel diga que “nosotros no tenemos ideología, sólo hemos nacido para cerrar el abismo existente entre los deseos y los centros de poder del mundo”, lo cierto es que sí tienen ideología. Y ese “cierre de abismo” tiene su significado: Avaaz hace muchas peticiones y campañas para “presionar a los dirigentes”, pero sus únicos “interlocutores válidos” son los dirigentes de Occidente (las peticiones bona fide sólo se dirigen a estos). Los presidentes de Venezuela, Irán, Siria… no son ningún “interlocutor”; no los tratarán así, sino como objetivo a abatir. Puede ser que Avaaz, en temas donde existe consenso social, comience una campaña “a favor del clima” o “contra la privatización de la empresa X” (siempre limitados a una agenda reformista), siempre que no vaya a atacar al Imperio o a cambiar las relaciones socioeconómicas entre clases o Estados, sino a “reciclar” el sistema dominante mundial (falsa oposición y campaña de “limpieza”). Sin embargo, donde haya una lucha político-ideológica, Avaaz apoyará a los reaccionarios. “A favor de las buenas causas, siempre que las buenas causas favorezcan al imperialismo”.

Tenemos varios ejemplos de esto. En los últimos años Avaaz ha sido muy activo haciendo protestas contra Libia y Siria. En el caso de Libia reunieron un millón de firmas para que la ONU declarase a Libia como “zona de exclusión de vuelos”. Esta petición negaba en Libia al Gobierno legítimo la oportunidad de defenderse, y como se ha visto han traído la victoria de los ejércitos apoyados por potencias extranjeras y el caos actual. Avaaz no ha pedido ningún perdón por ello. En el caso de Siria han tomado la mentira de “los ataques químicos de Assad” como asidero para comenzar la campaña de provocación contra Siria (en 2012 defendieron sin tapujos la “Intervención internacional”) y para pedir también una “zona de exclusión de vuelos en Siria (10). Contra Siria también han utilizado las supuestas “violaciones masivas perpetradas por el Ejército” (no tenemos noticias de estas violaciones masivas; tampoco de peticiones de Avaaz a los imperialistas para que no intervengan en Siria). Eso fue en junio de 2013 (11). En 2014 Avaaz pidió el embargo de armas contra Siria. Avaaz también ha jugado en el terreno latinoamericano, impulsando protestas contra Morales.

¿Y quiénes son las personas que formas el “grupo global único” de Avaaz? Para empezar debemos decir que Avaaz cuenta con tan sólo 16 “trabajadores” (ese es el número de “militantes” que van más allá de un “click”). Estos son lo que de verdad marcan la línea, mientras que la comunidad gigantesca se limita al “clicktivismo”. El fundador y jefe de Avaaz Ricken Patel cobra 190.000 dólares al año, por tanto, no queda claro cuál es el negocio del “clicktivismo”. Patel es miembro de la International Crisis Group fundada por Soros, y además de eso, ha trabajado para la Fundación Gates, la Fundación Rockfeller y la Fundacion Ford (fuente: Wikipedia). Otro jefe es Tom Perriello, congresista de EE.UU. por Virginia (Partido Demócrata). Perriello ha hecho carrera en el Departamento de Estado de EE.UU. y en la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional. Como congresista ha apoyado las guerras de Afganistán e Irak. Perriello también ha trabajado como asesor del Ejército ocupante en Afganistán. Como se dice en esta fuente, Avaaz tiene su origen en las organizaciones creadas para apoyar la campaña de Obama (y patrocinadas por Soros) MoveOn y Res Publica (Avaaz se creó tras la fusión de estas dos organizaciones). Por tanto, podemos decir que Avaaz es una organización creada o controlada al 100% por el Partido Demócrata de EE.UU., que actua dentro del sistema. Por otra parte, debemos de tener en cuenta que en la era de Obama, este dirigente demócrata ha mantenido en sus cargos a numerosos neocon y belicistas de la época de Bush. Esto es, bajo Obama el Partido Demócrata ha regresado a la vieja doctrina de “internacionalización de los derechos” (si alguna vez la hubo abandonado), esto es, al aumento a la tendencia intervencionista. Avaaz se coloca en esa tendencia, ya que ayuda dar una imagen “progresista” a dichas intervenciones. ¡¡Es maravillosa de verdad esta “democracia global” filtrada por los representantes políticos de los poderosos!!

