2013-07-29

Historia Breve: “Pretérito Simple” /

Brief Story: “Simple Past”:

“El Pensador”. Estatua sobre molde original de Auguste Rodin, en la Plaza del Congreso. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina.

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“Pretérito Simple” fue escrito Por Aquileana, entre el 25 y el 28 de julio de 2013.

Con la colaboración en edición y argumento de Christy Birmingham, escritora freelance y  poeta canadiense, residente en British Columbia.

Enlace a su blog de poesía “Poetic Parfait”: http://poeticparfait.com/

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“Después…¿qué importa el después?/Toda mi vida es el ayer/que me detiene en el pasado,

eterna y vieja juventud/ que me ha dejado acobardado/ como un pájaro sin luz”.

Homero Expósito. “Naranjo en Flor” (tango. 1944).

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Aquel día había transcurrido en forma monocorde. Levantarse minutos antes de que sea demasiado tarde para llegar puntualmente al trabajo. Ir al trabajo, lidiar con los cobros en la sección de atención a los clientes del banco, Volver a su minúsculo departamento urbano, tan reacio como ajeno, aunque relativamente confortable y cubierto de un verde poco habitual en forma de helechos regios que contrastaban con el gris añejo de la  Capital Federal.

Era viernes, habiendo llegado del trabajo poco después de las dos de la tarde, se decidió a hojear los matutinos de los últimos dos tres días, un poco agobiada por las premuras cotidianas los había dejado de lado, reservándolos para el viernes como un falso pretexto de júbilo vespertino. Al mirar el diario del día anterior, no pudo evitar sorprenderse. Al borde de la confirmación de que debía estar equivocada, se acercó la fina hoja del periódico a los ojos, al punto de que el olor añejo de la tinta se le volvió invasivo.

No había dudas sobre ello. Patricio Gallimard inauguraba una exposición de fotografías en al calle Corrientes.

A Patricio todos lo llamaban Patrick, simplemente porque portaba un apellido francés y su nombre debía estar a la altura. Era argentino, pero uno podría haberlo confundido con un francés que caminaba al borde del Sena, increpando a los bouquinistes para que le rebajaran el precio de algún libro usado.

Patrick había sido uno de los grandes amores de Adelina, uno de los pocos genuinos e intensos. Ella aún guardaba cartas de él, algunas un poco más elaboradas que otras, que hasta incluían algún fragmento de libros o de algún poema de su osada autoría.

Pero Patrick era de profesión fotográfo. A eso se dedicaba desde hacía años. Adelina y él se conocieron en el barrio porteño de Montserrat, en  septiembre de 1996.

Ella había acompañado a su hermana a  la Biblioteca del Congreso y volvía para su departamento, en el barrio de retiro.  Él ser paseaba con su Nikon en mano, por las cercanías de la plaza Lorea y de la Plaza del Congreso.

El destino trazó una encrucijada, definiendo un punto de intersección y su plan fue inefable. O al menos funcionó para ellos.

Cuando ella pasó cerca de él, Patrick le pidió fotografiarla, cansado como estaba de apuntarle con el ojo de la lente a la estatua del Pensador, una de las dos esculturas fundidas en el molde original por el mismo Auguste Rodin.

Se conocieron entre espejos,  posturas y haces invertidos de luz blanca. Él le pidió el número de teléfono y ella se lo dio.

Al día siguiente, Patrick la llamó y la invitó a tomar el té  a la Confitería del Molino, frente al edificio del Congreso Nacional. Un año después de que Patrick y Adelina perdieran contacto, o sea, en 1997, la confitería del Molino sería cerrada por refacciones, y desde entonces nunca más volvió a funcionar.

Así entre todas las cosas vagas, algo empezó a definirse con claridad para Adelina. Fue un sentimiento y progresivo, tan fluido, como el agua fresca del cauce de un Delta. Sería el amor tan inagotable como esas ondas que se multiplicaban en la de la superficie impertérrita de un río que se deslizaba entre ramas y cofres de nenúfares y plantas acuáticas. Era el amor tan piadoso y delicado como la música de su fluir. Podía iluminar rostros en las cortezas de los sauces, encerrando mil canciones entre sus brazos.