El modelo de militancia de Avaaz no pide más que un click a sus “miembros”. Este sistema de apariencia democrática en realidad promueve la irresponsabilidad política, ya que para participar en una campaña a nivel mundial no hace falta nada más, ni militancia activa, ni formación ideológica, ni ningún tipo de responsabilidad; ya que “todo lo decide una masa amorfa”. Según los datos de la misma Avaaz, la mayoría de sus participantes son personas de los Estados de economías fuertes del Primer Mundo (esto es, de los países donde los habitantes tienen más recursos para conectarse a Internet) y de clase media o media-alta (la mayoría de las personas de la comunidad Avaaz son, en este orden, profesores, estudiantes, empleados del sector de la tecnología, médicos y trabajadores de ONGs; los obreros de montaje, jornaleros, taberneros o trabajadores de limpieza están muy lejos de los primeros puestos). La palabra “Avaaz” significa voz, pero lo que esta organización, al ofrecer más voz a los que ya tienen voz (a las clases pudientes de Occidente) es acallar las voces de los demás. Esto es, esa “democratización de las relaciones externas”, es en la práctica una operación política para borrar las fronteras internacionales y que así la comunidad de hombres blancos “económicamente estables” del Primer Mundo lo decida todo (eso sí, votando). Esto es una perversión de la democracia, la fase superior del “ecumenismo” imperialista, convertida en “legitimidad democrática” para los imperialistas de siempre. Pongamos un ejemplo, sobre el ya mencionado caso de la campaña de Avaaz contra la soberanía de Libia al presionar para declarar Libia “zona de exclusión aérea”. En septiembre de 2012, a un año del asesinato de Gaddafi, Avaaz tenía 923.968 miembros en EE.UU. pero sólo 3.167 en Libia. Hoy Avaaz tiene 2.263.179 miembros en EE.UU. y 31.798 en Libia. Como consecuencia de la “democracia global activista” propuesta por Avaaz, una mayoría de EE.UU. puede decidir sobre Libia… ¡¡ por encima de los propios libios!! En este caso no es sólo la idea de que la “democracia” o los “valores progresistas” vengan del brazo de Occidente, como Soros cree; sino que los traen al momento, votando… incluso votando la destrucción o el saqueo del propio país.

En Avaaz vemos muchos parecidos con las “revoluciones de colores” ¡del estilo de Otpor! (ahora CANVAS). Ambas son prácticamente unos peones principales de la teoría de la guerra de cuarta generación. Según la teoría de la guerra de la cuarta generación, en estas guerras asimétricas (donde los factores más allá de los ejércitos regulares cobran especial importancia, debido a la “asimetricidad” de la guerra) la población y su “aceptación” (o su “indiferencia benevolente”) tiene una importancia capital. En este tipo de guerras, las potencias imperialistas no siguen el esquema clásico de decidir primero, y después de intervenir activamente justificar dicha decisión; sino que presentan sus acciones como acciones de defensa de una “lucha” preexistente en favor de la “democracia”, la “paz”, o los “valores”. En este aspecto, las “revoluciones de colores” ¡de las organizaciones estilo Otpor! y las campañas de Avaaz juegan el mismo papel. Sin embargo, existen algunas diferencias: las revoluciones de colores sólo actúan en un país, mientras que Avaaz tiene como su “campo de juego” el mundo entero. Otra diferencia es que el imaginario de las “revoluciones de colores” es la insurrección, mientras que el de Avaaz es la “discusión libre”, la “toma de palabra” y el “ágora de Internet” (12). Pero al fin y al cabo ambos tienen el mismo fin: la extensión del imperialismo y hacerlo fácilmente “vendible”, esto es, la manipulación de la conciencia antiimperialista gracias al enmascaramiento “ideológico” del imperialismo.

La crisis ideológica de la izquierda, el ecumenismo y el imperialismo

Además, aquí nos podemos situar ante un grave problema. Este problema lo trae la ideología post-Mayo de 1968, ahora hegemónica en la izquierda. Debido a esta ideología, todo lo perteneciente al “viejo mundo”, incluida la soberanía nacional, ha sido derruido… sin traer ninguna alternativa. Esto es, en la práctica ha abierto vía al nihilismo ideológico.