Eso posiblemente sintió Adelina cuando se enamoró de Patrick. Lo sintió, no lo pensó. Sólo vio un río que danzaba y que se curvaba como una sonrisa. El gesto se tradujo en su rostro, como un equivalente exacto de la imagen mental.

El sentimiento no se coligaba  con una medida temporal. La intensidad devoró la potencial duración del vínculo entre ambos.

Habrán sido dos meses el tiempo que estuvieron insaciablemente juntos. La última vez que se vieron fue en el clásico Café Tortoni de Avenida de Mayo, donde fueron a escuchar una orquesta de tango.

Luego él se fue a Santa Fe, con unos compañeros y nunca más la llamó, ella intentó hacerlo, pero definitivamente él se encargó de alejarse sin dejar rastro, esfumándose como una sombra.

Entonces, el río dejó de ser una imagen que evocaba para ella el amor. Y lo empezó a asociar con la metáfora de la existencia.

Sí, eso fue lo le dijo su amiga Chela, cuando ella le comentó acerca de su asociación de ideas. Había un filósofo griego llamado Heráclito que  había dicho: “no se puede entrar dos veces en el mismo río”. Chela le explicó que el río era algo así como la vida, la existencia, y sentenció que tanto el río como la vida fluían de tal forma de que nada podía llegar a ser nuevamente lo mismo.

Ahora el río era entre ellos una frontera natural, que se desplazaba más allá de las líneas divisorias que, en definitiva, ellos mimos eran. El efecto de convergencia que una vez los unió casi al punto sísmico, era ahora un recuerdo, separados como estaban como líneas empinadas en un pentagrama disonante que los hacía divergir sobre la misma línea de un río, pero en direcciones opuestas.

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Recorrido líneas C y B. Subterráneo Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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Estación San Martín (Línea C)

Dirección: Hacia Constitución

Descender bajo la Tierra:

Para subir al subte, debió descender. Adelina bajó una seguidilla de escaleras. A cada paso, se despeñaban los instantes en uno y otro escalón gris. Era una sucesión tan evidente que parecía ilógica. Bajar al pasado. Encontrarse con Patrick era como ir en la búsqueda de un punto fijo resplandeciente, como un faro en una bahía de parajes de un país del sur, lejos.

Quizás Adelina intuyera que la sola posibilidad de ver a Patrick supondría hacerlo presente. Era una transacción, pero desconocía si el crédito contable la favorecería. El beneficio podía ser menor que la ganancia., como cualquier perito mercantil de simple bachillerato sabría. Si lo veía, qué sucedería con los recuerdos. Podrían fusionarse en un breve aquí y ahora, mimetizado en  una palabra, un gesto, un mechón de pelo gris, una bocanada de humo, lo que fuera. Si el pasado volvía al presente ya no en forma de quimeras de la memoria, sino como realidad, qué sucedía con el pasado. Permanecía inalterable a los influjos invasivos del presente, con su fugacidad de cometa.

Encontrarse de cara a cara con el pasado. Adelina debía ceder algo de sí, despojarse del rastro de múltiples fracciones infinitesimales de su pasado. Porque los recuerdos se constituyen por acumulación cualitativa. Una imagen pasada, una evocación difusa ¿a cuántos instantes equivalía?. En qué se refugiaría Adelina si se quedara sin recuerdos, si su memoria sólo se conformara de  huecos oscuros, que, vacíos de contenido sólo resonaran con el  eco neutro de una caracola marina erosionada por la sal de las olas, que luego de haberla conducido por miles las fosas marinas , finalmente la empujaran hacia la orilla de la costa.

Estaciones San Martín Y  Lavalle (Línea C).

Dirección: Hacia Constitución.

El tiempo es una construcción progresiva  de instantes.

La sucesión  de luces que se intercalaban, oscuras y claras, vistas desde la ventanilla del subte sugerían una dimensión espacial diacrónica del tiempo.

Pero éste era también una variable sincrónica y  transversal, asociada a la  a la subjetividad de la existencia de cada uno.

No lo veíamos pasar como testigos ajenos, sino que nos atravesaba, nuestras vivencias llevaban las huellas  del tiempo, su impronta ontológica incuestionable.

Las galerías de los recuerdos, la obstinación contínua de la existencia tratando de perpetuarse. ¿no eran en definitiva un cúmulo de momentos, yuxtapuestos no necesariamente en forma cronológica en un espacio de dimensiones difícilmente mensurables?. El sentido trascendente de la vida quizás era ése: el de procurar inmortalizarse en una porción temporal eterna de tiempo y paraíso, que era la que correspondía a cada uno, tan propia y única como el alma.

Correspondencias. Diagonal Norte (Línea C) / Carlos Pellegrini (Línea B).

Dirección: Hacia De los Incas / Parque Chas

Adelina baja del subte, recorre una serie de senderitos y pasillos para dar con la combinación hacia Carlos Pellegrini.

En el trayecto, distingue una melodía casi tan clásica para un argentino como la Novena de Beethoven. Un joven sucio y con el pelo enrulado toca en un bandonéon “Adiós Nonino”, intentando en vano dar con todas las notas. Pero, al cabo lo intenta, que es un tango de orquesta, por lo cual no sencillo, que se trata de Astor Piazzola, por lo cual es aún más difícil. Pero sobre todo lo que más vale es que es un tango triste, porque habla de la muerte del padre de Astor padre,  debido a un accidente de bicicleta en su ciudad natal, Mar del Plata.

Adelina le arrojó varias monedas. Sintió un pesar tan grande, a raíz de aquella elegía musical que ni siquiera pudo experimentar el placer de la misericordia al darle al muchacho las monedas. El joven por el contrario le sonrió con franqueza y le dijo “Que Dios La bendiga”.

Ella, mientras retomaba su marcha,  pensó en el Padre Nuestro, como un reflejo incondicionado ante las palabras referidas a la bendición, dichas por del joven del arcordeón. “Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venganos tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.

Y en esa parte se detuvo, porque el sinsentido de su oración, en ese contexto, ya era de una evidencia palmaria.

Adelina siguió caminando.  A través de sus ojos casi húmedos miraba de reojo los mosaicos blancos y mugrientos en los laterales de los pasillos sinuosos.

Y se dijo:  “me cubre los ojos un borrón de niebla, es de frío que estoy temblando”…

Estaciones Carlos Pellegrini,  Uruguay  y Callao (Línea B)

Del Monólogo de Adelina que transcurrió entre estas dos estaciones.

Patrick, no recuerdo tu rostro, sí tu mirada. Con esos ojos me despojaste de todas las máscaras. Me tendiste en un lecho de hierbas verbes y húmedas. Me llevaste por una senda ascendente que se sumergía en la profundidad transparente del centro cóncavo de un espejo, que me mostraba el mundo en mil suspiros.

Patrick, tu amor fue un combate exhaustivo en el que se daban batalla todas las pulsiones. Las crisálidas soltaban sus costras y dejaban salir sus alas para transformarse en mariposas blancas, que ascendían hasta el cielorraso, seguían hasta el cielo y sólo se detenían ante una nube  dispersa de instantes perdidos.

Todo volvía, una y otra vez a recobrar una forma primigenia, prácticamente inmolando la figura una circunferencia, a la cual nos acercábamos aún sin saberlo.

Luego te dormías y en tus ojos cerrados guardabas un paisaje parecido al de una región báltica en la cual todos los instantes habían sido desterrados.

Tus párpados sugerían la posibilidad de que tu mirada en sueños estuviera fija, clavada en un campo dorado de espigas. Yo no necesitaba indicios. Te miraba, lo adivinaba, y entonces  te cubría con un manto suave de silencio y lino blanco.

Patrick me parece verte, pero no recuerdo con claridad tu rostro.

Te busco en un mar de caras que miran hacia bajo, balancéndose al ritmo acompasado y castrense de la rutina y al unísono con el movimiento del subte que los acuna en un eterno letargo. Cuentan los días y los pasos que los llevan a destino, miran los relojes que persisten en su marcha inclemente. El tiempo es algo que ahorran. Lo guardan en un ánfora con cenizas y proyectos, con pautas de conducta y obligaciones que nunca los dejarán satisfechos, porque nunca les darán calma.

Yo lo sé porque también cuento el tiempo; porque lo acuño, pero no en forma de divisa sino en forma de recuerdos.