En un artículo anterior ya mencionamos dos cosas. Por un lado, que las “revoluciones de colores” impulsadas por Soros creaban confusión ideológica en la izquierda, ya que, al enmascarar hábilmente los golpes de Estado, esto es, al usar el imaginario de los movimientos revolucionarios –barricadas en las calles, canciones, eslóganes, acometidas contra la policía- maravillaban a una parte de los activistas de izquierda, conseguían que la izquierda se sintiese identificada con ese imaginario. Por otro lado, que una parte de la izquierda actual repita el mismo error de los mencheviques rusos, esto es, creer que “sin Europa no hay revolución (o transformación)”. Esto es, creer que todas las revoluciones vendrán desde Europa, o al europeizarse una sociedad concreta, nunca desde un país que está fuera de Occidente o de su sistema de valores (“las culturas reaccionarias no pueden engendrar proyectos políticos progresistas”, y muchos creen que las culturas que no están en la civilización de Occidente son culturas reaccionarias de por sí). Así pues, ahí se recorre un camino discursivo para justificar la “europeización de una sociedad”.

Como dice el crítico del imperialismo Jean Bricmont, a partir de la década de los 60, en el seno de la izquierda dejó de priorizarse el “reparto de la riqueza y la propiedad social” y también “la actitud contra el imperialismo”, en favor de la “defensa de la democracia, los Derechos Humanos o los derechos de las minorías”. Esto nos sitúa ante dos problemas; uno que esa defensa de los Derechos Humanos o de las minorías es recientemente abstracta (por lo tanto, estética), y por otra parte, que esta retórica nos lleva a asumir completamente la visión de Occidente sobre “los Derechos Humanos” o sobre la jerarquización de diferentes derechos humanos. Según un ejemplo de Bricmont, en la Europa actual la revolución industrial y la transformación económica se dieron antes de lograr lo que la ideología de los Derechos Humanos definiría como “Estados completamente democráticos”. Esto es, la prosperidad económica, que es el argumento legitimador principal del capitalismo tiene sus raíces en un marco anterior a la democratización. Entonces, ¿por qué debemos condenar en nombre de los “Derechos Humanos” a Estados como Siria, Liba, Corea del Norte o Cuba? y ¿sus logros sociales? ¿Quién es nadie para marcar prioridades a estos Estados? (13)

También debemos tener en cuenta que sobre todo tras 1968 (hablo de un periodo histórico, no de la efervescencia de las luchas del momento), la izquierda radical europea experimentó dos transformaciones: por un lado “completar” la lucha de clases con otras luchas (lo que llevó al relegamiento de la lucha de clases), y por otra parte la “revolución de las conciencias”. Esto es, se alababa la “coherencia personal” por encima de proyectos sociales o realidades materiales. Esto ha traído incontables problemas a la izquierda, sobre todo cuando el imperialismo plantea esa “trampa de la conciencia”: ¿Qué hacer cuando en el Estado soberano X se “menosprecian” los derechos del colectivo Y? (Y cuando el imperialismo dice que son “menospreciados”, tiene grandes medios para hacer creer eso).

A esto debemos sumar otro “tic” ideológico del movimiento 1968: su antisovietismo. Cuando esos jóvenes maduraron y dejaron a un lado su maoísmo, trotskismo, o la corriente que fuese, ese “tic” perduró, esto es, quedó el adagio de que “en nuestra izquierda también se cometieron crímenes”. Y tras ello viene la coda: “cuidado con un movimiento radical que toma el poder, lo más seguro es que sea totalitario”. La muerte de las utopías convirtió en monstruos a los antiguos utópicos. Al fin y al cabo, esta gente ha encontrado un modo de hacerse perdonar sus “pecados” del pasado en el imperialismo “humanitario”: “seguimos con nuestro compromiso, pero cambiamos las etiquetas a nuestro enemigo”. Este es un modo para seguir considerándose “progresistas”; llamando “regresivo” al antiimperialismo pueden ser a un tiempo revolucionarios y pro-sistema (y lo mismo podemos decir de la izquierda radical que hoy día condena el marxismo-leninismo: el miedo al “stalinismo” los hace coincidir con la derecha).

Siguiendo a Marx, el pensador hiberno-francés Géaroid Ó Colmáin dice en este artículo (http://dissidentvoice.org/2013/08/amnesty-international-war-propaganda-and-human-rights-terrorism/) que a lo mejor en lugar de defender los “Derechos Humanos”, la izquierda defería defender los derechos sociales. Para Ó Colmáin no existe un concepto como “el humano” en abstracto, por tanto, el mismo concepto de “Derechos Humanos” es abstracto (y contradice a la lucha de clases), puesto que el humano no existe más allá de la clase o del grupo. Por tanto, detrás de los “Derechos Humanos”, se encuentran “los derechos indispensables para la sociedad, tal y como es hoy en día entendida” (esto es, lo derechos de los humanos individuales según la sociedad burguesa… otra vez nos encontramos con el liberalismo que apareció con el ascenso de la burguesía, misma clase social encumbrada por el “ecumenismo” de Occidente). Los “derechos sociales”, son en cambio derechos concretos para una clase. Por poner un ejemplo, el Parlamento de Siria y su Constitución defienden un mínimo de derechos sociales (por ejemplo, según la Constitución siria, los sectores estratégicos debes estar bajo control del Estado, en el Parlamento de Siria debe haber un mínimo de obreros y campesinos, etcétera). ¿Una intervención contra Siria, además de subyugar a Siria traerá algún beneficio a las clases sociales defendidas hoy por el Estado sirio? ¿A qué clase beneficiaría el restablecimiento del capitalismo en Cuba? ¿Beneficiaría a los trabajadores eslavos la destrucción de la Novorossiya antiliberal y antioligárquica?

Por tanto, debemos de recuperar un punto de vista de clase, ya que esa es la mejor defensa contra la ideología tramposa de los “Derechos Humanos”. Según Zoltan Zigedy, en este problema de los “derechos”; el “derecho a la propiedad”, establecido por las clases dominantes, cobra una especial importancia (en las democracias liberales del siglo XIX era común que el voto estuviese restringido a los propietarios). Según Zigedy, esta “Individualización de los derechos” es un producto del ascenso de la burguesía; esto es, tras la caída del feudalismo, al aplicarse cierta “igualdad jurídica” entre los humanos, se toma al “humano” como depositario de ciertos derechos individuales, por el mero hecho de ser “humano” (en lugar de por nacer dentro de un estamento). Claro está que el “derecho a la propiedad” y sus derivados (como el derecho a la herencia) se contemplan dentro de estos derechos. Según Zigedy precisamente aquí descansa el problema de los Derechos Humanos, si estos derechos son individuales, ¿cómo pueden compatibilizarse con un “contrato social” o con el sentido colectivo? Si los Derechos Humanos son individuales y universales, ¿Cómo pueden casar con diferentes decisiones que tomen los Gobiernos? Por ejemplo, para un Estado que está en guerra o bajo amenaza, para un Estado que intenta proteger su propiedad social o el derecho social a la educación o a la cultura, puede ser imprescindible impedir cierta publicación de opiniones contra ese mismo Estado. El “derecho humano” a la propiedad individual horada el derecho a la propiedad social y viceversa (quizá por eso mismo ponen las diversas organizaciones de Derechos Humanos las “reformas económicas” como condición sine que non) (14). Hoy en día, la ideología “imperialista humanitaria” de los “Derechos Humanos” sistemáticamente prioriza unos derechos sobre otros. Según Zigedy, la ideología de los “Derechos Humanos” plantea aquí otra trampa, puesto que todos los “derechos humanos” (quizá salvo el de la vida) necesitan cierta “organización social” para que estén vigentes. Y las organizaciones sociales, todas ellas, existen dentro de una realidad de clases sociales de la que no pueden trascender (por lo menos mientras existan las clases sociales). Como dijo Lenin: “no puede haber igualdad entre el explotador y el explotado, o manda uno o manda el otro”. En un contexto de lucha de clases es del todo normal que los “derechos humanos” de diferentes clases choquen entre sí. Como explica aquí Jule Goikoetxea, el derecho y los derechos regulan el terreno de juego actual de la lucha de clases, esto es, el capitalismo. Por todo ello, no es creíble la totemización de los “Derechos Humanos” a la cual estamos acostumbrados en Europa, puesto que está fuera de la realidad, y es totalmente inadmisible la idea de que Europa es la patria de los “derechos humanos puros”, así como la idea imperialista de exportar dichos derechos No existen los “derechos humanos” universales, que trascienden clases y naciones y que son ucrónicos en el tiempo; puesto que son producto de los diferentes colectivos sociales.