Cuando pienso en el tiempo no puedo definirlo, pero sé que existe y tengo una idea de lo que es. Sólo puedo decirte que si la vida es la contracara  de la muerte, el tiempo debe ser la medida que, en definitiva, las separa.

Mi reloj es más bien un reloj de arena, no tiene segundos ni minutos tiene granos de una piedra amarilla original tan antigua, que se fragmentó en diminutos granos, tan frágiles y minúsculos como los instantes que componen el tiempo.

Estación Callao y Pasteur: (Línea B)

Del monólogo de Adelina que se prolongó entre estas estaciones   y que siguió teniendo a Patrick como evidente interlocutor diferido.

Patrick, creo verte  detrás de una cámara Nikon, pero no logro distinguir tu rostro. Porque aún falta para que pueda volver a reconocerte, porque ha pasado mucho tiempo en mi reloj de arena, no sé cuantos años hace qué no sé de tí, como un cuerpo físico que también eres.

Con la lente de la cámara agudizas tu vista y enmarcas los objetos y las personas.

Si la luz es débil o la toma es de interior, puedes usar el flash y aclarar la escena. Luego tomas la foto y detienes el tiempo, y a las personas les robas un poco de su alma. Si las cosas o la gente está alejada, las acercas con el zoom. Eres tan hábil, que hasta puedes convertir un cuerpo en una cara, una cara en un ojo. Pero no puedes evitar la muerte de las personas, el fin de las cosas.

El jarrón estilo portland, por darte un ejemplo, ése que tanto te gustaba, puede caerse de la repisa y hacerse añicos, y sólo te quedará su foto. Una imagen del objeto.

Lo mismo puede suceder con la gente, cuyos cambios son aún más notables, porque a diferencia de las cosas, envejecen. La fenomenología de los hombres es más compleja que la de las cosas. Y el rastro del tiempo se hace patente con más efectividad. El pelo canoso que parece cubrirse de nieve, las arrugas en la cara que aparecen como grietas sobre la llanura pampeana.

Patrick el tiempo pasa, no podemos detener su marcha. Sin embargo, yo voy desde el pasado a tu encuentro.

Como voy hacia el futuro de ese pasado, que es ahora un tiempo presente no sé qué me deparará el camino. Recuerdo el tango “Volver” de Gardel cuando dice: “Tengo miedo del encuentro /con el pasado que vuelve / a enfrentarse con mi vida”.

Pero yo no tengo miedo, debo volver, porque es la única manera de disminuir el peso de tu recuerdo.

Para ser precisa, no sé si existes o si tan sólo eres una sombra que se proyecta desde antaño y que cuando quiero alcanzarte te desvaneces en un tiempo inmortal que todavía no existe.

Patrick, puedo escuchar el ruido de los bloques de cemento cuando los autos pasan sobre las avenidas. Los autos están sobre mi cabeza, están más cerca del cielo.

La luz se acumula en la boca de entrada del subterráneo, allí se juntan los corredores.

También los momentos del pasado pujan para alcanzar la luz del día, como la flor que se dirige hacia la luz para poder hacer la fotosíntesis y, así, al transformar la energía lumínica en energía química, simplemente logra vivir.

Estaciones Pasteur y Pueyrredón. (Línea B).

Adelina cara a cara con su pasado.

Cuando era niña, Adelina le temía a la oscuridad y su madre solía dejarle la luz del pasillo lindero a su habitación encendida.

Su madre era costurera y tenía habilidades para hacer ropa a medida. Cosía con una máquina máquina Singer, que funcionaba a pedal.

Adelina heredó de su madre la habilidad de la costura. Pero lo hizo en forma indirecta, a través del tejido y del bordado.

Cuando miraba televisión a la noche, antes de acostarse, tejía. Mayormente, le gustaba hacer bufandas, sweaters y chalecos para el invierno y el fin del otoño

Para las épocas más cálidas del año, primavera y verano, bordaba pañuelos y mantelitos.

De manera que para Adelina estos quehaceres ociosos la acompañaban durante todas las estaciones en que se dividía del año. Era una tejedora de ritmo anual sostenido. Nunca dejaba de tejer. Cuando tejía se distendía y al mismo tiempo así se le acortaba la espera…

El año tiene cuatro estaciones.

Homólogamente, eran cuatro las estaciones de la línea de subte B las que Adelina debía transitar para llegar desde la combinación de líneas en Carlos Pellegrini hasta la exposición de Patrick: Uruguay, Callao, Pasteur y Pueyrredón.

Ésta era una tarde de otoño.

En la calle los árboles crecían torcidos. Altos edificios de departamentos tapaban completamente el sol. Sólo por alguna casualidad aparecía una lámina fina de luz entre los troncos añejos. Pero las crestas de las ramas se tendían en forma oblicua, como suplicándole clemencia a la luz esquiva. La buscaban en parte porque no podían ceder a su influjo vital.

Adelina respiró hondo y tuvo una visión:

Imaginó que todas las hojas secas que pisaba mientras caminaba hacia la esquina estaban vivas aún y que el ruido de crujidos era la forma que tenían esas hojas de pedirle que se detenga, que no las pisara más, que las estaba dañando en forma definitiva y letal. Adelina intento esquivar la mayor cantidad de hojas que pudo. Y en cierto sentido así alivió un poco su pesar, aunque todos los árboles estuvieran  desnudos.

Adelina pensó que las hojas que cubrían las veredas en otoño eran hojas del pasado, recuerdos; proyecciones al futuro de hojas que en algún momento habían sido verdes y cargadas de futuro.

También se dijo que esos árboles encorvados que estaban ahora despojados de todas sus  hojas, habían antes dado frutos y quizás  flores. Que se habían asegurado la descendencia fértil al arrojarle sus semillas al viento. Que habían tenido hojas verdes y que, finalmente, habían debido renunciar a ellas, vaciando sus copas cubiertas con el propósito de dar paso a un nuevo ciclo vital.

Siguió derecho una segunda cuadra y tras cruzar la calle en la esquina, caminoóunos metros y encontró la galería. Era una especie de cubo transparente, que contrastaba con el escenario urbano por su inaudita luminosidad.

Adelina se dirigió a la puerta y entró.

Al hacerlo, una joven le tendió un folleto en donde se relataba a grandes trazos el circuito fotográfico de la muestra y se anexaba una minuciosa biografía sin foto alguna del propio de Patricio Gallimard.

Adelina lo miró, y casi sin leerlo se dio cuenta de que las fotografías del folleto se ordenaban relativamente en forma cronológica, comenzando por las más antiguas, para llegar a las más recientes. Cronológicamente, claro, así siempre sería más fácil crear una variable de clasificación.

Pero las cronologías no siempre determinan  la importancia de los hechos, ni tampoco responden al patrón selectivo de la memoria.

Un dato curioso es que los recuerdos no guardan relación con la lógica, quizás sea el impacto emocional que les damos a los hechos, cosas y personas los que les reserven un lugar privilegiado en nuestro museo mental o no. El filtro, claro,  es individual.

Adelina  guardó en su bolso el folleto sin darle más atención en ese momento. De la biografía de Patrick ni quiso saber.

Luego se dejó llevar a través de las galerías de fotos.

En los primeros  tramos había fotos relativamente inertes. Muchas de objetos inanimados, muchas que casi podrían calificarse como  abstractas o naturalezaas muertas; varias de calles de Buenos Aires, enrejados, flores, conventillos de la zona de la Boca, botes,  peces del Jardín Botánico. Toda una fulguración de yuxtaposiciones.

Recién más adelante, como sucede en la vida con el paso del tiempo, las fotos se ordenaban, aparentemente, con más sentido. Había un tramo de la exposición dedicado íntegramente al Tango. En general parejas de bailarines de Tango y músicos.

Otra parte estaba asociada a cafés y bares porteños, también con el aura única de un torrado intenso. Entre estas fotos, Adelina reconoció la Confitería del Molino, y recordó cuando fueron con Patrick a tomar un té continental a la clásica confitería porteña.

La siguiente sección proponía aún mayores convergencias personales. Estatuas y monumentos  porteños:  el monumento de los españoles, la Fuente de las Nereidas, el monumento ecuestre dedicado a Bartolomé Mitre, la pirámide de Mayo, el monumento del Cid Campeador.  Y, por fin,  la estatua del Pensador de Rodin.