Hoy en día las dos mayores vectores a la que se adscribe la identidad del individuo son la clase y la nación (o el Estado). Estos dos vectores han sido debilitados tras el 1968, por un lado, porque la ideología de lucha de clases es tomada por “obsoleta” o “totalitaria”, y por otro lado, porque gran parte de la izquierda actual ha hecho suya la ideología de la “Europa unida”. Como para un tipo de izquierda ilustrada, no existen ni las naciones ni los problemas nacionales, la existencia de cualquier nación es un obstáculo, y por tanto la soberanía nacional es un concepto negativo. Además, si la “internacionalización” se hace en nombre de los “valores democráticos”, pues mejor (claro que aquí es necesario aclarar bajo hegemonía de quién estarían las “entidades supranacionales” y la “comunidad internacional”). No es raro que los ideólogos “ecumenistas” más importantes de hoy en día (Daniel Cohn Bendit, André Glucksmann, Joschka Fischer, Bernard Henri Lévy) hayan sido miembros de la generación del 68. Estas personas han tomado del 68 dos concepciones las cuales les duran hasta hoy en día; una, la condena absoluta de la soberanía como si fuese “nacionalismo reaccionario”, y otra, un “internacionalismo” manipulado, una idea “internacionalista” para extender sus ideas en todo el mundo (aunque ahora al servicio de la clase dominante). Estas ideas, favorables a las “entidades supranacionales”, aunque traigan una concentración del capital y la renta, son mayoritarias en la “izquierda académica” o “Mediática” tal y como denuncia Jule Goikoetxea; y desde esa atalaya han perdido todo contacto con la realidad (esa idealización de la globalización, ha traído la apología de, o en el mejor de los casos, la indiferencia ante la destrucción de los frenos a la globalización liberal). Por otra parte, la izquierda actual está indefensa ante la esta ideología, y muchas veces es la propia izquierda radical quien ansía por participar en la fiesta de la intervención (desde su óptica, claro, pero participa en el guateque).

Esta izquierda radical, perdida la orientación de la política de clases, en nombre de los “valores universales”, participa en la difamación de los dirigentes soberanistas o antiimperialistas (esto es, de los atacados por Occidente); algunas veces por pureza ideológica, otras veces arrastrada por el eurocentrismo, y la mayoría de veces porque olvidados los aspectos de clase, inconscientemente hacen causa común con la retórica abstracta de los “Derechos Humanos”. Esta izquierda radical “cooptada” tiene ciertos rasgos comunes:

A) Esta izquierda radical se mueve tras la estela de los sacerdotes mediáticos y políticos de Occidente. Esto es, si por ejemplo es Assad quien está en el punto de mira de Occidente, hace pública su equidistancia entre ambos, o las críticas a Assad usando el lema “ni OTAN ni Assad”. Si después que la OTAN intervenga directa o indirectamente en Siria, consiguiese expulsar a Assad (¡esperemos que no!), estos izquierdistas se olvidarían en seguida de la situación que la OTAN deja en Siria o de continuar la lucha contra la OTAN, como denuncia Asier Blas en este artículo.

B) La izquierda radical, que no ha conseguido ni una sola victoria en Europa desde 1990 (con la excepción parcial de Novorossiya, la cual no suscita consenso entre toda la izquierda radical), no tiene ni siquiera capacidad para tener un proyecto propio; debido a ello está totalmente imbuida de una ideología “anti”. El análisis ha sido sustituido por el deseo. Y de otro modo ha interiorizado la concepción de que el “poder”, todo poder, es malo o sospechoso de por sí. Así, ha perdido el contacto con los proyectos empíricos, se ha calado de una “oposición” idealista, esto es, es suficiente protestar en contra de algo, o estar en contra de ello mismo, o decir “ni imperialismo ni X: revolución”, para creer que eso debilitará o derrocará a ese dirigente o que traerá la “revolución verdadera, no ayudada por Occidente” o influirá para ello. La verdad es que esa “neutralidad” o afirmar que “ambos bandos son malvados” no ayuda a la revolución deseada por la izquierda radical (¿en qué fuerzas se basará? ¡No lo sabemos!), pero sí influencia en los grupos que se movilizan en Occidente contra la guerra; porque limita la potencialidad de estos (haciéndoles entrar en discusiones, haciéndoles perder credibilidad, etcétera). Para esa izquierda radical que ha perdido la perspectiva le es muy cómodo atacar cualquier cosa, y luego sentirse sin responsabilidades.

C) Esta izquierda radical ha perdido el punto de vista de clase. Debido a eso, detrás de cada agresión imperialista no ve los intereses de clase tras ella, ni analizan en esa base, sino que limita todo a una “lucha por el poder”.

D) Porque ha perdido toda noción real del internacionalismo. Esto es, el internacionalismo no es imponer las ideas de uno a los demás, sino combatir a favor de la igualdad de las naciones y por la emancipación de la clase obrera. Así pues, deberíamos de interrogarnos en qué nos beneficia derrocar Estados que favorecen en el balance mundial a la Revolución Bolivariana o a la Cuba Socialista.

Hoy en día, en la política de la izquierda, falta el eje de clase (o está relegada). Por otra parte, el tradicional internacionalismo ha sido sustituido por el “ecumenismo” de BHL. Recuperar la tradición de la lucha de clases, por un lado, y la autodeterminación de las naciones en su sentido más completo por el otro, nos es absolutamente necesario.

Notas

1. De aquí no se deduce que el autor de este artículo sea contrario a la Revolución Industrial, ni que apoye el ecologismo neo-malthusiano. Aun así, no se puede negar que el capitalismo actual de los países de Occidente sería imposible sin la Revolución Industrial. Esto no quiere decir que el firmante esté en contra de todo progreso histórico que ha traído el capitalismo, y que esté a favor de limitar el socialismo a puro “anticapitalismo”. Al contrario, es partidario de extender la Revolución Industrial al tercer mundo y del de las vías autónomas de desarrollo, y por tanto, que los países socialistas, progresistas o antiimperialistas promuevan su desarrollo industrial. El autor coincide con Lenin en la valoración que hace de los progresos técnicos del capitalismo como válidos para el socialismo. Se podría argumentar que, si la Revolución Industrial es parte de los “valores de Occidente”, y si la base ideológica del imperialismo occidental es el ecumenismo, por qué Occidente no intenta extender esa Revolución Industrial al tercer mundo. Aquí nos percatamos que la ideología es instrumento: podemos hacer la misma pregunta en torno a la democracia (Occidente ha apoyado a muchos dictadores en el tercer mundo…).

2. Ya en 1990, Havel se mostró partidario de los derechistas de El Salvador y del apoyo dado a estos (para entonces estos ya habían matado a Ellakuria y a los otros jesuitas). Aun así, Havel no fue el único político o intelectual de Occidente que defendió esa intervención, el filósofo del “fin de la historia”, Francis Fukuyama, dijo que “EE.UU. como Estado poderoso tiene la obligación de defender los derechos humanos en cualquier parte”.

3. Aunque positivamente desde un lado (Havel) y negativamente del otro (Lazanski) coinciden en que la OTAN en Yugoslavia “ha puesto fin al Estado-nación”, tenemos que tener en cuenta que, en el terreno discursivo, la misma OTAN utilizó la “Ideología del Estado-nación” contra la Yugoslavia multiétnica socialista; esto es, Yugoslavia Socialista, como Estado que incluía numerosas naciones, era imposible que existiese.

4. La serbofobia de Henri Lévy es patológica (llegó a atacar físicamente un centro cultural serbio en París en 1993), pero le ha dado la oportunidad de crear y extender un discurso falso. Según este discurso, la guerra de Bosnia sería una guerra del “multiculturalismo –esto es, “Europa”- contra el nacionalismo extremista”, siendo el bando nacionalista musulmán de Izetbegović que él apoya el bando “universalista” y “favorable a la Bosnia multiétnica” que luchaba contra los “etnicistas serbios” (o es más, “Bosnia contra los invasores foráneos”, como si los serbios que allí habitaban desde tiempos inmemoriales no fuesen bosnios). Sin embargo, esto nos hace que nos planteemos una pregunta: ¿si es preciso defender la “Bosnia multiétnica”, por qué no habría que defender la preexistente Yugoslavia (socialista) multiétnica? ¿Si los musulmanes de Bosnia tienen derecho a la autodeterminación y a su identidad propia, por qué no lo tienen los serbios de Bosnia? La falta de vergüenza de Henri Lévy es tan grande que presenta a los nacionalistas bosniacos como sucesores de los partisanos de los años 40. BHL vuelve a tergiversar: la guerra de los años 40 no fue una guerra entre etnias diferentes, sino una guerra comunista de resistencia contra la invasión de la Alemania fascista (¿o deberíamos decir “Europa”?), en la cual participaron todas las etnias con los partisanos, sobre todo serbios, ya que ellos fueron víctimas del genocidio de la Alema

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