Esta última con la impronta escondida del primer encuentro entre Adelina y Patrick. El Pensador, inerte y abstraído en una lucha ardua interna para lograr sustraerse de la realidad material, intentando sumirse en una profunda meditación metafísica.

Pobre Rodin, si él supiera que una tribu urbana colorearía con aerosol fucsia y celeste la réplica de su estatua del pensador de la Capital federal, en Argentina. Cómo le hubiera dolido ver de qué manera su incorruptible monolito e sería  foco del asedio de un grupo de vándalos,  para transformarlo en una tentativa grotesca de  ícono de la cultura pop art, tras escribirle debajo  la leyenda: “¿Pensar: De qué te sirvió pensar tanto?”.

Claro que en el momento de la exposición tampoco sabían de este incidente de la estatua de Rodin ni el fotógrafo furtivo, ni la propia Adelina, por haberse cometido  el siniestro acto en el mes de Agosto de 2011, es decir alrededor de siete años antes de que la muestra fotográfica tuviera lugar.

Dos secciones más le quedaban por ver a Adelina.

En la siguiente exclusivamente se presentaban secciones de artefactos, máquinas y   aviones, en forma desmembrada e incoherente, como si fueran los vestigios de un período de recesión industrial o secuelas de una guerra perdida. No obstante el carácter inorgánico de esta sección, era de un valor artístico notable y Adelina se sintió conmovida ante las fotografías.

En el último tramo, Adelina se vio a sí misma durmiendo. Literalmente, entre todas las fotos de hombres y mujeres en distintas situaciones; laborales, ociosas; extremistas; viciosas; había una foto de Adelina durmiendo sobre la cama del departamento de de Patrick, ubicado en la Calle Olleros.

Estaba tapada apenas con una sábana blanca de lino. Inmersa en un paraje calmo, podría haber estado soñando, comulgando con una especie de modesta eternidad personal, a la vez múltiple y simultáneamente. Debajo de la sábana se adivinaba su cuerpo quizás desnudo, pero sin sesgo alguno de  pudor.

Adelina durmiendo. Durmiendo: un gerundio que es precisamente una forma gramatical invariable, derivada de una conjugación verbal que demuestra una acción; pero no está definida ni por el tiempo, el modo, el número ni la persona.

Adelina estaba  inmortalizada en esa fotografía en la acción de dormir. Era la cautiva de un gerundio que la perpetuaba en un círculo de sueño y de un aletargado presente continuo.

Esta imagen perpetuada en un punto fijo de su propio pasado le produjo un opresivo estupor. La llevó a evocar un laberinto de espejos que se ubicaban uno frente al otro.

Sintió que estaba frente al fantasma indefinido de alguien que le había usurpado todos sus recuerdos y que el reflejo de los espejos le obstaculizaba tanto la visión retrospectiva de su vida pasada, como la mirada prospectiva futura, en su intento vano de encontrar una salida.

Patrick seguramente sabía que estaba tergiversando los límites éticos de su profesión.

No sólo porque sin consultarla la había plantado en medio de una galería transparente, rodeada de mil fotos y ojos, sino porque la había detenido en el tiempo y ni siquiera estaba allí para sostenerla después del impacto que el efecto del gerundio le había causado.

A ella que era una coleccionista de memorias, que no podía evitar otorgarle al presente el estigma de un tiempo pasado, siempre mejor.

Adelina se dio cuenta de que en ese recorrido fotográfico, ella era como un personaje secundario de una novela escrita por un narrador omnisciente . Y que era sólo por gracia y obra de este narrador d que los objetos, las  personas y los lugares existían en la trama.

Era él quien había decidido incluirla en su obra, detenida en el tiempo, dormida.  Y era ella quien ahora le daba al hipotético sueño de la fotografía una explicación posiblemente mucho más compleja que la que debió tener el sueño en sí, si es que efectivamente Adelina estaba durmiendo y soñando.

Patrick era para Adelina como un escritor determinista que jugaba los dados enfrentándose a sí mismo.

Por lo cual siempre ganaría y jamás osaría permitirle a Adelina, como mero personaje que era, optar por aparecer o no en el libro; o simplemente, dejar esta posibilidad librada a un juego de azar, permitiéndole a ella lanzar los dados.

Volver del Pasado…

Tras salir de la exposición de fotos, experimentó por unos minutos una sensación parecida a la perplejidad ante algo que la hubiera sorprendido al punto de dejarla ausente

Lo que sí percibió luego con certeza fue que de aquella experiencia lo impactante no eran las imágenes fotográficas, sino la impresión personal que una de ellas en particular le había producido.

Sintió como si la muestra hubiese transcurrido durante días enteros, entre pasadizos acuáticos de ríos sinuosos, que siempre conducían a otros ríos, que desembocaban como rizomas de raíces en tantos otros mares.

Entonces, asoció la idea del tiempo con la de devenir, una sucesión lineal de lapsos cronológicos, cuyo valor temporal era la anticipación permanente del porvenir.

El pasado era una galería de vanas e ilusorias imágenes. Si se asumía que el pasado era sólo una sombra que se proyectaba sobre la luz el presente, era evidente que sólo podía servirle de consuelo a aquéllos que no lograban arraigarse en  el presente, porque se perdían en su fugacidad.

Después de tanto movimiento y búsqueda inagotable de su pasado, de repente Adelina se encontraba en el presente frente a una imagen de ella durmiendo eternamente, fija, encadenada a un lecho, como recuperándose de la épica batalla que la había enfrentado al Tiempo.

Ésta era una batalla ficticia, que encontraba a Adelina luchando contra un pasado potencial, que asumía la forma de un pasado indefinido,  porque no se desarrollaba progresivamente sino que era infratemporal, como si transcurriese dentro del tiempo.

Adelina concluyó mentalmente que el presente siempre llevaría en sí el germen del pasado porque si el presente  fuese siempre presente y no llegara a ser pasado , ya no sería tiempo, sino eternidad. Después de todo, ésta era una ley irrefutable.

Luego recordó la foto que Patrick le había tomado, sin ella saberlo, ni él nunca habérselo dicho.

Era una mujer dormida que se sostenía en el arco de la flecha del tiempo. Nadie la despertaría. El arquero podría tensar el arco hasta el límite de disparar la flecha, pero ésta se sostendría  eternamente, sin nunca dispararse hacia el futuro. Una flecha suspendida en una nebulosa somnolienta de un eterno presente.

Y mientras reflexionaba sobre estas cuestiones tan densas, se dirigía hacia la Estación Pueyrredón para tomar el subte hasta la Estación San Martín. Era el mismo trayecto que había realizado a la ida, pero en sentido inverso.

Adelina se dijo a sí misma: “El tiempo también es una línea, como el trayecto del subte; pero con la diferencia de que el tiempo no  es reversible, no tiene dos sentidos sino uno, va del pasado al futuro. El tiempo es devenir, una anticipación continua del porvenir. Yo ahora viajaré desde un momento regresivo del pasado, un  paréntesis de mi presente, al último momento en que me alejé de mi presente real. Es como si viajara al presente desde el pasado, cuando en realidad estoy yendo desde el presente al futuro,”.

Ella, ya cada vez más cerca de la boca de subte, efectivamente había dejado atrás su pasado.

Iba en búsqueda de su futuro, y lo construía camino a cada paso.

Como las notas musicales que encadenadamente se  conjugan en la composición de una sinfonía.

Como los puntos en forma de cruz que se unen, yuxtapuestos y alternados, al tejer un pullover de lana para el invierno.

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♠Otras Fotografías alusivas: “Pretérito Simple” / “Simple Past”:

♠Confitería del Molino, Frente al edificio del Congreso Nacional:

♠Café Tortoni, en Avenida de Mayo:

♠Estatua del Pensador de Rodin en La Plaza Lorea/Congreso:

Fotomontaje sobre el edificio del Congreso de La Nación.

Estatua del Pensador de Rodin, víctima del vandalismo en Agosto de 2011.

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♠Tangos a los que se alude en “Pretérito Simple”:

♠ “Naranjo en Flor”, cantado por el Polaco Goyeneche:

♠ “Adiós Nonino”, Astor Piazzola y el Quinteto Tango Nuevo

♠ “Volver”, cantado por Carlos Gardel:

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“I Write Like”…

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Filed under: Caos, Literatura

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